4: Sorpresas y confesiones
La lengua de Barbas de Merlín en mi oreja me despierta de la peor manera posible. Niños, no lo intenten en sus casas.
Lo que sí me gusta es saber que Barbas ha venido. Al mudarme del castillo a la Madriguera, y luego hasta la mansión Malfoy, uno pierde el rastro de las cosas, y casi me había olvidado de ella. Pero aquí está, azul como siempre, y creo que un poco más grande. Temo que no vuelva a entrar en los bolsillos de mi túnica.
Pongo a la lagartija sobre la mesita de lado y acomodo las almohadas en mi espalda para estar sentada sobre la cama. La ventana está abierta y veo que todavía hay sol, pero ya muy bajo. No sé cuántas horas dormí desde que tía Cissy me dijo que descansara antes de la cena.
Después de ponerme la ropa que ella me dejó (en esta casa no se puede usar lo mismo que en la Madriguera), que es un vestido gris con la falda a cuadros, pruebo con esconder a Barbas bajo la falda en un dobladillo muy parecido a un bolsillo interno. Solamente espero que se quede quieta, porque no se vería nada lindo si mi falda comenzara a bambolearse mientras yo estoy quieta.
Al salir de la habitación miro a ambos lados y examino el camino hasta recordar por qué lado se va al comedor. Como era esperable, me perdí. Debía bajar en lugar de subir. Ahora estoy en un corredor muy amplio con piso de madera y elegantes columnas a intervalos regulares. Al mirar con más atención veo que hay puertas entre las arcadas; una de ellas es doble y tiene adornos verdes y plateados, típico de Slytherin. La puerta se abre y de allí sale mi primo, vestido de negro. Parece más alto así.
—Hola, Leyla. Lindo color.
Miro mi vestido gris.
—Muchas gracias —digo, sorprendida por sus buenos modales.
—Combina con tu lengua llena de cenizas.
—¿Y sabes con qué combina tu traje?
—No, dime.
—Con tu alma. Oscura como un agujero negro.
Él levanta una ceja.
—Ah, así que ahora tienes pensamientos profundos. Te felicito, prima.
—No, en realidad no tenía nada muy malo para decirte y eso es todo lo que se me ocurrió —admito con una risita—. ¿Esa es tu habitación?
—Sí.
Los cambios abruptos de tema y humor son algo normal para mí cuando hablo con Draco.
—¿Y? —insisto—. ¿No me vas a dar una visita guiada?
—No.
—Apuesto a que las paredes son rosa.
—Que no lo son.
—¿Y sabes con qué combina? Con tus calzones.
—No puedes saber el color de mis calzones.
—¿Entonces son rosa de verdad?
Él vacila antes de hablar.
—Está bien, pasa, pero no toques nada.
Cuando abre la puerta, veo una enorme cama con acolchado verde, acorde a la decoración de la puerta. La habitación es inmensa, y todo aquí parece hecho para personas muy altas (y eso que Draco solamente me lleva unos centímetros de ventaja en la carrera hacia el techo). En un rincón hay sillones aterciopelados de colores oscuros, y en otra parte se ve una colección de objetos tales como una varita antigua, un gran reloj con incrustaciones de algo terriblemente parecido a esmeraldas, y... ¿una mano? Algunas de las cosas me hacen acordar a algo que vi una vez en un negocio, probablemente en una de las veces que acompañé a tío Lucius y a Draco en sus compras en Londres.
—Trata de no romper nada —dice él cuando me ve demasiado cerca de la vitrina que me separa de su colección. No me di cuenta de cuándo me incliné tan cerca de la muestra. Retrocedo un par de pasos y siento la alfombra mullida bajo mis pies.
—¿Realmente se puede estar cómodo en una habitación así? —pregunto.
—¿Cómo dices?
—Nada, simplemente me parece que tanto lujo no deja que uno se mueva. El espejo y la chimenea le dan un toque especial, igual que los candelabros, pero solamente para un museo. No parece un lugar para vivir.
Se encoge de hombros.
—Siempre he vivido aquí.
Me da la impresión de que en cierta forma la habitación imita la sala común de Slytherin, pero solamente Ron y Harry han estado allí, el año pasado, mientras yo estaba encerrada en el armario ahogándome en un mar causado por mi propia desesperación. Maldita Parkinson, que me encerró. En fin, cuando volvimos a encontrarnos en el baño de Myrtle la llorona, los chicos me dijeron que la sala era muy verde, con sillones parecidos a los que veo ahora, y con muy poca luz, ya que está en las mazmorras. Aquí hay grandes cortinas dignas de un telón de un teatro que tapan los ventanales. Tal vez parte de este estilo se deba a que extraña Hogwarts, como todos nosotros. Es extraño pensar que Draco pueda sentir algo tan parecido a lo que sienten mis amigos.
