Dieciocho



Decidí levantarme más temprano de lo habitual, no tenía ganas de hablar con nadie, así que evité tomar el autobús esa mañana. En lugar de eso, recorrí toda la carretera que llevaba a Edimburgo.

El viento helado golpeando a mis mejillas y mi cabello flotando a mi alrededor acompañaban los pensamientos sobre lo que había pasado con Gwynaeth. Tal vez había sido algo dura con ella... ¡No! ¡Se lo merecía! ¡Y pensar que yo la consideraba mi amiga!

Sentí el coraje volviendo a hervir dentro de mi cuerpo. Eso de los amigos no era para mí. Siempre resultan ser como buitres que revolotean esperando a que te conviertas en carroña y, afortunadamente, Gwynaeth ya no estaba para comerse mis restos. Y me refiero a "los restos" porque así me sentía en ese momento, como si sólo quedaran moronas de mí. Al decir esto, sabrán entonces, que Blaire tuvo mucho que ver con este sentimiento.

Ojalá que ella hubiera sido a la que dejaba sola sobre la carretera despidiéndome de su presencia para siempre, pero no. Ahí seguía ese ser insoportable, presente en cada minuto.

Su pulcra actitud se había visto perturbada por mi nueva forma de defenderme. No iba a dejarme intimidar por mucho tiempo, así que poco a poco había comenzado a responderle un par de insultos que provocaban discretas risas en el salón y arrugas en la frente de la rubia.

Mi fórmula había resultado correcta, ya que el castigo máximo para tales conductas eran un par de horas en detención para ambas. Y así resultó terminar aquel día: Blaire y yo estábamos solas en el salón de castigo y, la condición en esta ocasión, era nuestra libertad a cambio de que ambas aprendiéramos a tratarnos.

La ansiedad se hacía presente, como lo había hecho desde la mañana. Con tremendo silencio, mi mente no podía evitar dirigirse todo el tiempo al tema de Gwynaeth y eso me molestaba al punto de desquitar mi ira golpeando el pupitre con la punta de mi bolígrafo de manera compulsiva. Al ritmo del golpeteo de mi pluma, también llegó a mí todo lo vivido desde mi llegada a Escocia. Y es que era horrible el hecho de que justo cuando me había aclimatado, esa tonta pelirroja decidiera arruinar todo.

—¡Ya! Por favor, detente —gritó de repente Blaire interrumpiendo mis pensamientos.

Me giré sorprendida por el hecho de que Blaire me estuviera hablando. La engreída regresó su mirada a la interesante pared del frente, así que yo continué mi tamborileo y el carnaval de pensamientos que lo acompañaba.

—En verdad, ¡cállate! —repitió desesperada mirándome con severidad.

—¿Qué pasa, princesa? ¿Ya no puede soportarme?

—¿Tú qué sabes, idiota? —Apartó la mirada de todo para concentrarla en el suelo y yo me levanté para colocar mis palmas sobre su paleta.

—¿Cómo me dijiste?

—¿Sabes qué, Parson? Déjame en paz... hoy no estoy de humor.

Me dejó sin palabras un segundo, porque la Blaire que yo conocía siempre quería pelear y, precisamente estábamos ahí porque los profesores comenzaban a creer que nos esmerábamos demasiado en esa actividad.

—¿A qué te refieres?

—No. Ya te dije que hoy no estoy de humor para pelear.

Me di la vuelta y regresé hacia mi lugar. Nos mantuvimos calladas otro rato más hasta que ella recibió un mensaje de texto y, después de azotar las manos sobre su banca, se aproximó a mí.

—¿Tú y yo somos amigas, de acuerdo? —dijo mientras sostenía su celular con fuerza.

—¿Qué?

—Vamos con la directora y decimos que ya somos amigas para que nos dejen salir de aquí.

Tomé mi mochila con pereza y ambas caminamos a la oficina de la directora. Nuestro pequeño viaje por los pasillos de la escuela fue muy extraño, ella iba con la cabeza gacha y la mirada perdida. No es como que me importará, pero para alguien que solía comportarse como la mismísima duquesa de Gales, orgullosa e inmutable, aquella apariencia indicaba que algo estaba muy mal.

Blaire abrió la puerta con suavidad y la directora nos dirigió una estricta mirada.

—¿En qué puedo ayudarles?

—Sólo queríamos informarle que hemos hecho una tregua —dijo Blaire sin muchos ánimos.

—Es muy satisfactorio escuchar eso. Verán, la buena conducta es uno de los aspectos más importantes para nosotros y una de las cualidades humanas por las que...

Y así comenzó uno de esos discursos innecesariamente largos y laberínticos. Miré de reojo a Blaire y noté que ella tenía la mirada fija en un documento que tenía la directora sobre su escritorio. Me incliné un poco para ver qué decía el papel y pude notar que era una carta escrita con la perfecta letra de la zombi. Un escalofrío me recorrió al imaginar de lo que podría estar enterándose Blaire al leer la carta, así que comencé a escudriñar entre las palabras para descifrar el motivo de la misma y decía así:

"Yo sé que Lindsay no ha alcanzado los créditos suficientes para ser admitida en tu escuela, pero sería un acto maravilloso de tu parte que me apoyaras haciendo ese enorme favor a mi hija. El favor de brindarle una oportunidad..."

