50: Cena de Navidad
Durante el resto del día leo la carta de Cedric unas tres veces más y preparo una respuesta mental tirada en la cama, mirando el techo de mi cama adoselada, mientras Hermione hace sus deberes con Crookshanks a sus pies. Cuando la luz de afuera es tan poca que tiene la nariz pegada al libro, mira la hora y dice:
—Ya deberíamos bajar a cenar.
En el Gran Salón vemos que las mesas de las casas están corridas contra las paredes y que en el centro pusieron una mesa para doce personas. Dumbledore, McGonagall, Flitwick, mi papá, la profesora Sinistra de Astronomía, Filch (que se sacó su horrible tapado marrón y se puso en cambio un traje que parece más viejo que la tumba de Tutankamón), un chico llamado Evan, de Quinto, uno de Primero que no sé cómo se llama, y cuatro sillas vacías esperando nuestros traseros.
—Bienvenidas —dice Dumbledore con los brazos extendidos—. Somos tan poquitos que pensé que sería mejor comer todos juntos. Por favor, siéntense.
Poco después llegan Ron y Harry y ocupan el resto de las sillas. Dumbledore sigue sonriendo mientras McGonagall y Flitwick reparten la comida, y le hace abrir un paquete a mi papá que explota en un millón de papelitos. Dumbledore se ríe, mientras que mi papá... bueno...
—Muy gracioso —dice sin mover un solo músculo de la cara.
Empezamos a comer y el silencio incómodo desaparece pronto. Hermione y Ron ni se miran, así que me entretengo pensando temas de conversación para que Hermione mejore su ánimo, pero no llego a tocar ningún tema, porque Evan, que está sentado al lado mío, me dice:
—¿Tú eres la novia de Cedric?
Lo miro y luego miro de reojo a mi papá, que parece aguzar la oreja como un gato.
—Sí.
—¿Leyla?
Asiento con la cabeza. Debe ser amigo de Cedric, si no, lo hubiera llamado "Diggory".
—¿Eres de Hufflepuff? —le pregunto.
—Sí, no me presenté. Soy Evan Darren. Cedric me habló un poco de ti, pero nunca nos habíamos visto.
Yo sonrío al pensar en Cedric hablando sobre mí.
—Un placer conocerte —le digo—. Supongo que si tienes clase con Cedric, también tienes con mi hermana. Lo lamento mucho.
Él se ríe y come otro bocado. Yo vacío mi copa y miro al techo, de donde cuelgan muchos muérdagos. Si Cedric estuviera aquí, tendríamos una buena excusa para besarnos. Pero ahora me conviene evitarlos por completo.
La puerta del comedor se abre y entra Trelawney, con un vestido verde con mostacillas, el cabello inflado hacia todos lados y sus grandes anteojos. Sobre el vestido tiene puesto un chal y en los brazos tiene decenas de pulseras brillantes y ruidosas.
—Sybill, qué sorpresa verte —dice Dumbledore—. Disculpa que no hayamos puesto una silla para ti, pensé que te quedarías en la torre.
—Estaba allí, preparando la cena —dice ella con misticismo en la voz—, cuando se me presentó una visión de mí, comiendo con ustedes, y tuve que bajar.
McGonagall saca su varita y atrae una silla hasta la mesa; antes de sentarse, Trelawney cuenta los lugares y exclama:
—Por Saturno, ¡no puedo! ¡No puedo!
—¿Qué no puedes, Sybill? —dice McGonagall, ya sabiendo que viene una de las escenas de la profesora. Sinistra tampoco parece contenta de que haya mencionado a uno de los planetas con tanta ligereza.
—Yo sería la número trece —dice.
Luego de un inevitable silencio incómodo, abre los ojos hasta que parece no tener párpados y en voz baja agrega:
—Cuando trece se sientan a comer, el primero en levantarse es el primero en morir.
El chico de primer año se pone pálido de repente. Flitwick mira a Trelawney con interés, como invitándola a hablar, pero McGonagall dice tajantemente:
—Nos arriesgaremos por esta vez. ¿Quieres pavo, Sybill?
