41: Todo nos conduce al baño
¡Avisen si ven otro problema con el capítulo!
Capítulo cuarenta y uno: Todo conduce al baño
—Es Myrtle —dice Harry por la mañana cuando termino de contarle mi gran razonamiento. Omito la parte de la discusión con Francesca, claro.
—Todo este tiempo estuvo zumbando alrededor de nosotros, lloriqueando —dice Ron—, ¡y ni siquiera se nos ocurrió!
Ron prepara tostadas como loco, con los dedos nerviosos. Creo que sigue en ese estado luego de las arañas, no por el descubrimiento de la muerte de Myrtle.
—Ella debe tener información —dice Harry—. ¿Pero cuándo podríamos interrogarla?
—No lo sé, Harry... Si tan solo hubiera estado Hermione con nosotros, habríamos averiguado esto mucho antes. —Le saco una tostada a Ron, que ni siquiera lo nota—. Y sin problemas como tener a los profesores colgando de nuestras túnicas por doquier.
—Pero ella jamás hubiera aceptado ir... —susurra Ron— al Bosque Prohibido.
—Sí, puede ser.
Los tres suspiramos a la vez, y Ron me da otra tostada. Eso es una gran muestra de afecto en estos tiempos difíciles.
En la clase de Transformaciones, McGonagall está un poco intranquila. Por supuesto, comparada conmigo, ella es una piedra. Pero para los parámetros de McGonagall, hoy está inquieta. No la culpo.
—En una semana serán los exámenes de segundo año —nos informa—, y nada de lo que suceda en estos días es excusa para dejar de estudiar.
Si Hermione estuviera aquí, asentiría con la cabeza, tomando nota. La extraño.
—Está chiflada —dice Ron—. Yo no puedo abrir un libro en este estado.
—Nadie puede, Ron. Tengo los nervios tan... picantes —digo—. Ya ni sé lo que digo. ¡Sin comentarios, Francesca!
Harry y Ron me miran con sorpresa, sin entender de qué diablos hablo. Francesca ríe en mi cabeza, pero no puedo darme un manotazo en la frente para callarla.
Neville está durante los días siguientes todo el tiempo en los invernaderos, hasta que tres días antes de los terribles exámenes llega lleno de tierra, pero sonriendo triunfal. Claro, está acompañado por McGonagall, porque nadie puede salir de las aulas o de las salas comunes por su cuenta.
—Las mandrágoras están listas —dice.
—¡Genial! Ahora puedes bañarte —bromeo—. Ahora en serio, ¿sabes cuándo comenzarán a curar a la gente?
—No. Madam Pomfrey tiene que decidirlo, y aún no ha confirmado nada.
Harry, Ron y yo decidimos ir a visitar a Hermione después de comer, de paso para ver si podemos sacar alguna información de cuándo sacarán a las víctimas de su estado de petrificación. Pero no será fácil. No sé cómo nos escabulliremos.
McGonagall vuelve a aparecerse para llevarnos en grupos al Gran Salón. Allí todos estamos bastante inquietos bajo la vigilancia del resto de los profesores que custodian. No quiero comprobar si Snape está entre ellos.
—¿Me das la mayonesa?
Cuando Ron corre el frasco, aparece la cara de Ginny detrás, sus pecas resaltando sobre su cara pálida.
—Tengo que hablar con ustedes —dice con un hilo de voz. Parece agitada.
—¿Te ha pasado algo?
Se muerde el labio, nerviosa, mirando de un lado a otro. Parece un chihuahua histérico en cámara lenta.
—Yo... el... el dia...
—Permiso —dice Percy, pidiendo el lugar de Ginny. Ella se lo da, y parece perder el equilibrio al pararse—. Como prefecto debo estar rotando en la mesa para vigilar a los alumnos.
—Puedes rotar hacia otro lado ahora mismo —le digo.
Percy frunce el ceño y apoya su plato con fuerza.
—Ginny, vete —dice, ignorándome.
Estupefacta como yo, Ginny se larga, y pronto la pierdo entre las cabezas de los otros estudiantes.
—¿Pero qué te pasa? —dice Ron a su hermano—. ¡Mira si tenía algo importante para decirnos!
—¿De la Cámara Secreta? —se ríe Percy con sequedad—. No, ella venía a contarles algo que me vio haciendo.
Los tres lo miramos con los ojos como platos. Platos con huevos fritos.
—¿Qué? —decimos al unísono.
Percy se pone rojo.
—No es nada... No importa. —Se levanta y se va apurado hacia otro lado. Al rato vuelve a buscar su plato y se va de nuevo.
—Tu hermano es un troll —le digo a Ron—. Percy, claro. Los otros son geniales.
—Serían más geniales si pudieran librarnos de la clase de Lockhart —dice, mirando su reloj—. Empieza en cinco minutos, y realmente no me dan ganas de ir.
—Es peligroso para la salud —agrego.
Lamentablemente, Fred y George no lograron hacer desaparecer a Lockhart, porque aquí está, en la puerta del Gran Salón, esperando a su curso. A nosotros. Hacemos una fila delante de él, como en el kinder, y nos cuenta con el dedo. Eso me hace acordar a cuando tenía anotado todo en su manga en el club de duelo.
