9: Enfrentamientos


Capítulo nueve

Enfrentamientos


—¡Leyla!

Dieciséis vendedores trataron de llamarnos la atención en los últimos minutos, ofreciendo omniculares que no podemos pagar, cintas y banderas de los colores de Bulgaria e Irlanda, sombreros con tréboles, cornetas, miniaturas de los jugadores y varitas de regaliz. Pero hasta ahora ninguno me había llamado por el nombre.

—¡Leyla!

Es Draco, que nos observa desde un costado del camino, flanqueado por sus padres. Los tres están vestidos como si fueran a una cena de gala. Tía Cissy me hace un gesto para que me acerque, como diciendo "no mordemos". Pero no hay que abandonar la cautela.

—Quédate aquí —le digo a Cedric. Cuando llego a la reunión de rubios, tío Lucius alza la nariz y habla sin mirarme.

—Vengan con nosotros —dice—. Ambos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tenemos entradas en la tribuna principal, en la sección VIP —explica Draco, contento—. Estaremos con los ministros y los organizadores.

—¿Entonces quieren que vayamos con ustedes?

Tío Lucius no me mira, pero tía Cissy asiente y Draco sonríe, cruzándose de brazos. Le hago una seña a Cedric para que se acerque.

—Él es Cedric y... eh... ellos son mis tíos. A Draco ya lo conoces.

Mi primo y Cedric se estrechan la mano.

—Me parece que ya es hora de ir —dice tía Cissy, mirando su reloj de oro—. La subida es larga, caminen cerca para no separarse de nosotros.

Me encojo de hombros y le doy la mano a Cedric otra vez, y vamos caminando detrás de ellos. Una vez que atravesamos el bosque, aparecen pequeñas luces verdes y rojas a los lados del sendero y la densidad de vendedores aumenta. Al poco tiempo vemos los altísimos muros dorados que rodean al estadio, que parece más grande que Hogwarts mismo. Supongo que también usaron los mismos embrujos que en Hogwarts para repeler a los muggles.

—No puedo creer que realmente estemos aquí —le digo a Cedric.

—Yo tampoco —sonríe—, es una suerte que seamos el país sede; el mundial pasado tuve que estar atento a la radio y leer los periódicos en la madrugada apenas los publicaban para poder enterarme de los resultados. Estar aquí es otra cosa.

—Estamos solo a metros del estadio, con los mejores jugadores del mundo.

—Y a solo medio metro del mejor —dice Draco con tono de superioridad.

Miro a Cedric.

—En realidad, estoy apenas a dos centímetros de él.

Draco pone los ojos en blanco.

—Ganarás el premio a la modestia —le digo.

—Aquí solo tu novio es Hufflepuff, así que no puedes recriminarme nada.

—¿De verdad? Porque tengo una lista entera en mi baúl de cosas para recriminarte.

—Debes admitir que esta vez ganó ella, hijo —dice tío Lucius para mi sorpresa. Lo único que falta es que nos compre omniculares a todos.

—¿No quieres comprar omniculares, querido? —le dice mi tía y sin esperar respuesta se va hacia un vendedor. Cuando regresa, nos reparte uno a cada uno. Ya está. Ya podemos morir en paz.

No, no, espera al final del partido para morir.

Aún mejor.

—Muchas gracias, señora Malfoy —dice Cedric.

—Ningún partido está completo sin omniculares —sentencia ella.

En la entrada nos controlan los boletos; mientras esperamos, veo que Cedric ha visto a su padre a lo lejos y le está explicando con gestos el cambio de plan. Su padre levanta los pulgares con una amplia sonrisa y retrocede para salir del estadio.

—¿Va a revender las entradas?

—Sí, supongo que recuperará un poco de dinero. Costaron bastante. ¿No te parece que deberíamos preguntarles a tus tíos si aceptan que paguemos al menos la mitad de la entrada?

