34: 16 de octubre

El Gran Salón se va llenando poco a poco para el desayuno. George y yo estamos sentados en el medio de la inmensa mesa de Gryffindor y somos los primeros en llegar (además de Dumbledore, que pasó con una amplia sonrisa). Harry y Ron se sientan con Fred, George, Lee Jordan, Ryan Sanders y conmigo; Hermione cuando nos ve, se dirige a otro lado y no nos mira. Entonces recuerdo lo que sucedió ayer con Scabbers y Crookshanks. Estos dos están peleados a muerte.

—¿Estás esperando a que venga alguien? —me pregunta George al ver que vigilo la puerta. Cuando Cedric pasa por la puerta, seguido por un montoncito de alumnas sonrojadas, desvío la mirada.

—Ah, no, no...

Lo hacía inconscientemente. Temía que Lavender pasara por la puerta y me echara una mirada de "lo sé todo". Cuando Angelina y Hillary se sientan con nosotros a desayunar, trago saliva un par de veces y le digo a Angelina:

—Aquí tienes, muchas gracias.

Le doy su ropa y ella la guarda en su mochila. Los chicos nos miran sin entender nada.

—Por suerte los encontramos aquí a ustedes dos —nos dice Fred—, creíamos que te habían raptado, George.

—Sí, no nos vuelvas a abandonar así —dice Lee.

—Pero Leyla sí me raptó.

Luego del desayuno le hago un gesto a Hermione para que me siga, y salimos del Gran Salón justo en el momento en que entran Lavender y Parvati.

—¿Qué te pasó anoche? —pregunta Hermione—. ¿Dónde estabas?

—Vamos a hacer la fila para el aula de la próxima clase, podemos hablar allá.

—Me podrías haber dejado hasta que llegaran las lechuzas. Ahora no podré leer El Profeta sin pedirlo prestado a alguien de Ravenclaw.

Sentadas en el pasillo junto a la puerta cerrada del aula de Encantamientos, le cuento a Hermione, entre susurros y largos silencios para evitar que los de alrededor escuchen, lo que sucedió anoche. No puedo evitar que alguna lágrima se escape.

—Seguramente fue ella —concuerda Hermione, pensativa—, pero no termino de entender por qué haría eso. Además, ni siquiera se quedó a tomarte una foto o algo, y tampoco llamó público al baño ni nada parecido.

—¡Por suerte! Mira en las cosas que piensas... En fin, nadie dijo que Lavender tuviera una mente malvada e ingeniosa. Quizás quiso vengarse del moretón que tiene en la pierna y ya, pero juro que esto no le saldrá barato.

Cuando los otros alumnos llegan y también se ponen en la fila, cambiamos inmediatamente de tema y parecemos muy interesadas en hablar de la prueba de Historia de la Magia de la próxima semana (aunque Hermione está interesada en serio). Pero pronto nos callamos, porque hay un ruido insistente que nos impide entendernos bien, y oímos claramente un desconsolado llanto: Lavender está con la cara enterrada en el hombro de Parvati, que le palmea la espalda y le habla sin cesar. Yo no puedo creer lo que veo. Se tiene tan merecido llorar luego de lo que me hizo pasar anoche... Ni siquiera tuve que molestarme en pensar una venganza.

—¿Saben que le pasó? —les pregunto a Neville, Dean y Seamus.

—Quizás se le rompió una uña —dice Dean. Parvati le echa una mirada asesina.

—Tal como lo predijo... —dice Lavender entre sollozos.

—¿Qué sucedió? —pregunta Hermione.

—Murió Winky, su conejito —dice Parvati—. Acaba de recibir una lechuza de casa.

—Oh, lo lamento mucho —dice ella, y yo asiento a su lado sin animarme a abrir la boca.

Vaya. Yo lamentaría mucho la pérdida de Barbas de Merlín, por más escurridiza que sea. La veo poco, pero la quiero muchísimo. Miro a Lavender y ya no encuentro nada para reírme.

—¿Pero no se da...dan cue...enta? —dice ella—. Es exa..acta...mente lo que di...dijo la prof...fesora Trelawney.

Nos miramos todos con perplejidad. Parvati suspira.

—La profesora dijo en la primera clase que aquello que Lavender temía iba a ocurrir el 16 de octubre —explica—, ¿ya lo olvidaron?

—Creo que me dormí en esa parte —digo, suscitando algunas risas.

