CAPÍTULO 10


El detective se marchó sin despedirse.

De vuelta en el hotel, Lia bajó y esperó a que yo la acompañara. Por su parte, Halery salió dando un portazo sin soltar ningún comentario, y avanzó sin mirar atrás rumbo a la puerta principal.

Noté en Lia una extraña expresión. Parecía estar esperando a que el detective le dijera algo, porque no dejaba de mirarlo como si esperara una orden, palabras de consuelo o un sencillo agradecimiento.

Pero el detective Jayson ni siquiera la miró. En su lugar, lo observamos irse en el vehículo del oficial, mientras este daba reversa y se marchaba por donde había venido. Observé a Lia, y no supe por qué, pero me dio la impresión de que, al menos, confiaba en que él la hubiera contemplado por el retrovisor.

Acompañé a Lia hacia lo que había sido unas horas antes nuestra habitación. Esperé encontrarme con Helena en recepción, incluso entreverla a ella y a Halery en la entrada de la cafetería, pero no fue así.

En el camino, Lia ni yo intercambiamos palabra, a decir verdad, intuí que ella lo prefería así, pero no podía quitarme una mala sensación de encima. Observé su espalda completamente erguida mientras subíamos, y estando arriba, frente a la puerta de la habitación, mientras ella buscaba las llaves entre los bolsillos, no pude soportar más la tensión e intenté hablarle.

—Lia...

Pronunciar su nombre la sobresaltó. Se apresuró a abrir con torpeza, y sin esperar a que continuara, se giró hacia mí y preguntó:

—¿Quieres entrar? —dudé. Su tono se había vuelto frío y cortante—. ¿O prefieres esperar a Derek afuera?

Extrañada por su arrebato me quedé observándola un par de segundos. Por el modo en el que hablaba y me miraba, posiblemente la mejor opción era dejarla sola, pero esa misma mala sensación a modo de presentimiento me hizo aceptar la invitación. Aunque, era raro que tuviera que ser invitada a lo que el día anterior había sido mi habitación durante dos largos meses.

Lia cerró con fuerza, que de no ser por el esfuerzo que hacía por controlarse en mi presencia, tal vez habría azotado la puerta sin contemplaciones. Luego, sin perder tiempo corrió directo al cuarto del baño, y permaneció eternos minutos sin dar ninguna señal. Decidí esperarla sentada en la cama y contemplar por la ventana. Otra cosa no se me ocurrió hacer. Llamarla no lo vi favorable, ni mucho menos insistir a que saliera. Me limité a guardar paciencia.

Cuando ella abrió de nuevo, sin pretenderlo me quedé un largo momento con cara de sorpresa, ya que por fin capté en su rostro una señal de emoción.

Había estado llorando.

Mi voz se volvió consoladora:

—Lia...

Ella cerró con fuerza los ojos y apretó la mandíbula.

—Estoy bien.

Tomó asiento frente al espejo, agarró un cepillo y con brusquedad comenzó a pasárselo por el pelo.

Me levanté, no muy segura de lo que hacía, pero finalmente me coloqué a su lado. La contemplé un rato, dudando, hasta que pregunté:

—¿Estás segura?

Se detuvo. Si ella hubiera respondido de inmediato que sí, habría dejado de insistir en el tema. O si hubiera reaccionado de forma explosiva, le habría permitido ser su objeto de insultos y gritos. Pero en vez de eso, mantuvo su atención en lo que veía en el espejo: su rostro esforzándose por ser el mismo de siempre, pero con la boca apretada en una rara mueca. Incluso agarraba el peine con excesiva fuerza.

—No.

Llevé una mano a su hombro. Ella siguió el movimiento con la vista vidriosa y enojada a la vez. Agarré el peine con delicadeza y lo deposité a un lado.

—Soy una idiota —escupió.

La única vez que había visto a Lia llorar como lo estaba haciendo, fue con la muerte de Emily, pero incluso entonces se preocupó por mostrarse fuerte a su manera, decidida a unirse al plan para encontrar pistas en contra de Lucian. En esta ocasión, sin embargo, su energía pareció haberse agotado. En alguna parte de aquel edificio había quedado su máscara de invisibilidad, revelando lo frágil que odiaba ser.

—Lo peor es que creí que podía hacerlo —musitó—. Enfrentarme a ella. A la maldita Lady —soltó un resoplido—. Qué ingenua. Debí verme ridícula.

—No fue así. Esa mujer era una arpía. No la conocí, pero...

—Es cierto, tú no la conociste —se levantó, de pronto furiosa—. No me digas que lo entiendes o que puedes siquiera imaginarlo, porque créeme, tú no lo sabes. Vivir a ahí fue... —se miró las manos y habló entre dientes—. Yo no hice... no quise...