—Tu habitación es más pequeña porque es de huéspedes, pero creo que es justa la decoración —dice Draco—. Generalmente no hay muchos invitados aquí.
—Recuerdo que el año pasado había uno muy extraño. El chupasangre, ¿no?
—¿Así que tú fuiste la que empezó con eso? Mi padre estaba furioso con esa palabra, cada tanto la decía como si recordara algo vergonzoso que hubiera pasado. Sé que a Greyback no le gustó eso y hubo algún problema, pero, como de costumbre, no me contaron nada.
Aquello parece que se le ha escapado de la boca, porque repentinamente detiene su paso y se sienta en uno de los sillones. Al parecer, a Draco sus padres también le ocultan cosas.
—Cuando termines de meter tus narices por cada rincón, puedes retirarte.
—Ay, qué amable eres —rezongo—. Creo que te vendría bien un poco de comunicación con la naturaleza, ¿no? Estas telas pesadas no dejan que pase la vida a este cuarto. Y creo que por eso pareces albino, te falta un poco de sol...
—No, espera, ¡deja la cortina! —Tira de mi brazo para alejarme, pero yo ya aferré la tela, y el movimiento hace que la cortina se deslice al costado. La ventana se abre por sí sola, y para aprovechar la ocasión hecho un vistazo hacia afuera, para poder ver la luz luego de esta penumbra, pero solo llego a ver una mancha verde de pasto antes de que una gran masa marrón hecha de plumas me golpee en la cara.
—¡Aiiiiiaaaaaa! —es mi grito ninja al caer de espaldas al piso. Mi falda se sacude violentamente y Barbas de Merlín trepa por adentro hasta salir por una manga del vestido, luego se refugia bajo la oscuridad de uno de los muebles.
—¿De dónde te salió eso? —pregunta Draco, y como explicación sonrío bobamente. No sé qué estará pensando.
—No pienso levantarme hasta que la bola de plumas esté quieta o se haya ido —anuncio.
Siento un punto doloroso en mi ya anteriormente accidentada frente (siendo sincera, creo que casi cada rincón de mi cuerpo ya sufrió por accidentes torpes) y entiendo que la bola debe haber sido una lechuza que clavó su pico en mi cara.
—Esa, Leyla, es una de las razones por la que mantengo la cortina cerrada —dice finalmente Draco—. No, no, shu, aquí no —le dice a la lechuza, que se posó sobre su cama. Distraído y con la mente lejos de la ventana, la siguiente lechuza que entra y pasa a pocos centímetros de su cabello lo toma por sorpresa. Draco pega un salto olímpico, cae sobre la cama, rebota dos veces sobre el colchón, y aterriza finalmente sobre la mullida alfombra.
—Ahora que lo pienso —digo, sentándome—, esta habitación es ideal para mí. Jamás me rompería nada aquí dentro con tanta protección para las caídas. Mira, ni me duele la espalda luego de caerme así.
Draco se acomoda el cabello y se incorpora con la dignidad que le queda. Me da una mano para levantarme. Luego de aplanar mi vestido, que quedó todo arrugado por la huida de Barbas y hasta tiene plumas pegadas, levanto la vista y veo las cartas que llevan las lechuzas.
—¡Son de Hogwarts! Aquélla es la mía.
Solamente he visto que dice Leyla. La tomo antes de que Draco pueda ver algo y me siento en un sillón lejano a leerla.
Leyla Kerstin Blair Black
Dormitorio verde del tercer piso, Mansión Malfoy
Suspiro con alivio. No me han puesto Leyla Snape. De todos modos, McGonagall es quien se encarga de redactar las cartas, y ella no sabe sobre Snape. Y si es que de alguna manera se enteró, no lo pondría en un lugar así, como un cartel con luces que cualquiera puede leer. Además, sospecho que en los registros de Hogwarts siempre me he llamado Blair como mis hermanas, y dudo que lo hayan cambiado.
Abro la primera página y dice lo mismo de siempre. Firmado, McGonagall. Segunda página: un montón de libros nuevos. Nota: los alumnos de tercer año tienen un plan fijo de materias comunes a todos, y además un mínimo de dos materias opcionales.
Mmmm. Creo que ya he hablado de esto con los chicos, pero realmente no recuerdo cuál elegí. Todas se ven tan feas...
—Oye, Draco, ¿tú cuáles materias eligirás?
—Crabbe y Goyle querían cambiar Adivinación por Runas antiguas, pero les dije que estaban locos. Creo que aún tengo que decidirlo. —Vuelve a mirar su carta y luego a mí—. ¿Irás a Hogsmeade?
—¡Obvio que iré!
