7: Y estamos de vuelta con... ¡Hogwarts!

NOTA: ¡Hoy es el cumpleaños de Snape! Déjenle su comentario abajo, sea de amor u odio.

Capítulo dedicado a @CrisLimitedEdition por hacer el mejor comentario. Severus Snape approves.



Capítulo siete: Y estamos de vuelta con... ¡Hogwarts!




En el Gran Salón, todos en la mesa de Gryffindor notan la ausencia de Harry, aunque no tanto la de Ron. Falta el niño que vivió, el que recuperó la Piedra Filosofal, el buscador más joven del siglo... ¡Harry Potter!

Lavender y Parvati, sin siquiera saludarnos, nos preguntan dónde se metieron los chicos. Dean y Seamus también están preocupados, y Percy pronto nota la ausencia de su hermano. Fred y George alivian el clima proponiendo posibles escondites bastante graciosos, pero seguimos nerviosos por su ausencia.

La profesora McGonagall entra con el taburete de tres patas en el que está apoyado el Sombrero Seleccionador. Por fin veré si todos se ven tan ridículos como yo me sentí hace un año cuando me eligieron la casa. Recuerdo que casi me ponen en Slytherin por mi familia Black, ya que mi madre, mi tía Andromeda Tonks y mi tío loco Sirius fueron los únicos que no pertenecieron a esa casa. Entonces el Sombrero decidió Ravenclaw, donde están todas mis hermanas, pero por suerte cambió de idea y me mandó a Gryffindor (no recuerdo mucho de qué pasó con Hufflepuff, pero creo que quedaba demasiado cerca de la cocina y temía que yo me comiera todo). Y gracias a esa decisión pude hacer tanto el año pasado, conocí a tantas personas, tuve tantos logros... Digo, ¡salvamos la Piedra Filosofal y evitamos que Voldemort volviera al poder! Aunque algo de la charla que tuvieron Dumbledore y Harry a fin de curso me dice que no lo eliminamos por completo, que él ya encontrará otras formas de volver.

Oh, si tan solo Harry tuviera alguna forma de volver a Hogwarts...

Los chicos de primero entran. Encuentro a Ginny y a Luna rápidamente. El cabello rojo no es fácil de omitir. Luego encuentro las cabelleras castañas de mis tres hermanas, Abby, Maddy y Debby. Creo que su color de cabello también influyó en mi confianza en ellas, ya que, aparte de mí, son las únicas que no son rubias. Parecen muertas de miedo. Tal vez si resultaran Gryffindor yo pudiera guiarlas por mi camino. No exactamente el buen camino, pero al menos no es tan malo.

—Los llamaré por orden de lista y pasarán al frente —dice McGonagall— y se probarán este sombrero...

Bla bla bla. Antes de que la profesora pueda comenzar a leer la lista, el Sombrero canta una canción diferente a la del año pasado. Me pregunto si la cambiará todos los años... Algo tiene que hacer el Sombrero durante el año, ya que ni siquiera tiene otros Sombreros para hablar. Es único.

No escucho la letra de la canción más allá de la primera estrofa, ya que básicamente habla de los fundadores de vuelta, y también porque encuentro más interesante la mesa de profesores. Allí está Gilderoy Lockhart, tan apuesto como siempre, charlando con la sonrojada profesora Sprout. Flitwick, el pequeño profesor de Encantamientos, murmura por lo bajo con la profesora Sinistra, de Astronomía. Están absolutamente todos, incluso Albus Dumbledore, y solamente falta uno. Snape.

¿Se habrá acobardado? ¿Estará jugando conmigo? Yo estaba tan ilusionada con una buena charla para exprimir todo su conocimiento... Maldita serpiente.

—¡Blair-Black, Abigail Justine!

Aquello me saca de mis pensamientos. ¡Mi hermana! La pequeña Abby se dirige confiada al taburete.

"Que sea Gryffindor, que sea Gryffindor... O lo que sea. Todo menos Ravenclaw..."

—¡Hufflepuff!