Gruñó, y pasó un brazo por el tocador, tirando todo a su paso.

Su respiración estaba agitada. Contempló el desastre en el suelo y ni siquiera pareció importarle.

Su repentina reacción me dejó más sorprendida que asustada, pero tal como ocurrió en ese prostíbulo, cuando su mano se aferró a la mía, supe que había acertado al no dejarla sin compañía. Tal vez por eso insistí tanto en seguirla, a pesar de que había sido evidente que no deseaba mi presencia. Sin embargo, ella necesitaba que estuviera allí.

Pensé en las veces que Lia había estado cuando las pesadillas me despertaban en la noche, y ahora ella necesitaba que la despertara de la suya.

Y comprendí que no tenía que hablar, bastaba con que le hiciera compañía.

El silencio se apropió de la habitación después de su arrebato, interrumpido únicamente por el trinar de algunas aves en el exterior. Todo ello terminó por apaciguarla, respiró profundo y se pasó las manos por el pelo.

—Lo lamento —se sentó de nuevo—. No debí desquitarme contigo.

Continué callada, lo que, para mi sorpresa, la hizo abrirse más.

—Cuando era pequeña —dijo—, mi único recuerdo es el de una habitación de madera oscura. Alguien lloraba, y no sabía qué hacer. Estaba en cama cuando la puerta de esa habitación se abrió y dos personas, entre ellas Lady, me observaron entre cuchicheos. Esa fue la única vez que actuó amable conmigo, ¿sabes? Lady —rio con burla—. Incluso entonces se veía muy anciana. Me tomó de la mano y lo siguiente que supe es que empecé a vivir con ella. En ese maldito edificio.

Mentiría si dijera que no me interesaba saber más de su pasado. Para mí, Lia sólo era una mujer extra que trabajaba sin llamar la atención en la casa de Lucian, ni siquiera nos habríamos acercado de no ser por los meses que pasamos juntas en ese hotel. Que me contara una parte de ella ahora, fue algo que me intrigaba.

—Ella te... —dudé—. ¿Trabajaste desde muy pequeña para ella?

Negó.

—Era muy chica, supongo. No me obligó a venderme hasta que alcancé la mayoría de edad. O eso creo —arrugó el entrecejo—. No recuerdo mi fecha de nacimiento. Tal vez nunca lo supieron, porque jamás me enteré del día en el que cumplía años. Posiblemente Lady sólo se dejó guiar por mi apariencia y cuando notó que ya era lo bastante mayor, después de algunos años de haber sangrado, me obligó a trabajar. No lo sé.

—¿Y mientras tanto? ¿Qué hacías?

—¿Recuerdas esas puertas? ¿Las que estaban en el pasillo? Allí mantiene a los niños. Sí, niños. No sólo recluta niñas. El caso es que nos mantiene allí mientras los demás realizan sus actividades. Durante la noche nos encerraba para que no pudiéramos salir, y al mediodía, cuando todos los clientes se marchaban, nos encargábamos de las tareas domésticas, pero no nos ganábamos el alimento hasta después de clases.

—¿Clases?

—Así lo llamaba. En realidad, sólo nos hacía "practicar". —Formó una mueca—. En ese entonces no le vi nada de raro, sólo deseaba comer. Pero conforme más crecíamos, más atrevidas eran las prácticas. Nos ponía películas en las que repetía las escenas que ella quería que hiciéramos, y luego nos asignaba un compañero o compañera. Ni siquiera recuerdo cuándo y con quien di mi primer beso.

No hacía falta decir que lo poco que me había contado no se comparaba con todo lo demás que seguramente habría vivido. Era demasiado que asimilar, y el hecho de que se hubiera animado a regresar decía mucho de ella.

—¿Y todo esto el detective lo sabe?

Suspiró.

—Sí. Claro que lo sabe.

Recordé el rostro del detective, carente de emoción, impertérrito. Sin embargo, sí que había notado su esfuerzo por mantener sus emociones a raya. Posiblemente había sido duro para él hacerlo como Lia fue el mantenerse firme.

—¿Cómo es que decidiste acompañarlo? —inquirí, acusada por mis pensamientos—. ¿Él en serio te lo pidió?

¿Hasta ese extremo llegaba la lealtad del detective por su trabajo?

Lia negó con la cabeza.

—No. Él no quería que fuera. Pero... cuando Lady se enteró que estaba allí por mí, se negó a hablar a menos de que yo estuviera presente. Jayson podía haberla obligado con una orden, pero para eso se necesita mucho papeleo y trámite, según me contó. Iba a demorar más por el medio tradicional, y conmigo sólo era cuestión de que dijera sí. Así que lo hice.

No se me pasó por alto el hecho de que lo mencionó únicamente por su nombre.

