7: De campamento
Capítulo siete
De campamento
Cedric, su padre y el señor Weasley son los únicos en aterrizar de pie. La mano de Cedric se tiende para ayudar a levantarme y me hace girar como en un vals. El siguiente en recibir su ayuda es Harry, que acepta con la mirada baja, y Fred y George se levantan de un salto antes de recibir cualquier tipo de socorro. Hermione y Ginny, en cambio, no tienen ningún problema en recibir una mano. Ron se queda en el suelo mirándonos y finalmente yo le doy una mano para levantarse. Primero Krum, ahora Cedric. Creo que le gustan los buscadores. ¿Será Harry el siguiente?
Una vez que estamos todos de pie, nos acomodamos el equipaje y tratamos de divisar nuestro paradero. Estamos en medio de un campo lleno de neblina y a pocos metros hay alguien sosteniendo un reloj y otro con un largo pergamino y una pluma.
—De la colina de Stoatshead, cinco y diecisiete de la mañana —anuncia el primero.
Caminamos hasta ellos y vemos que ambos hicieron un intento para pasar por muggles, sin mucho éxito. Luego de pasar más de un mes con los Granger, aprendí que las faldas escocesas no combinan con los ponchos, y los sacos de traje tampoco van bien con los pantalones de jean rasgados. Hermione está mirando el suelo para no reírse.
—¿Nombres? —nos pregunta el hombre de la lista.
—Amos Diggory. Tres personas.
Mientras el hombre del poncho busca los nombres en la lista, el señor Weasley entrega la bota vieja al otro hombre, que la tira en una gran caja llena de otros objetos muggles, viejos y bastante poco atractivos.
—Weasley, ¿verdad?
—Así es.
—Tienes suerte de tener el día libre, Arthur —le dice el del poncho—. Llevamos horas aquí, creo que deberé pedir una poción antigripal para durar hasta la tarde.
—Les conviene avanzar un poco —nos avisa el otro—, en cinco minutos llegará un grupo de dieciséis personas de Potsdam.
—¿Es posible que con un solo traslador viaje tanta gente? —pregunta Ron.
—Sí, si es especialmente grande, puede haber dieciséis manos, sí —responde el del poncho.
Mientras nos dan las indicaciones de dónde acampar, el señor Weasley se aparta para hablar con el señor Diggory, así que Cedric y Hermione, los únicos responsables aquí, son los que toman la posta y escuchan con atención. Cuando nos entregan el mapa, los señores Diggory y Weasley regresan al grupo.
—Creo que lo mejor será que Leyla vaya a la carpa de las chicas, con Ginny y Hermione —dice el señor Weasley—. Los muchachos estarán conmigo en la carpa de al lado.
—¿Estarás muy lejos? —le pregunto a Cedric.
—A dos cuadrantes, no será problema. Te iré a buscar cuando terminemos con la carpa.
La tierra tiembla cuando treinta y dos pies golpean el suelo detrás de nosotros. Se me sube el corazón a la garganta al ver a los recién llegados: mi abuelo, Joseph Blair I, con mi "padre" Joseph y todos mis hermanos. Debí haberlo sospechado, pero tenía la tonta esperanza de que no les interesara Irlanda. ¿Pero qué otra opción había, sabiendo que era una multitud de Alemania que venía a ver el partido?
—¡Hola, chicos! —saluda Selene desde lejos, en una de sus poses. Su cabello dorado brilla a pesar del poco sol que hay y tiene el rostro maquillado, y me hace sentir incómoda con mi cara pálida y lavada como de costumbre—. Nos vemos en la final, jugadores —dice cuando está más cerca y guiña un ojo, claramente dirigiéndose a Cedric, Fred y George.
Por suerte los dos Joseph, padre e hijo, están ocupados diciendo sus nombres al hombre del poncho y no llegan a verme. Abby y Debby me saludan con la mano, y Maddeline (que ahora tiene el cabello completamente verde) asiente con la cabeza en reconocimiento. Melanie y Amber, las dos menores, están ocupadas cantando y con un juego de manos. Las trenzas rubias que llevan son seguramente obra de mi abuela.
Melanie entrará este año a Hogwarts, y es un misterio cuál será su casa. Después de mí y de las trillizas, ya no se sabe qué esperar. Mi madre seguramente le estuvo llenando la cabeza durante estos años para que convenza al sombrero de entrar a Ravenclaw.
Nos dividimos, los Diggory por allá, nosotros por acá, para ir al lote donde armaremos las carpas.
—No sé cómo aguantan a Selene en clase —les digo a Fred y George.
—Es traviesa.
—¿Perdón?
