𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟹𝟿

Merchant, 04 de enero de 1889

Promesas de amor eterno no son iguales a una relación sin problemas, o a falta de conflicto. Lealtad, cariño y devoción no significan una constante ausencia de enojo, de discusiones, de malentendidos. El día siguiente, al salir del hospital, Theodore y Jane lo comprobaron.

El señor Gauvain había recibido la noticia que no quería oír; no había manera de curar su rodilla definitivamente, apenas tratamientos paliativos para amenizar su dolor. Uno de ellos, usar un bastón.

—¡Me niego a hacerlo!

—¿Qué tiene de malo que tengas que usar uno? Si disminuye tu sufrimiento...

—¡Me veré patético! ¡Eso tiene de malo!

—No es el fin del mundo.

—¡Eso no significa que me atraiga la idea!

—Estás siendo irracional e infantil.

—¡Y tú no estás llevando en serio, Janeth!

Luego de la consulta, ambos se habían ido a la soledad del Lago Colburgue a conversar. El periodista estaba demasiado enojado y volátil como para irse a casa solo, o siquiera pisar en el hogar de su amante; despertaría a Caroline con sus bramidos.

—No sé qué quieras que te diga, Theodore —ella fue sincera—. Y de veras no entiendo por qué crees que usar un bastón te hará ver "patético". Todos los hombres ricos de esta ciudad los usan como accesorios de todas formas, no es como si fuera algo extraño...

—¡Y ahí está el problema! ¡Hombres ricos! ¡Sinónimo de burgueses engreídos!... ¡Los bastones se han vuelto tan asociados al elitismo como las escarapelas rojas a los socialistas! ¡No puedo dejar que mis lectores y asociados me tachen como algo que no soy!

—Eso es absurdo. ¿Vas a empeorar un problema de salud porque no encaja con tu presentación? ¿Con tu estética?

—¡No quiero mandar las señales equivocadas!

—¿En serio? ¿O tal vez es porque le tienes miedo a aceptar que estás envejeciendo? —él se calló. Para que esto ocurriera, ella debió haber tocado un punto importante—. ¿O será porque no quieres admitir que ya no podrás hacer las locuras que solías hacer, como pasar tres días seguidos encerrado en la Gaceta, trabajando hasta colapsar?

Para evitar perder el control y gritarle, Theodore se sentó sobre una banca cercana y se dispuso a concentrarse apenas en su respiración.

—No lo entiendes... 

—Pues hazme entender —la actriz cruzó los brazos y él bajó la mirada—. Porque tus excusas me resultan estúpidas, francamente.

Su diálogo se detuvo por unos pocos segundos.

—Esto es el comienzo del fin. Si mi rodilla empeora, tendré que pasar más tiempo en casa. Y aunque en los últimos meses lo he estado disfrutando bastante, no quiero estar alejado de ti para siempre. Y eso es lo que ocurrirá, si mi dolor sigue aumentando. Tendré que estar en reposo... y no podré estar cerca tuyo. No tan a menudo como ahora.

Jane se sentó a su lado.

—Por eso mismo deberías usar el maldito bastón.

—E insistes...

—Theodore, si no lo haces ahora, tu dolor empeorará mucho más rápido. Y el fatídico día en que ya no puedas venir a mi casa llegará mucho antes de lo debido —ella lo reprochó, antes de tomar una nueva pausa y cuestionar:— ¿Y qué hay de los otros tratamientos que el doctor recomendó? ¿Al menos intentarás seguir alguno?

—Ir a las termas... Ya he percibido que el agua caliente me relaja los músculos. Es lo único que creo que funcione. Eso y acupuntura. Hablaré con algunos de mis amigos Onasinos y trataré de ver si su chamán aceptaría tratarme.

—¿Y qué hay de las medicaciones?

—No tomaré ninguna.

—Theo...

—¿Acaso no te acuerdas de lo que les pasó a esos soldados de la Guerra? Les dieron tanta morfina que se volvieron dependientes. No voy a sucumbir al mismo destino.

—¿Pero él no te recomendó otras opciones?

—Aspirina, Fenazona y Antifebrin. Pero no confío en las últimas dos. Solo Dios sabe de qué estarán hechas y qué problemas extras me traerán.

—¿Ni siquiera estás dispuesto a probarlas?

—¿Y gastar mi dinero para terminar más enfermo aún?

Jane giró los ojos, frustrada.

—Eres imposible de soportar a veces, lo juro... Pero ya estás lo bastante grande para saber lo que haces. Si piensas que con solo Aspirina estarás bien, ¿quién soy yo para decir lo contrario? —quiso, pero no pudo contener su sarcasmo.

El periodista, sabiendo que al responder solo empeoraría su malhumor, exhaló con fuerza, giró su cabeza a un costado y se puso a observar el oscurecido lago.