—¿Y yo? —pregunté—. ¿Por qué pidió que fuera?

Su rostro se cohibió, y con la voz débil, respondió:

—Porque yo se lo pedí.

Y podía imaginarme la razón.

No llamé a Derek por el resto de la tarde. No conseguía dar con las palabras adecuadas para avisarle de que no regresaría al apartamento. Tal vez, si dejaba que la noche avanzara, y no lo llamaba incluso hasta mañana, aquello llagaría a adivinarlo. Aunque, conociéndolo, seguramente se contactaría con alguien para preguntar por mí y saber si estaba bien. Pensar eso me hizo sentir mucho peor, pues era como traicionar la confianza de un amigo.

Pero es que no podía regresar.

Después de nuestra conversación, Lia se veía mucho mejor. Ella misma sugirió ver algo en la televisión (que no fueran las noticias), y nos mantuvimos entretenidas con lo que encontrábamos. Permanecimos en la cama incluso a la hora del almuerzo. Yo no tenía apetito, a pesar de que sólo había comido un poco de huevos en la mañana. Lia tampoco mostró entusiasmo por probar bocado, ni siquiera cuando dio la hora de la cena. No obstante, cuando cayó la noche, terminó por hacer la pregunta que me temía:

—¿No es bastante tarde? —inquirió—. ¿No vas a llamarlo?

Mantuve la atención en la pantalla.

—No lo sé.

Ella se giró hacia mí.

—¿Qué significa eso?

Me encogí de hombros. Sentí su mirada escrutadora, yo se la devolví.

—No creo que quiera regresar.

Sonrió, luego se sentó sobre los cojines, tomó el control y bajó el volumen.

—Samanta, dudó que puedas hacer algo como para que él no quiera...

—No me refería a Derek.

Su sonrisa se apagó.

—Oh —regresó su vista a la pantalla, ahora muda. Era claro que no la veía, y agregó—. ¿No te agradó?

Suspiré.

Me levanté hasta sentarme en los cojines tal como ella.

—No es eso. Derek es muy dulce, y amable. Pero... —dudé—. No creo que sea mi sitio.

—Este tampoco lo es —replicó—. ¿Qué tiene de atractivo este hotel como para que quieras quedarte? Si yo fuera tú, haría lo que sea para irme cuanto antes de aquí.

¿Cómo podía explicárselo? ¿Acaso el hecho de que las paredes me hicieran sentir rechazada no era suficiente argumento? Pensé en hacerlo, pero las palabras sonaban cada vez más forzadas y ridículas. ¿Qué importancia tenían las paredes?

Pero sabía que no podía volver. No así. Yo estaba rota, Derek no. Él no necesitaba lidiar conmigo.

Al ver que no respondía, Lia intentó decirme algo más, pero al final se lo guardó.

No soporté el silencio que le precedió a la conversación, por lo que decidí que lo mejor era que fuera a cenar, tal vez llevar un poco de comida a la habitación en caso de que no terminara la mía, que era lo más probable.

—Voy a salir. No he comido desde la mañana.

No objetó nada cuando cerré la puerta.

Bajé con paso dudoso. No tenía hambre, pero otra cosa no se me ocurría. Anduve por la escalera ensimismada en lo que me había dicho, y entre más lo pensaba, más me aferraba a la idea de que no debía llamar a Derek, por muy insultante que se viera.

Sumida en el mismo dilema, no me di cuenta que ya me encontraba en el primer piso. Sabía que el hotel no era muy grande, pero de todas formas me sorprendí encontrarme allí tan rápido. El aroma de la cena de la cafetería me llegó a la nariz, y muy a mi pesar, eso despertó un poco mi apetito. Tal vez podía llegar a una decisión con el estómago lleno.

Cuando entré no encontré más personas que dos oficiales, Helena, que observaba la pantalla de su computador, y Halery, que en ese momento escribía en un papel frente a un inquilino muy alto y cabello rubio. Este me daba la espalda, y por la manera en que Halery lo miraba de reojo, podía decir que por fin encontraba a alguien con quien divertirse en la cama.

Giré los ojos. Nunca cambiaría eso de ella.

Pedí un plato de cena, (a esas alturas ya ni siquiera preguntaban por mi nombre), y cuando me quedé esperando a que me lo entregaran, vi que Halery seguía jugando con el hombre, que en esta ocasión, tomaba el papel y lo leía.

Fruncí el ceño. Algo en ese tipo me resultó levemente familiar.

Helena, sillas más atrás, cayó en cuenta de mi presencia. Su rostro se transformó al pánico al verme. ¿Pero qué rayos?

—¿Señorita?

Iba a girarme para agradecer el servicio, pero entonces, aquel sujeto se dio la vuelta.

Era Lucian.

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