—Sí. Le gusta la diversión.
—No me expliquen más —digo, alzando una mano.
Ambos se ríen. Después de otra larga caminata nos detenemos frente a una casita de piedra de donde sale alguien exitosamente vestido de muggle. Al ver su cara de agotamiento me siento mal por él. Mis piernas exhaustas lo compadecen.
—Ha venido una cantidad increíble de gente —suspira—, pero no me puedo quejar, jamás le fue tan bien al camping. ¿Podrían decirme sus nombres?
—Somos la familia Weasley. ¿Es usted el señor Roberts?
—Así es. Veamos... —Saca una lista de su bolsillo y la revisa de arriba abajo—. Weasley, Weasley...
—Tenemos dos carpas reservadas hace unos días, creo yo —dice el señor Weasley nervioso.
—Weasley... Aquí están. Tienen una parcela arriba del monte. ¿Solo una noche?
—Efectivamente.
El señor Roberts le dice el precio y el señor Weasley se hace a un lado con Hermione y Harry para que lo ayuden a contar el dinero muggle. El señor Roberts debe ser el único muggle aquí, un pobre empleado del camping que no tiene idea de qué está ocurriendo a su alrededor. Se acerca a Ginny y le dice:
—Es curioso, estaba seguro hace una hora de haber visto una carpa con chimeneas. ¡Oíste bien, chimeneas, sí!
—¿Este numerito dice el valor del papelito? —escucho decir al señor Weasley—. Ah, sí, ya lo veo... Este es de cinco, ¿no?
—Cincuenta —dice Harry.
—Ah, claro, claro, ahora veo...
—¿Son extranjeros? —pregunta el señor Roberts—. No serían los primeros en tener problemas con el dinero. Hace poco hubo una familia que me quiso pagar con unas monedas doradas más grandes que platos. No sé de dónde sacaron que nosotros aceptamos eso.
—Ah, ¿sí? —pregunta el señor Weasley con una sonrisa nerviosa mientras Hermione le entrega el dinero al muggle.
—Sí. Y nunca hubo tantas reservas. Hay gente de todas partes. Extranjeros, y no solo eso, sino que también bichos raros. Gente vestida de la manera más ridícula que se pueda imaginar. Hay uno que tiene una falda y un poncho, por favor...
—¿Le parece extraño?
—Es como si se hubiesen reunido para algo, como si todos se conocieran y esto fuera una fiesta... Y los de las monedas doradas, por favor... Estuve al borde de llamar a la policía, me parecieron falsificadores de dinero, y estaban vestidos de una manera tan llamativa...
Detrás del señor Roberts aparece un mago vestido con una musculosa púrpura y un pantalón negro apretado y brillante que lo apunta con la varita.
—¡Obliviate!
Los ojos del señor Roberts se desenfocan un segundo y luego nos mira con una sonrisa cansada.
—Aquí tienen el plano. Buena estadía, señor —dice con la mente en otro planeta.
—¿No quieres unos pantalones así? —me pregunta George.
—No me quedarían tan bien como a ti.
Hermione nos hace un gesto para que nos callemos. Probablemente sea para no reírse ella también. El hombre de pantalones ajustados nos acompaña hasta la verja que rodea el campamento.
—Es la quinta vez que le borramos la memoria, nos está dando mucho trabajo —le cuenta al señor Weasley—, y Ludo Bagman tampoco es de mucha ayuda. Anda por ahí hablando de Bludgers a los cuatro vientos, le importa un comino la seguridad muggle y tenía pensado ponerse la túnica de sus días de gloria. En fin, llegaron más familias, más me vale ir a controlar al muggle antes de que haga demasiadas preguntas. Adiós, Arthur.
—Creí que el señor Bagman era el Jefe del Departamentos de Deportes y Juegos Mágicos —dice Ginny cuando el hombre se va—. No debería ir cantando sobre Bludgers cuando hay muggles cerca.
—Sí, es un poco laxo en lo que se refiere a seguridad muggle —dice el señor Weasley—, pero la selección de Inglaterra pocas veces vio un golpeador tan brillante. Era realmente muy bueno.
—Pero que sepa batear no significa que sirva para administrar un departamento entero en el Ministerio —murmura Hermione—. Necesitan a alguien con cerebro y disciplina, no a alguien que esté allí porque no quiere admitir que sus días de gloria acabaron.
Poco más y escupirá fuego cuando hable.
—No les tienes mucha fe a los jugadores de Quidditch, ¿no? —le pregunto.
—Por favor, rara vez tienen cerebro, solo piensan en su estúpido juego y ganan dinero por sudar...
