CAPÍTULO 0


Hace menos de dos años

Annabella nunca aprendía de sus errores. ¿Para qué hacerlo? Sólo así su vida era menos ordinaria.

Excepto cuando cometió el peor de todos: el confiar.

¿Qué se hace cuando una hermosa mujer, elegante y divertida se acerca a ti en una noche de copas en un bar? Entablas una conversación con ella por supuesto. ¿Qué haces si todo lo que sale de su boca termina por embrujarte para que la acompañes a su cama? Te dejas llevar por su aura seductor y permites que te hechice, claro que sí. ¿Y si te presenta a quien crees que podría ser el hombre más arrebatadoramente sexy y ardiente del planeta? Te enrollas con ellos hasta al día siguiente.

Y al siguiente y al siguiente.

Pero, ¿qué pasa si incluyes sentimientos de por medio? Tenemos el error perfecto. La mayor metedura de pata de su existencia.

Esperaba que en esa ocasión no ocurriera lo mismo o ya podía dar por rebanada su cabeza.

—Estás loca.

Annabella hizo de oídos sordos a esas palabras, concentrada en recordar cada uno de los detalles de su plan.

Su boca no hizo lo mismo.

—No te estoy pidiendo permiso.

—Sigues estando loca —Karla la tomó del brazo para que la encarara, a lo que Annabella respondió con un arrebato—. Anne, ni siquiera me estás escuchando.

—Dejé de hacerlo desde hace mucho, ¿por qué esta vez sería diferente?

—¿Será porque planeas cometer una estúpides?

—Iré a hacer un trato con él —replicó—. ¿No es eso lo que tanto nos recomiendas siempre?

—Llevas cinco años aquí, nunca te ha interesado nada de lo que Lucian tiene a pesar de que te lo he aconsejado, ¿por qué aceptar ahora? ¿Qué es lo que planeas esta vez?

—No es de tu incumbencia.

—Anne...

—Iré ahora mismo. Si me encuentro con tu nueva mascota, será mejor que le tapes los ojos.

—¿De qué estás hablando?

Anne se arrancó la toalla que puesta encima. La tela voló por detrás de su cabeza cayendo con pesadez al suelo. Se miró en el espejo. Posiblemente, si su plan salía mal, sería la última vez que se viera en uno.

«Muy bien, Lucian. Veamos qué tanto recuerdas de esas noches».

Se volvió hacia la puerta, y encontró los ojos de Karla abiertos de par en par, mirándola de arriba a abajo.

—Es en serio que no piensas considerar las consecuencias de lo que estás haciendo.

Sin responderle, se encaminó rumbo a la puerta, abriéndola con fuerza.

Y ahí se encontró con ella.

Samanta reaccionó como era de esperarse: desencajó la boca y frunció el ceño. La cara se le puso colorada antes de mirar a otra parte.

A ese paso no iba a sobrevivir tanto tiempo entre ellas. Lucian y los clientes la engullirían viva. Sus emociones eran tan fáciles de leer, y en un negocio como ese era peligroso que leyeran tu interior.

Samanta pareció querer decirle algo, pero antes de que soltara algún comentario, Anne la empujó con el hombro y pasó por su lado. ¿Qué le importaba lo que esa chica hacía? Ya se enteraría que le hubiera sido mejor dormir en la calle con un taparrabo que quedarse. Lo sentía por ella, en verdad que sí. Había intentado avisarle sobre lo que era ese lugar, pero como era de esperarse, el maldito hijo de perra de su amo la tenía completamente embelesada. Casi podía ver cómo le corría la baba cuando él le dirigía una palabra.

Puaj. Era asqueroso. Al menos era entretenido ver a Wen con sus arranques de celos.

«Y pensar que había querido convencerla de escapar juntas», pensó Anne. «Es una pena».

El camino no le pareció tan largo como había creído que sería cuando llegara el momento. Mantuvo la velocidad de sus pasos, apretó las manos en puños y aferró su poca estabilidad emocional. Necesitaba toda su fuerza psicológica para enfrentarse a lo que iba a hacer o ese hombre le haría papilla.

También tenía miedo, pero eso ya lo resolvería después.

Siguió caminando a paso seguro, sin vacilar. Incluso cuando Wen apareció en el pasillo que daba a la oficina de Lucian e intentó interrumpirla, no se detuvo para darle explicaciones.