—Ni lo pienses. Están llenos de dinero, y además casi nos traen a la fuerza —le digo por lo bajo.

—Acepto tu razonamiento.

—Cuando la billetera sufre, cualquier razonamiento parece aceptable —me río.

Una vez que pasamos los controles de la entrada, una acomodadora nos guía por una alfombra dorada, cercada por cintas de terciopelo, y nos enseña la infinita escalera que nos toca subir hasta nuestros lugares. Los lugares VIP están en la cima. Cuando llegamos, casi con la lengua afuera, otra acomodadora nos enseña las butacas: justo a la mitad de la pista entre los dos grupos de postes. Tenemos visión perfecta desde aquí.

—Te diría que me pellizques, pero la subida ya me dio tanto dolor que estoy convencida de que estoy despierta —le digo—. ¿A nadie se le ocurrió construir ascensores aquí? O podrían hacer alguna especie de teletransportador para ahorrarnos esta subida infernal.

Creo que estoy bastante sudada, pero miro a mi tía y tiene el peinado perfecto, la túnica sin arrugar y el rostro pálido y bien arreglado como siempre. ¿Cómo hace? La cabellera dorada de tío Lucius también está prolija y reluciente.

—Somos como cien mil en el público —me dice Cedric—. Es difícil teletransportar a tantas personas sin que haya accidentes o se meta gente que no tiene entrada. Ánimo, Leyla, somos jugadores de Quidditch, podemos con unas escaleras.

—No sé, creo que necesito un poco de apoyo...

Pongo mi cabeza en su hombro y él me besa la frente.

—¿Muy mala excusa? —le digo con una sonrisa.

—Creo que has usado peores.

—Soy la única que sudó al subir...

—¡Ah, ahí está Lucius! —exclama Fudge, que está parado en una fila de butacas ocupadas, entre quienes están los Weasley, Harry y Hermione. Vaya, al final sí terminamos juntos. Saludo al grupo con la mano, pero todos están demasiado ocupados mirando a mis tíos.

Draco y Harry se intercambian chispeantes miradas de desprecio. Si no los conociera mejor, dirían que son dos jóvenes enamorados. Salvo por el ceño fruncido. Y los puños. Y el hecho de que Hermione le esté agarrando la túnica a Harry para que no se pare y haga una tontería.

—¡Ah, Fudge! Cómo estás... Ella es mi mujer, Narcissa, creo que no la conoces. Y él es mi hijo Draco. —Luego me mira y no tiene otra opción que presentarnos—. Ella es Leyla, mi sobrina, y... su novio.

Fudge ya me conoce (recuerdo que el año pasado en las Tres Escobas, cuando la profesora Sprout dijo que desconfiaba de mí, él sabía de quién hablaba... y por supuesto, nos vio a todos en la enfermería cuando sucedió lo de Sirius hace unos meses).

—Cedric Diggory —se presenta él y asiente con la cabeza a Fudge.

—Un gusto, un gusto de veras —dice Fudge con una sonrisa—. ¿Familiar del Diggory del Departamento de Regulación?

—Así es. Soy su hijo.

—Fantástico. Ahora, permítanme presentarles al señor Oblansk... Obalonsk... Obaklons... como sea. Es el ministro búlgaro, y como no entiende nada de lo que digo, es lo mismo. A ver, quién más... Ah, bueno, supongo, Lucius, que conoces a Arthur Weasley.

Me llevo a Cedric a los asientos vacíos al lado de Hermione para salir del momento incómodo. Desde aquí puedo ver las caras de desprecio de mis tíos hacia los Weasley. Sé bien que mi tío y el señor Weasley se vieron por última vez en Flourish and Blotts en el Callejón Diagon y resultó en una pelea espantosa, pero, por otro lado, no sé por qué mi tía de repente se ve como si todo apestara a caca de hipogrifo descompuesto. (Yo sé cómo huele eso y no recomiendo la experiencia. Se aprende en el jardín trasero de la casa Blair-Black).