"Oh, no, ahora ellas se comerán todo. Mal hecho, Sombrero".

La mesa de Cedric rompe en aplausos para recibirla.

—¡Blair-Black, Deborah Anne!

—¿Son hermanas?

—Esta familia no deja de enviar gente; cada año oímos los mismos apellidos...

Los murmullos son incesantes, pero el Sombrero trabaja de todos modos. Esta vez se tarda un poco más, pero decide que Debby será:

—¡Hufflepuff!

Más aplausos. Debby se une a Abby y se abrazan.

—¡Blair-Black, Maddeline Lauren!

Ya todos bostezamos cuando se sienta en el taburete, ya que obviamente será Hufflepuff.

—¡Slytherin!

Esto nos toma por sorpresa a todos. Veo a Maddy, sus ojos asustados, porque irá a la casa de artes oscuras, separada de sus hermanas. Eh, nuestras hermanas, quiero decir. Y ella ni siquiera se lleva bien con Draco.

Los de Slytherin aplauden y la reciben en la mesa, pero son mucho menos entusiastas que los de Hufflepuff. Durante el resto de la selección la vigilo desde lejos, escuchando solamente algunos nombres. Creevey, Colin me llama la atención, y es un chico muy bajito que tiembla como un flan. Acaba en Gryffindor, así que me uno a los aplausos. Lovegood, Luna pertenece ahora a Ravenclaw, y finalmente...

—Weasley, Ginevra Molly.

La pequeña Ginny y su flameante cabello llaman la atención de mi ojo yendo hacia el frente. El Sombrero no tarda en anunciar:

—¡Gryffindor!

Ginny exhala en un suspiro todo el aire que estaba conteniendo, y está claramente aliviada. Me levanto para aplaudir y recibirla en nuestra mesa.

—¡Esa es nuestra hermana! —exclaman los gemelos.

Ginny fue la última de la lista, así que McGonagall ya se está llevando el taburete con el Sombrero, posiblemente a la oficina de Dumbledore. Justo cuando la profesora está saliendo y abre la puerta veo a Harry y Ron, y a Snape detrás de ellos, presionándolos para que caminen. Me levanto de mi asiento y me escabullo entre la multitud para salir detrás de McGonagall y seguirlos.

A mitad de camino me encuentro con Myrtle la Llorona, el fantasma de una chica que habita el baño de niñas segundo piso, y antes de que empiece a contarme de las desgracias de su existencia me escondo detrás de una estatua. Se rinde al poco tiempo y desaparece, pero esto me causó un restraso enorme. Tengo que apurar el paso y agarrarme de todas las barandas que encuentro para alcanzarlos. Estamos en las mazmorras. No llego a tiempo para colarme dentro o algo por el estilo, pero escucho por la puerta entornada la conversación. O el sermón, más bien.

—Así que —escucho que dice su voz fría, y se nota que disfruta de ponerlos nerviosos— el tren no es un medio de transporte lo suficientemente digno para el famoso Harry Potter y su seguidor Weasley. Querían hacer una llegada a lo grande, ¿no es cierto?

—No, señor, la barrera de la platafor...

—¡Silencio! ¿Qué han hecho con el coche?

Diablos, ¿volaron en el Ford Anglia? ¿Y no me invitaron? ¿Qué hice yo para merecer esto?

—Los han visto los muggles —sigue, y lee fragmentos de El Profeta, con varios testimonios—. Tengo entendido que tu padre trabaja en la Oficina Contra el Uso Indebido de Artefactos Muggle. Vaya, vaya... su propio hijo... Además, he percibido que un ejemplar muy valioso de sauce boxeador ha sido dañado con su aterrizaje, señores.

—¡Ese árbol nos hizo más daño a nosotros que nosotros a él! —se queja Ron, pero Snape lo hace callar.

—Por desgracia ninguno de los dos pertenece a mi casa, así que no está en mis manos la decisión de expulsarlos... Pero sí puedo buscar a las personas que deben encargarse de esa decisión. Vuelvo en un momento.

