Trece.


—¿Por qué no un castaño más claro? —decía la anciana mientras la estilista me mostraba la paleta de tonos.

—Olvídalo. ¿Está segura de que no tienen el guinda?

—No, lo siento, señorita.

La momia me miraba como si ya no supiera qué hacer.

—¿Quizá un pelirrojo te gustaría? —sugirió con sus grises ojos humedecidos.

—No soy Gwynaeth. —Por un momento me detuve a examinarla bien. Lucía muy delicada y la flor que insistía en ponerse todos los días en el cabello ya no estaba.

—¿Te sucede algo?

Parecía sorprendida con mi pregunta. Casi como si fuera un milagro inesperado y algo siniestro. Sí, su mirada reflejaba una pregunta interna: ¿Tramará algo?

—Señorita, encontramos este tono en la bodega. ¿Qué le parece? — La chica me mostró un color negro azulado muy intenso. Era perfecto.

Mientras mojaban mi cabello quise mirar de reojo a la anciana. Permanecía inmóvil en una esquina abrazando su enorme bolso y con los talones bien apretados el uno con el otro.

—¡Aileen! —La llamé desde donde estaba y cuando sus grises ojos tocaron mi rostro le hice una seña para que se acercara—. No me respondiste. ¿Sucede algo?

—Yo... bueno... no es en realidad algo que te deba importar... son cosas de ancianas.

—¿No tiene nada que ver conmigo? —Por alguna razón yo sentía que era así, me miró un instante cautelosa y noté que probablemente a unos centímetros de su boca estaba un enorme "sí", pero por el lado contrario ella comenzó a menear la cabeza de derecha a izquierda y me dirigió una tierna sonrisa.

—No. A veces nosotros parecemos muy diferentes a los jóvenes, como dos mundos alternos. De a ratos nos ponemos melancólicos y pueden llegar a vernos llorando en silencio. Sí, y sabemos que a veces somos torpes e insoportables... olvidadizos también. Pero quiero que recuerdes, mi Lindsay, que nosotros los ancianos nunca, nunca olvidamos a quienes amamos de verdad.

—Señorita, necesitamos pasarla a otro asiento para aplicarle el tinte.

La chica parecía no haber escuchado nada de lo que Aileen acababa de decir, o simplemente era una tonta que no sabía cuándo podía interrumpir a las personas. De cualquier manera nuestras miradas (la de Aileen y la mía) se juntaron por un segundo, sintiéndose tan cercanas y cálidas como nunca.

No me miraba en el espejo. No podía pensar en el tinte en estos momentos. Pudo haber sido menos de un minuto, pero esa mirada la sentí particular. Me hizo sentir casi como si Aileen fuera... de la familia.

Raro, pero no tengo recuerdos de haber considerado a alguien como "mi familiar". El zombi siempre estaba trabajando, creo que sus pacientes lo trataban más que yo y, como era pediatra, supongo que sí, me puse celosa un buen tiempo de que estuviera más tiempo con otros niños que conmigo.

La zombi siempre fue la peor. Ella era una mujer que el resto del mundo denominaría como "perfecta".

Era lista, tenaz, tenía carácter y, hay que decirlo, mucha, mucha belleza. Se graduó con honores de la mejor escuela de leyes y siempre presumía de ser excelente trabajadora y amiga. Claro, pero nunca presumía de mí.

Recuerdo muy bien una tarde, sus ex compañeros de la universidad vinieron a cenar, y como yo no quería ir a dormir me escondí bajo las escaleras (en donde estaba una pequeña bodega) para escuchar la conversación.

—Deborah, creíamos que te iría mucho mejor que a Bárbara. Ella siempre te tuvo envidia. —dijo uno de los invitados.

—Es cierto, no es por hacerte sentir incómoda, pero ¿cómo es que alguien como tú terminó aquí?

Mamá se rió y hubo un silencio prolongado, yo sabía que estaba revisando si el zombi seguía en la cocina o si ya se había ido a dormir.

—Le dije que esperáramos a que ambos estuviéramos más estables. Él ni siquiera había terminado su especialidad.

—¿Quieres decir que fue por... la niña? —Todos se rieron por lo bajo, parecían ya algo ebrios con el champagne que uno de ellos había traído.

—¿Por ella? ¿De verdad, Deborah?

—Sí, sí, lo sé. Créanme que si tan solo... hubiera una máquina del tiempo, yo... —Soltó un fuerte suspiro—. Yo era la más prometedora abogada de Nueva York.

—¿Por qué no lo intentas nuevamente?

—Nadie me quería embarazada y, ahora que ya creció, hay que cuidarla. No nos alcanza para pagarle a alguien.