—Odio tanto estas precauciones extra —se queja el fraude de profesor que tenemos cuando nos lleva escaleras arriba—. Soy Gilderoy Lockhart, después de todo. ¿Quién no estaría seguro a mi lado? Conmigo en el castillo, nadie debería preocuparse.
—Tengo mucho que objetar —murmuro.
La clase se trata de algo poco interesante, para variar, que no llego a entender. Estoy las dos horas con la cabeza sobre los miles de libros de Lockhart, tan caros y tan en vano, esperando a que suene la campana. Dean se sienta a mi lado y me pasa un papel en el que garabateó con buen trazo a Lockhart en bikini otra vez. Pero ya ni eso me da risa.
Cuando termina la clase y mis oídos reciben la celestial melodía de la campana sonando (¿ven lo que me hace pensar la clase de Lockhart?), doy un salto y corro hacia la puerta para quedar primera en la formación. Si nos van a tratar como a niños de cinco años, mejor aprovecho para dejar salir mi lado demasiado infantil.
Harry y Ron forman detrás de mí y seguimos a Lockhart hacia afuera.
—Otra vez tengo que guiarlos y contarlos uno a uno... —dice Lockhart.
—Eh... profesor —dice Harry—. No se preocupe por nosotros, podemos ir solos a la sala común.
Lockhart nos examina en busca de algo sospechoso. Yo necesitaría ser invisible para que nada de mi lenguaje corporal me delatara. Ya mi cara es mala señal para Lockhart. Pero, sin embargo, termina aceptando.
—Después de todo —dice, tratando de justificarse—, no cualquiera se llama Harry Potter, ¿verdad? —Nos guiña un ojo y yo me largo antes de que los escalofríos y el asco me consuman.
—Somos libres —dice Harry cuando frenamos frente a la escalera. Damos media vuelta y buscamos el pasadizo que nos llevará directamente al segundo piso—. Tenemos que hacer ahora mismo lo del baño de Myrtle.
—¿Qué hacen aquí sin el acompañamiento de un profesor? —estalla McGonagall a pocos pasos de nosotros. Pronto acorta la distancia con dos zancadas—. ¿Con quién tenían clase?
—Lockhart —escupo como un loro—. Eh... Verá, profesora, queremos ir a ver a Hermione.
Pongo mi mejor cara de cachorrito, y Harry y Ron se unen a la idea. McGonagall mira hacia arriba y se cruza de brazos bufando.
—Vayan a la Enfermería —dice por lo bajo—, pero que nadie más se entere.
Ron y yo chocamos las manos en festejo, y seguimos a McGonagall hacia la Enfermería. Le dice algo a Madam Pomfrey, quien nos deja pasar, y nos apresuramos para llegar a la camilla de Hermione.
—En realidad esta visita no me sirve mucho —comento—. No me hace bien ver a mi amiga así, y tengo la cabeza llena de Myrtle.
—Lo sé —dice Ron—. Solo mírala. Incluso tiene el brazo extendido, supongo que quería defenderse.
—¿Habrá visto al atacante? Quizás así podríamos saber todo en cuanto apliquen las mandrágoras...
—No sé cuánto se tardarán en hacer eso —dice Harry—, pero esto no puede seguir posponiéndose.
Toco la mano de Hermione y siento algo que no es su piel fría. Es otra cosa. Un papel.
—Ayúdenme a sacar esto.
Harry tiene los dedos más finos, así que logra sacar el bollo de papel del puño de Hermione. Me lo da y yo lo aliso.
—¿Rompió un libro de la biblioteca? —Miro la cara de mi amiga, para volver a ver sus rasgos—. ¿Están seguros de que es ella?
—Extraño. ¿Qué dice?
De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra
tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido
como el rey de las serpientes. Esta serpiente, que puede alcanzar un tamaño
gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina
empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario,
pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la
mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir
instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal
enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.
—Qué...
—Miren —dice Harry, señalando el final de la hoja, donde Hermione garabateó una palabra.
—¿Cuñerías? ¿Querrá decir tonterías?
—Dice cañerías —corrije Harry.
—Ah. Claro. Tiene mucho sentido.
—Escuchen esto —dice Harry, ansioso—. Esta es la respuesta a todo. El monstruo de Slytherin, el de la cámara, es un basilisco. ¡Una serpiente gigante! —Mira a Madam Pomfrey, que por suerte no nos está viendo, y baja la voz—. Por eso puedo oírlo hablar por todo el colegio, porque hablo pársel. Y por eso solo yo lo escuché.
Mira a todos los petrificados en las camillas, y yo acompaño el recorrido. Trago saliva en mi garganta seca. Es duro verlos así... de duros.
No te rías, no te rías...
Cierro los ojos con firmeza y trato de concentrarme en lo que dice Harry.