—¿Qué tuviste que vender para comprar estas entradas, Arthur? —le pregunta mi tío—. La casa no debe haber alcanzado, ese cuchitril no puede cubrir ni un décimo del valor de una entrada. Y veo que trajiste a tu rebaño... y a un par de garrapatas —dice mirando a Harry y a Hermione.

—Sí, Lucius acaba de donar una suma extraordinaria al Hospital de San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas —sigue hablando Fudge en su propio mundo—. La generosidad y la modestia son dos valores muy apreciados en nuestra gestión, y Lucius es un ejemplo de primera...

La cara de mi tía ha empeorado ahora que me vio sentada al lado de Hermione. Debe pensar que va a ensuciar mi "sangre pura". Ni que mi sangre fuera tan pura, los Snape no son de las familias mágicas originarias como son los Black o los Malfoy. Pero ella no sabe. Y si Hermione contagiara algo, sería inteligencia, así que con más razón no me moveré de su lado.

Nota mental: conseguir un árbol familiar de los Snape.

Ginny nos pasa una bufanda irlandesa y un pin búlgaro. Le pongo la bufanda a Cedric y me río del cabello despeinado por mí.

—Déjame que lo acomode —le digo y cuando termino me da un beso en la mejilla.

—Ya estamos contando el dinero —dice Fred de repente—. Creo que no nos cabrá en los bolsillos de todos nuestros pantalones.

—Entonces nos compraremos más pantalones —le dice George.

—Ahora que veo qué bien que funciona esto, deberíamos hacer apuestas en Hogwarts, ¿no te parece?

—Apuesto a que será un éxito.

—Anoto tu apuesta.

—Muchachos —los reprende el señor Weasley—. Olviden el tema. Salga como salga hoy, ganen o no, está será la última vez que estén metidos en algo así.

—Por supuesto, papá.

—Somos dos muchachos responsables, ¿no es evidente?

Los gemelos juntan las cabezas y siguen hablando, y el señor Weasley no puede oírlos por el bullicio que hay. Todos están expectantes en sus asientos, mirando sus entradas y leyendo los folletos que hay en cada asiento con los récords y un resumen de la biografía de cada jugador. Mirando las butacas de nuestra tribuna privilegiada, veo detrás de nosotros un asiento que parece vacío excepto por unos trapos sucios que hay en él, y luego veo que dentro de los trapos hay algo más. Dos orejas muy grandes y una cabeza calva delatan que es un elfo doméstico.

—¿Has visto al elfo? —le pregunto a Hermione—. ¿Sabes por qué se tapa la cara?

—Es Winky, la elfina doméstica del señor Crouch —resopla ella—. Le está cuidando el lugar y le tiene miedo a las alturas.

—Oh, pobrecita. ¿Pero no es raro que Crouch llegue tarde?

—Aún hay tiempo —dice Ron mirando su reloj.

—Ella conoce a Dobby y dice que quiere que le pag... —dice Harry, pero yo lo miro con los ojos como platos y me llevo un dedo a los labios. Luego hago un gesto hacia mis tíos y Harry asiente y no vuelve a hablar sobre el tema.

Es un milagro que mis tíos me hayan vuelto a hablar después de todo (tía Cissy ya me ayudó en secreto durante el verano, pero sé que tío Lucius no está nada contento con mi presencia durante la liberación de Dobby o con mi intento de salvar a Buckbeak el semestre pasado). Lo último que necesito es que recuerden las cosas malas y decidan que me quieren lejos de ellos otra vez. Que al menos aguarden hasta el final del partido para acordarse de quién soy.

—Mira —dice Ron—, Harry nos regaló omniculares como obsequio adelantado de Navidad.

—Nosotros también tenemos un par cada uno —le digo—, pero no los hemos probado.