Trelawney camina cautelosamente hasta la silla y se sienta con los ojos cerrados, y una vez sentada se aferra a la mesa, como esperando un rayo del cielo. Si fuera una mejor clímaga podría hacer efectos especiales que le arrancarían los pelos de la cabeza a la profesora, pero entre que no sé ni lo que hago y que mi papá está acá...
Como no sucede nada, Trelawney vuelve a abrir los ojos y acepta el plato que le da McGonagall. Antes de comer, nos mira las caras uno a uno, y al final dice:
—¿Y dónde está el querido profesor Lupin?
—El profesor se encuentra enfermo —dice Dumbledore.
—Pero sospecho, Sybill, que esto no te sorprende —dice McGonagall—. Seguramente ya lo habías visto en tu mente.
—Minerva, una Vidente debe adecuarse a las normas de la sociedad. Sería muy impactante para todos si siempre revelara mis conocimientos. Debo fingir sorprenderme cada tanto.
—Pero si nuestro Severus le preparó la poción... —dice Dumbledore.
—Lo hice —dice Snape.
—...no tenemos de qué preocuparnos —concluye el director con una sonrisa—. Él volverá a estar con nosotros muy pronto.
—Supongo que también ves eso, Sybill —dice McGonagall, no pudiendo desperdiciar la oportunidad.
—Por supuesto, querida. Y para tu información, veo de hecho que el profesor nos abandonará muy pronto. Él mismo parece comprender que le queda muy poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su futuro en la bola de cristal, se resistió y no quiso volver a hablar del tema.
—Era lo esperable —dice McGonagall.
—Derek, no has probado las salchichas, ¿quieres unas? —le pregunta Dumbledore al chico de Primero, quien se pone tan nervioso al ver que el director le habla que se mete dos salchichas en la boca y luego de pone rojo al intentar tragarlas—. ¿Y tú, Evan? ¿Ya has abierto uno de los paquetes sorpresa?
Evan me mira con una cara divertida y toma un paquete, pero vacila antes de abrirlo y me lo da a mí. Yo lo abro y, entre un millón de papelitos que me vuelan la boina de la cabeza, encuentro un sombrero plateado con brillos. Se lo pongo a Hermione en la cabeza para levantarle el ánimo mientras Harry se ríe de mi cabello despeinado.
Evan sonríe y me pide disculpas, y luego los dos nos levantamos a buscar mi boina. Y entonces Trelawney grita.
—¿Quién de ustedes se levantó primero?
Evan y yo nos miramos.
—Mmmm, ¿yo? —digo.
—Creo que fui yo —dice Evan.
—Oh... —dice Trelawney, con un labio temblando y los ojos aumentados muchas veces por sus anteojos.
—Gracias —le digo a Evan cuando me da la boina, y nos volvemos a sentar, ignorando a la profesora—. ¿Cedric y tú son mejores amigos?
—Sí, se podría decir —dice—. Hans también está con nosotros siempre, pero a mí me contó primero que salía contigo.
Harry y Ron también abren sus paquetes y se ponen los sombreros ridículos, uno rayado como una abeja y otro con forma de cocodrilo. Cuando no hay más comida para atacar ni más sombreros para ponerse, Harry y Ron saludan con la mano y se van hacia la puerta.
—¡Saturno! —vuelve a exclamar Trelawney—. ¿Ahora cuál de ustedes se levantó primero?
Ron y Harry se encogen de hombros.
—Pero usted nos dijo que el primero en levantarse moriría primero —le digo—, y ese destino ya lo tiene uno de nosotros dos.
—Pero se volvieron a sentar y fuimos trece otra vez —dice Trelawney.
—¿Entonces Harry morirá antes que yo? ¿Yo antes que Harry? ¿O Evan antes que Ron? ¿O...?
McGonagall sonríe y le da una palmada a Trelawney en el hombro.
—No creo que realmente haya una diferencia en quién de ustedes se levantó primero —dice McGonagall—, a menos que haya un loco con un hacha del otro lado de la puerta, esperando a matar al primero que pase.