—¿Anne?

Pasó de largo. El ceño fruncido. La mirada dura. El gesto estoico.

—Anne...

—¿Está ahí?

Sólo faltaría que aquel arrebato de valentía no hubiera servido de nada. Desconocía si volvería a sentir el mismo valor para lo que estaba a punto de hacer.

—¿Es alguna clase de broma lo que haces? —la expresión de Anne no cambió ni un ápice ante la pregunta—. Sí, está con Barb.

Con Barb. Perfecto.

Anne aumentó la velocidad de sus zancadas.

—¡Vas a morir y yo me mofaré sobre tu cadáver! —le gritó Wen.

Llegó por fin a la entrada de esa oficina, con los guardias de Lucian muy atentos a lo que hacía. Ambos la miraron con indiferencia, lo cual era sorprendente. Había atrapado a más de uno observándola con lascivia. Se colocó frente a ellos, con las manos en las caderas y exhibiendo su entera desnudez.

—Quiero ver al señor Luc.

Los hombres no se inmutaron. Contaba con eso.

—Si me dejan entrar, les permitiré lamerme los pezones.

No hubo alteración.

"Esto se está volviendo complicado".

Estaba pensando en qué más decir antes de que una voz la interrumpiera.

—Denle paso —ordenó Wen a sus espaldas—. Tiene asuntos que arreglar con el señor Luc.

De inmediato los hombres se hicieron a un lado. Una parte de Anne cantó victoria, pero la otra se llenó de molestia. No necesitaba la ayuda de Wen.

Sin embargo, en vez de replicar, acortó rápidamente los metros que faltaban para alcanzar la puerta.

No dudó en tocar con fuerza.

¡Pam, pam, pam, pam, pam...!

Los guardias se apresuraron a tomarla por las manos, inmovilizándola, pero Anne aun así se sintió victoriosa. Segundos después, un fornido Barb abrió el pestillo y la miró con la frente ceñuda.

—Vengo a ver al señor Luc —exigió ella, mientras se sacudía a los guardias de encima, pero estos no la liberaron.

—Él no ha pedido verte —gruñó Barb.

Anne apretó la boca. Estuvo a punto de gritarle que se quitara de en medio, pero entonces, otra voz salió de la oficina.

—Hazla pasar.

Los guardias la soltaron. Barb abrió más la puerta.

Anne no se hizo de esperar. Empujó a Barb lo suficiente para adentrarse a la oficina. Debió haberlo sorprendido de verdad, porque aquella montaña de músculos macizos se movió haciéndole espacio y permitiéndole la entrada al infierno.

En tres zancadas, completamente desnuda como había llegado al mundo, se detuvo por fin frente a ese oscuro escritorio de madera elegante colocando ambos brazos a los costados.

—Quiero hacer un trato —anunció.

El sonido del silencio fue su respuesta inmediata.

Lucian la miró entre una mezcla de furia y sorpresa.

«Enfócate, Anne. Que el miedo no te acobarde. Estás haciendo esto movida por el miedo, ¡no dejes que te intimide tan fácilmente!»

Era más fácil decirlo que hacerlo.

Lucian permaneció sin contestarle por eternos segundos, ni siquiera reaccionó con ira ante su arrebato de indisciplina. La miró tan detenidamente que Anne comenzó a notar las fallas de su plan. Podía sentir la presencia de Barb a sus espaldas, listo para tomarla de los hombros y llevarla directo a la oscuridad del sótano. Había sido una de las posibilidades que había rondado en su cabeza desde que decidió llevar a cabo lo que estaba haciendo. Sería una completa lástima que se cumpliera.

Lucian no dejó de mirarla.

Hasta que lo hizo.

Cerró los ojos y sonrió. El maldito hijo de puta sonrió.

—Querida Anne —Lucian abrió su mirada, y se levantó de su asiento alzándose en toda su estatura.

Anne sabía lo que quería decir con eso: "El que tiene el poder aquí sigo siendo yo". Bueno, era evidente. El miedo que ella pretendía esconder se hacía más notorio.

—Es una grata sorpresa que decidas mostrarte a mí tal y como lo hacíamos en nuestros mejores días. ¿Ese de ahí es el mismo lunar bajo tu pecho? Tan adorable.