—Son geniales, mira —dice Ron, llevándose el aparato a los ojos—. Tiene una función para agrandar la imagen, y también puedes repetir la escena, por ejemplo, este tipo en la segunda fila de enfrente se está metiendo el dedo en la nariz, y puedo hacer que lo haga otra vez... y otra vez... y otra vez... y otra vez...

Cedric y yo probamos los omniculares y él me señala una pizarra gigante en la que hay una sucesión de anuncios de productos domésticos, deportivos y escolares que se escriben y se borran por sí mismos, promocionando muy a menudo las Grageas de Todos los Sabores. Hay que tener cuidado con esas, porque con todos los sabores quieren decir exactamente eso.

—Veamos... —digo, tomando el panfleto con los jugadores—. Viktor Krum, nacido en Sofía, Bulgaria, en 1976... Vaya, es de la edad de Thais y ya es una estrella.

—Veo que Ron te contagió de Krumitis —dice George, que al parecer ha dejado de planear apuestas.

Ron, que no lo ha oído, saca de su bolsillo una estatuilla de Krum que cabe en su palma y nos la enseña.

—Miren, es genial. Mueve la cabeza así... y también así... y si lo pones de costado hace así también... Las cejas parecen reales.

—Es la emoción del partido —le digo a George—. Ustedes aguarden hasta que empiece y ya verán que también gritarán por él —me río y sigo leyendo—. Blablabla... Se unió al equipo en blablabla... Buscador... Asiste a su último año en el colegio. Ese tipo sabe equilibrar los estudios con su carrera.

—Debe ser brillante —dice Cedric.

—Cállate, que tú eres excelente en todo. Apuesto a que Krum no es prefecto.

—¿Alguien mencionó apuestas? —dice Fred, pero se calla cuando la voz amplificada de Ludo Bagman, parado pocas filas detrás de nosotros, comienza con su relato y retumba brillante en el estadio.

—¡Bienvenidos y bienvenidas a la noche más esperada del año! ¡Hoy se celebra la edición número 422 del Campeonato Mundial de Quidditch!

De las tribunas surgen estruendosos aplausos y gritos de euforia. Las banderas de ambos países ondean en todas partes y Fred y George hacen sonar unas cornetas que solo Merlín sabe dónde traían escondidas. La pizarra ha dejado de pasar anuncios y ahora muestra:

BULGARIA : 0 IRLANDA : 0

Siento que mi corazón late más rápido y le tomo la mano a Cedric por los nervios.

—Ya comienza...

—¡Y ahora, finalmente, las mascotas! Demos la bienvenida en primer lugar a las esperadas mascotas de Bulgaria. ¡Fuerte el aplauso!

—Me preguntó qué habrán traído —dice el señor Weasley—. La última vez eran... Aaaaaaah, ya veo... Trajeron veelas.

Fred y George se clavan los omniculares a los ojos y comienzan a aullar. Varios hombres se ponen de pie para mirar.

—¿Veelas? —pregunto.

Cedric también se ha quedado mirando el campo de juego. Me levanto a mirar.

—Oh, no. Nonononó.

Varias docenas de lo que parecen copias de Selene aparecen en la pista. Todas ellas tienen cabello dorado que ondea como si hubiera una leve brisa a su alrededor y su piel resplandece como si tuviera un recubrimiento de plata. Son incluso más bellas que Selene.

—Esto es lo último que necesitaba —le digo a Hermione cuando me dejo caer a su lado.

—Podemos aprovechar para dominar el mundo mientras los hombres se babean, ¿qué opinas? —dice enfadada.

Y luego comienza la música y las veelas se ponen a bailar, al principio suavemente y luego más y más rápido, siempre con gracia pero también con violencia. Comienzan a sacudir las melenas doradas y a bailar en pareja entre ellas, enroscando las piernas entre sí, girando, saltando tan alto que parece que vuelan para luego aterrizar como tigresas en la caza...

Fred y George están saltando como locos en la primera fila, instándolas a seguir bailando. A Ron le cuelgan los brazos a los lados como si hubiera perdido todo menos la capacidad contemplativa y de mantenerse parado.

