Nueve.
Al siguiente día me desperté muy temprano, más de lo que yo hubiera querido. Estar a las tres de la mañana escuchando la lluvia golpetear en tu ventana y truenos resonando a la lejanía, no era la clase de diversión que deseaba... Diversión. Hacía mucho tiempo que no me divertía, para ser exactos desde la última fiesta de los indómitos, pero aquel no era el momento para pensar en esas cosas. Necesitaba un plan, o bueno, al menos un trazo. Algo que me indicara qué hacer ahora.
Giré sobre mi cama y di un vistazo a mi celular: «3:10 a.m.» Tenía mucho tiempo.
Quedaba más que claro que yo no regresaría a Nueva York, en primer lugar por todos esos chicos de la escuela, y en segundo porque sabía que los zombis estarían por ahí. No podía ir a otro estado dentro de mi país porque sabía que era mucho más sencillo que los zombis me encontraran y ahora quería aludirlos para siempre.
Jamás los perdonaría por lo que habían hecho. Esos asquerosos cobardes.
Bien, pues no había nada más que discutir conmigo. Tendría que acabar mi sexto curso en el instituto para que me dejaran quedarme un año, o al menos hasta que cumpliera dieciocho y pudiera regresar a donde yo quisiera sin tener que rendirles cuentas a los zombis, eso sería muy pronto... algo así como pronto. Mi cumpleaños sería hasta febrero pero en realidad no era tanto comparado con las ganancias que tendría. Yo aguantaría. Tenía que hacerlo de todos modos.
«3:30 a.m.» Vaya que avanzaba lento el tiempo.
Realmente no podía conciliar el sueño. Me había pasado lo mismo las primeras semanas en Escocia, ahora era raro que sucediera. Di una vuelta más y suspiré.
No, simplemente no podía.
Terminé levantándome de la cama. Tomé una cobija y me rodee con ella, aquel no era el clima ideal para andar en shorts y playera. Me acerqué a la ventana y noté que la inmensa extensión color verde intenso que se extendía por todos lados, se había convertido en una indescifrable y misteriosa mancha gris causada por la lluvia.
Misteriosa, sí.
Si me pidieran que describiera a Escocia en una palabra lo haría con esa: misteriosa. Y no precisamente en el mejor de los sentidos. Eran un maldito código indescifrable para mí.
Entré al baño con cuidado y me eché agua helada en la cara, cuando me levanté se cayó mi cobija y admiré mis brazos. Casi no lo hacía, no me gustaba, otra razón por la que odiaba mi cuarto en Nueva York; pero en esta particular ocasión, me parecieron unos buenos brazos, quiero decir "unos brazos aceptables", con los dos imperfectos tatuajes que llevaba.
No los había visto bien. Uno era un alacrán y el otro era una "X" que era rodeada por la frase "Stop the world". Perfecto.
"Y es una lástima que no puedas mostrarlos con este asqueroso clima" me pareció escuchar en la voz de un trueno que hizo retumbar la casa.
Regresé enojada a la cama y me quedé dormida, imaginando que salía por ahí. Libre para siempre.
Asquerosos buitres.
Odiaba realmente la clase de Literatura inglesa, la primera que había tomado y justo donde estaba Blaire. Ella parecía elevar su presunción dándose aires de escritora... esa inútil sólo tenía un blog.
—... es simplemente impresionante la manera en la que retrata una realidad tan gris en un escenario pintoresco... —Su aturdidora voz le ganaba al máximo volumen de mis audífonos— ... y creo que hay personajes refrescantes en la obra, vaya, incluso más que la obra misma. Refrescantes porque te atrapan en...
—¡Lindsay! —Rayos, la señora Anderson.
—¿Harías el favor de permitirme tu aparato CON accesorios?
Estiré mi celular y mis audífonos como si fueran cualquier cosa, ahí iba mi más grande tesoro.
—Ahora dígame, señorita Parson, ¿usted también encontró a los personajes envolventes?
—Sí. —Ni si quiera sabía de qué hablaban.
—¿Sí?
—Sí.
—Bien. Notando que ha logrado percibir de manera tan... óptima, la lectura. Creo que me sentiría feliz, no, me sentiría honrada con recibir un ensayo suyo de diez hojas sobre ella. ¿Le parece?
Estúpida señora Anderson.
Esa semana se pasó escribiendo el tonto ensayo. No era tan bueno, pero yo no era alguien que gustara demasiado de la escritura y mucho menos de la lectura. En realidad la detestaba tanto que podría quemar todos los libros del mundo sólo para dejar de oír a Blaire hablar de sus autores preferidos.
Después de tanto tiempo con esas bestias, justo cuando aquel día terminaba, una señora delgada y demasiado alta para mirarla a los ojos me detuvo.