Anne casi enterró las uñas en ese escritorio, de no ser por lo resistente que este era. Hizo fuerza de toda su voluntad para no cubrirse con los brazos.

—He venido a hacer un trato —reiteró—. No me pienso ir sino...

—Te he escuchado, querida —Lucian le sostuvo el mentón. Anne se alejó—. ¿A qué se debe este cambio de idea tan drástico? Me parece que aún tienes mucho coraje ahí guardado como para rendirte a mis otros encantos. Todavía no uso mi mejor arma contigo.

—A la mierda tus encantos —escupió sin pensárselo—. Tú y tu asqueroso trasero pueden tomárselos por el...

La mano de Barb le atrapó el cuello.

—Tranquila, Anne —susurró Lucian, adoptando esa expresión que le helaba los huesos a cualquiera—. Me tomaste por sorpresa, eso es todo. Pero que no se te olvide quién tiene la autoridad aquí. Al fin y al cabo, este lindo cuerpo todavía me pertenece.

Estaba a un par de centímetros. Imaginó que su mano se lanzaba hacia esas cuencas oculares, enterrándole las uñas hasta llegar al cerebro. Correría la sangre, le salpicaría la cara mientras los alaridos de Lucian se ponían a la par de los de ella y el de las demás cuando él las castigaba. Era la venganza perfecta.

Barb ejerció más presión en su nuca.

Anne no tuvo más opción que doblegarse. Cerró los ojos, agachó la cabeza con docilidad. Lentamente se arrodilló hasta posarse en el suelo.

—Una disculpa —escupió, con tanto veneno que pudo destilar en sus palabras—. Señor Luc.

Lucian asintió. Barb la soltó. Anne se masajeó la nuca, aunque no intentó levantarse de nuevo. Miró a Lucian con todo el odio que su mirada podía desprender. Él elevó la esquina de su boca.

—Encantadora —Lucian recuperó su asiento detrás del escritorio—. Dime, estoy ansioso por saber lo que tienes en mente. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Anne buscó aquel valor que había perdido hacía apenas unos segundos.

—Quiero algo a cambio —él alzó una ceja—. Una cosita de nada, no afectará su negocio ni pretendo pedir mi libertad, si eso es lo que cree.

—Me hago la idea —la mirada de Lucian refulgió con morbosa diversión—. Presiento que tu deseo de irte no se presentará hasta que pase unos cuantos años más. Aún tengo muchas cosas en mente antes de que decidas dar fin a tu estancia aquí.

Anne sabía a qué se refería. Él era consiente de la verdadera razón por la que había decidido unírseles. Muy a su pesar, debía admitir que todo cuanto hacía, los planes que ella trazaba para acabarlo tenía ese único fin, y no era precisamente salir.

Era hacerlo pagar por lo que le hacía. Por lo que le hacía a las demás. Lo haría pagar tarde o temprano, aunque él pensara lo contrario. Era una especie de juego entre los dos, aunque ninguno había establecido las reglas. Él buscaba doblegarla, ella destruirlo. No se lo ponían fácil el uno al otro.

—Lo que quiero —murmuró Anne—. Es tener noches libres. Quiero poder decidir qué horas trabajar y cuáles no —y recordándolo, se apresuró a añadir—. Y quiero una habitación en los pasillos de escáner. Con mis antiguos instrumentos musicales y mis discos. También quiero recuperar mi estudio de música portátil. Sí, eso quiero.

Lucian se acarició la barbilla. Se recostó en su asiento y la contempló pensativo.

—Muy interesante. Creo que me encanta tu propuesta —lo que no significaba que cediera, pero al menos le daba una esperanza—. Sólo que hay un pequeño inconveniente. Tu madre.

Anne desvió la vista. No pudo evitarlo.

—Esa mujer ya no es mi madre.

—No, supongo que no después de lo que pasó entre ustedes —Lucian se levantó. Le hizo un gesto a Barb y el mastodonte obligó a Anne a ponerse de pie—. Pero veré qué puede hacerse, claro, sino es que no se deshizo de tus cosas cuando te fuiste.

Ella parpadeó escéptica. ¿Acaso había sido todo?

—Entonces, ¿acepta? —preguntó verdaderamente sorprendida.

