CAPÍTULO 14
—¿Dónde está Lia?
El detective Jayson ni siquiera volteó a verme.
—Ella no vendrá. Sólo requerimos su presencia.
Días habían transcurrido desde la visita de la madre de Derek, y aunque todavía sentía la presión de las paredes, además de la reticencia de mi cuerpo para relajarse, debía admitir que por fin me hallaba cómoda con él. La rutina funcionaba de maravilla, y la noche de películas seguía vigente.
Aunque también las pesadillas.
Sin embargo, cuando el detective llegó de improviso y pidió que lo acompañara, no dudé en hacerlo por inercia. Derek estaba a punto de marcharse cuando el hombre llegó, así que al ver que seguía sin terminar mi desayuno, insistió en envolverlo para que lo comiera en el camino.
Desgraciadamente lo mantuve sin tocar.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—Ya lo verá.
La incertidumbre me dejó inquieta. No era por haber encontrado a las chicas, la ausencia de Lia lo confirmaba. Tampoco creía que insistiría en entrevistarme en su pequeño cubículo debido a lo inefectivo que había sido en otras ocasiones. ¿Era acaso por el señor Elliot?
—¿Se trata del hermano de Lucian? —pregunté nerviosa.
Tanto el detective como el oficial al volante fingieron no escucharme.
Preferí pensar que la falta de respuesta era debido al mal humor, tal vez odiaran responder preguntas cuando era claro que no me dirían nada hasta llegar a nuestro destino, pero aun así sentí retortijones. Observé por el paisaje y mientras la vista de la ciudad discurría rápidamente, pensé en que, aunque había huido de casa, continuaba siendo retenida en un mismo sitio. Ni siquiera había podido recorrer las calles de esa nueva ciudad por precaución. Tampoco es que supiera a dónde ir, mucho menos tenía dinero. Mis conocimientos de la zona eran por lo tanto limitados, no obstante, hubo un cambio en el ambiente que se me hizo familiar.
La ciudad dio paso al bosque, y por dos eternas horas estuvimos rodeados por una densa vegetación, a excepción de la larga carretera de asfalto. Exactamente no sabía dónde nos encontrábamos, pero no tenía que ser una experta en geografía para saber que mi intuición no me engañaba. Cuando pasamos cerca de un par de cordilleras, y un camión de autobús pasó por nuestro lado, a ambos los reconocí de inmediato
—Me está llevando a Dollsville.
—No precisamente.
—A la casa. —Me tensé sobre mi asiento—. ¿Por qué? ¿Qué más hace falta ver allí?
Nuevamente quedé sin respuesta.
Por los amantes, ¿por qué tenía que volver a ese lugar?
La confirmación de nuestro destino me dejó helada el resto del camino. Incluso cuando el auto se desvió y se introdujo en un delgado caminillo que ya me conocía de memoria fui incapaz de moverme. Mi respiración se hizo irregular, y mis manos se aferraron a la manija de la puerta.
Un auto nos esperaba delante de la entrada principal, pero no había nadie más a excepción de otro oficial, que hizo un asentimiento en nuestra dirección cuando el detective Jayson bajó del vehículo.
Estaba aferrada a la palanca de la puerta cuando él la abrió de un jalón.
—Detective...
—Baje por favor.
—Es que, no creo...
—Señorita Grove —lo miré a los ojos, él ablandó su voz—. Samanta. Una disculpa. En serio que no pretendo hacerle ningún daño, pero necesito que baje del auto.
Tragué saliva.
—¿Para qué? ¿Qué vamos a hacer?
—Algo que es necesario que se haga —y dicho esto, me extendió la mano.
Seguí sin moverme, aunque tampoco vi muchas opciones que tomar al respecto. Comenzaba a asustarme de verdad, pero mi intuición, que hasta el momento me había dejado congelada en el asiento, me hizo recordar que el detective no era nadie más que la persona dispuesta a resolver nuestro caso. Él era digno de fiar, ¿o no?
Temblorosa, acepté y apreté su mano. El sonido de la puerta del auto al cerrarse ni siquiera reverberó en mis oídos cuando contemplé desde afuera aquella casa del terror. Seguía igual que antes, tan exactamente igual.
El detective nos dirigió a la entrada, que ya estaba abierta, y nos introdujo sin hacer ningún ruido.
Adentro nos recibió el mismo ambiente abandonado, el jardín que comenzaba a secarse y la fuente de la mujer petrificada, sin expulsar agua de los montículos que tenía por pechos.
