23: A Luna le importa un cuerno (de bicornio)

Capítulo veintitrés: A Luna le importa un cuerno (de bicornio)


—¿Snape te dijo eso?

Yo asiento y extiendo la mano hacia Hermione.

—¿Me pasas eso? Hay que agregarlo en un minuto.

Estamos en el baño de Myrtle la Llorona, en el segundo piso, sentadas en el suelo con el caldero hirviendo entre nosotras. Comenzamos la poción hace menos de una hora y ya vamos muy avanzadas.

—Leyla... hay que tener cuidado. Pobre Colin...

—Sí. Ahora todos creerán en serio que fui yo, tienen toda la evidencia. Pero mientras Dumbledore no me eche del colegio, creo que estoy a salvo.

Hermione hace una mueca.

—¿Por qué? —digo, alarmada—. ¿Qué estás pensando?

—Bueno... no hay riesgo de que te expulsen, eso es cierto... Pero recueda siempre que hay bandas. Podrían atacarte amigos de Colin, u otros de familias muggle.

—Dudo que los nacidos de muggles se atrevan a hacer algo sabiendo que corren riesgo. Y tampoco sé cuántos amigos puede llegar a tener Colin. Pásame esas hierbas.

Ambas revolvemos el caldero y vemos como el agua se junta con los ingredientes, creando una mezcla lodosa.

—Ojalá tengas razón —dice ella.

—¿Y cómo es que ustedes hacen sus necesidades aquí? —La voz de Ron llega apagada por la madera de la puerta. Sale del cubículo con cara de espanto. —Alguien usó hace poco ese inodoro, y me daría miedo saber qué chica fue. Si tan solo vieran lo que hay ahí...

—Seguramente fue Lockhart —bromeo—. Luego de esos porotos, nadie puede frenar a ese volcán.

Ron se asoma y espía el caldero.

—Era más o menos de ese color —comenta—. Y de esa contextura. Puaj.

Hermione arruga la nariz ante su comentario, y probablemente también ante el olor, pero ni siquiera puedo reír por la reacción.

—Tenemos que apresurarnos a terminar la poción —digo—. En serio me preocupa no saber quién es el heredero.

—¿Y estás segura de que es Malfoy?

—Al menos así estaré segura de que no es Draco, y quizás podamos sacar alguna información extra de él, alguna pista. Y cuantos menos sospechosos haya, más fácil será encontrar al culpable. —Sigo revolviendo. —De todos modos, anoche escuché algo más...

—Escuché pasos —dice Ron, alarmado.

—Tonterías —dice Hermione—, nadie nunca viene aquí, por eso lo elegimos como centro de encuentros para la poción.

—El submarino del inodoro no dice lo mismo. Se veía bastante fresco.

—¡Ron! —chilla Hermione, y luego se tapa la boca con ambas manos. Los tres nos levantamos de un salto y nos encerramos en el mismo baño.

—¿Tenía que ser justo este baño? —se queja Ron en un susurro.

Se oyen más pasos. Todos aguantamos el aire, por el miedo y por el olor.

—¿Leyla? ¿Hermione?

—Ah, Harry, eres tú.

—¿Cómo se destraba esta cosa?

—Ay, me pisaste. Corre tu pie, Ron.

—Está trabado —dice Ron, tirando de la puerta—. Maldita sea, ahora nos quedaremos por siempre con este dinosaurio marrón. Gracias, Harry, eres un gran amigo.

—¿Y por qué se metieron allí? No, esperen, no me respondan. Quédense quietos.

—¿Qué...?

Se oyen unos pasos y... PUM. Harry tomó carrera y pegó contra la puerta.

—¡Voy de nuevo!

PUM.

—Harry —digo con paciencia—, si sigues así, te romperás el brazo que te acaban de reconstruir.

Silencio. PUM. Silencio. PUM. Silencio. CRACK. Harry hizo una marca en la puerta, como una grieta. Le pedimos que pare, y Ron trata de destrabarla, zarandeándola. Finalmente la puerta cede, pero abre hacia dentro y, como no hay espacio para una puerta abierta y tres personas, alguien tiene que caer. En el inodoro. Que desgraciadamente está listo para que Leyla caiga dentro y nade junto a todo lo que hay dentro.

