68: Injusticia

Capítulo 68

Injusticia

Me despierto y respiro una bocanada de aire puro, nada de agua, y veo el conocido techo de la Enfermería. Está muy oscuro aquí y solamente hay parches de luz de luna llena que entra por las ventanas. La cama está tan cómoda que me quedaría toda la vida aquí...

Luego escucho voces que parecen venir del pasillo por la puerta entreabierta. ¿Por qué no se callan y me dejan dormir? Esto es tan cómodo. No puede haber nada más suave y tranquilo que estar aquí, no necesito que lo arruinen hablando.

Pero de a poco las voces se hacen más fuertes y ya no puedo ignorarlas. Cada vez las palabras son más claras.

—Es un milagro que todos hayan sobrevivido —dice una voz de hombre—. Es asombroso. Nunca oí algo semejante y jamás me imaginé... Por suerte estabas ahí, Snape.

—Gracias, señor ministro —dice mi papá. De repente me vuelven a la cabeza todas las cosas que sucedieron. Es un alivio saber que se encuentra bien y que no está también tirado en la Enfermería. Los Dementores no llegaron a él y el desmayo que le ocasionaron mis amigos no fue tan grave, entonces.

—Te corresponde la Orden de Merlín —oigo—, segunda clase, diría yo. Si fuera por mí, ¡primera!

—Muchas gracias.

—Pero ahí tienes una herida muy fea. ¿Ha sido Black?

Me muerdo el labio y escucho con atención sin moverme. Ahora no quiero perderme ni una palabra.

—No, señor ministro. En realidad, han sido Potter, Weasley y Granger.

—¡No!

—Así es, señor. Black confundió sus mentes, lo noté enseguida, estaban convencidos de que él era inocente. Pero no eran responsables de sus actos.

Vuelvo a respirar.

—Por otro lado —sigue—, el hecho de que se hayan entrometido pudo haber posibilitado la huida de Black. Por suerte llegué a tiempo. Creían que podían atraparlo ellos solos, e incluso involucraron a una alumna inocente que nada tenía que ver con ellos. Este grupo salió impune tantas veces que se acostumbraron a hacer lo que quieren y se les subió la libertad a la cabeza. Por supuesto, el director ha consentido desde siempre a Potter con una libertad excesiva, si me pregunta mi humilde opinión. Creo que habría que aumentar el control sobre los alumnos.

Una alumna inocente... Me está salvando, y no solo por su propio apellido, porque nadie tiene que saber que soy su hija. De verdad le importo.

—Bueno, Snape, todos hacemos excepciones cuando se trata de Potter.

—¿Pero le parece bien que se le dé un trato tan especial? Yo intento tratarlo como a cualquier otro, y cualquier otro sería expulsado por poner a sus amigos en un peligro semejante. Mire, señor, fue en contra de todas las reglas del colegio, después de todas las precauciones que tomamos para protegerlo, en compañía de un hombre lobo en medio de la noche... Y tengo pruebas de que ha ido a Hogsmeade sin autorización.

—Bueno, Snape, ya veremos. El chico debe recuperarse. Es un poco travieso, claro... Lo que más me sorprende es lo que han hecho los Dementores. ¿Retrocedieron como tú dices?

—Así es. Y no sé qué fue lo que los detuvo. Cuando llegué a donde estaban, ya volvían a sus posiciones en las entradas. Y no contaba con mi varita porque me la habían quitado durante el ataque, la recuperé cuando llegué allí. Los encontré a todos inconscientes, amordacé a Black y lo traje con los alumnos al castillo.

—Harry y las chicas sobrevivieron... —dice Fudge.

—Inconscientes, todos. El muchacho pelirrojo, Weasley, estaba inconsciente y lastimado en otra parte del terreno. Supongo que Black lo atacó primero.

Madam Pomfrey aparece y me da una cucharada de un jarabe rojo. Me siento para beberlo y veo a Ron en una de las camas. No puede estar tan mal si está aquí. Harry y Hermione, cada uno en una cama, están despiertos y tratando de mantener los ojos cerrados para oír la conversación del pasillo.