Hice un rápido vistazo a nuestro alrededor, donde no encontré a nadie más, ni siquiera a Dafne. ¿Estaría ella al tanto de esto? Si le detective Jayson ya había actuado a sus espaldas, supuse que no. ¿Qué era lo que él planeaba esta vez?
—¿A qué parte vamos? —pregunté, cuando ya nuestros pasos se escucharon en el vestíbulo principal, frente a la escalera que daba a la segunda planta.
—A la que necesitamos estar.
Eso no me decía mucho, pero me dejé guiar por él pensando que retomaríamos la dinámica anterior, conmigo relatando lo que recordaba y con alguien tomando apuntes. El detective me sostuvo la mano todo el rato. Mi intuición, de pronto, se puso en alerta.
—¿A las habitaciones exclusivas? —Esta vez no oculté el temblor de mi voz.
Él no respondió.
El estómago se me encogió. Por el rumbo de nuestros pasos, estimé que iríamos a la antigua oficina de Lucian, pero cuando en un recoveco nos desviamos del camino, comprendí exactamente a dónde me llevaba.
—No —me jalé, pero no me pude liberar—. No, espere, ¡no me llevé allí! —Él continuó sin inmutarse—. Detective, se lo suplico. ¡Dafne! —Me giré desesperada, dispuesta a salir corriendo, pero el detective me rodeó por la cintura—¡Suélteme!
—Samanta, no haga esto más difícil.
—¡No! ¡No puedo estar allí! —Era imposible medir mi fuerza contra la de él, y sentí mi cuerpo siendo arrastrado hacia esa oscuridad—. ¡Dafne!
Ella no estaba allí, no estaría de acuerdo en exhibirme a algo así, pero a pesar de que lo sabía, mi primer pensamiento fue su nombre, la única persona que entendería que aquello era un error. ¡Tenía que luchar! ¡Salir de allí!
Grité por más ayuda, arañé al detective para que me soltara. Hacer caso de la técnica de cuatro pasos no iba a funcionar con lo que se venía. Regresaría al lugar de mis pesadillas y nada podía hacer para impedirlo.
—¡Suélteme! ¡No!
Escuchaba la respiración pesada del detective cuando abrió una puerta que reconocí al instante, una pesada y de metal con cintas que restringían el acceso. Me aferré a las bisagras como si pudiera enterrar mis uñas.
—¡Pongan la silla! —lo escuché decir.
No, no, ¡NO!
—No lo sé —gimoteé—. No lo sé, no lo sé, no lo sé, no lo sé...
—Se está desmoronando —oí que alguien decía—. Tal vez, si invitáramos a la doctora...
—Háganlo —exigió tajante. La persona que estaba allí, quien fuera que sea, no replicó después de eso.
Sujetaron mis brazos, y a pesar de mi resistencia, mi propio cuerpo se volvió completamente flácido. Mi cerebro bramaba por huir, mis manos querían aferrarse a mi cuerpo y encogerme hasta desaparecer, pero mientras lloraba y murmuraba más "No lo sé", sentí cómo me obligaban a sentarme en una silla metálica, y la cara del detective surgió de la penumbra bajo la luz de la única bombilla.
—Por favor —balbuceé—. No lo sé, no tengo idea.
El hombre se agachó. La dureza de su rostro había amainado y ahora me contemplaba con lástima.
—Samanta...
—No tengo idea, no lo sé —cerré los ojos, llorando, empezando a moquear. Temblando—. Le juro que no lo sé.
Hubo un lapso de silencio, interrumpido por mis quejidos. Mantuve mis ojos en la oscuridad de mis párpados, ya que, de alguna manera, prefería esa penumbra que aquella que me rodeaba. Ese sitio donde mi espalda ardía y mi humillación era más grande.
—No lo sé, de verdad que no lo sé.
Una mano se posó en mi hombro. El gesto era delicado, pero aun así me sobresalté. Permanecí con la vista cerrada.
—Samanta, por favor. Nos queda muy poco tiempo, no tenemos muchas opciones, ya ni siquiera he podido convencer a mis superiores de que aplacen el caso. Necesitamos que nos diga, ¿qué fue lo que pasó? ¿Qué es lo que sabe? ¿Qué recuerda de Lucian Jones?
Mi cuerpo convulsionó ante esas preguntas. Quemaduras en el brazo, ardor en la pierna por causa de un latigazo invisible, la humillante sensación de querer ir al baño.
—No lo sé —lloriqueé—. Sólo quiero irme a casa. No quiero estar aquí.
