29: Naufragio

Capítulo veintinueve: Naufragio





Estoy encerrada en un armario de escobas en las mazmorras.

Todo fue tan extraño y rápido que tengo que memorizar lo sucedido. Será doloroso recordarlo, volver a vivirlo...

Primero, terminé la poción y me deshice de Dumbledore, que espero que se haya ido a su oficina y no al baño de chicas. Después fui al Gran Salón a buscar a una chica de Slytherin en la que convertirme y encontré a Pansy Parkinson, afortunadamente saliendo del salón. La seguí hasta las mazmorras, pero oyó mis pisadas y se dio vuelta.

En fin, traté de no parecer sospechosa y le dije que Draco quería que se pusiera el collar que le mostré. Hermione le había puesto el mismo hechizo que a los pastelillos. La muy tonta se lo probó de inmediato, porque ella "haría todo por Draco", y cayó dormida al instante.

—¡Leyla! —dijo una voz detrás de mí. Era Cedric, que me había seguido hasta aquí desde el baño, ya que me vio bebiendo de la petaca y creyó que me estaba emborrachando—. ¡Quítale eso! —me gritó. Luego se lanzó sobre Parkinson y le sacó el collar—. ¿Querías ahorcarla?

—No, no, Cedric... Tú no entiendes...

—Estas ebria, Leyla. Jamás creí que fueras a beber, menos aún en Hogwarts. Y luego vienes y haces esto... Puede ser que no lo hagas a conciencia, pero creo que acabo de encontrar a la heredera de Slytherin.

—¿YO?

—Sí. La entrada debe estar por aquí, ¿no? Cerca de la sala de Slytherin. Estabas planeando otro atentado. Ahora no solo te vas contra los nacidos de muggles, también contra los amigos de tu primo. ¿Es para desacreditarlo a él como heredero? ¡Responde, Leyla!

Pero yo no podía hablar. Estaba atónita. Cedric se guardó el collar y, luego de mirarme con odio, se fue. Seguramente a avisar a Dumbledore de que había encontrado a la heredera y a la Cámara Secreta. 

Y mientras todo esto sucedía, Pansy Parkinson ya volvía en sí. La muy maldita se despertó sin hacer ruido, a mis espaldas, y me empujó dentro del armario donde yo pensaba meterla.

—Por perra —me dijo—. Y dame eso, no lo necesitarás. Te asfixiarás sin ayuda de nadie. —Me sacó al varita y trabó la puerta.

Fue todo muy ridículo, delirante, teóricamente imposible... pero sucedió. Y ahora estoy aquí encerrada, inútil, y Hermione, Ron y Harry están en el baño planeando todo.

¿Y si encuentran a Pansy y creen que soy yo? ¿Y si le revelan todo el plan y estamos fritos? Bueno, yo ya lo estoy. Pero Cedric seguramente llegará en poco tiempo con las autoridades del colegio, incluso de todo el mundo mágico, quizás hasta con el primer ministro muggle, y allanarán el lugar. Harry, Ron y Hermione estarán en enormes problemas, descubrirán la poción ilegal, nos mandarán a Azkaban y...

Está bien, estoy exagerando un poco, pero tan solo un poco. Sé que no vendrá el primer ministro muggle, pero todo lo otro es posible. Y todo por ser una descuidada.

"Piensa, Leyla. Piensa".

Golpeo la puerta con todas mis fuerzas, pero no cede. Si tuviera mi varita, un Alohomora bastaría. Maldita Parkinson, ya me vengaré.

Sigo pensando en modos de destruir cosas. Aparece en mi cabeza una y otra vez usar mis poderes, pero por más que intento no puedo sacar ni una gota de agua de mis manos. Están resecas, y no hay ningún fuego aquí dentro que pueda expandir, ni una corriente de aire que mejorar... nada. La poción que me dio Dumbledore fue terriblemente inoportuna. Adormece mis sentidos y prácticamente anula mis poderes. Si vomitar sirviera para retroceder los efectos...

No. Vomitar tampoco funciona. Genial, ahora tengo el estómago vacío, el pavo que comí está en el suelo, y mi garganta arde por el ácido. Sin fuerzas, me dejo caer contra la puerta y golpeo con los puños contra la madera en un ritmo insistente y lento. Luego pego mi oreja a la puerta. Silencio. Cada vez que me parece oír pasos, pego con todas mis fuerzas y grito:

—¡AUXILIO! ¡SÁQUENME DE AQUÍ!