Madam Pomfrey vuelve a pasar y nos trae chocolate a todos. Hermione y Harry se sientan y los tres comemos un trocito en silencio.

—Weasley, está bien —nos dice ella antes de que preguntemos—. Ustedes tres deberán quedarse hasta que me asegure de que están... ¡Potter!

Harry intenta bajarse de la cama, varita en mano, y dice:

—Tengo que ver al director, ahora mismo.

—No te preocupes, Potter, ya todo ha sido solucionado —dice la enfermera tranquilamente.

—¿Ah, sí?

—Sí. Ya han capturado a Black y lo entregarán rapidísimo a los Dementores. Le darán el Beso antes de que termine el día. Ya pueden olvidarse del asunto.

—¡QUÉEEE!

Harry se baja definitivamente de la cama y Hermione y yo lo imitamos. Sirius... ¡una vez que tengo un familiar que me parece respetable...! No pueden entregarlo a los Dementores, no ahora que sé la verdad.

Mi papá y Fudge entran a la Enfermería y se enciende la luz. Nosotros tres quedamos como figuras de acción, congelados en pose y con cara de culpables.

—Ah, muy bien, veo que se hallan un poco mejor —dice Fudge con una sonrisa falsa—. ¿Comieron el chocolate, chicos? Entonces pueden volver a la cama.

—Escúcheme, señor ministro —dice Harry, mientras Snape me mira de reojo y me señala la cama. Yo resoplo y me apoyo contra el colchón, pero no subo—. Sirius Black es inocente, Peter Pettigrew fingió que fue asesinado. ¡Fue él quien mató a los muggles! ¡Y ahora ha escapado! No, no pueden hacerle esto a Sirius...

Fudge mira a Snape de reojo y ambos niegan con la cabeza.

—Estás confundido, Harry, y no es tu culpa —dice Fudge—. Vuelvan todos a dormir y no se preocupen más, está todo bajo control.

—¡Pero tienen al hombre equivocado! ¡Es inocente!

—Señor, escuche, por favor —dice Hermione—. Yo misma lo vi, a Pettigrew, era la rata de Ron... Es un animago. Es decir, Pettigrew lo es. Es una rata.

—Ha estado escondido todo este tiempo —digo yo—. ¡Tenemos que salvar a Sirius de ese final! Créanos, es inocente, señor ministro. Es mi familia, tiene que haber algún modo...

—Claramente los tres han estado bajo el hechizo de Black y les ha hecho creer que Pettigrew sigue vivo, que él es inocente y pariente tuyo, niña.

—¡Pero es así!

—Lo ha dicho para convencerte y para que sintieras lástima por él. Un truco de las telenovelas muggles, inventar parentescos entre todos para manipularlos.

—¿Lo ve, señor ministro? —dice mi papá—. No saben lo que dicen.

—¡PERO NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —grita Harry, pero Madam Pomfrey le mete un pedazo de chocolate en la boca y no puede hablar más.

—Señores, Potter es un paciente mío y no tienen que molestarlo más. Está fatigado...

—¡No estoy fatigado! ¡Trato de explicarles algo muy importante y no quieren entender! ¡Black debe ser liberado YA MISMO!

Madam Pomfrey le da un nuevo bocado de chocolate, más grande, y les indica la salida a mi papá y a Fudge. En ese instante entra Dumbledore.

—¡Director, por favor! —dice Pomfrey—. ¡Esto es una sala de enfermería, no una reunión de té!

—Discúlpame, Poppy —dice Dumbledore—, pero tengo que hablar con el señor Potter, la señorita Granger y la señorita Blair-Black.

—Otra vez con lo del pariente —dice Fudge con los ojos en blanco—. ¿A usted también le han contado el cuento del tío?

—He estado hablando con Sirius Black —dice Dumbledore, ignorándolo— y ahora quisiera escuchar lo que ellos dicen.