—¡Harry! ¿Qué haces?

Hermione le da un tirón en el brazo e impide que Harry se tire por la baranda al centro del estadio para llegar a las veelas.

—Ohhhhhh —dice él, aún embobado.

Cuando vuelvo a mirar a Cedric, veo que está apoyado en la baranda mirando a las veelas, pero aún no da muestra de querer echarse a volar sin escoba. La música para de repente y todos parecen sorprendidos al verse en la postura en que están. Cedric me mira confundido y yo alzo una ceja.

—Creo que te gustó demasiado el baile —le digo y me cruzo de brazos.

Mientras todos protestan porque acabó la delicia celestial (aunque para mí fue infernal), las veelas se retiran y se sientan a un lado de la cancha.

—Bulgaria debe ganar —dice Cedric a mi lado, sacándose la bufanda irlandesa. Cuando ve mi pin de Bulgaria, intenta quitármelo y en el medio le tomo la mano.

—¿Me estás viendo, Cedric?

Él sacude la cabeza un par de veces y luego me mira, y reconozco que ahora es él.

—Las veelas... ¿fue verdad? ¿Bailaron de verdad?

—Sí.

—¿Fui muy estúpido?

—También.

—Estaba embrujado. Lo siento. Nunca miraría a alguien más.

—Olvídalo, no hay cuidado.

Pero temo que la próxima vez que vea a Selene recuerde a las veelas y algo malo ocurra. Confío en él, su corazón es lo más puro que he conocido hasta ahora y siento que genuinamente me quiere (¿quién se aguantaría estar conmigo si no fuera por voluntad propia?), y hasta Percy se sintió atraído por las veelas.

Vamos, arriba, Leyla. Estás en el mundial. No puedes amargarte ahora.

Es cierto. Le doy la mano otra vez a Cedric y me río.

—Espero que no te moleste, pero creo que será mi turno de disfrutar la vista cuando lleguen los equipos.

—¡Y ahora recibamos a las mascotas del equipo de Irlanda! —dice Bagman.

—¿Qué equipo es ese? —pregunta Ron.

Un cometa brillante baja desde el cielo y da vueltas por el estadio deslumbrándonos a todos. El cometa dorado se divide en dos más pequeños que van hacia los aros y los rodean, para luego unirse en un arco iris que se extiende de una punta a la otra de la pista de juego.

—¡Esto es otra cosa! —exclamo y me paro a aplaudir.

El arco iris se separa otra vez en dos bolas de luz que dan una vuelta por las tribunas superiores y luego se chocan para formar un trébol gigante del que cae una lluvia dorada.

—¡Guaaaau! —dice Ron, poniéndose los atuendos de Irlanda que antes había arrojado al suelo.

Fred y George se lanzan al suelo para recoger la lluvia, y cuando miro más de cerca veo que son monedas de oro; de repente, en todo el estadio hay gente juntando monedas. Cuando todos tenemos los bolsillos y mochilas llenos y Ron le ha pagado a Harry por sus omniculares (ahora debe darle un regalo de Navidad de todos modos, el pobre Harry que creía que ya tenía todo resuelto), el trébol se disuelve en un montón de duendes con barba y chalecos rojos que llevan una lámpara pequeña de color verde.

—Son leprechauns —dice el señor Weasley, que con disimulo se ha llenado un solo bolsillo.

Los leprechauns se sientan a lo largo de la cancha en el lado opuesto a las veelas y todos volvemos a nuestras butacas y nos preparamos para lo mejor.

—Damas y caballeros, ¡aquí vienen los equipos!


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Espero que les haya gustado. Terminé con los exámenes del cuatrimestre, pero ahora vienen los finales. Voy a tratar de escribir y de no dejar a Leyla abandonada. Veremos qué sale.

¡Buen fin de semana!

BMW.

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