Pero luego de que nadie me conteste por quinta vez, revuelvo desesperadamente todo el armario y tiro al suelo las cajas. Después, vencida, vuelvo al suelo y rompo a llorar. No me queda nada más para hacer. Lloro y lloro, no sólo por estar aquí encerrada, sino por todo lo que sucede. Nadie sabe si confiar en mí, creen que ataco a la gente, acabo de descubrir una gran verdad sobre mi familia y mi infancia y no puedo hablar con nadie sobre ello, mi primo puede estar haciendo los ataques... 

Lloro.

También me agobian los problemas cotidianos, no tan graves como los otros, pero no menos importantes. Angelina Johnson me robó al chico de mis sueños. Y lo peor es, que por más que la llame Zorra y la odie, no tengo derecho a hacerlo. Ella no me hizo nada a mí, no fue nada personal, e incluso George se enamoró de ella. La única equivocada aquí soy yo.

Lloro y lloro.

Mi madre me abandonó. No tuve padre ni madre, a pesar de tener progenitores. Estuvieron siempre ahí, pero a la vez estaban ausentes. Siempre escondiéndome, creyendo ser un bicho raro. El miedo. Voldemort tras mi madre, tras mí. Escribiéndole a escondidas a tía Bella, escapando los veranos a casa de tía Cissy y tío Lucius. Refugiándome en el mundo de las pociones.

Cuando abro los ojos, enrojecidos, veo todo borroso, pero aún entiendo lo que sucede. Hay goteras en el techo. Y no como las de la mansión Malfoy, sino mucho más grandes, como si un tsunami se abriera paso desde el techo. El agua cae y cae, subiendo el nivel. Pronto tengo que pararme para no ahogarme, ya que la altura del agua me está por superar.

—¡AUXILIO! —Insisto en golpear la puerta, pero las mazmorras están demasiado aisladas del resto del castillo. Y los únicos que pueden pasar por aquí son los de Slytherin, que están en el banquete o en la sala común, no en el pasillo—. ¡AYUDA! ¡ESTOY ATRAPADA!

El agua sigue subiendo, y amenaza con llegarme al cuello. Pronto empiezo a flotar y estoy cada vez más cerca del techo. Vuelvo a pegar la oreja contra la madera. El ruido del agua es bastante fuerte, pero aún así me parecen oír pasos afuera. Y luego...

Fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuum.

—¿Hay alguien ahí? ¡Auxilio! ¡SÁQUENME! ¡EL AGUA ME CUBRIRÁ!

Fiuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuum. Luego, se oye una explosión, y la puerta se mueve, arqueándose hacia adentro. De todos modos, no es suficiente como para derribarla.

Uso mis últimas fuerzas y el poco oxígeno que queda cuando estoy por tocar el techo con la cabeza, flotando en este mar de sudor y lágrimas.

"Vamos... vamos... ábrete".

Hay otra explosión en el momento que logro impulsar el agua hacia delante. La presión es tan grande, y el impacto de la explosión es tan fuerte, que la puerta cede y cae hacia el pasillo, como un puente levadizo, y el agua escapa como una cascada. Las olas me arrastran y me voltean, y caigo de panza contra la madera pesada de la puerta. Cuando aquel tsunami sigue su curso por el pasillo, transformándose en una especie de arroyo largo y de poca profundidad, vuelvo a respirar.

Sobre la madera ahora hay más pies. Toso para sacarme el agua de los pulmones, doblada y sin poder levantar la vista. Aún así reconozco algunos pies. Dumbledore, McGonagall, seguramente Snape... Pero los pies que están más cerca no son de ningún profesor.

—George —digo con dificultad. Mi garganta arde por el ácido del vómito y por lo que tuve que toser para volver a respirar.

—Está bien, no hables. —Se sienta a mi lado y me quita el cabello empapado que se pegó a mi cara.

—¿Cómo hiciste...?

Señala la caja de bengalas del Doctor Filibuster que le regalé. Ahora recuerdo que funcionan con humedad, y las explosiones que oí seguramente venían de ahí.

Cuando levanto la vista, veo a todos expectantes, pero no mirándome a mí. Miran dentro del armario. Veo que está Lockhart, con una sonrisa poco convincente, y más de uno lo mira a él, esperando a que haga algo.

—¿Y bien? ¿No entrará? —pregunta McGonagall, mirando a Lockhart con poca simpatía—. Está oscuro, y desde afuera no vemos.

—Por supuesto —dice él, poco convencido.

—No hay ningún monstruo allí dentro... —susurra una niña de primer año, que es lo suficientemente valiente como para ponerse al frente.

Como nadie parece prestarme atención, con todas las miradas en el armario, George me ayuda a incorporarme y pasa una mano detrás de mi espalda para darme sostén.

—Gracias...

—Vámonos de aquí.

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