Pero por suerte hoy no soy tan desafortunada, porque al caer me agarro de la túnica de Hermione y salvo una espantosa buceada con... puaj.

—Lo siento —le digo a mi amiga, comprobando si la tela está rasgada (que lo está)—, pero era cuestión de vida o muerte. Y tú, Harry, lo que hiciste fue digno de Lockhart. Como lo que está allí dentro.

—¿Pero qué es la cosa tan terrible que hay allí dentro...?

—No quieres saber —decimos los tres al unísono.

—Y aún me miran mal cuando pregunto por qué elegimos un baño de niñas —dice Ron—. Si Percy me llega a ver una vez más aquí, pensará que soy travesti o algo por el estilo. Ya me advirtió esta mañana que no me juntara más contigo, Leyla. Cree que estamos saliendo, o algo así.

—Es que soy todo un peligro —trato de bromear. Si se lo dijo esta mañana, seguramente tuvo algo que ver con lo que oyó anoche de la conversación con Snape. Lo único que falta es que vaya y trate de convencer a George, Fred y Ginny de que dejen de pasar tiempo conmigo. Pero Ron no parece darle mucha importancia al tema, así que trato de olvidarlo. Y, de todos modos, la encargada de separarme a mí de George es Zorrangelina Johnson.

—Yo acabo de encontrarme a Percy —dice Harry—. Estaba cerca de la biblioteca, y parecía nervioso porque lo había visto. No sé qué estaba haciendo.

—Ja —digo—, y luego yo soy la sospechosa.

—Eso no es lo que les quería contar —dice Harry. Nos sentamos alrededor del caldero a escucharlo, y Ron pone cara de asco al acercarse a la materia lodosa—. Anoche trajeron a Colin Creevey petrificado a la Enfermería.

—Noticia vieja, ya la conté —digo—. Cuenta lo que oímos luego, que justo llegaste cuando quería decirles.

—Leyla y yo escuchamos a...

—Espera, ¿Leyla y tú estaban juntos en la Enfermería? ¿Por la noche? ¿Con un petrificado? Y luego Percy me reta a mí por estar en un baño con ella...

—Tranquilo, Snape ya me retó. Y a Percy también.

Ron sonríe al oírlo.

—¿Puedo seguir? —Todos asentimos. —Dumbledore y McGonagall descubrieron que el rollo de la cámara de Colin estaba derretido, y dijeron... dijeron que la Cámara Secreta fue abierta. —Ron y Hermione se estremecen. —Y no solo eso: fue abierta por segunda vez.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Ya pasó antes?

—Es obvio. Fue Lucius Malfoy en su época —dice Ron—, y seguramente le dio la llave a su queridito hijo, o le dijo cómo abrirla, para mantener la tradición.

—Mmm... Lo dudo.

—Es lo más lógico.

—Pero no tenemos idea de cómo fue —sigue Harry—. Dumbledore no dijo más, parecía que los otros ya sabían de qué hablaba. Y dijo... dijo que lo importante era saber cómo había sido abierta, más que quién lo había hecho.

—Sí, Dumbledore está loco —digo.

—Es que está claro que fue Malfoy —insiste Ron—. Lo importante es saber si es una llave o qué cosa, y confiscársela. Punto.

—Creo que es más que urgente que terminemos con la poción —dice Hermione—. Hay que hacer todo lo más pronto posible.

—Pero no puedo robar los ingredientes de Snape en estos días, ya te conté... Hasta la próxima visita, que será en Navidad, no podré hacer mucho. Parece que me está vigilando todo el día, peor que la maldita gata de Filch.

En la sala común, me sorprendo cuando Ginny se sienta junto a mí sobre la alfombra. Creí que estaría atemorizada de hablarme, de mirarme siquiera, como tantos otros. Si es así, es muy valiente.

—Oye, Ginny... Tú... tú sabes que no soy la causante de todas estas cosas, ¿verdad? ¿Me crees si te juro que no le hice nada a la gata ni a Colin? ¿Que no se nada sobre la Cámara Secreta?

—S-sí —murmura, mirándome a los ojos. Noto que los suyos son del mismo color marrón que los de George—. Sé que no serías capaz. Eres muy buena.

—En serio, créeme... Espera, ¿qué? ¿No me culpas?