—Supongo que Black le ha contado el mismo invento de la rata y que Pettigrew está vivo, ¿o no? —dice Snape.

—Exactamente —dice Dumbledore con tranquilidad.

—¿Y acaso mi testimonio no cuenta? —se enoja él—. Peter Pettigrew no estaba en la Casa de los Gritos y tampoco había indicios de que hubiera estado antes allí.

—¡Eso es porque usted estaba inconsciente en el suelo! —dice Hermione.

—¡CÁLLATE, GRANGER! —dice él con furia.

—Es verdad lo que dice —digo yo y me cruzo de brazos.

—Vamos, Snape —dice Fudge—, la chica está trastornada, hay que ser comprensivos.

—Cornelius, Severus... y Poppy también —dice Dumbledore—. Me gustaría hablar con Harry, Leyla y Hermione a solas. ¿Podrían dejarnos?

Madam Pomfrey nos mira unos segundos, pero Dumbledore dice que estaremos bien y ella se retira a su oficina al fondo de la sala y cierra su puerta con llave.

—Los Dementores ya deberían haber llegado —dice Fudge—. Así que me conviene irme.

Fudge se dirige hacia la puerta y Snape va detrás de él dando zancadas furiosas, pero se detiene antes de salir.

—Director —dice—. Usted por supuesto no creerá una palabra de lo que dice Black, ¿o sí?

—Necesito hablar a solas con estos tres alumnos —dice Dumbledore.

—Usted recordará que Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años, no lo olvidó, ¿verdad? No habrá olvidado que intentó matarme.

—Mi memoria es tan buena como siempre —dice Dumbledore—. Eso es todo, Severus.

Mi papá se va y cierra la puerta. Quedamos solos con Dumbledore. Ron sigue durmiendo en su cama y el director no tiene intención de despertarlo.

—Señor —digo—, espero que usted le crea a Sirius Black.

—Él dice la verdad —dice Harry a la vez.

—Vimos a Pettigrew —dice Hermione.

—Es una rata.

—Estuvo escondido todo este tiempo...

—¡Le falta un dedo de la pata! Eh, de la mano... Él mismo se lo cortó.

—Pettigrew atacó a Ron, no fue Sirius.

—Y sí es mi tío segundo.

—¡Es inocente!

Dumbledore levanta una mano y guardamos silencio.

—Necesito que esta vez me escuchen a mí —dice él—. No hay pruebas de la historia de Black, salvo el testimonio de ustedes. Y la palabra de tres magos de trece años no convencerá a nadie, sobre todo si se sabe que es verdad tu parentesco con él, Leyla.

Hermione abre la boca para decir que tiene catorce, pero se mantiene callada.

—En cambio —dice él—, una calle llena de testigos afirma que Sirius mató a Pettigrew, y el caso ya fue juzgado. Y yo mismo afirmé frente al Ministerio que Sirius era el guardián del secreto de los Potter.

—¡El profesor Lupin estuvo con nosotros! Él puede dar testimonio.

—El profesor se encuentra en el bosque, incapaz de contarle nada a nadie. Cuando regrese a su forma humana, será demasiado tarde. Y los magos confían poco en los hombres lobo, su declaración no sería de mucho peso. Además, se sabe que él y Sirius eran viejos amigos.

—Pero...

—Harry, es demasiado tarde.

¿Esto es lo que viene a hacer Dumbledore? ¿A confirmarnos las malas noticias mientras Sirius vive sus últimos minutos de cordura?

—No sirve llorar ahora, Leyla —me dice Dumbledore.

—Usted no entiende... él... todo este tiempo odié que tuviera algo que ver conmigo, y ahora que veo que es el único miembro respetable de mi familia y está en una situación horrible... yo no...

Dumbledore suspira.

—Yo creo en ustedes, pero la versión del profesor Snape es mucho más verosímil —dice Dumbledore.

—¿Y no puedo hablar con él? —digo—. ¿No puedo convencerlo de lo que en realidad sucedió? ¿No va a escucharme ni siquiera a mí?