Harry, los gemelos y yo la miramos con las cejas levantadas.
—Ay, lo siento, no me refería a ustedes, por supuesto que hablaba de los jugadores profesionales...
—Está bien, el día que me paguen por jugar, no me importará lo que digan —dice George.
—¿Incluso si te hacen jugar con pantalones ajustados? —le pregunto.
—Ahí creo que le encantaría oírlo —se ríe Fred.
—Imagínate decirle a Viktor Krum que solamente le pagan por sudar —se ríe Ron—. Ridículo. Él tiene cosas más importantes que hacer que oír los comentarios de alguien que no entiende de Quidditch.
Hermione lo fulmina con la mirada y la discusión acaba allí. Pasamos entre varias filas de carpas ostentosas, algunas con chimeneas, como bien dijo el señor Roberts, otras de colores chillones, de varios pisos de altura y con piscinas en el exterior.
—Creo que la discreción no es lo nuestro —se ríe por lo bajo el señor Weasley—. Muy bien, paramos aquí.
En una parcela libre hay un palito con un cartel que dice GÜIZLY. La profesora Babbling estaría fascinada y haría un estudio de fonética sobre esto.
—Tenemos una ubicación privilegiada —dice el señor Weasley mientras todos dejamos nuestras mochilas en el pasto—. El estadio está directamente al otro lado del bosque. No tardaremos nada en llegar para el juego. Ahora, a armar las carpas.
Saca dos bolsos y los abre. Las estacas caen al suelo y él se sienta a examinarlas una por una.
—Vamos, pa, ármalas de una vez y vamos a examinar el terreno —le dice Fred a su padre.
—No, no, no, estamos en una zona muggle y la magia está terminantemente prohibida. —Los gemelos rezongan—. Como empleado del Ministerio, debo dar el ejemplo, muchachos; no puedo andar infringiendo las reglas frente a todos. Además, será muy divertido y gratificador, ya verán.
Harry y Hermione tienen suficiente cerebro muggle como para comprender cómo van los palos, la tela y las estacas y arman dos carpas que se ven bastante sólidas. Si tan solo el señor Weasley no hubiese intervenido tanto, habrían tardado la mitad del tiempo.
—Espero que entremos todos —murmura Harry, observando el tamaño de la carpa de hombres—. Ahora somos ocho, pero luego vendrán Percy, Bill y Charlie...
—Hermione, Ginny y yo iremos a la carpa pequeña —digo—, somos tres menos.
—Igual seríamos un montón.
—No te preocupes, Harry —dice Fred—. Ron puede dormir con Percy. Ahorraríamos bastante lugar.
—O quizás podemos conseguir que vaya a dormir con Viktor Krum —se ríe George—. Solamente hay que encontrar las carpas del equipo de Bulgaria.
—Pasen —dice el señor Weasley, abriendo la puerta de la carpa grande—. No será lo más cómodo, pero es por poco tiempo.
Entramos a la carpa y veo que hay varias habitaciones dentro. En la sala principal hay varios sillones revestidos con una tela vieja con dibujos de flores, una mesa ratona con tejidos de crochet y un tremendo olor a gato.
—Parece la casa de la señora Figg, mi vecina —dice Harry con la nariz arrugada—. Pero es increíble el espacio que tiene, las carpas muggles son más pequeñas que la alacena donde dormía.
—No nos podemos quejar, me la ha prestado Perkins, de mi oficina —dice el señor Weasley—. Muchachos, repártanse las camas, y no se peleen. Señoritas, pueden ir a ocupar su carpa.
Hermione, Ginny y yo vamos a la carpa pequeña de al lado y vemos que dentro hay solamente una pequeña cocina y una habitación con cuatro camas.
—Esto está genial —digo—. Yo duermo abajo, no quiero caerme durante la noche.
Ginny toma la cama arriba de la mía y Hermione ocupa la otra cama de abajo.
—Dormiremos muy bien aquí —dice Hermione.
—Sí, y es un alivio no compartir con mis hermanos —dice Ginny.
—Y con Harry.
—Sí, y con Harry —repite ella un poco sonrojada.
Hay unos golpecitos en la tela de la entrada y voy a abrir.
—¿Maddeline?
La luz del sol se refleja en su cabello verde y entra a la carpa tornando todo digno de un Slytherin
—No esperaba que vinieras a vernos.
—Me sentí mal de verte sin poder ir contigo. Están insoportables —dice con los ojos como platos—. Selene fue a hacer la cola para el agua y no regresó más. Hay rumores de que encontró a uno de los jugadores de Irlanda. Mullet, probablemente. —Se encoge de hombros y entra a la carpa—. Guau, es igual a casa.