Lucian buscó algo entre sus cajones del escritorio. Sacó una enorme carpeta de argollas, pasó las páginas de plástico hasta dar con un apartado, de donde extrajo una serie de hojas engrapadas y tendió un par a Anne deslizándolas por el escritorio.

Ella miró las hojas. No parecían tan terroríficas ahora que las tenía enfrente. Pero no era la apariencia de estas lo que la ponía nerviosa, sino lo que decían. Con ellas firmaba su sentencia, después de largos años negándose a hacer un trato con Lucia, por fin cedía. Una vez firmados esos papales, las posibilidades de librarse de él se harían casi nulas. ¿Estaba de verdad dispuesta a todo con tal de seguir su plan?

Lucian le ofreció un bolígrafo. Era tan fino y elegante que la punta pareció brillar entre sus dedos cuando lo sostuvo dubitativa.

—Creo que intuyes lo que voy a pedirte —dijo él cuando Anne se quedó mirando las hojas detenidamente. Había tantas letras, algunas más grandes que otras; cláusulas, incisos, letras tan minúsculas que necesitaba una lupa para alcanzar a verlas a todas y entender lo que decían. A un lado de la parte superior destacaba el sello de una flor abierta con sus pétalos invertidos.

Por supuesto que Anne sabía lo que él iba a pedirle. Se había hecho a la idea desde el momento en que decidió llevar a cabo ese plan. Una sensación de vacío se instaló en su estómago mientras vacilaba en ese último segundo. Lucian conseguiría lo que quería de ella, y Anne iba a dárselo después de haberse jurado así misma que nunca le volvería a dar nada a ese monstruo.

Pero también estaba segura de que haría todo con tal de vencerle esa partida.

Se inclinó sobre las hojas y firmó sin darle una segunda hojeada al contrato.

Cuando acabó, no se escuchó la maquiavélica risa de un demonio, tampoco se la tragó la tierra ni paró directo al infierno. Lucian no había adoptado la forma de unos cuernos ni una cola, únicamente la miraba con ese brillo astuto que bien podía haberlo imitado del mismo diablo. Pero todo lo demás permanecía igual.

"Sólo fue papel" pensó Anne. "No es la gran cosa".

Pero la sensación de haber cometido un error no se le fue de la boca.

—Perfecto —Lucian recogió las hojas y las archivó en otra carpeta—. Barb, puedes escoltar a la señorita a su habitación. Después asegúrate de que se vista decentemente para el momento en que la mande a llamar.

—Espere, ¿no me dirá exactamente lo que quiere que yo haga?

—Ya habrá tiempo para que lo descubras —fue lo último que le dijo antes de que Barb la llevara de regreso a su habitación.

Unos días más tarde, una maquillista no dejaba de picotearle la cara.

—¡Au! —Anne se alejó de esas manos tan bruscas. Las uñas de la mujer eran tan largas que se preguntó si ya le habían sacado algún ojo a alguien—. Oye, eso duele.

—Quédate quieta y no dolerá.

Anne la miró irritada, pero no le replicó.

El set era un lugar de caos. Directores y asistentes iban de aquí y allá con el pendiente de cosas qué hacer. Escuchó los gritos de los técnicos por el asunto de la luz, los susurros de algunos actores mientras practicaban sus líneas a su lado, teléfonos llamando y risas de fondo. Otro maquillista se encargaba de arreglar a un hombre que no lo dejaba trabajar mientras utilizaba su teléfono. El único que parecía estar en completo silencio, era el propio Barb que no le quitaba la vista de encima.

La maquillista lo miró de reojo.

—Tu guardaespaldas da miedo —susurró en su oído.

"Ni que lo digas" pensó Anne. Omitió decirle que no era ni un guardaespaldas, sino un vigilante. Su vigilante.

Cuando la mujer terminó, una Anne completamente diferente la contempló desde el espejo. Nada mal, aunque prefería el estilo que Karla usaba para las noches activas. Ella podía hacer que un simple polvo y un brillo de labios destacaran en el rostro casi como una máscara nueva. Siempre tenía estilo para eso.

Incluso para... otras cosas.

"No. Recuerda, no debes pensar en el pasado. Ya no".

Anne se mantuvo en su sitio mientras la maquillista se dirigía a otro actor que la esperaba. La mayoría de los que participarían en la grabación eran mujeres, aunque también los había hombres. Todos con el cuerpo escultural, rostro impoluto y un aire de fanfarronería que asfixiaba. Ni uno le pareció más apuesto que una escultura de barro.