—Sí, sí lo sabe —me tomó de los hombros, y el tacto fue como una llama. Mordí mis propios labios para no soltar un alarido—. Por favor, Samanta, haga el esfuerzo. No deje que ese hombre nos gane, no permita que se escabulla y consiga salirse con la suya. Dígame algo, cualquier cosa que recuerde. Un dato, un lugar, un nombre. Lo que sepa.
—Detective... —dijo alguien, pero él mandó a callar.
Seguí temblando. Mi piel entera debía estar casi calcinada, y no me di cuenta de que orinaba cuando ya era muy tarde, cuando me llegó el fuerte olor de mi debilidad.
Lloré con más fuerza.
—No lo sé —sollocé.
Hubo un silencio interrumpido por mis súplicas, las cuales hacían eco por toda la habitación como si tuviera una bocina.
—Señor Jones, venga por favor.
El nombre provocó un escalofrío por mi columna. Miré atemorizada hacia la oscuridad, aunque lo único que encontré fue la silueta del detective que no dejaba de mirarme.
—Dice que no quiere hacerlo.
—Entonces encienda la luz —masculló entre dientes—. No importa cómo, ella tiene que verlo.
Pero quien sea que era la persona con la que hablaba, esta titubeó.
—No.
—Halery...
—Nadie me dice qué hacer. Si quiere que se enciendan, hágalo usted mismo.
Las manos liberaron la presión sobre mis hombros, y aunque nada me ataba a la silla, mi cuerpo permaneció sin responder, como si me hubiera convertido en piedra.
O como si volviera a ser una muñeca.
Una luz intensa me hizo parpadear, y me escocieron los ojos. Cuando me adapté, casi pude ver imágenes de sangre seca en las paredes, látigos manchados de sangre, pero al poco tiempo entendí que aquello sólo eran mis recuerdos, porque esa habitación, que antaño me había marcado cicatrices en la espalda, ahora estaba totalmente vacía.
Excepto por tres personas.
El detective tenía puesta la mano en una esquina de la pared, y me observaba fijamente. Halery también estaba allí, aunque ella tenía el ceño fruncido y las manos cruzadas sobre el pecho.
Pero en la otra esquina, estaba Lucian.
Lo contemplé aterrorizada.
Tal vez era la falta de visión por causa de las lágrimas, tal vez ambos habíamos regresado al pasado y ahora nos mirábamos frente a frente como si todavía él fuera mi dueño y yo su mascota. Pero sea como fuere, todo mi cuerpo reaccionó en dolor cuando esos ojos azules se clavaron en los míos. Abrí la boca para suplicarle que me dejara ir.
Pero él, sorpresivamente, desvió la vista.
—Samanta —la voz del detective pareció que llegaba desde muy lejos, y a pesar de que era consciente de que me hablaba, no aparté mi vista de aquel hombre—. Por favor, recuérdelo.
Lucian mantuvo los ojos clavados en algún lugar de esa habitación. Por alguna razón, no llevaba su traje elegante, ni siquiera tenía el cabello impoluto. No se parecía al dueño que recordaba, con la postura erguida y seguro de si mismo; en su lugar, tenía las manos nerviosas jugando dentro de los bolsillos y tragaba saliva.
—No haría esto si supiera que habría otra forma —insistió Jayson—. Pero no la hay.
Hubo un estruendo, más parecido a un grito. Las tres cabezas de los presentes se desviaron en dirección a la puerta, mientras el ruido de unos zapatos de tacón se escuchaba a lo lejos.
—¿La llamó? —inquirió el detective.
—No —respondió Halery. Sin embargo, elevó una leve sonrisa de satisfacción mientras se recargaba en la pared—. Pero me alegro de que haya descubierto su artimaña.
El hombre apretó la mandíbula. Me miró de nuevo y soltó un profundo suspiro.
—Entonces hemos perdido el tiempo.
Halery se limitó a mirarse las uñas, mientras yo mantenía la vista puesta en ese Lucian nervioso y fuera de lo común. De pronto, la voz de una mujer hizo presencia en la habitación.
—¿Qué está pasando aquí?
Era la voz de Dafne.
De alguna manera, aunque sabía que ella era confiable, todo dentro de mí se mantuvo en esa misma alerta tensa, mirando al extraño Lucian. No podía estar de otra forma mientras él siguiera allí presente.
Aunque ya no estaba segura de que fuera el Lucian que yo pensaba.
—¿Puede usted explicarme qué es lo que estaba tramando? —La voz de Dafne se hizo más cercana, y solté un respingo cuando noté sus manos rodeándome—. Abordar así a mi paciente, ¿acaso no sabe las implicaciones de lo que hacía?