—No bromees —le digo—. No se parece mucho.
—Ah, claro, tú no vienes hace tiempo, no debes saberlo. Hola, chicas.
Hermione y Ginny la saludan con la mano y siguen desempacando.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —le pregunto—. ¿Hicieron remodelaciones?
—Nos mudamos a otro pueblo, no muy lejos del anterior. Problemas de dinero. La verdad, haces bien en no volver, ahora compartimos habitación de a cuatro.
—¿Qué?
Maddeline abre una alacena y saca un tarro de galletas del que empieza a comer. Yo no tocaría eso, esta carpa parece que no se ha usado en años.
—Karen, Natalie, Paula y Thais están juntas en una sola cucha —explica—. Aunque últimamente tienen más lugar porque Karen suele irse con su novio. Selene, Vi, Isa y yo estamos en el segundo cuarto, y Debby, Abby, Melanie y Amber tienen el tercero. Leon se fue de casa con una alemana que conoció. Sieglinde o algo así. Se encontraron aquí hace un rato. Y el cuarto lugar en la casa lo tienen mamá y papá. Mamá debe estar feliz ahora que tiene la casa para ella sola, nos fuimos con los abuelos dos semanas antes de venir aquí.
—Oh. Vaya. Nunca pensé que nos iríamos de la Morada del Hipogrifo.
—Son cosas que pasan . No sabes lo insoportable que estuvo Amber todo el verano, ahora será la única que no ha ido a Hogwarts aún y ya no estará Melanie en todo el año y blablabla...
—Muchachas, salgan un segundo, tenemos que organizarnos —nos llama el señor Weasley. Las cuatro salimos al exterior y Maddeline se escabulle entre las carpas de los vecinos. Típico de Slytherin: desaparecer cuando viene el trabajo duro pero llevarse las galletas.
—¿Esa era tu hermana? —me pregunta George—. ¿La de Slytherin?
—La misma.
—Muchachos —dice el señor Weasley—, tenemos que tener provisiones. Hermione, Leyla, Ron y Harry pueden ir a buscar agua, está indicado en el plano que nos dio el señor Roberts. Fred, George y Ginny, vayan a buscar leña.
—Pero si tenemos un horno...
—Ron, tenemos que atenernos a las reglas. Los muggles no tienen hornos en los campamentos. Yo me quedaré aquí haciendo guardia y alisando el terreno para el fuego.
Ron, Harry, Hermione y yo nos llevamos dos baldes y comenzamos a caminar.
—Mi padre se cree que somos muggles ahora —refunfuña Ron—. Una cosa es no llamar demasiado la atención, y otra cosa es llegar a esto. Es ridículo.
La luz del sol ya disipa la niebla y podemos caminar sin tropezarnos con estacas y piedras. Llegar hasta las canillas es toda una peripecia, primero debemos pasar por un mar de carpas y esquivar a los niños pequeños que ya se han levantado y son perseguidos por sus padres. Un niño parece haber robado la varita de su padre y apunta a todos lados con ella, y nos alejamos antes de que nos alcance alguna maldición que nos desfigure la cara, nos haga salir pelos en la lengua o algo parecido.
—Aquí hablan otros idiomas —dice Harry y todos aguzamos el oído.
—¿Tú sabes alemán? —me pregunta Hermione.
—No, apenas lo entiendo. Ahora sé más francés que alemán.
Hay familias reunidas frente a sus carpas preparando el desayuno prendiendo fuegos violetas y azules que por supuesto no llamarán la atención de nadie. Los magos controladores del Ministerio van de un lado a otro confiscando objetos, escribiendo multas, apagando incendios y borrando memorias de muggles.
Nos detenemos al llegar a una zona completamente verde. Las carpas están cubiertas con banderas de Irlanda y tréboles gigantes.
—¡Chicos! —oímos detrás de nosotros—. ¡Ron, Harry, Hermione, Leyla! ¡Aquí!
Buscamos alguna cara conocida entre el mar verde y reconocemos a Seamus Finnigan, que viene sonriente a saludarnos. Tiene un sombrero verde que lo hace parecerse más que nunca a una especie de duende. Detrás de él viene Dean Thomas con pines de tréboles en la camisa.
—¿Cómo están? ¿Les gusta la decoración?
—Hola, Seamus. Hola, Dean.
—Vaya, sí que se esmeraron con los tréboles.
—Es el símbolo de Irlanda —explica una mujer de cabello cobrizo detrás de Seamus, que debe ser su madre—. No íbamos a reprimir nuestra emoción y simpatía. Además, no vieron lo que hicieron los búlgaros; ellos sí que son exagerados. Me imagino que ustedes están del lado de Irlanda, ¿verdad?