—Hola —le habló uno de los asistentes—. ¿Estás lista?

Anne lo miró sin expresión. Él ni siquiera notó que no le deseaba responder.

—Bien, ese es el tono que queremos —dijo al contemplar su maquillaje—. Por favor, ven conmigo.

Ella se levantó y Barb la siguió por detrás. Siempre a la sombra y listo para tomarla de cuello y sacarle el corazón si se mostraba dispuesta a escapar. No era tan atrevida, no sin un buen plan. ¿Acaso tenía alguna oportunidad para librarse de él y alterar el orden con tal de desprestigiar al señor Luc? La idea le pareció tentadora.

El asistente los llevó a unas pequeñas puertas, las cuales daban a un cubículo considerablemente grande que carecía de cubierta, sostenidos por paredes falsas.

—Adentro encontrarás tu atuendo y otras especificaciones —explicó el tipo cuando Anne entró a examinar el espacio—. En un segundo vendrá alguien más con el que compartirás el cubículo por el resto de la grabación de hoy. El señor Luc nos aseguró que no habría problema.

Anne frunció el ceño.

—¿Quién más vendrá?

—Ambas tendrán veinte minutos para salir e ir directo a la sala de filmación —dijo el hombre enfocándose en unos papeles clavados en una tablilla—. En cuanto el director se los pida, comienzan a rodar su escena.

—Espera, no me has dicho... —el cretino se escabulló por la puerta—. Fabuloso.

Barb la miraba con expresión severa.

—¿Qué? Yo tampoco deseo estar aquí —él permaneció imperturbable—. Sé perfectamente que quieres trocearme los huesos, pero ¿qué crees? No puedes. Tu despreciable amo quiere que participe en esta película porno de tan baja categoría. ¿Tienes idea de lo mucho que odio que me graben?

—Hablas demasiado —gruñó Barb.

—Y seguiré hablando más —furiosa, Anne se acercó a las desdichadas hojas. Las leyó detenidamente y no reprimió su mueca de asco por cada una de las cosas que sabía que tendría que hacer en cuanto cruzara esa puerta.

"Hago esto por el plan. ¡Hago esto por el plan!".

Dejó caer las hojas con repulsión, luego procedió a vestirse incluso con Barb mirando. Al menos estaba segura de que este no se atrevería a hacerle nada, no con las órdenes de Lucian en el aire. Tomó el minúsculo vestido de satín negro y comenzó a pasárselo por la cabeza.

—Disculpen la demora.

Anne tropezó hasta caer sentada en un sillón. No vio cuando se abría y cerraba la puerta del cubículo, no hacía falta.

—¿Karla?

No oyó una respuesta inmediata. La sorpresa la había dejado estática, y cuando escuchó un carraspeo, se dio cuenta que seguía con la mitad del cuerpo para abajo completamente desnudo, la otra mitad seguía cubierto por la tela del vestido.

El calor le llenó la cara.

"No seas ridícula" se regañó mientras se apresuraba a acomodarse la tela. "Ella no hace mucho que te acaba de ver desnuda, ¡no tienes por qué sonrojarte!"

Pero cuando por fin se vieron, se dio cuenta que podía sonrojarse todavía más.

Karla le daba la espalda. Traía puesto un conjunto de ropa interior roja que no parecía cubrirle más que unos milímetros de piel. Su espalda estaba tan libre de recientes cicatrices que se pudo imaginar lo lisa y suave que era al tacto.

Era injusto. Karla odiaba usar ropa interior.

—Espera, ¿qué demonios haces aquí?

—Lucian me pidió trabajar aquí.

Anne frunció más el entrecejo.

—¿Trabajar en qué? No te necesito para hacer una escena porno. ¿Qué otra cosa podrías hacer si no es para darme consejos? No entien... —Karla se detuvo, no volteó a mirarla—. No estás aquí por mí.

Ambas se mantuvieron quietas mientras el bullicio del exterior continuaba su curso. Los engranajes del cerebro de Anne buscaron una explicación. Ideas cruzaron por su mente hasta que dio con la respuesta.

