𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟻

Merchant, 03 de febrero de 1892

Aquella mañana, Theodore se despertó determinado en sacarle al menos una sonrisa a su ahijada. No necesitaba ser grande, ni excesivamente feliz. Pero quería verla contenta y probarle que seguir con su vida era posible, pese a lo que le había ocurrido.

Fue al almacén del señor Carter y compró todos los dulces que a la joven le gustaban. Pasó por el florista y agarró un ramo de rosas para Jane. Incluso fue a la farmacia y pagó por las pastillas para el dolor que su médico le había recetado a años, y que jamás había probado. Su rodilla aún no mejoraba y no quería que ella lo desconcentrara en su misión. Metió dos comprimidos bajo la lengua y los dejó disolver mientras caminaba hacia la residencia Durand.

Al llegar ahí, ya se sentía un poco desorientado y somnoliento. Pero podía soportarlo, estar cansado no le era nada nuevo.

Golpeó la puerta y esperó a que alguien le abriera. Vio a su amante ojearlo desde la ventana, con una aprensión que se transformó en alivio. Luego, la escuchó destrabar los cinco cerrojos que él había mandado el llavero instalar, queriendo resguardar la seguridad del hogar.

—Theo... —ella besó su mejilla —¿Qué haces aquí tan temprano? ¿No deberías estar trabajando?

—Me tomé el día libre hoy. Quiero pasarlo con ustedes —le entregó las flores.

—¿Para mí?

—Sí —él asintió y levantó sus otros regalos—. Y esto... es para Caroline.

El rostro de la actriz pasó de confundido a entristecido, a preocupado.

—No sé si hoy será un buen día...

—No me importa. Quiero al menos intentar estar por aquí. Ver como ella reacciona. Le traje sus dulces favoritos.

—No creo que dulces sean la solución para su desanimo.

—Ambos sabemos que no hay una —él murmuró, con el corazón partido, pero la mente decidida—. Por favor... déjame quedarme por aquí, solo por hoy. La extraño. Mucho —la sinceridad en sus ojos logró convencer a su amada sin demora, pero él siguió hablando: —Sé que no soy su padre. Pero la amo como uno. Y saber lo que le pasó... saber que no pude protegerla... me está matando por dentro.

—Mi amor...

—Es la verdad. Y siento su falta —se limpió los ojos con la manga de su abrigo—. Así que, ¿puedo quedarme?

—De acuerdo —la actriz lo abrazó—. Quédate cuanto tiempo quieras...

Ambos permanecieron ahí afuera, pegados uno al otro en silencio, por varios minutos. Miles de preguntas y miedos corrían por sus cabezas, pero no había forma de tranquilizar su ansiedad, ni de deshacerse de sus temores. Estaban atascados en una realidad que no querían vivir, pero que debían confrontar de todas formas.

Los dos sentían que habían defraudado a Caroline. Jane, porque se había prometido que su hija jamás sabría cómo se sentía ser tocada por un hombre sin su consentimiento y Theodore, por no haber logrado protegerla del lunático, pervertido, borracho que era su padre.

Pero no podían lamentarse en exceso. La recuperación de la jovendependía de ellos. Su futuro dependía de ellos.

—También te traje tus dulces favoritos... —él respiró hondo—. Pain au Chocolat.

Ella sonrió y se apartó de él.

—Pongamos la mesa para el desayuno entonces... y veamos si Carol se anima a levantarse hoy.

Entre ambos, no se demoraron más de diez minutos en organizar todo. Prepararon café, cortaron rebanadas de pan, separaron la loza y los cubiertos, sacaron los confites, hojaldres y buñuelos de su envoltorio. Todo mientras la chica dormía. Y al terminar, la señora Durand caminó al pasillo y entró a su habitación. Theodore se quedó en la mesa, pegado a su asiento, esperando con ansias su regreso. Por un minuto, se sintió decepcionado; la actriz volvió sola. Pero ella fue rápida en afirmar:

—Carol dijo que ya viene. Se está vistiendo.

—¿Vendrá?

—Sí —Jane sonrió, pese a su inquietud—. O al menos, eso me dijo.

—Está bien... si ella cambia de opinión, lo volveremos a intentar otro día —él la reconfortó—. No me daré por vencido.

—Lo sé —las esquinas de la boca de la mujer se elevaron aún más—. No serías tú si lo hicieras.

Caroline sí apareció para desayunar, pero su expresión severa no cambió al verlo. Simplemente le dio buenos días, se sentó en el otro extremo de la mesa en silencio e intentó ignorar su presencia.

—Te traje tus favoritos —Theodore aclaró la garganta y le ofreció el plato con los dulces que le había comprado.

Ante su quietud, él hizo una mueca avergonzada. ¿Era estúpido, creer que la podría animar con un gesto tan pequeño y banal? ¿Estaría siendo insensible, al intentar volver a la antigua casualidad que compartían?

—Gracias, Teddy —su voz sumisa, tímida, lo alejó de sus pensamientos angustiosos, luego de algunos segundos de intensa tribulación interna.

Al oírla, él soltó un exhalo aliviado.

—De nada —le dio una sonrisa corta, recogiendo la tetera con leche caliente para mezclarlo con su café.

