9: Encantador
Capítulo nueve: Encantador
Si Herbología fue bastante desastroso, Transformaciones es una verdadera catástrofe. Nadie ve la hora que toque el timbre, ya que tenemos que transformar un botón en un escarabajo, algo prácticamente imposible luego de tanto tiempo sin práctica. Es como si jamás hubiésemos tenido una clase de Transformaciones en nuestra vida. Para todos, claro, excepto por Hermione, ya que logra incluso que su escarabajo vuele.
Harry tampoco tiene mucha suerte, pero lo de Ron es increíble: en el choque del auto contra el sauce boxeador se le partió la varita; ahora pegada con cinta, apenas logra hacer un hechizo, y al intentar el conjuro del escarabajo disparó una bomba fétida de un gas verde apestoso que nos hizo evacuar el aula. Por suerte salimos de allí y nos quedamos esperando al dichoso toque del timbre, anunciando la mejor parte del día.
—¡Almuerzo! —exclamo.
Durante la comida me atraganto por poco, ya que me dan náuseas al ver a Angelina despeinando a George. O al menos trato de convencerme de que son náuseas, cuando bien sé que mi cara verde se debe a los celos. Grrrrrr.
—Leyla. Buen provecho.
Sorprendida por la melodía de la voz giro, y veo al glorioso Cedric parado detrás de mí.
—¡Hola! Ven, siéntate, aquí hay lugar. —Así hace, mientras Ron y Harry me miran con recelo—. Ah, y si quieres puedes servirte unas papas, ni siquiera las toqué.
—Gracias. ¿Cómo estás?
—Bien, creo. Estuvimos replantando mandrágoras y transformando botones en escarabajos, así que estoy un poco agotada.
—Ojalá estuviésemos haciendo cosas tan fáciles —dice él, y luego se corrige—. No quiero decir que sea tonto, solamente que ya lo hicimos antes, y lo que tenemos en cuarto año es bastante más difícil.
—Me imagino —digo con una sonrisa, y espero no tener comida entre los dientes. Por las dudas compruebo con mi lengua.
Cedric se revuelve el cabello con una mano, pensando. Luego me mira, y creo derretirme ante sus ojos.
—Si no te molesta, ¿podrías ayudarme en Pociones algún día de estos?
—Oh, sí, claro. Te lo había prometido —recuerdo—. Luego arreglamos el día. ¿No has visto a mis hermanas?
—¿Te refieres a Selene?
—No, no en tu curso. En tu casa.
—¿Abigail y Deborah? Sí, las vi. Aunque todos están hablando de la otra. De la tercera hermana.
—Maddy. ¿Por qué? ¿Qué sucede con ella? Por favor, dime, aunque sea algo malo. Son las únicas hermanas que tengo.
—No es verdad —interrumpe Ron—, tienes doce hermanas y un hermano… ¡Au, Hermione! Me pegaste una patada… ¡Au! ¿Otra vez? ¡AUUUU! Creo que ya entendí, tranquila.
—No, la última vez fui yo —admito. Por fin se queda callado.
—En realidad, no sé bien cuál es la verdad —dice Cedric—, pero rumorean que… no te ofendas, pero dicen que se ha vuelto malvada. Que Slytherin la ha cambiado.
—¡Pero si no pasó ni veinticuatro horas allí!
—Es lo que oí. Ojalá tengas razón y no sea cierto.
—No quiero otra como Selene… Bueno, seguramente mi primo se encargará de ella, si es que él no es el responsable de esto. Gracias, Ced.
—De nada. Y avísame en cuanto tengas un día disponible.
Me guiña un ojo (y yo no suspiro, obviamente, porque siempre conservo mi dignidad…) antes de irse, momento en el que Ron dice:
—¿Qué diablos fue eso? ¡No me pateen! —pide.
Hermione y yo nos miramos de reojo y reímos.
—¿Saben qué tenemos después? —pregunta Harry.
—Defensa Contra las Artes Oscuras —responde Hermione, como siempre primera.
—¿Por qué —pregunta Ron— marcaste todas las horas de Lockhart con corazoncitos?
Hermione le arrebata su horario, enfadada, y yo escondo el mío, ya que no es muy diferente. Además de las de Gilderoy Lockhart, tengo las horas de Pociones marcadas con rojo. Espero que crean que es por odio a Snape.
