Dieciséis
El cielo amaneció tan despejado que no dudé en despojarme de la cama y caminar hacia la ducha emocionada. Qué curioso, esa gelidez propia de la ducha de mi abuela solía enfurecerme, pero ahora las agujas habían desaparecido. Ahora eran gotas de vida. Gotas que me despertaban día a día. ¿Y saben? Eran maravillosas.
La mañana se fue rápido y el momento en que tomé nuestros vestidos y los puse en una bolsa junto con el maquillaje para dirigirme a la casa de Gwynaeth llegó sin anunciarse. Y así fue todo lo demás: Rápido. El trayecto a casa de mi amiga y la comida junto a su madre.
Decidimos alaciar el cabello de Gwynaeth y se veía mucho más largo de lo que solía parecer. Nunca olvidaré su expresión cuando se vio a sí misma con ese vestido corto color coral, maquillaje en tonos negros y el cabello lacio y muy estilizado. Me abrazó de repente y me hizo sentir que estábamos juntas en esto. Que estaríamos juntas en esto para siempre.
Habíamos estados ahorrando para ese sábado y claro, contemplamos que no queríamos viajar en autobús con los vestidos y los zapatos altos, así que decidimos tomar en cuenta la tarifa de un taxi.
Y ahí estábamos, con la mamá de Gwynaeth despidiéndonos preocupada en el marco de la puerta y ese hermoso taxi negro esperando.
¿Mencioné ya lo increíble que es Edimburgo? Bueno, pues es doblemente increíble cuando es de noche. Las luces iluminaban de manera mágica y fantástica las calles que ya había recorrido un millón de veces y que, aún así, parecían diferentes.
Llegamos a un enorme lugar que Harry me había recomendado semanas antes. Y bueno, ¿qué les puedo contar de aquella noche? Digamos que los brillos cayeron como estrellas en cada baile y la música vibraba rítmicamente como una avalancha que intentaba despertarnos. Gwynaeth no percibía el llamado, así que tardó un tiempo en decidirse a acompañarme.
—¡Esto es muy divertido! —gritó ante el estruendoso ruido.
—¡Lo sé! ¡Mira! —Le señalé discretamente a un chico que la miraba sonriente—. ¿Por qué no bailas con él?
—Pero... ¿Qué hay de Ávalon?
—¡Dije "baila" no "cásate"! —Solté a reír y ella se puso colorada al encontrar la mirada del susodicho—. ¡Vamos Gwynaeth, es nuestro cumpleaños!
La tomé del brazo y caminamos hacia el sujeto. Tengo un instinto que costó años desarrollar sobre las intenciones que guardan las personas y ese chico tenía la misma mirada que Gwynaeth al ver por primera vez el antro.
Me senté en la barra y admiré las bebidas. Llevaba mucho tiempo sin beber. Entonces, entre las risas de la gente y la sonrisa de Gwynaeth, comencé a sentir cómo las botellas cobraban vida y me miraban. ¿Debería pedir un trago? Un escalofrío recorrió mi nuca como indicando que no lo hiciera, pero en ese mismo momento, una sensación intensa de calor me atacó susurrando que sí. Titubee un momento antes de mirar al bartender.
—¿Quieres algo, dulzura?
—Un perla negra.
El hombre empezó a preparar mi bebida y miré de reojo a Gwynaeth. La canción había terminado y como niños de cinco años ambos se dieron la mano y caminaron en direcciones opuestas,
—¿Qué pasa?
—Nada, terminó la canción. —Sonrió y me disponía a darle un trago al vaso hasta que vi que Gwynaeth lo miraba con curiosidad
—¿Quieres un poco?
—No es correcto.
La miré un segundo extrañada y digo extrañada porque cuando Gwynaeth decía que algo era incorrecto, en verdad lo decía con decisión, pero su mirada hacia la bebida esta vez decía otra cosa.
—Sólo un sorbo.
¡Ja! Había escuchado esa frase un millón de veces y claro, nunca es cierta. Lo que sería el recuerdo de una de mis grandes huidas del alcohol se convirtió en la introducción para Gwynaeth. Así, la cantidad que ingerí se convirtió en un simple sorbo, los demás tragos fueron consumidos por la pelirroja y, claro, como suele pasar, todo fue pagado por la persona más sobria.