Blaire y yo intercambiamos miradas al tiempo que la directora llegaba al final de su discurso.

—¿Entendido? —preguntó ella con firmeza.

—Sí —respondimos al unísono sin saber con qué acordábamos.

—Bien, entonces ni una pelea más. Pueden irse.

Ambas caminamos apresuradas hacia la salida. Yo lo hacía el doble de rápido para tratar de evitar un interrogatorio de Blaire, pero al escuchar cómo corría para alcanzarme, decidí detenerme en seco y voltear.

—¿Qué fue lo que hiciste? —gritó Blaire al tiempo que llegaba conmigo.

—¿De qué hablas?

—¿Entraste con trampas a la escuela?

—No.

—Claro que sí, yo lo leí.

—No lo puedes probar —dije con una sonrisa de astucia que fue opacada por la de Blaire.

—Pero no cualquiera puede enterarse, ¿no es así?

Aquel semblante de triunfo inminente acompañó sus pasos hacia la salida. Y yo, que por un momento me había sentido mal por ella, era una completa tonta.

Regresé enfurecida a la casa de la abuela. En verdad que no quería saber nada de nadie. Provoqué que ella tirara su plato de sopa debido a lo fuerte que azotaba las puertas.

—Te hice la sopa que te gustó la otra vez, mi Lindsay —dijo ella tratando de ocultar el miedo.

—No tengo hambre, déjame en paz.

—¿Te fue bien hoy?

—¡Qué me dejes en paz! ¡Estoy harta de todo el mundo! ¡Estoy harta de...! —Mi fúrico discurso fue interrumpido por el estruendo que provocó la abuela al desvanecerse sobre el punto en el que me había estado mirando con angustia—. Abuela, despierta. Despierta, por favor.

Sentí como un río de miedo llenaba mi cuerpo. No sabía qué hacer, así que simplemente me incliné sobre ella con pánico en el corazón, hasta que sus grises ojos volvieron a encontrar los míos.

—Te traeré un vaso con agua —dije al tiempo que corría a la cocina, evitando pisar la sopa que se encontraba sobre el piso, y volvía tan rápido como me lo permitían mis temblorosas piernas—. Tómalo despacio, por favor.

Su cara lucía pálida y con débiles movimientos tomó el vaso pasa comenzar a sorber agua.

—Abuela, ¿estás bien?

—Sí, mi niña —respondió con un hilo de voz—. Sólo fue un mareo.

—Abuela, eso no fue sólo un mareo... Hay que llevarte en este instante a un médico. Iré por tu suéter —dije al tiempo que ella colocaba su blanca y pecosa mano sobre mi brazo.

—No, claro que no. No puedo soportar a los médicos.

—Pero...

—Por favor, Lindsay —pidió mientras me miraba con esos brillantes ojos—. Me quedaré tranquila en cama, pero no me lleves a un médico.

Lucía tan delicada y pequeña. No sé si lo expliqué bien, pero es que ella poseía una delicadez que guardaba detrás un gran cúmulo de grandeza y sabiduría. Simplemente, no pude negarme. Llevé a la abuela a su sillón preferido mientras yo limpiaba la sopa del suelo y los pedazos de porcelana que habían quedado regados. Después, subí a mi habitación para quitar las mantas que tenía extendidas sobre mi cama y  las llevé a la habitación de la abuela Aileen.

Cuando logré armar la cama más cómoda posible, ayudé a la abuela para que se acostara en la misma. Yo la cuidaría toda la tarde.

—Oye, abuela —dije mientras le daba su plato de sopa para comer.

—Dime, cariño.

—Lo lamento. —Me miró soñolienta y asintió—. No, me refiero a que en verdad lo lamento. Estos días han sido difíciles y me siento terrible por haberte hablado de esa manera. Pero, lo que realmente me hace sentir como basura es la forma en la que te he tratado desde que llegué. Tú no tenías que soportar a alguien como yo, y aún así te portaste increíble. —Mis mejillas ya habían recibido a las lágrimas que acompañaban a mi voz quebradiza—. Eres la única persona que me ha hecho sentir parte de una familia.

Sus tibias manos se posaron sobre las mías y sentí cómo me abrazaba con la mirada. Así de irreal como parece, ella me abrazaba sin siquiera levantarse.

—Mi nieta, yo te quiero mucho. Yo siempre te perdonaré. Eres mi familia, mi niña. Has traído alegría a mi vida desde el día en que recibí la carta con la noticia de que habías nacido —expresó ella sonriendo—. Yo te quiero justo como eres.

Le di un abrazo con todo el sentimiento de mi corazón (aún no sabía cómo dar abrazos con la mirada) y parecía que miles de años de eventos hermosos en el mundo se hacían añicos ante nuestro aislado y precioso momento. Ese fue el instante en el que me di cuenta de lo mucho que significa querer a alguien.

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-Sweethazelnut.

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