Para hacer la digestión nos vamos a las escaleras del frente del castillo, donde Hermione saca su copia de Viajes con los vampiros y yo me siento con Harry y Ron a hablar.
—¿Saben que quizás pueda entrar al equipo de Quidditch este año? —les digo.
—¿De veras? Pensé que no había lugar —dice Harry.
—No, hacen pruebas todos los años —explica Ron—, aunque el año pasado el equipo era muy bueno. Dudo que lo cambien.
—Sí, lo sé. No soy muy buena, pero me puedo entrenar. Y creo que han dicho que Alicia Spinett no…
—Eh, ¿hola? —dice Harry y todos miramos en su dirección. No nos percatamos de que todo este tiempo nos estuvo observando un niño con una cámara de fotos muggle, como la que tiene el señor Weasley en el sótano (porque yo siempre reviso los sótanos en las casas, por si hay diarios en los que pueda escribir).
—Oh, él es Colin Creevey —digo—. Lo recuerdo por el Sombrero, es de nuestra casa.
—¿Me dejas, Harry? —Levanta su cámara, indeciso—. ¿Yo… podría… me dejas… que te saque una foto?
—¿Por qué?
—Con ella podré demostrar que te he visto. Sé todo sobre ti, me lo han contado todito. De cómo sobreviviste a la maldición del Innombrable cuando intentó matarte y cómo desapareció y te quedó la cicatriz… ¡Oh, ahí está, de veras está en tu frente! Y me dijo un compañero de dormitorio que si revelo el negativo con la poción adecuada, la foto saldrá con movimiento. Es genial, ¿no? No tenía idea de las cosas fantásticas que hace la magia, no hasta que recibí mi carta de Hogwarts. Mi padre es lechero, tampoco podía creerlo. Así que ahora saco muchas fotos para mandárselas a casa. Y sería genial si tú salieras en una. ¿Le importaría a tu amigo o a ella sacarnos una juntos? Y luego la podrías firmar…
—¿Ahora firmas fotos, Potter? —Draco acaba de aparecer detrás de Colin, acompañado como siempre por Crabbe y Goyle, sus dos gorilas. Su voz sonó por todo el lugar, así que ahora estamos llenos de curiosos—. ¡Todos a la cola! Potter firma fotos para todos.
—Basta, Draco —le pido.
—Lo que pasa es que le tienes envidia —dice Colin, oponiéndose a Draco—. Te gustaría ser como él.
—¿Siempre necesitas a alguien que te defienda, Potter? Preferentemente tontos de primer año, ¿no? Primero tu novia Weasley, y luego este…
—Malfoy, tírate al inodoro y echa el botón —le dice Ron.
—Cuidado, Weasley. —Mi primo está ofendido, le dolió el insulto—. No quieres que tu mami venga a sacarte del colegio. —Imita los gritos de la señora Weasley, y unos de quinto año que están en el fondo festejan el chiste.
No entiendo a mi primo. Realmente está celoso de Harry, y nunca se comporta así conmigo cuando estamos solos. ¿Será la presión de estar en Slytherin? No quiero que Maddy acabe así, siempre fue tan risueña…
—A Weasley le gustaría una foto firmada. La podría vender, seguro vale más que su casa entera…
Ahora sí que me inunda la rabia y siento mi cabello volando, impulsado por una corriente de aire que yo creé. Ron saca su varita y apunta al pecho de Draco, quien nos mira a los dos un poco asustado.
—¿Pero qué está sucediendo aquí? —dice Gilderoy Lockhart, el héroe, que baja las escaleras con su dorado cabello ondeando, y no creo que sea efecto de mi corriente de aire—. ¿Quién está autografiando fotos? Ah, el gran Harry. No sé por qué pregunté.
Agarra por los hombros a Harry y lo deslumbra con sus dientes blancos y brillantes. Posa al lado de él y le indica a Colin que saque la foto.
—Sí, una foto de los dos es lo mejor que te puedes imaginar. Ambos te la firmaremos, joven Creevey. ¡Qué gran día para ti, pequeño! Ya me imagino cuando les cuentes a tus nietos…
El timbre suena y por fin Draco, luego de darnos una mirada de odio, se va con sus secuaces gorilas.
—¡Todos a clase, vamos, vamos! Joven Harry… ven. Te diré un secreto. El pequeño Creevey, te vi con él. Si todos ven que yo también salí en la foto, no creerán que te dabas tanta importancia a ti mismo…
Lleva a Harry adentro del castillo y comienzan a subir la escalera. Ron y yo los seguimos, mientras que Hermione ya debe haber volado escaleras arriba y seguro está sentada en la primera fila del aula.