—Señorita Parson, necesito hablar con usted.
No tuvo que pasar demasiado para que adivinara que era la directora, vamos, tantos años lidiando con ellos. Yo los conocía bien.
Me señaló un asiento y por un momento creí que estaba en problemas, pero después recordé que en realidad no había causado disturbios desde mi llegada. Bueno, según yo.
—Bien, quisiera ser franca con usted.
—Hable. —Levantó sus lentes y continuó.
—Usted sabrá de sobra que su ingreso ha sido total y completamente ilícito.
—Ese no es mi asunto, esos asquerosos zombis...
—¿Zombis?
—¡Mis padres! Ellos lo hicieron, yo no tengo nada que ver.
—No estoy diciendo eso. —Se levantó de su silla y cerró la puerta no sin antes asegurarse de que no hubiera nadie alrededor—. Escúcheme, señorita Parson, puedo meterme en un gran problema por usted. He hablado con sus profesores y me cuentan que no ha tenido avances. Faltó por lo menos un mes y medio. No ha entregado tareas, proyectos, no pone atención en clase.
—Es que yo no pedí venir aquí.
—Pero está. —Quería irme, pero sabía que tenía que escucharla si planeaba estar aquí hasta mi cumpleaños.
—¿Cuál es el problema?
—El problema es en realidad muy sencillo. Arriesgo mi carrera por una estudiante incompetente. Prefiero hacerlo por una, sino sobresaliente, al menos promedio. Tiene dos semanas para ponerse al corriente con todas sus materias o tramitaré su baja y acabaré con todo esto.
—¿Eso es todo?
La directora asintió y yo salí enfurecida de su oficina. ¡Dos semanas! ¿Cómo creía esa vieja que yo iba a completar todo en dos semanas? ¡Estaba idiota!
—Lindsay, te trajimos un refrigerio. —Esa voz—. Por si te da hambre en el camino. —Esa estúpida voz—. ¿Tu abuelita aún no llega?
—Cállate, Blaire.
—¡Uy! ¡Cuidado! La americana se enfadó —soltó una de las víboras con las que venía.
—No, no, déjenla. Toma, Lindsay. Si necesitas ayuda sólo dinos. —Blaire estiró hacia mí una pequeña cajita con un moño, luego de eso se fueron serpenteando.
Me senté en las escaleras en lo que esperaba a la vieja. Estas últimas semanas ella había venido por mí porque, como ya he dicho, yo era una piedra en cuestiones de moverme sola en Edimburgo, y mucho más si tenía que ir del instituto a Pirefough y viceversa sin perderme. Como no tenía nada más que hacer abrí la caja de Blaire. Dentro traía una papilla para bebés y una nota.
«Si te da hambre en el camino dile a tu abuelita que te ayude a abrir el frasco ;).»
Dejé la caja en las escaleras y caminé un poco. Ni siquiera me interesó mucho lo del frasco. Hubiera querido darle una paliza a esa odiosa, pero no podía hacerme de problemas en esta escuela, no ahora.
La anciana no tardó en encontrarme y, como siempre, el camino a su casa fue horrible. Tan horrible que pasó algo muy extraño. Estaba viendo un par de videos por internet cuando mi mente se distrajo en mi más grande problema. ¿Cómo iba a lograr terminar todo el trabajo en dos semanas? No podría hacerlo yo sola, eso era un hecho. Jamás había sido buena para sentarme en un escritorio a hacer tareas, y no es que quisiera serlo ahora, pero en la nueva escuela no había ningún nerd al que pudiera amenazar para que me hiciera los trabajos.
Me sorprendí mirando la hora en mi celular. ¿Las 5:30 p.m.? ¿Qué tenía de especial eso? Era como si mi inconsciente tratara de decirme algo.
Miré los videos relacionados y le di a uno que llevaba como título "Tipos de amigos".
Nunca había visto un video blog, bueno, no completamente, siempre me resultaron aburridos; pero éste parecía bueno. Solté la primera carcajada al décimo segundo, pero lo realmente importante, la razón por la que le regalé un "Me gusta" a ese video fue por aquella frase. "...y todos tenemos a ese amigo súper listo que te ayuda cuando tienes trabajos pendientes".
«5:40 p.m.»
En veinte minutos llegaba mi única opción de "amiga". No quería llamarla así. Ni siquiera la conocía. Era aburrida y tediosa, nada que ver con mis amigos de Nueva York. Lucía siempre como granjera y sus comentarios eran sosos.
«6:00 p.m.»
Por primera vez en varios meses no cerré la puerta o subí el volumen. Sino que bajé a escuchar como ese carrito de compras se acercaba.
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-Sweethazelnut.
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