Ella niega con la cabeza, y yo la abrazo.

—Oh, Ginny... 

Quiero decirle la falta que me hace falta gente como ella, cuánto necesito a alguien que confíe tanto en mí, que en serio crea lo que le digo. Pero tan solo puedo decirle una cosa:

—Gracias.

Se ruboriza un poco, pero el resto de su cuerpo sigue pálido. Aún así, ya no me preocupo tanto por ella. Supongo que es solamente una gripe bastante prolongada. Debe extrañar mucho a la señora Weasley.

Con Neville no tengo tanta suerte. Esta vez no sale corriendo cuando me acerco a él, como ha estado haciendo durante los últimos días, pero creo que es porque no le queda más remedio que escuchar.

—Está bien —dice finalmente, dejando de temblar—, creo que fui muy tonto al creer lo que dice la gente sobre ti. Igual... no puedes culparme por desconfiar; ahora desconfío de muchísima gente, no es nada personal. Pero siempre me pasa, no me sorprende que me hayan engañado.

—No eres tonto. ¿Y ese libro para qué es?

—Estoy aprendiendo hechizos de auto defensa. —Ante mi mirada, explica—: Ya sé que soy de familia de magos, pero soy prácticamente un squib, y, sea quien sea, el culpable probablemente querrá atacarme aunque solo sea para burlarse.

—No pienses eso. Eres muy útil en este caso, por llamarlo de alguna forma. No serás Sherlock, pero eres un buen Watson. —Por suerte Neville jamás leyó las novelas policiales de las que me cuenta Hermione, porque sino no estaría tan feliz.

—¿Tú crees? ¿Y cómo?

—A veces tienes que concentrarte en tus puntos fuertes y olvidarte por un tiempo de tus debilidades, Neville. Eres brillante en Herbología, y lo sabes. ¿Por qué no ayudar a la profesora Sprout con las mandrágoras? Quizás logres que maduren más rápido.

—Lo dudo. Los ciclos son siempre iguales.

—Ves, tú sabes eso y yo no.

Neville asiente, pensativo.

—Quizás pueda ayudar a que crezcan más cantidad, por las dudas, ya que no podemos acelerar el proceso.

—Eh... haz lo que creas mejor, no tengo idea de nada.

Ahora que Neville mucho más feliz, y Ginny un poco más pálida, me recuesto en el sillón y duermo como un tronco hasta que alguien me despierte, y sueño con gatos voladores, piedras, gatos-piedra mutantes, y gatos petrificados, que son algo muy distinto. Todo parece bastante cómico hasta que aparece la imagen de Colin hecho piedra, aún sosteniendo su cámara en alto. Y luego se suma el baño de hoy...

Me despierto con un sobresalto cuando la mano de Hermione me sacude del hombro.

—Tenemos que preparar un nuevo artículo para el periódico.

—Colin podía estar tomando fotografías para nosotras cuando... cuando sucedió...

—Te ves horrible. ¿Quieres que te lleve con Madam Pomfrey?

—¡No quiero volver a esa Enfermería!

—Entonces vamos a escribir el artículo, no tenemos mucho tiempo, y debemos avanzar con la-otra-cosa —dice entre dientes, sabiendo que hay gente oyendo.

Ambas nos vamos a escribir un par de noticias y artículos para Hogwarts, Hoy a la habitación. Las reuniones están suspendidas, y no solo porque tengo prohibida la entrada a la biblioteca. Casi todos son nacidos de muggles y temen un ataque, y no les conviene que el heredero sepan dónde hay un enorme grupo de posibles víctimas semanalmente.

—¿'Raro' se escribe con doble erre?

La mirada que me da Hermione es tan terrible que no hace falta respuesta; vuelvo a mi trabajo y no digo nada más hasta que terminamos. 

Durante dos semanas nos juntamos luego de clases a escribir, y ya tenemos una gran pila de artículos preparados. Ya estamos en diciembre, y supongo que podremos sacar otra edición del periódico antes de Navidad. McGonagall ya pasó por la sala común con un papel para anotarnos los que queremos quedarnos durante las vacaciones de invierno; como Maddeline me dijo en un recreo que Draco se quedará, lo cual resulta sospechoso, Harry, Ron, Hermione y yo también nos inscribimos en la lista. Es una época perfecta para terminar la poción e indagar a mi primo.