—Repartir fotos autografiadas a esta altura de tu carrera no es lo mejor, Harry. Parece un poco engreído, y muy poco sensato. Algún día llegarás al punto de tener fotos de ti hasta en los bolsillos, necesitándolos donde sea que vayas, igual que me sucede a mí, pero no creo que ya seas tan famoso.
Al fin lo suelta y corremos al aula. Adiviné sobre Hermione, y debo admitir que yo también estoy buscando un lugar bien adelante. Los chicos se sientan conmigo.
—Tu cara estaba para freír huevos —dice Ron—. Menos mal que Creevey y Ginny no se conocen, sino estarían formando el club de admiradores de Harry Potter.
—Creo que ya se conocieron —río, pero Harry pide que nos callemos.
—Lo último que necesito es que Lockhart crea que tengo un club de admiradores —dice.
La clase hace silencio cuando Gilderoy se planta al frente y prepara su sonrisa.
“Tranquila, tranquila… Recuerda respirar. Inhala… exhala… inhala…”
—Yo —dice, mostrando la contraportada de uno de sus libros— soy Gilderoy Lockhart. Caballero de la Orden de Merlín, tercera clase, miembro honorario de la Liga de Defensa Contra las Fuerzas Oscuras, y cinco veces ganador al premio a la Sonrisa más Encantadora, otorgado por la revista Corazón de Bruja.
Lavender Brown saca de inmediato su copia de la revista y le da un beso al póster de él.
—Pero hoy no quiero hablar de eso —dice con modestia—, porque no fue mi sonrisa la que me libró de la banshee.
Luego de hablar durante demasiado tiempo sobre la banshee, nos reparte un cuestionario a cada uno. Cincuenta preguntas para saber cuan bien hemos leído sus libros. ¿Es que este hombre no entiende que cuando leo no me queda nada grabado? A menos que sea Pociones, pero eso es un caso especial.
Nos da treinta minutos, así que me apresuro.
Cuestionario para segundo año:
1. ¿Cuál es el color favorito de Gilderoy Lockhart?
2. ¿Cuál es la ambición secreta de Gilderoy Lockhart?
3. ¿Cuál es, en tu opinión, el mayor logro hasta la fecha de Gilderoy Lockhart?
Dejo de leer y miro a Ron.
—Esto debe ser una broma.
—Espera a ver la última pregunta. Son tres páginas de esto, y termina en “54. ¿Qué día es el cumpleaños de Gilderoy Lockhart… —baja el volumen cuando el profesor mira— y cuál sería su regalo ideal?”.
—Nos tomaron por tontos —digo. Lockhart ya no me parece tan maravilloso. ¿Qué clase de bestia egoísta nos da esto para hacer?
Pronto se acaba la media hora y junta todos los cuestionarios. Muy pocos pudimos llenarlos, por ejemplo Hermione, que debe saberse los libros de memoria.
—Muy graciosos, señor Thomas, señor Finnigan y señorita Blair-Black —dice Lockhart, leyendo nuestros papeles—. Algún día entenderán la verdadera virtud.
Lo miramos con incredulidad, y luego soltamos una carcajada ruidosa. Los tres nos juntamos a escribir pavadas en cada respuesta, Dean dibujó a Lockhart en bikini, y al final le escribimos una canción de cumpleaños. Fuimos lo bastante inteligentes como para no poner nuestros nombres, pero al parecer nos descubrió. Me vale.
—Sus hermanas han resultado mejores estudiantes que usted, señorita Blair-Black. —Yo pongo los ojos en blanco—. Leona supo todas las respuestas, y Selene resultó realmente encantadora.
—Se llama Leon. De Leonard. Es hombre —le digo en oraciones cortas para que comprenda.
Lockhart altera su expresión por un segundo y decide ignorarlo.
—Pero la señorita Hermione Granger… ha sabido contestar cuál es mi ambición secreta… De hecho, todo su cuestionario está perfecto. ¿Dónde está la señorita Hermione Granger?
Lockhart encuentra a Hermione, roja y sonriente, y la felicita con una de sus sonrisas matadoras de dientes blancos. Sólo que ahora me parece realmente repulsivo. Espero que le haya encantado su físico deslumbrante en bikini.