Me arrastro hacia las sombras justo antes de que Snape abra la puerta y salga corriendo escaleras arriba. Me escabullo en la oficina y casi mato de un susto a mis amigos.

—Leyla. ¿Qué haces aquí?

—Los seguí. Estaba muy preocupada por ustedes...

—Ya suenas como mi madre y Hermione juntas —dice Ron—. Oh, no, no quiero saber lo que tenga para decir mi madre cuando nos echen.

—Pero... yo no puedo quedarme a vivir con los Dursley. Moriría —dice Harry muy preocupado—. No, no pueden hacerme esto, Hogwarts es mi hogar...

Un fuerte golpe en la puerta anuncia la llegada de la persona importante: McGonagall. Y Snape detrás, pero él no es importante. Volviendo al tema, McGonagall da mas miedo que Norbert el ridgeback noruego en versión gigante, y tan sólo tiene que tensar los labios y chispear los ojos para conseguir ese efecto. Tengo que aprender de ella, sin dudas.

—Explíquense —dice, totalmente tensa. Snape me mira con curiosidad, aunque trata de disimularlo. No esperaba verme aquí.

Ron mira a Harry, toma aire y comienza a explicar de cómo la barrera se cerró y no los dejó pasar, que era tarde, que tuvieron que tomar prestado un auto volador (sin mencionar que es del señor Weasley) y que no tenían manera de tomar el tren. Oh, y que justo aterrizaron en un árbol que devuelve el golpe: el sauce boxeador.

—¿Y por qué no enviaron una lechuza con una carta avisando sobre su problema? —dice McGonagall manteniendo la calma solo en la voz. No me sorprendería si empezara a echar fuego por la boca y la nariz como el mismo Norbert—. Imagino que tienen alguna lechuza.

Harry está avergonzado y mira hacia otro lado. Yo estoy tratando de unir los cabos sueltos, pero aún no comprendo por qué no pudieron pasar por la barrera a la plataforma nueve y tres cuartos.

—Minerva —dice Snape—, debo aclarar que Lily... Ley... la señorita Blair-Black no estuvo involucrada en el incidente.

La profesora tuerce un poco el gesto al escucharlo corregirse, pero señala:

—Sí, yo también iba a preguntar qué hace ella aquí. Estaba en la ceremonia y el banquete viendo a sus hermanas.

—Y por eso quiero explicarlo —sigue él— para que no queden dudas. Yo había citado a la señorita Blair-Black para que viniera a mi despacho antes de encontrar a estos vándalos. Por supuesto que ella se quedó hasta el final de la Selección para no interrumpir nada. No está en infracción.

Guau. Solo eso puedo decir y repetir. GUUUUAUUUU. Soy un perrito.

Snape me mira como si me diera un sermón con la mirada. Creo que es verdad que lee mentes. Oh, debe estar muy decepcionado de que la chica a la que defiende esté ladrando.

—De acuerdo —dice McGonagall—. Ahora, ustedes dos...

Alguien vuelve a hacer sonar la puerta. Snape abre sonriendo (lo cual es espeluznante y hace que todos nos estremezcamos) y entra Dumbledore, muy tranquilo. Solamente le falta una bandera de amor y paz.

—Por favor, explíquenme lo que sucedió.

—Antes —dice Snape— quisiera aclarar que L... la señorita Blair-Black no tiene nada que ver en esto.

Dumbledore asiente, aún tranquilo, y mira a los chicos. Harry desvía la vista y cuenta todo, volviendo a omitir que el señor Weasley es el dueño del auto, y sin sacar los ojos de un punto en el piso. Yo también estaría así; la paz de Dumbledore hace que todo sea aún peor. Sería preferible si gritara y los expulsara ya mismo.

Ron, para romper la tensión por el silencio de Dumbledore, dice:

—Iremos a recoger nuestras cosas.

—¿Qué quieres decir, Weasley? —dice McGonagall.

—¿No van a expulsarnos? —pregunta Harry.

Dumbledore sigue perforándolos con aquella gélida mirada azul.