—Odia demasiado a Sirius —dice Harry, negando con la cabeza.

—Sí, por una broma tonta —dice Hermione.

—Pero Sirius tampoco ha obrado como un inocente —dice Dumbledore—. Atacó a la Dama Gorda, entró con un cuchillo a la Torre Gryffindor y aparentemente iba a atacar al señor Weasley. La única manera de demostrar su inocencia sería atrapar a Pettigrew. Solo así cambiarían la sentencia. Yo les creo, pero no puedo hacer que el Ministerio lo haga.

Vaya decepción. Ni siquiera Dumbledore puede arreglar esta. ¡Y es Dumbledore! Él siempre nos ha salvado de los más grandes aprietos y ha hecho tantas cosas grandes...

—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dice Dumbledore, pero yo ya no lo miro. Que este viejito se quede solo con su pesimismo.

—Pero no se... —dice Hermione y luego abre los ojos como platos—. ¡Ah!

—Préstenme atención. Todos —dice Dumbledore y yo vuelvo a mirarlo—. Sirius está en la oficina del profesor Flitwick, séptimo piso, torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo marcha bien, salvarán más de una vida inocente esta noche. Pero recuerden: no pueden ser vistos, ninguno de los tres. Señorita Granger, ya conoces las reglas y sabes lo que se juega. No deben ser vistos.

Hermione asiente fervientemente, mientras Harry y yo nos miramos sin comprender ni jota.

—Los encerraré. Son las doce menos cinco. Tres vueltas deberían alcanzar, señorita. Buena suerte.

Dumbledore se va y oímos el ruido de la llave en el cerrojo.

—¿Qué diablos quiso decir? ¿Es acaso uno de esos acertijos inteligentes que le gusta hacer? —pregunto yo—. Porque nunca los entendí.

—¿Pero tres vueltas de qué? —pregunta Harry.

—Shhhh —dice Hermione y saca una cadena de abajo de su túnica. En ella hay un pequeño reloj de arena enmarcado por un círculo de metal—. Espero que quepamos todos aquí.

—¿Adentro del reloj?

La mirada de Hermione hace que me calle. Nos pone la cadena alrededor del cuello a los tres y estoy peligrosamente cerca de Harry. Las CICEA deben funcionar bien en un momento así. Como no puedo mover la cabeza, con el rabillo del ojo veo a Hermione girando el reloj sobre sí, tres veces.

La sala desaparece en un mar de oscuridad y no hay nada debajo de nosotros. Alrededor aparecen manchas irreconocibles y colores borrosos, y todo parece ir marcha atrás. Siento presión en los oídos pero no puedo tapármelos, no puedo moverme. Si esto sigue así, me sentiré rodeada de Dementores otra vez.

Luego nuestros pies dan contra el suelo y volvemos a estar en la Enfermería, pero ya no es de noche: afuera hay muchísima luz. Hermione nos quita el collar de alrededor para que podamos respirar y nos lleva corriendo fuera de aquí.

—Vamos, vamos —nos dice, mirando atrás de reojo. Salimos de la Enfermería y oímos pasos a lo lejos. Hermione nos apresura más hasta que llegamos al vestíbulo y paramos a tomar aire.

—¿Qué pasa?

—Siempre conviene venir aquí luego del viaje, porque es fácil elegir si quedarse adentro o afuera —explica ella sin explicar nada. Los pasos se acercan—. ¡Rápido, aquí!

Los tres nos metemos en un armario de escobas y Hermione cierra la puerta. Tengo una escoba clavada en la espalda y el pie metido en un balde, pero no hay lugar ni para acomodarme. Creo que también tengo un codo de Harry en el cuello, pero no podría jurarlo.

—¿Qué pasó?

—Viajamos en el tiempo —dice Hermione—, retrocedimos tres horas. Ahora, shhhhh. Alguien viene.


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¡Espero que les haya gustado! Felices Pascuas y hasta el viernes que viene.

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