El detective se llevó una mano a la cara. De pronto lo encontré cansado, tenía los hombros hundidos.
—Sí. Sabía lo que hacía.
—¿Ah sí? —Ella lo fulminó iracunda, aunque sus manos me sostuvieron con suma precaución—. Samanta, ¿puedes oírme?
La pregunta me provocó un leve dolor en la columna. Sabía que era Dafne, incluso mi cuerpo por si solo pareció reconocerla al sentir su tacto delicado, pero no pude apartar mi atención del falso Lucian a pesar de que lo intentaba.
—Ven, vamos. Esto ya ha terminado.
—No —el detective dio un paso adelante—. Esto no termina.
—Disculpe, detective, pero si hablamos de prioridades, la salud de mi paciente debería ser una de ellas.
—No cuando se trata de este caso.
Jamás había visto a Dafne tan molesta por nada ni con nadie. Me dejó sentada de nuevo en la silla metálica, con extremo cuidado como si fuera una criatura frágil. Luego se plantó cara a cara con el detective.
—Esto que ha hecho no está permitido dentro del programa. Usted mismo sabe que desde el día uno se aclaró que no importaría lo que pasara, la seguridad de la víctima es lo primero.
—Y estoy cumpliendo con ello —gruñó él—. Hay vidas en juego, personas como ella que dependen mucho de que las encontremos. ¿No lo entiende? Estamos a pocos días de que den el caso por perdido, almacenado en los archivos de una jefatura como "no resuelto". ¿Acaso es lo que usted quiere? ¿Qué perdamos la única oportunidad que tenemos de dar con el sujeto? Estuvimos así de cerca de atraparlo antes, no pienso cometer el mismo error ahora.
Vi a Halery girar los ojos. Al parecer, ella ya había presenciado aquella conversación miles de veces, a la que tal vez nunca se llegaba a ninguna conclusión.
Pero a pesar de notar esos detalles, seguí sin apartar mi atención del que ahora recordaba, era el hermano de Lucian Jones.
Aquel tipo se reacomodó en una pierna. Evitaba cruzar la mirada conmigo, incluso se mantenía encogido como si esperara pasar desapercibido. No sabía por qué no podía desviar la vista de él, no esperaba que de pronto decidiera hablarme o siquiera sonriera, tampoco es que lo quisiera, pero, mientras el detective Jayson y Dafne continuaban con la discusión, el hermano de Lucian levantó de nuevo la vista y me miró vacilante.
"No es él", tuve que obligarme a repetir. "No tiembles Samy, él no es quien tú crees".
Buscó algo entre sus bolsillos, un movimiento que me puso nerviosa, y posiblemente seguía imaginándome cosas, porque sus manos se hicieron más lentas, precavidas. Sacó una pluma y libreta pequeña, las mantuvo en alto para que las viera detenidamente, y luego escribió:
"Lo siento".
Contemplé esa hoja sin pensar en el significado. Él pareció esperar mi reacción.
—No quiera manipular a mi paciente y a mí para justificar métodos que no son para nada justificables —decía entonces Dafne—. Esto está en contra de las reglas. Incluso de la ley.
El hermano de Lucian, con el mismo aspecto de alguien que no estaba seguro de lo que hacía, volvió a escribir.
"¿Estás bien?"
¿En serio era una pregunta?
No logré distinguir si me incomodaba más el hecho de que la respuesta era por total obvia, o porque él la había escrito, pero aquello y mi silencio no parecieron convencerlo. Dubitativo, mientras los demás seguían inmersos en la disputa, el tal Elliot se aproximó a mí, con pasos cortos y cautelosos. Sus movimientos me hicieron poner la espalda dura, y mis dedos se aferraron a las orillas metálicas de la silla. Cuando acortó la distancia, con la misma alta estatura que le confería también a su hermano, estuve a punto de romperme en dos por el miedo a que me tocara.
Pero en lugar de eso, me tendió la libreta y el bolígrafo.
Depositó ambos en mis rodillas, evitando que su piel rozara la mía, con extremo cuidado. Luego me observó a la espera.
Miré la libreta.
La pregunta "¿Estás bien?" resaltaba en negro y parecía burlarse de mí.
No, no estaba bien. Manchada de mi orina, asustada de mis propios recuerdos, con el miedo asegurado de que jamás encontraríamos a Lucian y a las chicas.
Tomé el bolígrafo y escribí:
"No".
El hermano de Lucian leyó la respuesta. Asintió. Tal parecía que se la esperaba.