—¿Y después?

—Habré perdido mucho tiempo, jamás... —Se detuvo y los demás susurraban "tranquila"—. Jamás recuperaré todo por lo que había trabajado.

—¿Se encuentra bien señorita? —me preguntó la chica del salón de belleza.

—Sí, sí. —Limpié rápidamente la lágrima que se me había escapado.

Miré de regreso a Aileen, tenía el mismo semblante que yo misma en ese enorme espejo. Entonces entendí que ella estaba tan sola como yo, tan solo como yo y como Gwynaeth.

—Te ves muy linda —me dijo con ternura en el autobús. Sí, era eso, era verdadera ternura.

—Gracias... abuela.

A ella parecía sorprenderle, nuevamente, pero esta vez no había una sospecha de malicia. Ambas habíamos entendido que algo cambiaría a partir de ese momento.

Desde que Gwynaeth me había explicado lo del páramo pasábamos más tiempo deambulando por ahí que por cualquier otro lugar. Había aprendido poco a poco a comprender la belleza de ese espacio tan maravilloso, al cual, hasta hace poco, había denominado como "nada".

—Muy bien, si tu visa dura un año, como te dijo tu abuela, ¿entonces regresarás a Estados Unidos? —me preguntó mientras mirábamos el profundo cielo recostadas sobre el pasto.

—Ese era el plan, bueno más o menos. Yo quería regresar en cuanto cumpliera dieciocho años, pero estar aquí ya no es tan malo, ¿sabes? Llevo meses sin sentirme tan mal como solía sentirme.

Por un momento no escuchaba más que el viento moviendo los pastizales y las florecillas que salpicaban el páramo débilmente.

—Me alegra... ¿Lindsay?

—¿Sí?

—¿Te puedo contar algo sin que te burles? —Me reí un poco y luego asentí.

—He estado hablando con Ávalon.

—¿Qué? —Me incorporé sólo lo suficiente para sentarme.

—Por teléfono. Y... me invitó a salir.

—¡Sí! ¡Lo sabía! ¡Te dije que te gustaba!

—¡Cállate! —gritó sonriente y sonrojada.

—Me debes algo por no habérmelo contado.

—Sí, ¿cómo no?

—Dime... ¿Cuándo van a salir? —pregunté interesada.

—Pues pensamos ir el viernes, pero no estoy muy segura.

—¿Por qué?

—Nunca he tenido una cita... ni un novio... creo que nunca le había gustado a un chico.

—Vaya eso es... extraño.

Se tapó la cara con las manos y después se limitó a moverse graciosamente para sacudirse el pasto.

—¿Me ayudarás o qué?

Me reí y después de mirarla alborotarse el cabello más de lo normal acepté.

Caminamos otro rato hasta que Gwynaeth tuvo que irse a su casa para hacer la tarea. El hambre me entró de repente igual que a Mary en el libro. Estaba justo en el punto entre la casa de Gwynaeth y la mía, así que decidí caminar hasta la pequeña casa de Aileen.

—¿Cómo te fue, cariño? —saludó contenta al verme entrar. Ya no lucía tan triste como antes.

—Bien, sí. Tuve un... buen día. —Era raro, tardaría en acostumbrarme a todo esto pero no parecía ser tan malo.

Subí las escaleras hacia mi habitación sin sentir esa presión agobiante en el pecho y me recosté a leer un poco antes de comenzar mi tarea.

Después de un rato de estar leyendo acerca de un hermoso sentimiento de libertad recorriendo el aire fresco, sentí un poco de envidia. Así que miré la ventana y después la pantalla de mi celular. No era tan tarde como creía, así que subí el cierre de mi chamarra y me despedí de la... quiero decir, de la abuela Aileen.

Así como me pasó al comenzar a leer, esa ligera ansiedad por estar sola regresaba a mí. Y era muy extraño, porque de alguna manera sabía que era la manera correcta de hacer las cosas.

Caminé no sé cuánto tiempo y las frescas pisadas sobre el pasto abrían paso a mis sentidos. Impulsivamente me recosté sonriente en el pasto fresco y cuando giré no pude evitar tomar mi celular y sacar la siguiente fotografía de mi álbum.

Así como pasó con la primera, no dejé de mirarla en todo el camino de regreso a casa de la abuela. El pasto y las florecillas cubrían la mayor parte de la foto. Tomadas a su altura parecían gigantes alcanzando el cielo.

—Voy a hace mis deberes —dije sin detenerme a notar si me había escuchado.

Ya en mi habitación tomé mi celular mientras abría el libro de literatura.

—¿Hola?