—No hoy —dice el director gravemente, aún calmo—. Pero deben saber que lo que hicieron no puede arreglarse tan fácilmente y tendrá consecuencias, como pasa con todas nuestras acciones. Escribiré a sus familias esta noche, y les advierto que si vuelven a hacer algo parecido a esto, no podré más que expulsarlos.

Dumbledore levanta una ceja, no sé si para desafiarlos o para comprobar si entendieron, pero los chicos asienten. Snape abre la boca y tarda en recuperar el habla.

—P-pero profesor Dumbledore... estos muchachos han transgredido el Decreto para la Prudente Limitación de la Magia en Menores de Edad y han causado daños en un ejemplar del sauce boxeador, en la naturaleza...

—Entonces, Severus, será decisión de la profesora McGonagall, como jefa de su casa, el castigo que recibirán. Yo ya me he encargado de mi parte.

Las palabras de Dumbledore no dejan lugar a réplicas. Da la media vuelta y se va, no sin antes desearnos suerte. McGonagall les indica a Ron y Harry que la sigan a su despacho, así que quedamos Snape y yo. Su cara de decepción es algo increíble.

—Lo siento si vine en un momento, eh... poco apropiado —digo—. Puedo regresar más tarde. —Veo que no contesta, ni siquiera me está mriando. —Oh, y gracias por salvarme del castigo.

Cuando estoy por abandonar la habitación oigo que se levanta de su asiento.

—No, quédate. Dime qué necesitas.

Lo miro directamente a los ojos, tan oscuros como las profundidades del Lago Negro, y ahora no temo que pueda leerme la mente. Compruebo que lo hace, porque sus ojos se agrandan y luego se vuelve prácticamente chino de tanto que los cierra.

—Supiste que era mía la tarjeta —dice y no espera confirmación—. Es importante de que sepas varias cosas, Leyla. Se trata de algo crucial. Quiero instruirte en tus poderes. Pueden causarte un gran problema si no los sabes controlar, pero una vez dominados son un arma. Hay que tratar con cuidado este tema, no mucha gente posee el don de la climagia, y a varios les parece una maldición. Yo te enseñaré a apreciar y dominar tus poderes. Serás grande.

»Sé que no inspiro mucha confianza, Leyla, pero el hecho de que te atrevas a venir sola hasta aquí y poner a prueba mis conocimientos de Legeremancia para comprender tu pedido... En realidad estoy orgulloso de ti.

Siento cierta desconfianza, y sé que hay algo extraño. Hay algo que está omitiendo.

—¿Usted... es un clímago?

—No, no —dice—, pero sé mucho sobre el tema. Lo estudié en mis años en Hogwarts. Y mi madre era una de las clímagas. Pero de esto hablaremos en las clases que te daré, Leyla.

—¿Quiere decir que será en Pociones o...?

—Clases particulares. ¿Ya tienes tus horarios?

—No, señor.

—Omite el "señor". Soy tu instructor. Tu guía. Ahora, veamos... —Revisa unos papeles sobre su escritorio. —Nos juntaremos este jueves. Siete y media. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Instructor —agrego, y hay un brillo en sus ojos, un toque de vida que suele estar ausente en sus pupilas.

"Te debe estar leyendo la mente, ¡cuidado!".

Abro la puerta para salir, y antes de cerrar escucho que me dice:

—Que tengas un buen comienzo de año.

—Gracias, instructor.

—Y dile a Potter que yo me encargaré de que no juegue Quidditch.

 Pongo los ojos en blanco y cierro la puerta detrás de mí. Ahora sola en el pasillo de las mazmorras me golpea el aire frío y me hace acordar de la hermosa y cálida Torre de Gryffindor, esperándome.


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NOTA: ¡Hoy es el cumpleaños de Snape! Déjenle su comentario abajo, sea de amor u odio. (Y no olviden votar si les gustó el capítulo).


NOTA 2: ¡¡Miren qué bombón el de la foto!! El cumpleañero tiene estilo.

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