—Sabes que necesitas tener permiso de tus padres, ¿verdad? —dice con autosuficiencia.
—Ahhh. Sí, sí, lo... lo sabía. ¿Dónde lo dice exactamente?
—¿No has leído la carta?
—Pensé que era lo mismo de todos los años, no iba a leer las mismas cosas tantas veces.
—Bien, entonces escucha: Estimado señor Malfoy... O señorita Blair-Black, en tu caso. Dos puntos. Le recordamos que el próximo año escolar comenzará el 1° de septiembre. El expreso de Hogwarts partirá a las once en punto de la mañana de la estación de King's Cross, plataforma 9 3/4. Hasta aquí todo es normal. Ahora escucha bien. A los alumnos de tercer año se les permite visitar el pueblo de Hogsmeade durante determinados fines de semana. Por favor entregue a sus padres o tutores el documento de autorización adjunto para que lo firmen. También se adjunta la lista de libros... El resto es historia. Firma de McGonagall.
Suspiro con resignación. Adiós Hogsmeade. No quiero hablar con mi madre, y tampoco me atrevo a preguntarle a mi padre. De todos modos, ella se enteraría de que me contacté con él, y entonces sería un infierno de todos modos.
—Quizás Dean Thomas pueda falsificar la firma de mi madre —digo con una pequeña esperanza.
—Por suerte yo no tengo ese problema... Oye, ya lo tienes firmado.
—¿El qué?
—El papel...
Mi corazón da un vuelco.
—Espera —dice—, conozco esa firma.
—Ay, no. Draco, dame.
—Es ridículo. Parece... parece la firma de Snape —dice con una risita, aunque su entrecejo está demasiado fruncido—. ¿Por qué Snape...?
Pero no hace falta decir más. Autorización para la salida a Hogsmeade de Leyla K. Blair-Black. Firma: Severus Snape. Relación: madre - padre - tutor
PD: Entregar a la profesora McGonagall al llegar a Hogwarts.
—Yo... yo te lo puedo explicar... —La voz me sale entrecortada y siento lágrimas en mis ojos—. Él...
—¿Por qué nunca me lo dijiste? Me hubieras caído mil veces mejor.
Mi cara de perplejidad lo hace reír.
—Leyla, esto te hace tan interesante... Eres la hija perdida de Snape. No, mejor, eres la hija secreta de Snape. Eso suena genial. Todos en Slytherin querrán estar contigo, Snape es casi una leyenda dentro de nuestra sala común...
—Es en serio, Draco.
—¿Estás segura de que no es una broma? ¿Tampoco lo hiciste tú?
Niego con la cabeza.
—Esto es increíble, pero... te creo. Es más, hasta parece tener sentido. Tu padre siempre me pareció un imbécil. Y no es que me parezcas demasiado inteligente, pero ahora... ahora tiene sentido que tengas el cabello tan grasoso.
Le tiro un almohadón en el medio de la cara.
—Quería levantarme el ánimo, no te lo tomes tan mal.
—No le puedes decir a nadie. A nadie, Draco.
Por fin se pone serio. Luego de unos momentos me mira a los ojos y asiente.
—¿Quiénes son los otros que lo saben?
—Nadie más. Aparte de Dumbledore, que siempre sabe todo, y quizás algún profesor. Y Harry.
Y Voldemort.
Diablos, es cierto. Voldemort lo sabe. El joven Tom Riddle es quien me lo dijo.
—¿Potter lo sabe? —pregunta Draco con sorna.
—Sí, Harry es mi amigo. Ahora, calla, porque para el resto del mundo sigo siendo la hija de Alesia y Joseph.
—¿Tan malo parezco?
No pienso responder a eso.
—Solo por esta vez, trata de confiar en mí, ¿sí?
Suspiro y por ahora digo que le doy mi confianza. Después de todo, hay gente más chismosa que él, y me conviene que quedemos en buenos términos. Si le llevara la contraria, él trataría de vengarse y pronto todo Hogwarts y hasta El Profeta sabría de esto. Y sería una tortura seguir pasando el verano con su mirada calculadora sobre mí, pensando cómo usar aquello en mi contra.
Alguien carraspea en el pasillo. Se oyen zapatos de taco contra el piso de madera. Nos damos vuelta y vemos a tía Cissy y a tío Lucius en el umbral de la puerta con la cara habitual de que pisaron un regalito canino.
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Espero que les haya gustado y les haya causado un par de risas :) Yo misma me sentía con la presión alta cuando apareció la carta con la autorización firmada...
Gracias por leer, ¡y crucemos los dedos y levantemos las varitas para que pueda escribir pronto el capítulo 5!
MBMW.
...
(Hoy fue MIL Besos, Madame Weasley.)
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