Evan, Derek y yo nos levantamos y miro a Hermione.
—Yo me quedo, tengo que hablar con la profesora McGonagall —dice, sacándose el sombrero plateado.
—Seguro quiere más materias —dice Ron, con el sombrero de cocodrilo todavía en la cabeza.
Los cinco salimos del Gran Salón y comprobamos que del otro lado de la puerta no hay ningún tipo con un hacha.
—¿Tú de qué casa eres? —le pregunto a Derek, que debe sentirse intimidado al estar solo entre alumnos mayores. Él tose un poco, quizás aún atorado con las salchichas, y dice:
—Hufflepuff.
—Muy bien, entonces aquí dividimos los caminos. Adiós, Evan —le digo.
—Adiós, Leyla. Feliz Navidad.
Derek y Evan se van escaleras abajo, y nosotros tres vamos hasta la Torre de Gryffindor, donde examinamos nuevamente la escoba de Harry.
—Es hermosa —digo.
—¿Te gusta más que Diggory? —me dice Ron, y yo le doy un codazo, pero me pongo roja.
—Déjenme en paz con eso.
—Bueno, bueno —dice Ron, levantando las manos. Harry y él acarician la madera cuidadosamente pulida, y yo miro de cerca la inscripción en dorado con el número de escoba escrito a mano. Cuando levanto la vista, veo que Harry me está mirando, y Ron me pregunta por lo bajo:
—¿Y se... besaron?
En ese momento entra Hermione a salvarme de un incendio facial y se sienta a leer en un sillón.
—¿Te fue bien con McGonagall? —pregunto con la voz inestable por la emoción de recordar el beso.
—Ajá... —dice Hermione sin levantar la vista del libro. Ron vuelve a mirarme a la espera de una respuesta, y una nueva llegada lo interrumpe otra vez:
—Weasley, Potter y Blair, háganse a un lado —dice McGonagall. Muy pocas veces la vimos aquí dentro, todavía es desconcertante su cara en este lugar.
—¿Qué sucede? —dice Harry.
—La escoba. Suéltenla. ¿Te la regalaron hoy, Potter, como dice la señorita Granger?
—Sí —dice Harry, mirando a Hermione de reojo.
—Déjame verla de más cerca. ¿Quién te la envió?
—No... no lo sé.
—¿No tienes idea de quién fue? ¿No venía una tarjeta, un mensaje...?
—Nada.
—Mmmm. Potter, me temo que tendré que llevármela.
—¡Pero...!
—El profesor Flitwick y yo tendremos que revisarla a fondo. Y le preguntaré a Madam Hooch sobre esto. Ellos dos podrían desarmarla para ver si hay algo malo en ella...
—¿Desarmarla?
—...y te la devolveríamos en un par de semanas.
Harry tiene la boca abierta y los brazos extendidos.
—Profesora... en serio, no tiene nada de malo —dice Harry.
—No puedes saberlo hasta que no hayas volado en ella —dice McGonagall—, y no te permitiré hacerlo. Puede ser muy peligroso.
Harry intenta protestar, pero no halla palabras. Ron baja la cabeza y cierra los puños, y yo sigo demasiado emocional al pensar en el beso como para decir algo que tenga sentido. La profesora se da la media vuelta y sale con la escoba, y cuando estamos solos Harry va hasta donde está Hermione y la enfrenta.
—¿Por qué tenías que salir corriendo a decírselo a McGonagall?
Ella cierra el libro de un golpe (que estaba sosteniendo al revés) y le dice:
—Porque pensé, y la profesora está de acuerdo con esto, que te la podría haber enviado Sirius Black.
Oh, no, no mi familia otra vez.
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Uuuuh, las cosas no están fáciles.
De todos modos, seguramente se divirtieron un poco leyendo :P Espero que les haya gustado, no olviden dejar sus comentarios.
El próximo capítulo lo subo el viernes 16 de diciembre.
Supongo que ya casi todos están de vacaciones, ¿no?
Los quieroooooo.
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