Ya era pasada la media noche y Gwynaeth parecía haber salido de un albergue comunitario. Llamé al taxi que habíamos contratado y la subí a jalones.
Debo confesar que eso nunca me había sucedido, estaba preocupada por ella. En verdad creía que no debió haber tomado tanto y me arrepentía también por haberla dejado.
—Oye, Lindsay —murmuró con los ojos cerrados.
—¿Qué pasa?
—Gracias —expresó dejándose caer sobre mí.
Llegando a su casa no pude hacer más que disculparme una y otra vez con la madre de Gwynaeth, la cual me miraba como pensando: "Nunca me agradaste". Cerró la puerta con una falsa sonrisa pintada en la cara y yo me fui en el taxi a casa de mi abuela. Tenía la intención de contarle todo pero cuando llegué ella ya estaba dormida y sentí que despertarla a las dos de la mañana para contarle que emborraché a Gwynaeth no era la mejor idea.
Me deslicé silenciosa hacia mis sábanas y envié un mensaje de suerte a Gwynaeth por su cita del siguiente día con Ávalon.
—Pero, ¿ella está bien? —preguntó mi abuela en el desayuno del siguiente día.
—Sí, claro. Me contestó esta mañana el mensaje que le envié.
Soltó un poco de aire como si estuviera esperando esa respuesta. Lo que me encantaba de la abuela Aileen era que podía contar y contar sin miedo a que de pronto estallara como una de esas bombas nucleares, igual que los zombis.
Hablando de ellos, al recibir mi nuevo celular me encontré en un dilema ¿Qué hacer con los zombis? Es decir, tengo el celular, sí, y es muy hermoso pero, ¿qué hay del cambio de número. ¿Debería informarles?
No encontraba la manera, no era tan fácil como: "¡Hey! Soy su hija desaparecida. Cambié de número. ¡Besos!"
Ojalá fuera tan sencillo.
Al regresar de la escuela me senté en el sillón de la sala junto a la abuela que tejía un suéter. La pantalla del celular me anunciaba que era el momento de darles mi número. En ese instante otra idea atacó mi cabeza.
¿Por qué tenía que darles mi nuevo número? Guardé mi teléfono en un cajón con fuerza y noté la mirada de la abuela.
—Es una crisis existencial —le dije verificando que no hubiera hecho daño al cajón
—Ya veo— rió tranquilamente.
—Oye, abuela. ¿Tienes el teléfono de... tu sabes, de "ellos"?
Se quedó pensando un momento a quién me refería y después de eso me miró contenta y asintió.
—Están en mi agenda. Busca en el cajón de mi cuarto, el primero junto a mi florero.
—Gracias, abuela.
Caminé hacia su habitación, a la que nunca había entrado. Un olor a delicada canela golpeó mi olfato. Miré alrededor y encontré ese florero tan detallado y femenino como mi abuela. Tomé la agenda y en la primera hoja estaba escrito, casi como si me fueran a rogar que les hablara: "Casa Parson". Marqué el número completo por cobrar y esperé sentada en la cama.
—¿Hola?... ¿Hola? —Era la zombi
—Hola.
—Sí, ¿quién habla?
—Emmm...
—¿Abuela, eres tú? La llamada es de Edimburgo —susurró a otra persona.
—Soy Lindsay —surgió de mi boca para dejar paso a un silencio largo que viajó hasta otro continente.
—¿Lindsay? ¿De verdad eres tú?
—Sólo llamo para decirles que tengo un teléfono, es nuevo. Se queda registrado en el verificador de llamadas, ¿no? —Noté que comenzaba a hacerse un nudo en mi garganta—. Adiós.
Colgué el teléfono mientras temblaba. Me levanté para dejar la agenda en su lugar y cuando abrí el cajón me percaté de que guardaba cosas extraordinarias que no había notado. Junto al lugar de la agenda yacía un hermoso collar de perlas que se veía muy antiguo; y encima del buró una fotografía que, a pesar de estar en blanco y negro, desprendía algo mágico.
"Es la abuela", susurré para mí. Tomé la foto para verla más de cerca y me di cuenta de que tenía el mismo collar que acababa de ver.