—¿Y? ¿No ven que tenía razón? —insiste Parvati.

—No —dice Hermione—. Lavender, ¿tu conejo, Winky, es... era muy viejo?

Ella sacude la cabeza.

—Apenas tres meses —dice—. Y estaba tan saludable... Lo mató un zorro.

—Pues eso es lo que digo. ¿Cómo vas a temer que muera si estaba bien de salud y era pequeño todavía? ¿Acaso temías que un zorro lo matara?

—N...no...

—Todos tememos por nuestras mascotas —dice Ron.

—Y, además —dice Hermione, ignorándolo olímpicamente—, Winky no murió hoy, solo recibiste la noticia. No tiene sentido lo que predijo Trelawney.

Lavender llora con desconsuelo y Ron le pone una mano en el hombro.

—No la escuches, Lavender —dice—, a ella no le importan las mascotas de los demás.

Varios desvían la mirada y estamos todos contentos de ver al profesor Flitwick abrir la puerta.

—¿Pero qué pasó? ¿Están todos bien? —pregunta él, y no recibe respuesta. Sospecho que está más sorprendido por el hecho de que estemos ya todos sentados y en silencio que por el llanto de Lavender. Después de todo, ya lloró antes por una uña rota.

Al finalizar la clase, meto todo de cualquier manera en la mochila y me voy a esperar el final del recreo frente al aula de Transformaciones. Al estar lejos de Lavender puedo relajarme un poco y para pasar el rato me siento en el suelo frío y saco mis deberes de Runas Antiguas. A la mitad del recreo, el pasillo se llena y comienzan a llegar los otros de Gryffindor para Transformaciones.

—Leyla, ¿tienes un segundo?

Levanto la vista y veo a Cedric, más alto que nunca (desde aquí abajo, al menos) y con los cabellos un poco despeinados.

Me levanto y lo saludo.

—Iba a hablarte más temprano —me dice—, pero alguien puso una bomba fétida cerca de nuestra salida de la sala común y todo se retrasó. No llegamos a desayunar.

Siento una pizca de remordimiento que intento ignorar. Pobres Hufflepuff.

—Hoy comienza oficialmente la práctica de Quidditch —me dice—, y quería saber a qué hora va a entrenar tu equipo. Todavía tengo que conseguir la autorización de Sprout, pero no quisiera pedir el mismo turno que ustedes.

—Ah, sobre eso... No estoy en el equipo esta vez.

—¿No te presentaste? Qué mal, debería haberte recordado las fechas... ¿Crees que te ayude si hablo con Wood...?

—Gracias, pero no es necesario. No jugué tan bien en la prueba. Creo que de todos modos voy a ir al entrenamiento de hoy para observar. Es de cinco a siete.

—Muy bien, entonces trataré de pedir el primer turno. Gracias, Leyla.

—De nada. Ahora intenta comer algo antes de que venga la siguiente clase —digo con una sonrisa—. No hay nada más feo que tener hambre en Pociones.

—¿Cómo sabías que mi siguiente clase es Pociones?

—Intuición.

Claro, porque no intentaste aprenderte el horario de George de memoria...

—Ah, ahora que me acuerdo, tus hermanas juegan bien.

—¿A qué te refieres?

—Abby y Debby, ¿no? Se presentaron para cazadoras, y como Ulysses quería probar suerte siendo Guardián, ambas entraron.

—Me alegro —murmuro—. Bueno, nos vemos.

Cuando Cedric se va, llegan Lavender, Parvati y Hermione. Ron va un poco más atrás y se queda lejos, hablando con Seamus.

—Hermione, yo no creo que no te importen las mascotas —le digo—. Barbas te quiere, y Crookshanks se porta más o menos bien con ella. Ron solo está demasiado afectado por la salud de Scabbers.

—Lo sé, pero sí es extraño que lo haya perseguido de esa manera... Buenos días, profesora McGonagall.

—Buenos días, señorita Granger. Señorita Brown, por favor vaya al baño y refresque su cara antes de entrar al aula.

Me siento con Neville al fondo del aula. Hermione ve un asiento vacío al lado de Harry y lo ocupa, y Ron, que aparece un segundo más tarde, patea el suelo y se sienta con Parvati, que pretendía cuidarle un lugar a Lavender.