—¿Tú irás a casa? —le pregunté a Maddeline con desconfianza cuando la vi, luego de que me dijera sobre nuestro primo.

—No.

—Pero tampoco te quedarás en Hogwarts.

—Ajá. Bien, te diré: iré con Daphne Greengrass a pasar la Navidad. Tiene una mansión.

Me dio la sospecha de que no solo Daphne estaría en la mansión, pero no dije nada y le deseé unas buenas vacaciones, segura de que no la vería hasta el fin del receso.

Hoy estoy corrigiendo mis artículos, que Hermione llenó de marcas rojas por todos mis errores ortográficos, pero me agoto rápidamente. Cuando regresamos a la sala común para tomar un descanso, Hermione y yo nos encontramos con un enorme amontonamiento de gente delante del tablero de anuncios.

—¿Colgaste otro anuncio del periódico? ¿Hay nuevas reuniones? —le pregunto a Hermione, pero ella niega con la cabeza. Nos abrimos paso entre la gente, y nos encontramos pronto entre Ron y Harry.

—McGonagall acaba de pincharlo a la pared —dice Ron, señalando un gran pergamino, escrito en una prolija letra cursiva de color púrpura macho. Esto me da mala espina.

—No quiero leer eso. —Leí demasiado esta tarde y no puedo concentrarme en más letras. Ya con la primera C las letras comienzan a bailar frente a mis ojos, indescifrables.

—Han abierto un club de duelo —dice Seamus, entusiasmado—. El primer encuentro será el sábado por la noche. Estoy harto de los deberes que nos dan antes de las vacaciones, pero unas clases de duelo valen la pena.

—¿Para qué? ¿Quieres batirte a duelo con el monstruo de Slytherin? —dice Ron, pero eso no logra aplacar el entusiasmo de Seamus.

—Puede ser útil.

Ron y Harry nos llaman a un costado para hablar en privado.

—¿Cuánto falta de la poción?

—Solamente el cuerno de bicornio y la piel de serpiente arbórea africana. Pero es mucho, estamos a medio camino.

—Yo lo robaría, pero...

—No, Harry, no pueden pillarte infringiendo ninguna regla. Y a ti tampoco, Ron.

—Tranquila, no iba a ofrecerme a meterme en los armarios de Snape. No me gustan mucho las misiones suicidas, tuve suficiente el año pasado.

—Iré yo —digo—. Ya es diciembre y debo ir a ver a Snape.

—Pero ten cuidado. ¿Sabes reconocerlas?

—Ya vi las ilustraciones en el libro. Si ven que tardo mucho en salir... vayan de inmediato a comprar flores. Me gustan las tumbas de cedro, y las lápidas de mármol.

Estoy frente a la inmensa puerta del despacho de Snape. Respiro profundamente el aire frío de las mazmorras antes de golpear en la oscura madera, aunque no obtengo respuesta.

—¿Profesor? ¿Señor, instructor, Lord del castillo...? ¿Batman? Ya sabe... no se ofenda, pero  usted parece un murciélago desde lejos.

Nada. La puerta está trabada, pero muy pocas cosas se resisten al Alohomora. Una vez que paso, dejo la puerta entornada para no quedarme encerrada, y, de paso, espiar para fuera.

El armario está aún más cargado de frascos, cajas y otras cosas espeluznantes que la vez pasada. Me encanta. Encuentro algo que parece la piel de la serpiente, pero no está rotulado el frasco, y no tengo el libro para comparar. Escondo el frasco en mi túnica y sigo revolviendo cajitas, bolsas e incluso peceras en busca de aquel infeliz cuerno de bicornio. No debería ser muy difícil de encontrar.

Cuando ya abro lo que debe ser la cajita número cinco mil, mis dedos tienen ampollas. Me doy por vencida, al menos por hoy, y salgo de la oficina, aferrada al frasco con la piel de serpiente en tiras, antes de que Snape regrese. En la carrera hacia el baño de Myrtle me encuentro con Luna Lovegood.

—Hola, Leyla Blair. ¿O prefieres Blair-Black? He oído que te llaman de ambos modos.

—Blair está bien. Mira, no tengo tiempo...

