Seis.
Y sí, aquella fue la última vez que acepté una invitación de Gwynaeth. Las siguientes fueron precedidas por un «me siento algo enferma» u «hoy no estoy de ánimo», y los días en los que realmente no estaba de ánimos, me limitaba a no abrir ni la puerta ni la boca en todo el día.
Fueron días horrorosos. Mi habitación ya caía en pedazos por el desorden y mis muebles (de por sí ya eran feos) estaban rotos por los ataques de furia que me daban de vez en cuando.
Fue una mañana cualquiera cuando encontré el tesoro que había estado buscando. Sí, hurgando entre mis propias cosas hallé, escondidos dentro de la antigua caja de mi celular, una cajetilla de cigarrillos. Fue un alivio, pero tuve que reducir al mínimo mi consumo habitual, no era algo que amara hacer pero tal y como se veían las cosas tendría que realizar algunos sacrificios.
Era asquerosamente inaceptable el hecho de que no podía hacer nada.
Sólo conocía a la anciana y a pelirroja, y mis antiguos planes de volver a Nueva York yo sola se venían para abajo cada que comprobaba lo difícil que era entender a esos escoceses.
El tiempo pasó lento y sentía que había vivido una eternidad en Edimburgo, y sólo habían pasado dos meses.
Todo dio un giro inesperado cuando la anciana tocó mi puerta una mañana y pronunció las siguientes palabras: «Lindsay, cariño, hora de ir a la escuela». ¡Ja! ¿Creía que iba a ir a la escuela? No saldría a ese clima del demonio para irme a meter a una ducha y ponerme un asqueroso uniforme.
Y bien, pues claro que no fui, ni siquiera cuando la anciana estuvo más de cuatro horas insistiéndome a través de la puerta.
Una de las cosas que más odiaba era la falta de WiFi. No tenía plan de datos y eso apestaba. La ansiedad que me había incautado las primeras semanas ahora disminuía poco a poco, exceptuando los momentos en los que recordaba lo poco comunicada que era mi situación.
Pasaron semanas y semanas, y yo seguía sin ir a la escuela, así como seguía sin tener WiFi. Y jamás sabes lo importante que es buscar algo en Google hasta que no puedes hacerlo. Fue después de unos días que por fin se me ocurrió la más grande de las ideas y le dije a la anciana que yo iría al dichoso instituto si ella me pagaba un plan de datos.
Aceptó.
Al siguiente día entonces me levanté a la hora que indicó y después de apagar la alarma de mi Xperia, entre a la infernal ducha y salí furiosa a ponerme el uniforme.
Subí con la anciana al autobús de The Meadows y acordamos que en la tarde cuando, inevitablemente, pasara por mí, iríamos a una tienda a contratar el servicio.
«Sir Alexander Fleming's Institute»
Hasta el nombre era feo.
Detestaba cada detalle de aquella edificación, desde el marco de las enormes ventanas, hasta esos pasillos propios de Hogwarts, bueno, de un «pequeño Hogwarts». Me pareció ridículo el hecho de que la vieja comprara todos mis cuadernos y la mochila, y más por el hecho de que tenía un mes y medio de clases perdidas.
Aileen tenía que pasar a hablar con la directora y yo, mientras tanto, caminaría hacia mi salón.
Un ambiente sombrío predominaba en aquel lugar. Abrí la puerta para admirar a un montón de chicas, bueno... un montón de ¿Ladies? Jamás en mi vida había visto algo así.
¿Qué diablos hacía ahí? No terminaba de contestarme esa pregunta cuando las miradas de mi primera clase me siguieron hasta la última banca, estaba resignada a pasar ahí un muy largo tiempo.
—¡Vamos! ¡América despertó! —gritó una chica y el círculo de arpías que la rodeaban se giraron hacia mí—. Miren lo que trajo la aerolínea más barata.
De entre todas las miradas maliciosas que trataban de comerme viva, la que más buscaba deshacerme las entrañas era la de aquella rubia. Sí, suena bastante cliché, «la rubia mala», pero no, ella no era la típica rubia que encontrarías en Estados Unidos. Ella era algo más... elegante.