—¿Cómo ha estado usted? —la chica le preguntó, haciéndolo levantar sus cejas.

No estaba esperando que ella le volviera a hablar.

—Bien... Trabajando bastante. Estoy haciendo un reportaje sobre la construcción del nuevo sistema de alcantarillado... —una vez empezó a contarle sobre su semana, no pudo parar. Caroline no lo interrumpió y tampoco Jane, así que solo dejó que las palabras salieran de su boca sin pensar mucho en ellas. Cuando terminó, no se acordaba ni de la mitad de lo que había dicho. Pero al menos su distracción funcionó; su ahijada se veía menos nerviosa y retraída que a algunos minutos atrás. Su verborrea la había convencido de que no estaba ahí para hacerle daño—. ¿Y tú? —él preguntó con cierta cautela—. ¿Qué has hecho?

—No mucho —la chica sacudió su cabeza—. No me he sentido muy dispuesta.

—Ah...

—He tenido muchas pesadillas —siguió hablando, para la sorpresa de los dos adultos a su frente—. No puedo dormir durante la noche, así que me quedo muy cansada.

—Lo entiendo.

Ella se rio.

—Dudo que lo hagas.

—Lo entiendo —él se repitió, con más sinceridad que antes—. La gran mayoría de las noches yo tampoco puedo dormir.

—No por el mismo motivo que yo.

—No —tomó un sorbo de su café—. Bueno... sí y no.

—¿A qué te refieres?

Jane los miró con preocupación, sin saber qué hacer. ¿Debía interrumpirlos o dejarlos discutir?

—Nunca estuve en la misma situación que tú. Pero... mi padre era un hombre tan deplorable como el tuyo.

—¿En qué sentido?

Theodore tragó en seco. Sabía que Caroline lo estaba intentando provocar, pero también sabía que sí existía un poco de curiosidad en cada nuevo ataque.

—Él nunca estuvo muy presente en mi vida. Las pocas veces que lo vi estaba ebrio, sin control sobre su agresividad o sus... deseos —pestañeó, algo incómodo—. Usualmente descubría que estaba de visita al encontrarlo golpeando a mamá, o a mis hermanos. Nunca lo vi llegar a mi casa sonriendo, o con calma. Siempre aparecía cuando estaba irritado. Y un par de veces... no solo lo vi apalear a mi madre, pero... —pausó, al recordar sin querer el llanto de la fallecida señora Leónie—. Abusarla.

Su ahijada bajó su mirada. Jane cerró los ojos. Theodore tomó otro sorbo de su café, sin encarar a ninguna. No había venido a aquella casa para hablar sobre su pasado, pero si era necesario para que Caroline se sintiera menos sola, se obligaría a hacerlo.

—Eso no es todo, ¿cierto?

Él dejó su taza a un lado.

—¿Qué?

—Usted tiene muchas cicatrices. En el rostro, en el cuello, en las manos —la chica observó—.  Son demasiadas como para que sean hechas solo por una persona.

—Carol —Jane al fin intervino—. No digas cosas así.

—No es ninguna mentira —su hija respondió, sin aparentar estar molesta por el reproche—. Era muy pequeña cuando las vi por primera vez y no pensé nada de ellas, pero he crecido. Y quiero explicaciones... No solo para eso, para otras cosas también.

El periodista percibió su indirecta y la miró, asustado. ¿Había ella descubierto su caso con Janeth?

—Si quieres explicaciones, te las daré. Nunca te he mentido sobre nada y no empezaré ahora...

—Eres casado —la chica lo frenó—. Mi p... Albert me lo contó. Me has mentido antes.

Él respiró hondo y mantuvo la calma.

—Omitir información e inventarla son dos cosas distintas. Jamás te dije que era soltero.

—Perdón por asumirlo, cuando te veías tan cómodo coqueteando con mamá.

—¡Caroline! —Janeth exclamó, entre irritada y en pánico.

Theodore, con la boca abierta, listo para defenderse, la cerró. Era obvio que ella ya sabía de todo; usar excusas para ocultar la verdad sería inútil.

—¿De veras quieres que sea transparente? ¿Qué te diga todos mis motivos para hacer lo que hice y hago?

—Sí —ella asintió, demostrando una seriedad nunca antes vista—. Quiero oír todo. Eso es, si tienes el coraje necesario para ser franco.

Jane se estaba conteniendo para no comenzar a llorar y entrar en crisis. Siempre supo que tendría que explicarle la naturaleza de su relación con el periodista algún día, pero jamás pensó que llegaría tan rápido. Ya él, presentía que el momento se aproximaba más y más.

Caroline podría aún ser joven y poseer suficiente inocencia para ser considerada una muchacha, pero ya no era ingenua. Además, había heredado el don de la observación de su madre. Recordaba cosas que ni Dios podría mencionar.

—Las palabras que buscas jamás te serán negadas. No por mí —Theodore afirmó—. Solo pido que las escuches con atención. Y espero que, algún día, seas capaz de perdonarme.

—¿Perdonarte?

Él respiró hondo, decepcionado consigo mismo.

—Es tiempo de que conozcas al verdadero Sr. Gauvain.


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