Veinticuatro
Desperté muy temprano para encontrarme nuevamente con Harry. Mi abuela mostraba una enorme sonrisa al tiempo que me observaba salir desde la empañada ventana con las manos en mi bolsillo y el corazón lleno de preguntas.
En el camión se sentía mucho frío, como siempre, así que me limité a acurrucarme y cerrar los ojos hasta llegar a Edimburgo. De pronto, el sueño me venció y comencé a sentir que la realidad se desvanecía tan fácil como la lluvia comenzaba a caer.
—Lindsay —escuchaba decir a la lejanía—. Lindsay.
Todo estaba borroso pero en un abrir y cerrar de ojos me encontré en el departamento de Nueva York rodeada por luces navideñas, un delicioso aroma a comida casera y suave canela.
—Es hora de cenar, mi niña —expresó la misma voz llegando detrás de mí. Era ella... mi madre.
"Zombi" dije en mi mente, pero mis labios sólo pronunciaron: —Sí, mamá.
En mi tono noté que no tenía la misma edad que en la actualidad, probablemente me había remontado a cuando tenía unos siete años.
—Come tu ensalada, Lindsay —expresaba la zombi con ternura.
Había algo que no encajaba. Ella jamás me había hablado de esa forma. Su voz era la misma, de eso no había duda, pero esa forma tan maternal y delicada nunca la había tenido conmigo.
—¿Puedo ver televisión después de la cena? —pronuncié en contra de mi voluntad.
—¡Claro, mi amor! —respondió ella con una sonrisa de oreja a oreja. Definitivamente, esa no hubiera sido una respuesta real.
De un momento a otro parecí salir del cuerpo de esa pequeña niña para encontrarme de pie, observando la escena desde la estrecha escalera.
Aproveché que aquella extraña familia cenaba lejos de mí para recorrer el sitio. Sí, era justo mi departamento, pero, de nuevo, algo no cuadraba. Ese brillo dorado, como el del día de mi cumpleaños, ¿recuerdan?, danzaba por todos lados libremente.
—Jamás fue así, ¿no? —me decía Gwynaeth al tiempo que se aparecía frente a mí.
No me sorprendió verla ahí en ese extraño escenario, era como si la estuviera esperando hacía mucho tiempo.
—Nunca —dije soltando una amarga y suave risa—. Creo que así se hubiera visto.
—Así lo deseabas todo el tiempo, cuando eras una niña —afirmó la pelirroja señalando la escena.
Mis ojos seguramente se hubieran humedecido en la vida real, pero al ser un sueño sólo sonreí con añoranza y regresé mi mirada hacia la familia.
Era claro que eso jamás hubiera sucedido. Imaginar a mi familia actuando de esa forma o a mi madre hablándome de esa manera era como pensar que alguna vez pude haber volado. Una simple fantasía infantil que era difícil de cumplir.
—Nunca hubiera sido posible—respondí con entereza.
—¿Y por qué no puede ser posible ahora? —cuestionó la Gwynaeth de mis sueños antes de desaparecer.
Mis ojos se abrieron de repente y noté que ya había llegado a mi parada de autobús. Mientras caminaba por las calles sentí que todavía estaba en el sueño. Lo que menos me gusta de soñar es la manera tan compleja en la que tu cerebro te muestra lo que te importa o preocupa.
Es que no podía negarlo, mis padres habían ocupado una buena parte de mis pensamientos en estos días. No me gustaba para nada porque no podía dejar de lado la idea de que yo no estaba en los de ellos.
Mis reflexiones cayeron cuando noté que había llegado al lugar en el que vería a Harry, una vieja cafetería con jardín. Si no fuera porque el propietario era tío del chico, estoy segura de que no hubiera podido rentarlo de la manera en que lo hizo, pero en fin. ¿Qué no hace alguien enamorado?
Llamé a la puerta y me abrió un Harry con las mejillas extremadamente rojas por el frío.
—Qué lindo. ¿Encontraste por fin tu rubor en crema? —dije mientras él se apartaba para dejarme entrar.
—Qué divertida, Lindsay —expresó colocándose una bufanda al tiempo que me conducía al jardín.
Sé que insisto mucho con estos dilemas, pero es que realmente sentía un huracán de sentimientos mientras conectaba un montón de luces navideñas y acomodaba una romántica mesa para dos. Gwynaeth sí que me había fallado como amiga, como la primera amiga que tuve en mi vida, me parece, pero tampoco podía negar que quería reconciliarme con ella de alguna forma. Recuperar aquellas charlas que teníamos y todas las anécdotas que habíamos recolectado al inicio.
Era por esa razón, innegablemente, que me encontraba ahí.
Harry lucía muy nervioso cuando comenzó a anochecer. Había citado a Gwynaeth en el café, supuestamente para hablar de un cambio de ruta para la leche que repartía (sólo alguien tan inocente como Gwynaeth creería eso).
La hora del encuentro llegó y todo había quedado como lo habíamos planeado. Terminamos de armar cada detalle antes de que se escuchara a la pelirroja bajar del autobús. Sostenía una nota con la dirección que le había dado Harry y miraba el café con duda.
Harry y yo habíamos mantenido la fachada apagada. El anuncio que brillaba discretamente ahora combinaba con el gris de la neblina de siempre y hacía parecer que en el local no había nadie.