No sé si serían mis prejuicios, pero realmente todos tenían ese aire aquí. Mientras que cualquier «Bully» americana hubiera soltado una carcajada dejando mostrar sus blancos dientes enmarcados por lo más exclusivo en lápiz labial; esta chica, Blaire Prescott, se levantó con su cara medio bronceada y sin maquillaje y levantó las castañas cejas.
—Soy Blaire —dijo y esperó un momento a que yo correspondiera con mi nombre, cuando eso no sucedió, mostró una sonrisa—. Creo que te divertirás mucho aquí.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo sentí esa duda. ¿Fue aquella una amenaza? No lo descubrí hasta que noté que alguien había soplado a mi pluma para que chorreara, o cuando entendí que esa nota que todos se pasaban entre risas en Francés, hablaba de mí. Quería enfrentar a Blaire antes de convertirme en la mascota de la clase.
Justo cuando comenzó el primer periodo libre caminé decididamente hasta su lugar y tiré al suelo cuanto cuaderno encontré en su pupitre.
—¡Te vas a calmar, estúpida! —grite y el salón se hizo un nudo de silencio.
—Lindsay, le diré esto a la directora —contestó con calma.
—Dile lo que quieras, pero te advierto que si sigues con tus juegos yo me encargo de dejarte sin ese bonito cabello.
—Sería una lástima, ¿no, Parson? —pronunció con una profunda sonrisa.
—Ándate con cuidado.
¡Me tenían harta! Tomé mi mochila y caminé por los pasillos un rato. No sé si aquel hallazgo se lo debo a mis ojos, pero de pronto ellos se detuvieron en un plano de la escuela y muy cerca de ahí, en un brillante anuncio color amarillo decía: "Centro de cómputo"
Al fin.
No voy a negar que me hiciera inmensamente feliz no tener que esperar hasta la tarde para navegar por internet, y sentí casi un éxtasis cuando Google aparecía ente mí.
¿Qué buscaría primero? La tentación de entrar a mi perfil me recorrió por todo el cuerpo, pero quería buscar algo más productivo y útil... costos del aeropuerto, maneras de salir de ahí y regresar a mi hogar, Nueva York; algo mejor que teclear [email protected]... ¡Diablos!
Demasiadas notificaciones.
Recorrí conversación por conversación, comentario por comentario y todos eran insultos.
«¿Por qué lo mataste?»
«¡Sabemos que venías ebria conduciendo! ¿Por qué no te entregas a la policía?»
«¡Asesina asquerosa!»
«¡Entrégate asesina!»
Me separé de la pantalla asustada. ¿Creían que yo había matado al indómito?
¡Qué tontería más grande! Cerré mi sesión y azoté mi mano sobre el teclado. Ahora también en Nueva York estaban contra mí.
Si de por sí odiaba tomar clases, las lecciones escocesas eran el infierno. Entendía el 40% de lo que decían, el resto era una trampa de ese estúpido acento. La anciana había elegido mis materias, así que después de ese extraño primer periodo crucé el lugar para llegar al salón de Fotografía, la clase que impartiría el señor Murray.
¿Qué puedo decir de él? Bueno, no me adelantaré. Entré arrastrando los pies y tirando cuadernos a mi paso hasta que concluyó mi camino hacia un hombre de cabello cano y expresión jovial que me recibió con los brazos abiertos... literalmente.
—¡Señorita Parson! Siempre me alegra encontrarme con nuevos alumnos.
Le lancé una mirada confundida y evadí su abrazo para plantarme en la única banca vacía.
Ese salón era el más caótico. Nada como lo que había visto antes en esa escuela, era sorprendente ver a los alumnos sentados sobre los pupitres y riendo a carcajadas, al menos ahí lo era. A partir de ese momento, las horas se volvieron mucho más largas y confusas. Si su parloteo era indescifrable, ahora con sus gritos y voces cruzadas todo se volvía realmente insoportable.
No podría creer lo que pasaba en esos momentos. Ojalá la vieja llegue pronto por mí. Estaba harta de ver esos feos uniformes por todos lados, incluso en mí.
