𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟻𝟷
Carcosa, 10 de julio de 1892
Un día después de la partida de Eleonor a su nueva casa, Janeth le envió a Theodore una nota a su propia residencia —algo que nunca hacía, por motivos obvios— para avisarle que Caroline había caído enferma nuevamente y que, de esta vez, su cuadro era bastante más grave.
Percibiendo su repentino desespero, Helen le dijo que agarrara sus cosas y se fuera corriendo a la capital junto a su amante y la chica; ella se haría cargo de inventarle una excusa para su repentino viaje y mantener a los curiosos integrantes de la familia Fouché distraídos.
Ni la actriz o su hija habían visitado Carcosa antes. Él siempre había querido llevarlas allí, a conocer el barrio dónde había nacido, las calles dónde había crecido, los lugares que había frecuentado, pero por su apretada agenta, impredecible rutina y todas otras las obligaciones personales que tenía, no había sido capaz de hacerlo. Aquel domingo aquella realidad cambió, pero no de la manera que deseaba. Todos estaban en la capital, pero no por placer o recreación, sino por una emergencia.
Tan solo descendieron de la estación de trenes de Reordan tuvieron que viajar derecho al Hospital Privado —el mejor centro médico de toda la nación—. A él no le importó saber cuánto una consulta con el doctor Misvale —el médico más famoso y respetado del país— costaría. Estaba dispuesto a pagar el más alto de los precios para que su ahijada se recuperara.
Pero ni la más reluciente y dorada de las monedas puede comprarle a un alma inocente más años de vida. Este hecho es doloroso, pero innegable. Y fue algo que ambos él y su amante tuvieron que aceptar ese triste día.
Los pulmones de Caroline se encontraban muy débiles. Bronquitis aguda, empeorada por las condiciones climáticas del sur y su Neurastenia. No había mucho por hacer. Aplicar una mezcla de Antimonium Tartaricum, aceite de Cinnamomum Camphora y alcohol sobre la piel de su pecho. Administrarle suero. Darle baños tibios para reducir su fiebre.
—Hay una terapia experimental —el doctor también sugirió—. Tenemos un inhalador a vapor que usa el efecto Venturi para atomizar la medicación...
—¿Usted cree que funcione? —el periodista preguntó en nombre de su amada, quién se hallaba demasiado fragilizada y angustiada para hablar.
—Ya ha mostrado buenos resultados con otros pacientes...
—Entonces intentémoslo.
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El inhalador funcionó, por algunas horas. Pero la tos de Caroline era incontrolable, violenta, carrasposa. No se iría sin derrotar primero a su cuerpo. Y eso ella lo sabía. Theodore lo sabía. Janeth también, pero se negaba en aceptarlo.
Los médicos hicieron todo lo que podían para ayudarla. Lucharon contra los límites de la ciencia y la medicina para curar su cuerpo y salvar su alma, agotando todas sus opciones, explorado todos los tratamientos que conocían, pero no lograron su cometido. No podían alargar su vida, ni postergar su fin. Su destino estaba entregue a Dios.
—Teddy... —en plena madrugada, la mano fría de Caroline se estiró hacia la silla dónde él estaba sentado.
El periodista y la actriz se estaban tomando turnos cuidando a la joven. Por primera vez en días, la madre pudo dormir, sabiendo que alguien más estaba protegiendo y observando a su hija. Ella estaba exhausta. Y por esto mismo, no escuchó la voz de la chica llamarlo, ni lo vio levantarse de su asiento para ampararla.
—¿Qué pasa, Carol? —él entrelazó sus dedos con los de su ahijada, llevando su mirada hacia su rostro sudoroso y pálido.
—No creo que viviré por mucho tiempo —al oír esto, un escalofrío repugnante corrió por la espalda de su padrino. Él sacudió la cabeza y comenzó a negar sus palabras, pero ella lo detuvo: —Quiero que me prometas algo...
—No... tú vas a estar bien...
—Cuida a mamá —Caroline murmuró con lágrimas anegando sus ojos, cayendo por su mejilla como rocas por un acantilado—. Tenla en tu mente y tu corazón, siempre. No la dejes sola. Por favor... por mí, no lo hagas.
—Cariño...
—Me aterra saber cómo ella sufrirá con mi muerte.
—No vas a morir.
—Theodore —la joven nunca lo había llamado por su nombre completo antes. Él se calló y apenas fue capaz contener su sollozo—. Prométemelo. Necesito que lo hagas.
—¿Cómo estás tan calma?
—¿Calma? —ella se rio—. Estoy aterrada. Pero mamá siempre ha sido fuerte por mí... y yo tengo que serlo ahora por ella. Así que prométemelo, Teddy. Te lo ruego...
El señor Gauvain, con el rostro enrojecido, empapado, y con las líneas de expresión arrugadas en una mueca de sufrimiento inhumano, no logró vocalizar su compromiso en voz alta. Lo murmuró, con evidente arrepentimiento y miedo, antes de inclinarse y besarle la frente:
—Te lo prometo.
Él cuidaría a Janeth, sin importar el final de aquel triste capitulo. Lo haría, aunque la pobre chica a su frente no lo pudiera.
—Gracias, papá.
Ante estas débiles palabras, él sonrió y comenzó a llorar. Al menos había cumplido bien su misión.
—No me agradezcas, hija. Solo descansa.
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Estaba escuchando "Ronan" de Taylor Swift mientras escribía esto y Dios, las ganas de llorar fueron muy reales. Ugh.
https://youtu.be/kdiBc40gW7s
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