Permanecer en silencio cuando su orgullo le exigía tener la última palabra le resultaba todo un desafío. No le gustaba discutir con nadie, pero todas las veces que lo hacía su deseo inmediato era soltar una extensa verborrea y ganar en la disputa. Las incontables peleas que había tenido con su amante en su juventud eran prueba de ello. Pero ahora, con su edad y experiencia, ya no deseaba ser tan inmaturo e inmediatista. Prefería esperar, callado, a que las tensiones se deshicieran. Si antes se sentía energizado por la tormenta, ahora apenas se sentaba a verla pasar, quieto y paciente.

—Cerca de Brookmount existen unas termas, ahora que me acuerdo —fue lo primero que dijo, luego de varios minutos de contemplación silenciosa—. Podríamos ir algún día.

—Hm. Tal vez —pese a su enojo, la actriz lo tomó de la mano. El gesto lo hizo reír; ella no le preguntó por qué. Ambos sabían que la situación era ridícula—. Lo siento.

—¿Qué?

—Sé que es tu decisión, si quieres usar el maldito bastón o no. Y lo que decidas hacer, sabes que lo apoyaré. Pero me preocupa... que tu salud empeore. Que sientas más dolor. Que no estés bien... No estoy discutiendo contigo solo porque quiero discutir.

—Lo sé.

—Solo pienso en tu bien.

—Mi amor, lo sé —Theodore la volvió a mirar, ahora sin irritación alguna—. No te tienes que disculpar por preocuparte. Nunca. Solo... dame la libertad de escoger lo que quiero hacer. Aunque me dañe.

—Pero ese es el problema, todo lo que te daña me hiere también —fue su turno de voltearse hacia él—. Pero lo voy a intentar... al menos fingiré que estoy de acuerdo con lo que haces. Pero no me pidas que esté contenta por tu decisión, porque aún la encuentro estúpida.

El señor Gauvain sacudió la cabeza y se volvió a reír, de esta vez por su bruta sinceridad.

—Hagamos un acuerdo. Te juro que, si mi rodilla no mejora con los otros tratamientos que el doctor me recetó, empezaré a usar un bastón como quieres.

—¿Tengo otra opción a no ser concordar? —ella bromeó, dándole un empujoncito con su hombro.

Los dos se quedaron callados por un rato más, viendo el movimiento de las olas del lago con los dedos entrelazados, y la mente determinada en no volver a discutir.

—Escribí otro capítulo del libro —él mencionó la obra en la que ambos trabajaban, a meses—. Creo que será el penúltimo del primer tomo. ¿Puedo ir a entregártelo el lunes?

—Puedes venir cuando quieras. Pero estoy confundida, pensé que solo publicarías un libro.

Él sonrió, con una expresión traviesa.

—Hubo un cambio de planes. "En el Margen del Mundo" será dividido en cuatro tomos.

—¡¿CUATRO?!

—Uno por tema.

La actriz no logró cerrar su boca. Su mandíbula se había desplomado a su máxima extensión. Sus ojos, abiertos hasta parecer los de un ciervo asustado, y sus cejas elevado hasta casi tocar la línea de su cabello.

—¿Cómo así? ¿Uno por tema?

—El primero será basado en mí. El segundo, en mi hermano. Tercero, en mi familia en general. Y el cuarto... en ti.

—¿Qué?

—Percibí que es necesario, explicar la historia de todos los personajes individualmente, con muchos detalles. Solo así el lector podrá empatizar de verdad con todos los participantes de la historia. Y quiero que todos sean bien entendidos. No solo piezas vacías adentro de un juego. ¿Me entiendes?

—Quieres darles la misma complejidad de la vida real.

—Exacto. Y no puedo hacerlo usando un máximo de cuatrocientas a quinientas páginas. Necesito más. Me quedan cortas.

Jane, divirtiéndose con la afirmación — sabiendo que era genuina— corrió una mano por su rostro y se rio.

—Solo tú puedes decir algo así y sonar normal.

—No miento.

—Lo sé. Y eso me asusta tanto como me impresiona —se acomodó en la banca para poder verlo mejor—. Pero es tu obra... Si crees que escribir toda una épica moderna, estaré aquí para ayudarte. Aunque me tendrás que pagar el doble por todos los calambres en la mano que me darás; copiar todos tus manuscritos me terminará rompiendo algún tendón.

Él le sonrió y se inclinó adelante, queriendo abrazarla. Ella no se resistió.

—Perdón. Por estar siendo un hijo de perra últimamente.

—No estás siendo un... —pausó—. Bueno, sí lo estás. Pero te entiendo. Muchas cosas malas han pasado en los últimos meses.

—Sí —apoyó su cabeza en su hombro—. Estoy agotado.

Ella giró su rostro hacia él y besó su cabellera.

—Las cosas ya mejorarán, ya verás.

—Eso espero, Jane... —Theodore suspiró—. Eso espero.


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