—Por favor, siéntense rápido —pide McGonagall. Cuando ella habla no vuela una mosca, y el silencio de nuestra parte se mantiene hasta que llega Lavender a ocupar su lugar... ya ocupado por Ron. Dean y Seamus se miran y Seamus le deja su lugar y se sienta en un banco abandonado en la parte fría del aula, donde nadie quiere estar. Lavender se acomoda el cabello un rato largo y se sienta al lado de Dean.

La clase, que hoy es solamente teórica, se desarrolla con normalidad: Hermione anota todo, Harry se copia un poco de ella, yo me duermo un ratito y luego intento recuperar el tiempo perdido anotando con letra ilegible lo que creo que la profesora dijo. Hasta ahí todo normal. Luego, por una coincidencia astral, se me ocurre mirar hacia la derecha y veo a Lavender con la cabeza apoyada en el hombro de Dean y aprieto la pluma con demasiada fuerza.

Neville me da un codazo y veo que la pluma se prendió fuego. Aunque soplo, el fuego no se apaga y la pluma comienza a consumirse. Espero que no me queme mis anotaciones...

—¿Pero qué se está incendiando? —dice McGonagall—. ¿Señor Finnigan?

—Yo no soy, profesora —responde él desde Siberia—. Tengo frío, pero no voy a prender una fogata.

La profesora me ve, con cara de suma culpabilidad y el fuego casi en las manos, e intenta no demostrar su desesperación. Con un movimiento de la varita apaga el fuego y elegantemente quita cinco puntos de Gryffindor.

—Fue un accidente —digo—. Usted habla tan rápido que al anotar las plumas se prenden fuego.

—Tendremos que terminar la clase aquí —dice, mirando su reloj—. Necesito que me entreguen las autorizaciones firmadas para Hogsmeade. Yo los iré anotando en mi registro.

—Eh, ¿profesora? —dice Neville—. Creo que perdí mi autorización.

—No te preocupes, Longbottom. Tu abuela me la envió a mí directamente. Le pareció lo más seguro.

Neville se pone rojo. Para quitarle la atención de encima, me levanto yo con la autorización (con la firma convenientemente tapada con la mano) y se la entrego a McGonagall, que la revisa con cara de póker y me anota en su registro. Detrás vienen Hermione, Parvati, Dean...

Cuando termina la hora, casi todos salen y solo quedamos Harry, Ron y yo. Harry va hasta el escritorio de la profesora y Ron y yo hablamos por lo bajo para hacernos los desentendidos, pero de todos modos logramos oír:

—¿Profesora?

—¿Sí, Potter?

—Mis... eh... mis tíos olvidaron firmar mi autorización y... y ya no hay tiempo de que lo hagan. ¿Cree que podría... esto... ir de todos modos?

—Claro que no, Potter. Dice claramente que solamente los padres o tutores legales pueden dar autorización.

—Pero... Tengo muchas ganas de ir, y usted sabe que no voy a hacer lío allá.

—Si tus tíos no te dejaron, no hay nada más para discutir.

—Usted sabe que... son muggles y no... no entienden de qué se trata.

—Hogsmeade no es tan increíble como dicen, y me parece mejor que te quedes aquí. Sí, sí, eso será mejor. Te puedes quedar en el castillo y hacer algunas actividades con los chicos de primero y segundo. ¿Necesitas algo más? ¿No? Muy bien, tengo que irme a la próxima clase.

—Maldición —dice Harry en el camino al Gran Salón para el almuerzo. Ron promete traerle muchos dulces, pero no parece alegrarle mucho el ánimo. Cuando veo a mi papá cerca de la puerta, revisando un pergamino, me alejo del grupo y espero a que no haya moros en la costa para hablar con él.


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¡Lamento mucho haber tardado en actualizar! Tengo problemas de internet. Pero sigo escribiendo y pronto voy a subir el capítulo 35.

Muchas gracias a todos los participantes de la huelga Leorge, me llegó al corazón. :D Pronto serán recompensados.

Ahora que llegaron al final del capítulo y votaron y comentaron y me dejaron todo su amor (más les vale haberlo hecho...), cuéntenme cuáles son sus historias favoritas de Wattpad o cuáles están leyendo. Yo estoy leyendo "Fuera de Wattpad" de @giula_jpg y se las recomiendo, me hace reír bastante.

¡Buen fin de semana!

BMW.


(No, hoy no les traje un cuadro, se los debo para la próxima. Premio consuelo: banner de LEH 3.)  

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