Estaba sumida en su siguiente movimiento, pero al igual que el sonido a nuestro alrededor, él se detuvo. Cuando lo hizo, me di cuenta que todos en el cuarto habían guardado silencio.
Halery, el detective y Dafne nos observaban a los dos. La primera con una sonrisa en los labios, como si se conociera un truco secreto, los demás con el ceño fruncido.
El señor Elliot me pidió la libreta.
"¿Te gustaría salir de aquí?" escribió.
Asentí a modo de respuesta. Él sonrió comprensivo. Era raro que ese rostro mostrara emociones parecidas, pero tuve que recordarme de quién se trataba. No era Lucian, no era para nada como él.
"También yo", fue lo que me mostró después.
—Samanta —murmuró Dafne, atónita—. Estás...
Por la forma en que los tres me miraban, bien podía haber hecho un descubrimiento brillante, aunque sólo había intercambiado palabras escritas con el señor Elliot. Miré la libreta, y volví a leer lo que ambos escribimos.
Y caí en cuenta.
Aquello eran preguntas. Preguntas que había hecho la viva imagen del Lucian que tenía en mi mente, aunque ya estaba segura de que no lo era.
Y yo las había respondido.
Le arrebaté la libreta, y sin saber si aquello funcionaría o no, comencé a descargar información, información que mi cerebro guardaba con tanto celo, y que tal vez en otro momento habría dicho "No lo sé" si se hubiera tratado de preguntas orales, pero en ese instante, escribiendo, lo dejé caer como cascada.
"Madam".
"Señor Director"
"Señor F".
La lista se hizo larga.
—¿Qué está haciendo? —preguntó el detective.
Alguien se acercó a inspeccionar, aunque mantuve mi concentración en el papel. Tenía miedo de que si me distraía, aquella revelación se esfumaría.
—Es una lista —oí decir a Halery—. Una lista de... nombres.
No tuve idea de cuánto tiempo pasé escribiendo, y tampoco nadie me interrumpió. Al final, llené casi cinco hojas, cinco hojas de ambos lados con los nombres de todos los invitados que recordaba de esa macabra fiesta. Si algo más recordaba de esa ocasión, es que no había participado como el resto de las chicas debido a un trato entre Karla y Lucian, pero no conforme con ello, él se las había apañado para obligarme a asistir como su sombra.
Una sombra que había estado pegada a él, mientras hombres y mujeres con aura poderosa pedían hacer acuerdos que sin duda, eran peligrosos.
Y que incluían a mis hermanas.
Mi mano dolía cuando por fin di mi lista por terminada. No se me ocurrieron más. Incluso anoté nombres de algunos clientes que había atendido durante las horas activas, si es que aquellos eran sus nombres.
—¿Reconoces alguno? —Le preguntó el detective a Halery cuando se apropiaron de la libreta.
Ella lo examinó brevemente. Alzó ambas cejas.
—Bastantes. Esta lista es enorme, peligrosa en las manos equivocadas. Son alias de personas que, sin duda, no estarán nada contentas cuando se vean involucradas en un caso de prostitución y tráfico de mujeres. Querrán permanecer en el anonimato. Y claro, ponernos las cosas difíciles.
El detective contempló las hojas, luego volvió a verme. Sus ojos se suavizaron.
—Gracias. Esto... esto ayudará.
No le respondí. Por su parte, Dafne me contemplaba pasmada, y cuando se dio cuenta de que la miraba, parpadeó y me dedicó una sonrisa educada.
Le devolví el bolígrafo al señor Elliot, que ahora saltaba la vista entre su libreta y yo. Iba a decir "gracias", pero me contuve. Él, muy a mi pesar, pareció adivinar mis intenciones, porque asintió un poco.
Devuelta al exterior, intenté no desviar mi atención hacia la casa. Ya estaba harta de mirarla, no quería por nada del mundo regresar una vez más, y eso fue lo que le dije al detective cuando por fin nos encontramos en el auto.
—No me haga venir más —murmuré.
Él no respondió, pero supuse que aquello lo dejaba claro. Más aún con la presencia de Dafne escuchando todo.
—Ah, por cierto —desde el asiento delantero, me pasó una caja—. Me parece que esto le pertenece.
Después de salir de aquel sótano, mi desconfianza hacia él y lo que hacía se habían incrementado. Sí, sabía que le interesaba resolver el caso, pero también que estaba dispuesto a lo que sea para salir victorioso. Era un pensamiento contradictorio, pero decidí no darle más vueltas, en vez de eso, abrí la caja.
Adentro encontré mis cosas.
Sin pensarlo dos veces me apoderé de la mochila, y meaferré a ella por el resto del camino.
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