CAPÍTULO 15
Estaba harta de los malditos sueños.
Después de lo ocurrido en la casa de Lucian, procuré actuar como si aquello no me afectara en absoluto. Me repetía a mí misma que podía superarlo, pues no había sido del todo real. Ni Lucian, ni Barb, ni tampoco uno solo de sus guardias se había encontrado cerca. Ni siquiera estuve atada por cadenas. No ocurrió en la oscura habitación de tortura ni mucho menos sufrí como lo había sufrido entonces. Hubo personas alrededor, además, el detective estaba consiguiendo avanzar en el caso,
Tenía, por lo tanto, que pasar página.
Pero esa noche, incluso habiendo recuperado mis pertenencias y aferrándolas contra el pecho, fui atacada por la peor de las pesadillas. A partir de entonces fueron agravándose.
—Me gustaría abordar el tema de lo ocurrido con el detective —dijo Dafne, una vez que empezamos con la sesión de la semana—. ¿Estás de acuerdo?
Ante su pregunta me quedé en silencio. Esperé que fuera señal suficiente para que se percatara de la negativa.
Funcionó.
El resto de la cita Dafne optó por seguir con la rutina de preguntas, y no me sorprendió cuando a estas las respondí con un rotundo "No lo sé". ¿Qué esperábamos? ¿Qué después de lo ocurrido me resultara más fácil? Si acaso, me mantuve más callada de lo normal. Era como si jamás hubiera progresado, como si alguien hubiera apretado un botón de reinicio en todos mis circuitos. Fue desalentador, y aunque Dafne mencionó que era normal, terminé por adoptar una postura distante y apagada.
Excepto en las preguntas escritas.
Casi al finalizar la sesión, Dafne me animó a responder algunas en una pequeña libreta, entre las cuales encontré una que otra con relación a lo que sentía respecto al caso, incluyendo lo que recordaba de Lucian.
Las respondí todas sin problemas.
Al final, Dafne formuló una teoría al respecto, relacionada con los sentidos o algo parecido. A veces el cerebro era capaz de reaccionar de formas que no podíamos imaginar bajo circunstancias extremas. Se podía predecir dichas reacciones, claro, pero siempre existía un margen de error. Que aquello me ocurriera días atrás dejaba constancia de ese hecho.
Pero a diferencia de ella, no pude verlo como algo bueno. ¿Qué ocurriría ante otro colapso nervioso? ¿Terminaría por perderme a mí misma? No era la primera vez que esa idea cruzaba por mi mente, y me asustaba más que volver a aquella casa.
Aunque, también era cierto que había encontrado algo que despertaba mi interés, y no era precisamente el funcionamiento de mi cerebro.
Por fin encontraba una manera para evadir la influencia de Lucian sobre mí, y era el escribir.
No obstante, no tuve mucho tiempo para disfrutar de aquella revelación, porque a pesar de que me empeciné a fingir que lo sucedido en la casa no me afectaba, mi subconsciente, en sueños, no pensaba lo mismo.
Cada noche despertaba aterrorizada, y si antes eran gritos intercalados con chillidos, ahora se trataban de estridentes alaridos. Cuando antes orinaba de forma aleatoria dependiendo de la intensidad del sueño, ahora lo hacía cada vez que me acostaba a dormir.
Derek no lo pasaba mejor. Continuamente cumplía con su tarea de encenderme la luz, hasta que opté por mantenerla encendida cada que iniciaba la noche. Dormía con la intensidad del foquillo atravesando mis párpados, consciente de que aquello era todo menos normal, pero con la mínima esperanza de que pudiera dormir un par de horas antes de que otra pesadilla nos despertara.
Pronto no tardé en temerle al propio sueño. Tenía pánico de cerrar mis párpados y me sacudía antes de quedarme dormida, asustada de mi propia mente. Llegó a tal punto que el resto de la noche me mantenía ovillada en una de las orillas de la cama, mientras la peste y la incomodidad me acompañaban.
Fue por culpa de esas noches, lo que hizo tomara una desesperada decisión.
—Quiero un tratamiento.