—Tú harás la primera escena de sexo conmigo —Karla se pasó un minúsculo uniforme que no dejó nada la imaginación, todavía sin responderle—. Increíble.

De pronto todo cobró sentido. La accesibilidad de Lucian, sus ojos astutos del demonio, su sonrisa ladeada como si él conociera un chiste secreto. Rodar una película pornográfica no era el precio de su trato.

Era hacerlo con Karla.

"Maldito bastardo" pensó. La ira corrió por sus entrañas. Le entraron unas ganas de dar un puñetazo. A quien fuera.

—¿Por qué aceptaste? —preguntó Anne, cada vez más furiosa.

Karla pareció no querer responder. Se apresuró a alcanzarla mientras esta se acomodaba el atuendo. La tomó de los hombros y la obligó a mirarla.

—Dime, maldita sea ¿por qué demonios aceptaste?

—Anne...

—Tú sabes perfectamente lo que esto significa para mí —por primera vez desde que empezó con esa vida, no le importó demostrar sus sentimientos, lo mucho que le afectaba lo que estaba pasando—. No te hagas la idiota, ¡¿dime por qué aceptaste?!

—No lo hice por ti. Tú no tienes nada que ver en esto.

—¿Ah no? Entonces, ¿por qué te acabo de encontrar justo frente a mis narices preparándote para hacer conmigo una escena erótica? ¿Leíste la primera escena? ¡¿La leíste?!

—Por supuesto que sí —dijo ella, comenzando a perder la paciencia. Bien, paciencia era algo con lo que Anne no podía lidiar, pero ¿enfurecerla? Eso evidentemente sí—. Olvidas que llevo muchos años en esto.

Anne rio sin gracia.

—Sí, muchos años fingiendo ser alguien que no eres, o sintiendo cosas que no sientes. ¡Pero claro que lo sé!

—¿Podemos dejar esta discusión para después? —pidió Karla entre dientes—. No tardarán en llamarnos.

Anne apretó la boca. Deseaba discutir con ella, alegar y sacarla de sus casillas tanto como ella lo estaba ya. Pero una voz que le susurraba que hacía esto por el plan la hizo detenerse.

A la mierda.

—Hiciste un trato —dijo mientras le daba la espalda. Ya no soportaba verla, ¿cómo pensaba hacerlo entonces frente a la cámara? Amantes, iba a matar a alguien—. Me dijiste que nunca volverías a pisar un pie en un estudio de filmación y aquí estás, fresca como una lechuga lista para fingir una escena orgásmica conmigo. Si esto no es por mí, ni mucho menos por ti, ¿entonces por qué lo haces?

Karla dudó mucho en contestar.

—Ayudé a alguien.

—¿Y?

—¿Y? Que salió mal.

Anne la miró intrigada.

—¿Qué salió mal?

Pero ya no recibió respuesta. Alguien las llamó en la puerta.

El resto del tiempo, cuando las llevaron al estudio donde se llevaría a cabo aquella escena, Anne permaneció ensimismada en sus propios pensamientos. Se enfocó en sus líneas, en recordar cada uno de sus movimientos y expresión facial. Sabía el tono de voz que debía emplear, los movimientos rítmicos que debía hacer. Todo lo había memorizado y practicado hace tiempo que se lo sabía tan bien que podía hacer esa escena con los ojos cerrados.

Pero el hecho de que fuera con Karla lo cambiaba todo.

Anne sabía fingir muy bien frente a los clientes, sabía perfectamente lo que ellos buscaban de ella y cómo debía dárselos. Era fácil actuar cuando lo hacías con gente a la que no conocías ni la que volverías a ver en tu vida. Pero fingir cuando había sentimientos de por medio, eso...

Eso ya no lo era tanto.

Anne temía que algo tan íntimo saliera de su boca, algo que le dañaría si saliera a la luz, frente a un millar de ojos y luego a otros miles de millares que vieran el video para darse un festín con un acto que, hasta entonces, había conservado como especial. No sólo era el hecho de que debía fingir, sino que mancillaría un viejo recuerdo que creyó que siempre podría atesorar en la seguridad de su inepto corazón.

Pero lo hizo.

Todo con tal de seguir el plan.