—Iba a llevarle esto a Hermione, pero creo que tú podrías dárselo, ¿no? Es mi ensayo sobre el snorcrack de cuerno arrugado para el periódico.

—Sí, le daré lo que quieras. Ahora tengo que irme... Espera, ¿dijiste algo de cuerno agrietado?

—Se llama snorcrack de cuerno arrugado.

—¿Y no conoces por casualidad al bicornio y tienes por coincidencia un cuerno?

—Debería fijarme en mi colección, pero creo que papá me envió unos hace poco. Mi papá y yo somos fanáticos del snorcrack, pero tampoco despreciamos al resto de los seres con cuernos... Te puedo mostrar uno de retorcicornio...

—Perfecto, no me importa el resto, con el bicornio alcanza.

Luna me lleva hasta la puerta de la Torre de Ravenclaw, a la que se entra por el quinto piso y queda exactamente en la punta opuesta a la de Gryffindor. Ella resuelve un acertijo en lugar de decir una contraseña, y lo dice correctamente antes de que yo pueda entender el significado. Supongo que por algo me mandaron a Gryffindor.

Me quedo esperando afuera, pensando en el error que fue hacer esto y en cómo salir corriendo, cuando sale una de mis personas menos favoritas en el mundo entero.

—¡Negrita!

Odio tanto ese apodo. Siempre tomando como diferencia mi color de pelo.

—Selene.

—Hace tanto que no hablamos, tienes que tener mucho para contarme. Yo tengo siempre tanto por contar, pero tú... tú eres furor. Todos hablan sobre ti. Vamos, cuéntame.

Increíblemente, Selene se sienta a mi lado y me abraza, estampándome un beso en medio de la frente. Temo que me quede una marca permanente.

—Escucha... —digo con precaución, ya que no sé qué cosa extraña le sucede ni por qué decidió hablarme—. Yo no soy la heredera. Y tampoco ataqué...

—Eso —dice— es más que obvio. Tú jamás podrías hacer algo así, hasta primo Draquito lo dice.

—¿Te hablas con Draco?

—No, tontita, pero sí con Pansy —dice como si fuera obvio—. Ha dicho que no serías capaz de hacer algo así de importante. Te descarta como sospechosa.

—¿Quién?

—Pansy Parkinson. Digo, Draco. Tontita, me haces confundir. Lo que quiero que me cuentes, Negrita...

—Odio ese nombre.

—¿Prefieres que vuelva a llamarte Cuervo? Como sea, cuéntame sobre Cedric.

Noto el brillo en sus ojos, una futura venganza...

—No. Prefiero no hablar contigo de esto.

—¡Pero Cuervo! Soy tu mejor hermana.

—Cierra la boca. Sé que tú quieres a Cedric para ti, como todas esas zorras del periódico, y sé que eres una falsa. Pero jamás pretendas ser mi hermana favorita. La única de ustedes a quien quiero es a Maddeline, y justamente porque es lo contrario a ti.

Selene abre la boca como si le hubiera pegado una cachetada al mismo tiempo que Luna sale de la Torre.

—Aquí está el cuerno de bicornio. Ah, hola, Leni.

—Selene. Me llamo Selene —dice mi hermana con fastidio.

—Lo que digas, Leni.

—Luna, ¿tienes más de estos? No podré devolvértelo.

—Está bien, Leyla Blair. Tengo uno más, y papá y yo saldremos en las vacaciones a buscar más.

—Gracias. Un millón de gracias, Luna.

—De nada, amiga. —Me sonríe, y sus ojos brillosos por primera vez no hacen que parezca en otro planeta.

Luna vuelve a la Torre y la puerta se cierra detrás de ella. Selene patea el suelo, frustrada.

—¿Y ahora quién resolverá el acertijo por mí?

—¿Siempre alguien lo hace por ti?

—¿Y qué esperabas? No entiendo una sola palabra de lo que pregunta esa puerta. Siempre hay algún nerd por aquí a quien convencer de que lo conteste por mí.

—Maldita sea, Selene. Es espantoso, pero tenemos al fin algo en común.

—Largo de aquí, Cuervo. —Lo dice con el odio de siempre, pero algo en su mirada parece  sonreír a pesar de su rostro. Como si por primera vez en doce años nos entendiéramos.

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