—El basilisco mata con la mirada, pero no hay nadie muerto... porque ninguno lo miró directamente a los ojos —explica—. Todos tenían algo más y lo vieron a través de eso. Colin tenía la cámara de fotos. El basilisco quemó lo que tenía dentro, pero Colin se salvó. Justin... ¡Justin lo vio a través de Nick! Y Nick no pudo morir porque ya estaba muerto.
—Pero no vayas a decirle eso a un fantasma, porque te unirás al Club de Caballeros sin Cabeza —le digo, y me mira perplejo—. Lo siento, tú solo sigue. Estaba interesante.
—Gracias. Ahora quedan Hermione y la chica de Ravenclaw... Bueno, a ambas las encontraron con ese espejo en la mano. Seguro que Hermione lo descubrió al instante y le advirtió a quien vio cerca que se fijara en él antes de doblar en cada esquina.
Ron tiene los ojos desorbitados, o al menos veo eso. No puedo confiar en mis ojos si también dan vueltas como los de él. Esto es tan revelador...
—No puedo creer que tuvimos este papelito todo el tiempo bajo nuestras narices, ¡en la mano de Hermione! —exclamo.
—Pero aún no me explicas lo de la señora Norris —señala Ron.
Harry se rasca la cabeza.
—El agua —dice—. La inundación venía del baño de Myrtle. La gata solamente vio el reflejo, seguramente. Déjenme ver eso. —Vuelve a leer el papel arrugado de arriba abajo—. ¡Gallinas!
—Perdió la cabeza definitivamente —le digo a Ron—. ¿Por qué no grita pollos, también?
—No, no, aquí dice... Gallos, en realidad. El canto del gallo es mortal para el basilisco. ¡Por eso los gallos de Hagrid aparecían muertos! El heredero seguramente no quería que hubiera ninguno para cuando apareciera el basilisco, para cuando abriera la Cámara Secreta.
—Y mira —señalo cuando al fin logro concentrarme y tomarme todo en serio—, aquí dice "las arañas huyen de él". Es verdad, Harry, todo encaja.
Ron se estremece ante la mención de su mortal enemigo. Menos mal que aquí el malvado es el basilisco y no una viuda negra, porque ya hubiéramos perdido a nuestro querido pelirrojo.
—Así que un basilisco... —dice él—. Pero, ¿cómo se mueve por el castillo? Es decir, alguien debió verlo.
—Sí —digo—,- y terminaron petrificados, porque tuvieron suerte.
—No me refería a eso exactamente. Es una cosa enorme, ¿verdad? Una serpiente gigante que va por los pasillos de Hogwarts intentando asesinar muggles no pasa desapercibida.
—Ya lo tengo —dice Harry—. Cañerías. Hermione lo descubrió hace una eternidad. El basilisco estuvo usando las cañerías para moverse por los pasillos, y por lo tanto... tuvo que haber usado los baños para salir. Yo escuchaba la voz por las paredes del castillo, antes de que saliera a matar.
—Entonces... la entrada a la Cámara Secreta —dice Ron, pellizcándome el brazo. Pero no lo siento. Todo es tan extraño que mi cuerpo ya no reacciona—. Debe estar en... un baño.
—El baño de Myrtle la llorona —concluyo, con la vista clavada en un punto fijo y la voz perdida. Todo cuadra. Por una vez en la historia de Hogwarts, algo tiene sentido.
Luego de un rato de silencio, Harry vuelve a hablar.
—Si el heredero es el que domina al basilisco, debe hablar pársel. ¿Pero a quién conocemos que lo hable?
—Mi primo no —atajo—. Dejen de darle tantas habilidades.
Nos despedimos de Hermione, prometiéndole en voz baja que encontraremos la manera de resolver esto, porque al menos yo no creo que sea en vano hablarle a los petrificados. Si le hablo a mi voz y le pongo nombres como "Francesca", ¿por qué no le hablaría a mi amiga petrificada, eh?
Vamos a la sala de profesores, donde pedimos por McGonagall, quien nos parece la mejor persona a quien confiarle lo que sabemos. Pero, oh, qué hermosa sorpresa hallarnos a Lockhart cerca de la puerta. Nos escondemos detrás de una estatua, esperando a que se vaya.
—Sí, Filius —le dice a Flitwick, que está cerca—, ya me encargué de esos alumnos. Creo que el stress te está superando, es obvio por el estado de tu cabello. —Señala sus propios rulos dorados—. Esto no se mantiene con nada. Ya te traeré el producto que uso yo, quizás pueda ayudarte un poco, pero no prometo que quede así de espectacular. Ah, y recomiéndaselo a Severus. No tiene muy buen cabello.
Abro la boca con incredulidad. Este tipo es cada día peor. Y, lo más grave, es que mi tío Lucius tiene mejor cabello que él, y no lo va alardeando por allí.
Por suerte el Sr. Cabello Perfecto se marcha a buscar su amado shampoo, pero pronto sabemos que jamás tendremos el camino despejado: al instante que el idiota se va, sale McGonagall con rostro lúgubre. Y nos enteramos de lo último que necesitábamos, de lo que nadie quiere.
Y no, no es otro gas de Lockhart. Es algo incluso más grave que eso: ha habido otro ataque.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top