Hablé sin esperar a que Dafne tomara asiento, ansiosa por escupir tales palabras de mi boca. Ella me observó detenidamente, pero podía anticipar su respuesta: No.
—Samanta...
—Soy consciente de los riesgos —me apresuré—. Sé que no me lo recomiendas, pero... Dafne, ¡llevo semanas sobria! ¿No debería bastar con eso? Por favor, es que... —gruñí frustrada—. No lo soporto, ¿sí? Desde hace mucho tiempo que no recuerdo lo que es dormir sin despertarme entre gritos. ¡Ni siquiera puedo mantenerme dormida por más de dos horas! Sólo... —inhalé con fuerza—. Necesito un poco de ayuda.
Ella se mantuvo callada por breves segundos.
—¿Esto fue después de lo ocurrido con el detective? —La pregunta me enfureció. ¿Por qué se empecinaba a hablar de eso?—. Samanta, si te resistes a contar...
—No me estoy resistiendo.
Ella clavó la vista en mis manos, momento en el que me di cuenta que las había formado en puños. Intenté relajarlas.
—Entiendo que resulte frustrante —dijo—, pero existen otras alternativas para combatir los malos sueños, y negarte a hablar de la experiencia no ayuda.
—¡Eso no fue real! El detective estaba desesperado por respuestas, ¡yo hubiera hecho lo mismo en su lugar! Esto no es por lo que pasó, eso ni siquiera importa.
—¿Y qué importa, Samanta? —preguntó con la misma pasividad como si estuviéramos hablando de una película—. ¿Qué es lo que importa? ¿Salvar a tus hermanas? ¿Encarcelar a Lucian? ¿Terminar con el caso?
Iba a responder que sí, cuando ella añadió:
—¿O lo es el sanarte a ti misma?
No quise responder a eso.
Dafne me contempló en silencio, hasta que finalmente, suspiró y empezó a escribir en su tablilla.
—Esta tarde quiero que hagas algo por mí —dijo.
—¿Cómo qué? —solté con sequedad.
—Quiero que hables con el señor Hard y le pidas que haga lo que pueda de lo siguiente que voy a escribir. —Me tensé ante sus palabras, y ella se percató de ello—. No le diré nada de lo que hayamos hablado, pero si tanto estás desesperada por librarte de las pesadillas, entonces intentarás hacer cada palabra que diga. No permitiré que cambies una dependencia por otra, no sin antes intentar una alternativa. A no ser que prefieras asistir a un grupo de apoyo.
Formé una mueca. Esa había sido una de sus primeras sugerencias, pero la idea de acercarme a desconocidos para hablar de mis problemas no era algo que me apeteciera.
Terminó de redactar en su tableta, tomó la hoja, la dobló en dos y me la pasó con firmeza.
—Si gustas, léelo, pero procura entregárselo y asegurarte que él también lo lea en cuanto lo tenga a la mano.
—¿Es necesario?
—Si lo que está escrito en esa lista puedes conseguirlo por ti misma, claro que no, pero será mucho mejor si cuentas con su apoyo. —La miré insegura—. Confía en mí. Esto puede ayudar.
Miré la hoja con suspicacia, pero asentí.
Al terminar me apresuré a salir al encuentro de Derek, pero al checar el reloj descubrí que todavía no era hora de su salida del trabajo, por lo que esperé en una de las sillas de la recepción. Abrí la hoja, pero cuando terminé de leer la lista, la cerré de inmediato. ¿Todo eso ayudaría? Y lo que era más bochornoso, ¿Derek tendría que estar al tanto? No dudaba que lo hiciera, pero, ¿qué pensaría?
Era irónico que me preocupara por eso cuando hacía días que le seguía ensuciando la cama. Estar al tanto de una lista no debía ser menos humillante.
Cuando llegó, me levanté y salí a paso rápido en dirección a su auto.
—¿Cómo te fue? —preguntó en cuanto subí.
Iba a responderle con un mordaz "Bien", pero al instante noté algo.
El rostro de Derek estaba surcado por el nacimiento de unas ojeras.