Gwynaeth llamó a la puerta y el plan comenzó.
El primer lugar en el que estaría era precisamente la puerta, pero como Harry quería lograr un efecto mágico, tendría que esconderme detrás de ella y abrirla sin que la pelirroja me notara.
Jamás me sentí tan tonta como aquella vez. Es de esos instantes que te matan de risa años después, pero que en el momento te hacen desear desaparecer de la faz de la Tierra y olvidar que alguna vez exististe.
Gwynaeth entró al lugar sin percatarse de mi presencia agachada detrás de la puerta. Admiraba todo con miedo y empezaba a adentrarse cada vez más en el café.
—¿Harry? —dijo ella con voz temblorosa y mi segundo acto llegó.
Me deslicé con la destreza de un ninja hacia el interruptor que habíamos preparado durante la tarde y Gwynaeth pudo observar un camino de luces navideñas que la conducían al jardín posterior de la cafetería.
Noté esa pequeña chispa en su mirada. Esa que tenemos cuando nos percatamos que algo maravilloso está a punto de suceder y no podemos creer que estemos ahí para presenciarlo.
La pelirroja comenzó a avanzar por el camino lentamente. Yo la seguí de lejos procurando no hacer ningún ruido y me colé a la parte del jardín en donde guardaban las escobas de la cafetería.
Gwynaeth encontró la hermosa mesa para dos que para ese entonces ya tenía la cena que preparamos Harry y yo servida sobre la mesa. Se detuvo ante este hermoso escenario con el impecable mantel blanco espolvoreado de diamantina plateada (lo mejor que se nos pudo ocurrir) y los platos pintados igualmente de plata en el borde para hacerlos lucir más elegantes.
Harry lucía nervioso, se escondía detrás de algunas mesas del fondo, pero en cuanto vio a la chica de su vida acercándose a su gran sorpresa, él salió de su escondite y se acercó como si hubiera nacido para ese momento.
—Hola —expresó con calma. Vaya, hasta que se había tragado su cobardía.
—¿Qué es todo esto, Harry? —preguntó ella señalando la mesa confundida. Harry le señaló al mismo tiempo una silla y ella asintió soltando una risa nerviosa y se sentó.
—Es una pequeña cena que preparé —explicó sirviéndole un poco de vino sobre su copa.
—Es... demasiado para charlar sobre entregas de supermercado —dijo riendo la chica y él se acomodó la elegante corbata que traía. Contrastaba totalmente con la vestimenta informal de la chica.
De un momento a otro el ambiente se volvió considerablemente más imponente. Nuestras luces navideñas, la comida deliciosa y la mesa decorada con diamantina y rosas rojas empezaban a surtir su efecto y Gwynaeth no pudo evitar sonrojarse con aquella impresión.
—Estoy muy confundida, Harry, ¿qué es lo que ocurre? —preguntó ella mostrando unas mejillas casi tan rojas como las del chico al recibirme.
En el aire se sintió la llegada de aquel momento. Esos instantes que sabes que marcarán un antes y un después, pero que te permiten contemplarlos antes de tomar la decisión de avanzar o quedarte. Harry me miró discretamente e hizo una sutil seña que indicaba mi última participación en aquel plan.
Caminé en silencio hacia un pequeño cuartito en el que se encontraba el control de las bocinas. Harry y yo habíamos armado una playlist especial para la ocasión, así que me dediqué a admirar la escena al tiempo que la música comenzaba a envolver el ambiente.
Lo último que tenía que hacer antes de poder irme era encender los aspersores que, según nuestros cálculos, le darían ese toque mágico a toda la escena. Lo haría justo cuando Harry declarara lo que sentía, así que me senté cerca del botón que encendía los aspersores a esperar.
—Gwynaeth... ¿recuerdas cuando llegaste a la tienda? —preguntó Harry sonriendo con un poco de nerviosismo.
—No, realmente —respondió Gwynaeth que para ese entonces ya se había igualado al color de su cabello.
—Yo sí —dijo el chico mirando directamente a los ojos a la pelirroja—. Quiero decir, que sí lo recuerdo porque ese día fue el más especial de todos.
—Harry...
—No, no, lo siento. Necesito terminar de decir esto —interrumpió suspirando para tomar ánimo—. Eres la chica más especial de todo el mundo. Jamás te lo he dicho porque me aterra, en verdad me aterra que me rechaces o me digas que... que no quieres estar junto a mí. Pero con todo lo que ha pasado... ¿Sabes? Lo peor es verte triste. Me duele tanto que preferiría verte feliz aunque fuera con otro. Es que... tú me gustas.
Encendí los aspersores en el momento justo en que pronunció aquellas palabras, sin embargo, no me había percatado de que me inclinaba sobre uno de ellos y el chorro de agua me agarró de sorpresa provocando que gritara.
—¿Quién está ahí? —preguntó Gwynaeth rompiendo la magia de la escena.
Salí corriendo a pesar de estar totalmente empapada, y así abordé el autobús de regreso.
Perfecto. Había arruinado una escena perfecta y además ahora viajaba empapada por las frías calles de mi Edimburgo.
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-Sweethazelnut.
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