Abrí la cámara de mi iPhone y me dediqué a guardar esa imágen, por supuesto, qué mejor para mi proyecto, que esa indescriptible foto de mi abuela.
Recorrí el collar con la mirada tratando de guardar cada centímetro en mi memoria. No quise bajar inmediatamente con la abuela porque sabía que probablemente me preguntaría qué pasó, pero no podía evitar el tema para siempre, así que a la hora de la comida tuve que soltarlo.
—Hablé con ellos.
—Me parece bien, mi pequeña —contestó ella disimulado su preocupación.
—No hablamos particularmente de nada, pero... fue bueno escuchar su voz después de tanto.
—Apuesto a que fue mejor para ellos —comentó guiñándome un ojo.
Comimos delicioso ese día y me contó un poco más de cuando era joven.
La abuela Aileen sufrió mucho en América, me dijo que esos días han sido los más oscuros de toda su vida. Juntó todo el dinero que pudo para viajar de regreso a Escocia. Sin embargo, fue echada de su casa después de confesar que estaba esperando al zombi.
Comenzó a buscar un lugar fijo en el cual vivir. Era difícil porque era joven y casi no había oportunidades para alguien con esas características. Encontró trabajo como secretaria de un pequeño negocio que apenas comenzaba, pero en cuanto se le empezó a notar el embarazo fue despedida sin reparos. Después, entró como empleada de una tienda local conocida como "Hompshire" dice que fue contratada más por su estado que por sus ventas, pues ella no era muy buena en ello. El sueldo era muy bajo, pero la estabilidad del mismo, y el apoyo que tenía de los dueños le permitieron conseguir, después de un tiempo considerable, un sitio en el cual criar a su querido hijo.
Irónico fue el día en que él le confesó que quería estudiar la universidad en Estados Unidos. Y así lo hizo.
Hubieron épocas malas y épocas buenas, pero la valentía de la abuela resaltaba en cada una de ellas. Cuando estaba siendo arrullada por los sonidos de la noche y los relatos sin fin, decidimos ir a dormir y esperar a que otro día llegara con el tiempo para más deliciosas historias.
"¡Hola Gwyaeth! ¿Cómo te fue en tu cita?"
"Chica... ¡responde!"
"¡Bien! Te dejaré descansar por el momento, sólo dime si nos veremos mañana"
"Tierra llamando a Gwynaeth"
"Oye, ya me estás preocupando, ¿qué pasa?"
Ya eran las ocho de la noche cuando envié el último mensaje. Inmediatamente marqué el número de la casa de mi amiga y esperé a que contestara, y esperé, y esperé. Hasta el sexto intento, su mamá me contestó un tanto molesta, me dijo que Gwynaeth tenía mucha tarea y que cuando tuviera tiempo me regresaría la llamada.
¿Cuándo tenga tiempo?
Sí, realmente hablaba en serio con eso de "cuando tenga tiempo", ¿por qué no supe nada de ella por una semana? Le seguí mandando mensajes inútiles sin respuesta. Llamé otras veces a su celular, pero nunca atendía, y en el teléfono de su casa siempre contestaba su mamá diciendo que Gwynaeth seguía "ocupada".
No pude entender por qué ya no quería hablarme. Estuve tratando de encontrarla en mi camino de regreso a casa e intenté ir a su turno en el supermercado, pero ni siquiera la leche de mi abuela llegó en toda la semana. Algo muy raro pasaba y decidí no quedarme de brazos cruzados. Quería que Gwynaeth me dijera en la cara qué era lo que ocurría.
Al llegar, noté su casa mucho más apagada de lo normal. Llamé a la puerta un par de veces hasta que el movimiento de la cortina de la pelirroja me avisó que ella ya sabía que yo la buscaba. Seguí ahí hasta que su madre abrió y me miró con repudio.
—Niña, te dije que ella te llamaría
—Lo sé, es sólo que... Me sentí un poco preocupada por Gwynaeth y pensé en pasar a ver cómo está.
Las pupilas de la mujer dieron una vuelta en señal de desesperación.
—Ella no está.
—Bueno. Adiós —respondí tan cortante como ella.
Increíble. ¿Qué había hecho yo?
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-Sweethazelnut.
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