Justo en ese momento el irreconocible sentimiento de culpa se instaló en la boca de mi estómago. Tenía que obligarme a recordar que las pesadillas no sólo me pasaban factura a mí, sino también a él.
—Ten. —Le ofrecí la hoja y él la aceptó con un leve ceño arrugado—. Dafne me pidió que te lo entregara.
Desdobló el papel, y cuando empezó a leer, desvié la vista avergonzada.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Mi voz salió tímida.
—Es para las pesadillas. Dice... dice que, si ayudas siguiendo sus instrucciones, esto podría ahuyentarlas, o al menos disminuirlas. —Al ver que seguía leyendo, añadí—. No tienes que hacerlo, es algo opcional para ti.
—No —dobló otra vez la hoja y arrancó el auto—. Lo haré con gusto.
Iba a responderle con un "Gracias", pero al reparar de nuevo en sus ojeras, entendí que tal vez aquello no lo hacía sólo por mí.
Esa noche estuve a la espera, aguardando a que Derek hiciera algo que se relacionara con el contenido de la hoja, pero se mantuvo igual que siempre, incluso continuó con la idea de disfrutar una película para antes de dormir.
Yo esperé al ras del suelo, mientras él salía a buscar algunas cosas y regresar poco después con bolsas de compra. Creí que se trataría de algunos aperitivos, pues siempre preparaba uno, aunque terminara por dejarlo comer solo, pero me sorprendió cuando se dirigió a la habitación con una pequeña caja. Estuvo unos minutos adentro y después volvió rumbo a la cocina, sin ella. Quise levantarme para averiguar de qué se trataba, o preguntárselo directamente, pero antes de que me atreviera a hacerlo, regresó con una sencilla taza caliente.
—¿Qué es esto?
—Un poco de té —dijo, sin añadir más explicación.
Se sentó a mi lado, con su propia taza, y reprodujo la película.
Bebí un poco. El té estaba dulce, aunque no demasiado y bastante caliente. Por un breve instante permanecí observando el contenido oscuro con recelo, pero finalmente la película me atrapó lo suficiente para que diera pequeños sorbos sin percatarme de ello.
Cuando la película acabó, Derek me miró.
—¿Cómo te sientes?
Su pregunta me dejó confundida al principio, pues no era la que había esperado que hiciera, ya que normalmente sólo deseaba hablar de la película, pero no tardé en saber a qué se refería.
—Creo que bien.
Asintió. Permanecimos unos segundos en silencio, hasta que tomó su computador para cerrarlo.
—Espera —dije. Él me observó intrigado—. ¿Podemos ver otra?
Como respuesta, Derek alzó las cejas.
—Sam, es un poco tarde.
Eso lo sabía, pues los ojos me pesaban y, al parecer, el té me había provocado una repentina somnolencia, pero a pesar de sentirme relajada, el miedo de que las pesadillas volvieran comenzaba a asfixiarme el pecho.
—Sólo una más —supliqué.
Derek dudó, pero al final suspiró y asintió.
A la siguiente película ni siquiera le presté mucha atención. Mis párpados caían y, cuando me daba cuenta, me despertaba de golpe y sacudía la cabeza. A veces me sorprendía cabeceando, apoyando mi frente sobre uno de los hombros de Derek, era entonces que me enderezaba y fingía que había visto un mosquito, demasiado abochornada como para mirarlo a la cara.
Permanecí con esa lucha constante, batallando contra el sueño y el bostezo, y cuando la película acabó, dos sentimientos se encontraron: alivio de que por fin hubiera terminado y temor de lo que haría después.
Cuando estuve a punto de decirle adiós, reparé en que Derek, a diferencia de mí, sí se había rendido al sueño. Tenía la cabeza echada hacia atrás, apoyada en el asiento del sillón, los brazos cruzados y la boca ligeramente abierta.
No estaba segura de si despertarlo o no, pues él, al igual que yo, no había podido dormir por culpa de mis malos sueños, pero intuí que agradecería que lo despertara para encontrar una mejor postura, así que lo hice.