Anne no supo cómo iba a lograr fingir aquella escena, pero lo consiguió. Quizás fuera el hecho de que había desconectado su cerebro de su cuerpo; o simplemente, Karla era tan buena que la hizo sentir mejor que bien como si miles de espectadores no las vieran en ese momento tan íntimo. Sus manos recorrieron su cuerpo y cientos de sensaciones y emociones le llenaron la cabeza de recuerdos. Anne fingió la mayor parte de la cinta, pero esa escena en concreto no fue para nada fingida. Sus gemidos, su expresión, su movimiento corporal.

Y eso le dolió mucho.

La rompió todavía más.

Cuando la escena acabó, Karla se levantó tan deprisa que Anne sintió un poco de vergüenza al pensar que algo no había hecho bien. No vio el rostro de Karla cuando esta se resguardó en el cubículo, pero sí notó las miradas de la mayoría de los presentes en ella. Hombres y mujeres siguieron a Karla atraídos por alguna cosa que Anne no podía explicar, pero que conocía muy bien. Era lo mismo que había sentido la primera vez que se conocieron, así que los entendía perfectamente.

Una serie de susurros procedió ante la salida de la mujer. Anne también sabía de lo que estaban hablando. Sin duda, la reaparición de Karla ante las cámaras no sólo le brindaba una morbosa satisfacción a Lucian, sino una cierta popularidad. No por nada tener una famosa y retirada actriz porno trabajando para ti poseía sus ventajas.

Cuando el rodaje terminó por ese día, Anne no encontró a Karla en el cubículo. Se convenció que el sentimiento de amarga soledad era a causa de su triste compañía, el gorila de Barb. Decidió entonces que no se molestaría más por el asunto.

Aunque le siguió doliendo.

Horas más tarde, cuando Anne estuvo lista para marcharse, alguien llamó a su puerta. Le pareció extraño, sobre todo porque de ser alguien del set, nada más habría avisado para entrar. Dudaba también que fuera Lucian, él ni siquiera se hubiera molestado en avisar.

Una pequeña esperanza de que fuera Karla la hizo estremecerse.

—¿Quién? —preguntó. Esperaba que no sonara tan ansiosa como se sentía.

—Señorita, quisiera hacerle unas preguntas.

Anne frunció el ceño por tercera vez ese día. Desilusionada al saber que no era Karla, la curiosidad la animó a intentar adivinar de quién se trataría. No es que conociera a todos los miembros de set, sólo había trabajado con ellos un día. Le dedicó una mirada interrogativa a Barb, pero este no se dignó ni siquiera a devolvérsela.

—Puede hacerlas mañana, debe hablar primero con mi representante.

La persona al otro lado no respondió. Con el cuerpo pesado debido al cansancio, Anne tomó sus cosas y se encaminó a la salida. Cuando Barb le abrió la puerta...

Se encontraron con una mujer.

Anne retrocedió por la sorpresa. Incluso Barb pareció sorprendido porque se mantuvo inmóvil por varios segundos.

Era una mujer menuda, con el cabello de un color azul y ojos violeta. Era sin duda un disfraz, nadie en su sano juicio tendría un aspecto como ese y fingir que era natural. La mujer la observó con gran curiosidad, pero tan segura de sí misma como si no hubiera un sujeto de cien kilos intimidándola con su silencio.

—Señorita Anne —dijo la desconocida—. Quisiera hacerle una pequeña entrevista acerca de lo que piensa de la película. No demoraré mucho, se lo prometo.

Anne la miró de los pies a la cabeza. La mujer tenía un carnet de identificación. Agudizó la mirada para leer su nombre con mayor detalle.

—A un lado —gruñó Barb, imponiendo su amenazadora presencia. Empujó a Anne para obligarla a caminar e ir directo a la salida, donde otros de los hombres de Lucian los esperaban con los brazos cruzados.

Anne no apartó su vista de la mujer, y esta tampoco lo hizo mientras los observaba marcharse. Lo último que vio Anne de ella fue su expresión de resolución en el rostro.


Durante los siguientes días en los que duró la grabación, Anne buscó poner en marcha su siguiente fase del plan, lo cual, visto lo visto, no era tan sencillo como creyó que sería. Intentó entablar algunas amistades, no con los actores, lo que menos quería era llamar la atención; sino con los que trabajaban detrás de cámaras.