—Soy Lindsay, ¿no adivinaste?

—Pues... algo así, no muchas personas me piden mi teléfono— rió por lo bajo.

—Bien, tengo que terminar unos ejercicios de mi clase, así que cuéntame todo sobre Ávalon.

—Yo, emmm, es que.... Mi madre está a mi lado —dijo susurrando la última parte.

—Ya veo.

—No sabes cuánto quiero tener un celular —siguió en susurros— pero sé que a mi madre sólo le alcanza para comprarme otro suéter en mi cumpleaños. No la juzgo por eso, pero a veces es triste.

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—En febrero, mmm... Oye, tengo que colgar pero nos vemos mañana, ¿vale?

Colgó el teléfono y el resto de la tarde pasó inadvertida.

El hecho de que no haya hablado mucho sobre Blaire no significa que la señorita mejor educada del Reino Unido hubiera cambiado. Odiaba el hecho de tener que mantener una relación al menos un poco amistosa con ella para no provocarme problemas.

—¿Celebraremos nuestros cumpleaños? —me preguntó Gwynaeth mientras dábamos una vuelta por el páramo.

—Supongo, claro.

No había pensado en la posibilidad de festejar mi cumpleaños con Gwynaeth, pero realmente ella ahora era algo así como... una amiga. ¿Qué estoy diciendo? Sí, sí lo acepto, ella era... mi mejor amiga. Y ya no era simplemente por ser la única persona con la que podría hablar. Una chica de mi clase de Matemáticas "Penny" había empezado a hablar conmigo poco después del tercer ataque de Blaire y me confesó que ella también la odiaba. También había comenzado a charlar con el chico del supermercado en donde trabajaba Gwynaeth. Cierto día le ayudaba a acomodar latas en el supermercado mientras Gwynaeth ordenaba las carpetas en la bodega. De pronto se giró hacia mí y me hizo una pregunta extraña.

—¿Gwynaeth tiene novio?

—No —contesté sin voltear a verlo.

—Es que yo... escuché que iba a salir.

—Sí, pero aún no es su novio.

—Ah, ya.

Después de eso regresó a la caja y cerró las cuentas del día golpeando con fuerza las teclas de la caja.

Jamás lo habría creído, pero Harry no era la prioridad amorosa de Gwynaeth, por lo tanto, decidí no contarle nada de nuestra pequeña charla. Ella moría por salir con Ávalon, realmente estaba muy emocionada. Nos reunimos varias veces en su casa para buscar consejos de citas en varias revistas adolescentes. La verdad me divertía en esos días en los que nos sentábamos en su alfombra y recitábamos los puntos más importantes a seguir para "atrapar" a tu príncipe azul.


La anciana y yo habíamos logrado romper ese extraño y frío ambiente que nos había envuelto en los últimos meses. Ambas merendábamos juntas y nos contábamos todo lo que había sucedido en el día correspondiente.

—¿Blaire Prescott? —preguntó la abuela mientras le contaba todo lo que esa detestable bruja me había hecho.

—Sí, sí, ella misma.

—¡Vaya! Yo fui a la academia con su abuela, Miralyth Robertson. Ya después Miralyth Prescott —dijo sirviendo más té.

—¿De verdad?

—¡Claro! Y era una muchacha verdaderamente creída y vulgar.

—¿Vulgar, abuela? No había visto tal "damita" desde que... bueno, pues ¡jamás!

—Oh, querida. La vulgaridad no se mide precisamente en las veces en que se dice "por favor". Para ser una persona decente se deben acumular virtudes que apaguen a los defectos.

—Pero, todos tenemos defectos, ¿no es así?—Sonrió asintiendo.

—Así es, pero nuestras buenas acciones equilibran los defectos mientras se hagan con la intención de equilibrarlos.

—Parece complicado —dije riéndome—, no es de mi interés ser una dama. Eso de ver faldas debajo de la rodilla no es lo mío.

—Puedes ser una dama moderna.

Comencé a reírme y luego servimos un par de galletas. Mientras lavábamos los trastes la miraba de reojo. Creo que nos parecíamos más que la zombie y yo. La ventana de la cocina daba al páramo así que éste se reflejaba profundo en sus grises ojos. Tal vez se deleitaba de su sabiduría.

Desde que charlábamos solía contarme muchas cosas. Cosas de cuando era niña o de cuando mi padre vivía con ella. También me dijo cómo se sintió cuando tuvo que mudarse a Estados Unidos y cómo mi abuelo la había abandonado a su suerte en un país desconocido.

Ella lucía siempre tan tranquila que me asustaba imaginar un momento en el que no lo estuviera.

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-Sweethazelnut.

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