—¡Lindsay!... Olvidaste esto en el salón.
Blaire extendió hacia mí, el Xperia Mini que la profesora Curtis me había quitado a última hora.
—Gracias.
—Que tengas buen día.
Fueron las últimas palabras de la rubia antes de que cruzara por la puerta principal para acabar con ese horrible día. Busqué con la mirada el rizado cabello de Aileen, lo que me encontré era rizado, sí, pero no era Aileen. La reconocí a metros, era Gwynaeth.
—¿Qué diablos haces aquí?
Su actitud no había cambiado desde la última vez que la vi. Levantó los hombros como dándole la menor importancia y me respondió.
—Fue una idea de tu abuela. Dijo que no conoce mucho sobre esas cosas, así que traigo aquí el dinero para que vayamos a la plaza.
—¿Por qué no mejor me lo dio a mí? No eres mi niñera. —Comenzamos a caminar por la acera de la calle.
—Vamos, Lindsay, no te pongas difícil.
—Cállate.
Volvió a levantar los hombros y seguimos recto para tomar el autobús. Llevaba un suéter y el abrigo del uniforme y aún sí la neblina me llegaba muy, muy adentro... Tal vez no necesariamente de manera física.
Justo cuando entramos en la plaza noté el contraste que había entre Gwynaeth y la gente escocesa normal, aunque todos poseían ese aire distinto, no había nadie más que ella con ese aspecto de rancho. Las larvas de mi salón también eran distintas. Por primera vez me codeaba con gente normal.
Caminamos hacia una isleta que mostraba teléfonos en sus anaqueles. Miré suspirando el último modelo de iPhone. Gwynaeth parecía no saber nada sobre telefonía, así que bombardeó al chico de la isleta con mil preguntas acerca de los planes.
—Dice que me des tu celular, lo desbloqueará para ponerle un nuevo chip... ¡Qué lindo! —Su rostro se iluminó cuando el Xperia Mini apenas estaba asomando por mi mochila—. ¡Realmente está precioso!
—Es una basura. —Deslicé la pantalla para revisar si había algo que no quisiera que vieran y la expresión de Gwynaeth cambió.
—Dame tu teléfono.
—¿Qué? ¿Qué te pasa? —señaló la parte posterior de mi celular en donde se leía con plumón negro:
«Vuelve al basurero, zorra»
—Lin...
—No digas nada.
Se quedó inexpresiva, supongo que algo asustada. Le di mi celular y ella regresó con el chico de la isleta. ¡Esa maldita Blaire!
Comenzaba a tardar demasiado el trámite, caminé mirando algunas tiendas sin alejarme mucho de la isleta, después de todo, ellos se habían quedado con mi teléfono. Estaba tranquila en una banca cuando unos chicos se sentaron junto a mí.
—Ellos querían traer a mi primo, Daniel —relataba uno de ellos—, pero era imposible que pudiera revalidar todo a tiempo para entrar.
—¿Vendrá para el siguiente inicio de clases?
—Sí, vendrá desde Nueva York el próximo año.
—¿Qué? —dije volteando a mirarlos. Ambos se quedaron pasmados al tiempo que yo enterraba mi mirada en sus pálidos rostros—. ¿Quieres decir que.... Tiene que esperar un año para entrar a la escuela aquí?
—Los planes de estudio son diferentes —respondió con timidez el primer chico—. Hay que pasar una serie de procesos para que todo quede validado.
Hubo un momento de silencio, de extrañas sensaciones, todo se detuvo.
—Se acabó, ¡me largo!
Ni siquiera me importó el hecho de que mi celular siquiera ahí. Caminé lo más rápido que pude a la salida de la plaza, con los gritos de Gwynaeth detrás. No entendía nada. Me habían traído con trampas a un lugar desconocido, con personas desconocidas sin que les hubiera hecho nada.
No había más que maldiciones en mi mente, y cuando menos me di cuenta corría a toda velocidad sin rumbo alguno. No había duda alguna. ¡Regresaría a Nueva York!
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-Sweethazelnut.
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