Abrió los ojos con un respingo, se frotó los párpados y me despidió con un ademán.
En la habitación me encontré con la bombilla apagada, pero esta vez no me preocupé por encenderla, pues la luz diurna de una pequeña lámpara brillaba en su lugar. Era de un azul oscuro, no demasiado intenso para lastimar al dormir, ni tampoco tan oscura como para despertar mis miedos. La sorpresa de encontrarme con ella casi me ahuyentó el sueño, y recordé la caja que Derek había llevado sin decirme nada al respecto.
El sentimiento de profundo agradecimiento se instaló en mi pecho.
Sin duda, aquello era parte de las instrucciones de Dafne.
Emocionada por averiguar si aquello funcionaba, dejé que el cansancio me moviera hasta yacer sobre la cama, y le permití a mi mente adormecida sumergirse en el sueño.
...
Un sueño en donde ellas estaban.
Las risas de mis hermanas me tenían rodeada, incluso la de Wen. Nos hallábamos en uno de los dormitorios, que a juzgar por los excesos de tela y zapatos en el suelo, se trataba de la habitación de Karla. Ella tenía la cabeza recostada en mi hombro; Tiana, por su parte, sobre mi estómago; y Liz, a lado de mi cabeza. Las cuatro estábamos en la cama, riendo de algo que Anne decía mientras imitaba las expresiones de Wen, y esta, a diferencia de lo que realmente hubiera ocurrido, se reía. Lia estaba sentada, con Emily a sus pies, quien apoyaba su cabeza sobre sus rodillas.
La escena era perfecta, tan cálida como el recuerdo que genera el ver una linda fotografía. Sólo éramos un par de chicas que pasaban el rato, riendo de alguna tontería.
De pronto, algo se las llevó.
Tardé en darme cuenta de que me reía en solitario, y cuando el eco de mi única risa hizo efecto en mí, me levanté sobresaltada. A mi alrededor no había nada, ningún rastro a excepción de una repentina negrura, aunque aún podía ver la cama en la que me encontraba.
—¿Chicas? —pregunté.
Algo apareció de golpe en la oscuridad, un par de manos sin cuerpo que flotaban a unos metros, largas y firmes, que empezaron a aplaudir.
—Bien hecho, mi Rapunzel.
La voz, que había salido como si abarcara toda mi cabeza, me obligó a buscar su origen, aunque no lo encontré.
—Siempre siendo tan buena actriz —soltó una risa.
—Cállate —escupí.
—¿Callarme? —rio de nuevo—. ¿Cómo puedo callarme? Eres tú quien me tiene en su cabeza.
Al no hallar nada aparte de aquellas manos, deduje que debían ser la fuente del ruido, ya que mientras la voz hablaba, las manos se movían, como los movimientos de un director a su orquesta. Mis ojos siguieron esos dedos, sospechando que en cualquier minuto podrían atacarme.
—Me halagas. No importa los esfuerzos.
Con una sacudida de mi espina dorsal, descubrí que la voz se posicionaba detrás de mí.
Y me susurró al oído:
—No dejas de pensar en mí.
Otras manos invisibles se apoderaron de mis hombros, y al instante, sentí una llamarada de dolor en la columna.
Grité.
Desperté cayéndome de la cama, antes de que la luz de la bombilla de la habitación se encendiera y opacara el color azul de la nueva lámpara. Respiraba entre jadeos, mientras Derek iba en mi ayuda y se detenía frente a mí con el rostro preocupado.
Nos observamos una fracción de segundo.
—Yo... yo... —tragué saliva.
Maldita sea.
Maldita sea, maldita sea, ¡maldita sea!
Derek suspiró. Pasó una mano por su rostro cansado y ojeroso, mientras ambos procesábamos lo que desgraciadamente acababa de pasar.
No había funcionado. Las instrucciones de Dafne no habían funcionado.
Gruñí de frustración. ¿Por qué? ¿Por qué, maldita sea, por qué?
—Ven, Sam —habló Derek, con voz igual de agotada que su rostro—. Todavía es de noche. Aún podemos descansar.