Todos respondemos en coro "Sí, señora" y vamos en busca del campamento búlgaro. No tardamos en encontrarlo: es una gran mancha roja. Cuando nos acercamos, vemos que en cada carpa está colgado un póster gigante del rostro de Viktor Krum.
—¿Es realmente necesario? —se queja Hermione—. ¿De verdad pueden vivir con Krum mirándolos así todo el día?
—Sería incómodo si tuvieran un póster así en el baño —me río.
La verdad es que no entiendo por qué Siempre parece enojado. ¿Será mi hermano perdido, otro hijo de Snape, que en lugar del cabello grasoso heredó la cara de odio?
Nos ponemos al final de la larga fila para recoger agua y escuchamos una conversación que sucede a pocos metros, entre un mago vestido convincentemente de muggle que lleva unos pantalones en la mano y un hombre más viejo que lleva puesto un camisón con flores y tiene una amplia sonrisa en el rostro.
—Archie —dice el más joven—, por favor, ponte estos, así lo usan los varones muggles. El muggle de la puerta ya está sospechando, no puedes andar así por aquí.
—No, no —dice el viejo Archie—, así estoy cómodo. Y los muggles lo usan, lo compré en una tienda muggle, así que no te hagas el listo.
—Lo usan las mujeres muggles, Archie... Los hombres usan pantalones.
—No me los voy a poner. Lo siento, Magnus, pero no lo haré. Me gusta que se ventilen mis partes privadas.
Hermione y yo salimos corriendo de la fila tapándonos la boca y nos vamos a reír a una parte más segura. Cuando ya nos duelen las costillas y nos sentamos en el suelo a descansar, vienen Ron y Harry cargando los baldes llenos de agua.
—Qué imbécil, ahora que lo pienso, podría haber llenado los baldes sin moverme de la carpa —digo, mirando mis manos—. No sé sacar provecho de mis talentos.
—Yo creo que hiciste bien, no hay que llamar la atención —dice Hermione.
—Claro, ustedes dos riendo como locas no llaman la atención para nada —se molesta Ron.
A la vuelta nos cruzamos a Wood y Karen, que parece que están renovando sus votos de amor, y a Cho Chang, que saluda a Harry con una sonrisa. Harry le devuelve el saludo y se tira la mitad del balde de agua encima.
—Harry, ya me gasté las risas de hoy, ¿no podrías dejarlo para mañana? —le digo.
Está rojo hasta las orejas y Ron, que olvidó su enojo, no para de reírse a su lado. Le pongo una mano en el hombro a nuestro héroe mojado y cargo el balde por él hasta nuestras carpas.
—Tardaron siglos —dice George—. Mientras tanto, papá no dejó de jugar con los fósforos.
Hermione ayuda al señor Weasley a usar los fósforos muggle correctamente y pronto se enciende la fogata. Harry se va a cambiar los pantalones y Ginny nos pregunta por lo bajo para saber qué sucedió, pero Hermione y yo sabemos que nos reiríamos demasiado si volviésemos a contarlo.
—Te contaremos a la noche —le prometo.
Ponemos el agua a calentar sobre la fogata y cuando nos sentamos a descansar vemos a tres pelirrojos que vienen caminando desde el bosque: Bill, Percy y Charlie.
—¡Aquí! —los llama Ginny.
A Bill lo conozco de la foto que El Profeta publicó el año pasado de los Weasley en Egipto, y a Charlie lo conocí en Primer Año cuando vino a buscar a Norbert. Viejos tiempos.
—Nos levantamos hace media hora —dice Percy con orgullo.
—Nunca deja de presumir su licencia para aparecerse —refunfuña George—. Ya nos tocará a nosotros.
—Ni me quiero imaginar el día que puedan hacer magia fuera de la escuela —le digo.
—Ah, será un glorioso día —dice y se recuesta a tomar sol como si estuviera en la cima del mundo. Percy lo desaprueba y yo me río al ver que Bill y Charlie imitan a George. Pronto Percy, Hermione y el señor Weasley son los únicos parados viendo cómo todos los otros nos recostamos. Harry llega con los pantalones secos y mira la escena con perplejidad, y todos (menos Percy, claro) estallamos en carcajadas.
...
¡Espero que les haya gustado! Ya me siento mucho mejor, Madam Pomfrey le dio al remedio justo esta vez.
Levantemos las varitas rezando por que haya un nuevo capítulo la semana que viene... Les informaré al respecto para que sepan qué esperar.
Saludos especiales a Temari2005 :)
BMW.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top