Al menos le da diez puntos a Gryffindor por Hermione y no nos resta ninguno a Dean, a Seamus o a mí.
—Ahora… ¡alerta! Prepararlos para las más temibles criaturas y fuerzas oscuras es mi misión, así que es posible que se impresionen en mi clase. Hoy les he traído algo para comenzar que es muy interesante, pero les aseguro que mientras yo esté con ustedes nada les sucederá. No pierdan la calma.
Hay una inmensa jaula sobre el escritorio, cubierta con una manta, que es capaz de contener un verdadero unicornio dentro. O algo peor. Lockhart mueve sus ojos azules de un lado a otro con picardía antes de descubrir la jaula, y vemos que debajo hay…
—¿Pixies?
—¡Sí! ¿Quién lo ha dicho?
Levanto la mano y pone cara de disgusto.
—Al parecer ha sido el viento. Lo que decía, son pixies, o duendecillos de Cornualles. Recién cazados.
Esta clase es lo más cómico del mundo. Los pixies son unos duendecillos azules de no más de veinte centímetros de alto, con voces chillonas como vociferadores agudos. Están golpeando los barrotes de la jaula, y como Lockhart ve que nadie se los toma en serio, los suelta.
—¡Veamos qué hacen con ellos! —exclama. Los pixies vuelan por el techo, se suben a nuestros bancos y tiran todo lo que tenemos apoyado—. ¡Rodéenlos, vamos, son solo pixies!
Dos pixies toman a Neville por las orejas y comienzan a elevarlo, hasta que lo enganchan de la araña del techo por la túnica.
—Neville, ¡estira las patas! —grito al subirme sobre la mesa—. ¡Yo te ayudo!
Salto sobre la tabla, pero no lo alcanzo.
—No sirve, soy demasiado bajita. ¿Hay alguien alto por aquí? ¿O algún hombre fuerte? —Miro a Lockhart con desdén—. No, claro que no, no sé qué esperaba.
No me gusta hacerme más enemigos de los que necesito (porque todos debemos tener a alguien para odiar), pero lo que hizo este hombre es ridículo y me da demasiada rabia. ¡Tenía tantas expectativas para sus clases!
Casi todos están escondidos debajo de los bancos, ya que los pixies atacan de a muchos y sin piedad. Siento que mi túnica ondea, y por primera vez veo que mis corrientes de aire sirven: forman una barrera a mi alrededor que muy pocos pixies pueden traspasar, por lo que estoy a salvo de sus ataques. Los pocos que llegan son fáciles de ahuyentar con codazos. Sigo saltando sobre el banco sin éxito, pero no puedo impulsarme con el viento hacia arriba; con el troll para salvar la Piedra Filosofal tuve demasiada suerte.
Lockhart apunta con su varita a un grupo de pixies, pero su hechizo solamente los vuelve más irritantes, y además uno le quita la varita de la mano y la arroja por la ventana junto a los útiles de varios alumnos.
Finalmente logro llegar a los pies de Neville y me aferro a ellos.
—¿Y ahora cómo te bajo de aquí?
Dos segundos más tarde la lámpara cede, ya que pesamos demasiado, y caemos casi sobre Lockhart. Es una lástima golpearme tanto y que él salga ileso, pero ya tendré otra oportunidad.
—Neville, ¿cómo estás?
—Mis orejas… duelen… Me las han estirado todas.
El timbre suena y todos salen corriendo hacia afuera, incluso Lockhart, quien dice:
—Ahora ustedes se encargarán de guardarlas, ¿sí? Tarea especial de reformatorio, Blair.
Cierra la puerta detrás de él y quedamos solo Neville, Hermione, Ron, Harry y yo. Y Neville no cuenta porque apenas se puede mover.
—Es un imbécil —digo, aún mirando la puerta por la que desapareció.
Hermione saca su varita y congela a todos los pixies con un hechizo, y luego los pone a todos juntos dentro de la jaula.
—No sean así —dice ella—, solo quiere darnos un poco de experiencia práctica.
—¿Estás loca?
—Ese tipo no tiene idea de lo que hace —dice Harry.
—Ustedes porque no han leído sus libros, yo ya sé todas las cosas maravillosas que hizo…
—Que dice que hizo —señala Ron, y Hermione no tiene más argumentos.
—Vamos, Neville —digo—. Madam Pomfrey tiene que revisarte.
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Próxima actualización: viernes 30 de enero.
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