Intentó levantarme, pero me resistí.
—No. No, es que... No lo entiendo.
—Sam...
Me levanté, enojada y frustrada, mientras me fijaba en mi alrededor. Las sábanas en el suelo, y la minúscula lámpara encendida sin competir con la intensidad de la bombilla.
Estaba cansada, cansada y hastiada de todo. ¿Por qué no podía dormir? ¿Por qué diablos no conseguía hacerlo?
—Esto es injusto —me senté en la cama con una mueca en la boca, rechiné los dientes y formé mis manos en puños. Amantes, quería golpear a alguien, tal vez a mí misma—. No puedo dormir, y lo que es peor, no puedo evitar despertarte. ¿Qué demonios pasa conmigo?
—No empecemos a desesperarnos —él levantó las sábanas. Afortunadamente, no las encontré manchadas—. Esto no sucede de una noche a otra. Necesitas tiempo.
Terminó por acomodar las sábanas, de tal manera que pudiera cubrirme con ellas. Finalmente, al darse por satisfecho, se volvió hacia la puerta.
—Por favor, intenta descansar de nuevo. Posiblemente esta vez podamos.
—Derek.
Se detuvo.
—¿Sí? —Amantes, su tono cansado me corroía.
Tragué saliva. Tal vez, lo que iba a pedirle era una medida desesperada. Ya era demasiado con hacerlo dormir en el sillón, con despertarlo a mitad de la noche, ¿y ahora me iba a atrever a pedirle algo más?
Pero era precisamente por eso, porque estaba desesperada, la razón por la que tenía que probar con algo más.
Me armé de valor.
—¿Podrías quedarte?
Se quedó clavado en la puerta. Mi pregunta pareció despertarlo de golpe, mucho más que los gritos de mis pesadillas. Me miró por encima del hombro, atónito y con el ceño fruncido.
—¿Qué? Sam...
—Sólo por esta noche —añadí—. Por favor.
Vaciló, largo y detenidamente. Había muchas cosas implicadas en esa frase, cosas que ninguno de nosotros soltó en palabras pero que sabíamos perfectamente lo que significaban. Una línea frágil de la que nunca habíamos hablado porque, sencillamente, no hacía falta hacerlo. Además, aquello no lo incluían las indicaciones de Dafne.
En ese momento, sin embargo, ninguna de tales implicaciones me importó. La idea de quedarme sola en compañía de mis pesadillas, acompañada de mi creciente frustración y la impotencia, era tan angustiante como las pesadillas en si.
Creí que se negaría, estaba esperando escuchar su respuesta, y en ese caso, no me quedaría más remedio que mantenerme despierta al igual que la luz de la bombilla, pero entonces, él cerró la puerta.
Quedándose.
—Sólo esta noche —dijo.
Solté un poco de aire.
—Sí. Sólo esta noche.
—Bien —sin embargo, no se movió de su sitio. De pronto ambos estábamos muy incómodos, y él carraspeó—. Eh... ¿dónde quieres...?
Miró hacia la cama, y en ese momento dudé. ¿Era de verdad una buena idea?
El temor hacia mis sueños fue más fuerte, y sin pensarlo dos veces, señalé a mi izquierda.
Derek se acostó, pero a pesar de estar en una cama después de dormir por varios días en un viejo sillón, su cuerpo se puso más rígido que nunca. La luz de la bombilla permaneció encendida, pero no me atreví a señalarlo ni mucho menos a levantarme. Éramos como estatuas, con los brazos rectos como palos, cada uno por su lado.
—Bueno —dijo—. Tal vez saquemos algo positivo de esto.
Lo miré desconcertada.
—¿Ah sí?
—Sí —dio un bostezo—. Al menos al fin conocerás una parte de mí que no quería que vieras. Eso será un peso menos en mi conciencia.
Fruncí el ceño.
—¿Algo de ti que no querías...?
Sonrió, y cerró los ojos.
—Mis flatulencias.
Tardé en reaccionar, y solté a reír.
Derek no habló después de eso, y yo, menos tensa que antes, pude cerrar los ojos.
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