Se esforzó en pasar desapercibida la mayor parte del tiempo, soltando comentarios esporádicos aquí y allá acerca de su representante (necesitó morderse la lengua para impedir que se le escapara la palabra amo), de su vida fuera del "cine" (como si existiera diferencia entre actuar como puta dentro de una película o fuera de ella), y de su futuro como actriz (¿futuro?, ¿cuál futuro?). En ocasiones conseguía despertar el interés de algunos miembros del set, pero desafortunadamente, el asunto de la aparición de Karla continuaba siendo un tema demasiado reciente como para pasarlo por alto; además, la presencia de Barb no facilitaba las cosas. Varios de los actores le dirigían miradas sin disimular, ya sea porque no podían creer que ella había hecho una toma con la famosa actriz de sus películas favoritas o porque Barb les intimidaba. Incluso la maquillista tuvo mucho reparo en no lastimarla la siguiente ocasión.

Lo peor fue que despertaba más preguntas que amistades, una más incómoda que la otra. ¿Cómo se sintió? ¿Era Karla tan buena como se veía haciendo lo que hacía? Anne hizo el esfuerzo por ignorarlos, pero en vista de su necesidad por crear amistades y pedir ayuda, aquello la limitó todavía más.

Lo hubiera querido o no, la parte del plan que consistía en hacer contactos se estaba yendo al escusado.

Excepto por aquella mujer. Esa no se le iba de la cabeza.

Sobre todo cuando se encontraron de nuevo.

Anne se dio cuenta de que era ella cuando la vio al tercer día de grabación, a pesar de que en aquella ocasión la mujer poseía otro disfraz.

A diferencia de su primera conversación, la desconocida esta vez sí se preocupó por pasar inadvertida. Vestía de forma elegante y casual, el pelo perfectamente peinado de un color negro de lo más común, largo y liso. Su cara también parecía haber adoptado otras facciones. De no ser porque reconoció su expresión de resolución en el rostro, Anne nunca se hubiera percatado de que era la misma.

—Señorita Anne —dijo mientras se le acercaba. Esta vez Barb tampoco pareció percibirla como una amenaza, estando las dos en público mientras Anne se limpiaba un poco de semen de la boca—. ¿Tienes un segundo? Necesito rectificar un par de detalles antes de que abordemos la siguiente toma.

Anne clavó su vista en ella. Sí, era la misma.

—Claro.

La mujer la guió a una pequeña sala, donde algunos encargados de edición de video repasaban algunas tomas en ese momento. La desconocida traía otro tipo de carnet, se dio cuenta Anne, pero no lo señaló ni mencionó que la recordaba de la vez pasada. En serio parecía querer pasar desapercibida, y eso Anne lo entendía, así que le siguió el juego hasta donde pudiera.

La mujer le señaló algunas tomas, mencionó errores de cámara y posturas mal colocadas, además de corregir ciertas escenas por recomendación del encargado. Anne no lograba comprender a dónde quería llegar con todo eso, pero esperó pacientemente a que surgiera una señal, algo que destapara las intenciones reales de esa mujer.

—¿Recuerdas esta escena? —dijo la desconocida, y señaló una toma que se filmó cuando Karla hizo acto de presencia—. Aquí, justo en esta parte. Pues bien, sería bueno que la repitieras para la siguiente ocasión. ¿Sabes quién es ella?

Y justo ahí Anne lo notó, no lo que le señalaba, sino un extraño brillo de astucia en sus ojos, en su manera de hablar.

—Sí —respondió, mucho más interesada que antes.

—Bueno, cuando mi asistente me comentó que la grande y famosa Karla D se aparecería en un set después de tantos años de ausencia, no me lo dudé dos veces y decidí unirme a su equipo de trabajo. Ese día creo que todos nos emocionamos, incluyéndote. ¿Puedes decirme qué pensaste al respecto? ¿De dónde la conoces?

Anne supo que ese era el motivo. La mujer había pedido una entrevista de forma directa y se la habían negado. Y ahora se las ingeniaba para hacer la misma entrevista, pero de una forma mucho más ingeniosa y discreta.

"Astuta".

—Algo recuerdo —contestó, con una idea y un nuevo plan formándose en su mente—. Puedo decirle más si gusta.

Los ojos de la mujer llamearon de intriga.

"Te tengo" pensó Anne. "Bueno Lucian, creo saber cómo destruirte esta vez".

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