20: El banquete de bienvenida


—¿Te desmayaste, Potter? ¿El viejo Dementor te asustó, pobrecito?

Me cruzo de brazos y me apoyo contra la pared a ver cómo se las arreglan estos dos. Tienen que aprender a convivir, no puedo meterme en el medio cada vez que Harry llama la atención y Draco se pone celoso.

—Déjame, Malfoy.

—Me imagino cómo llamabas a tu mami, Potter. Longbottom nos contó que te desmayaste y que estabas espantado. Eres tan frágil como una niñita.

—Ey —digo, dando un paso al frente—, me quería quedar al margen, pero me estás obligando a meterme.

—Ah, Leyla, eres tú. ¿Sigues con tu cabello rojo? ¿Quieres que le diga a la gente qué es lo que pasó, señorita?

Siento que mis orejas queman y zarandeo un brazo en el aire. Draco se ríe.

—Debes mejorar tu puntería si alguna vez piensas darme de verdad una cachetad... ¡Eeeeeyyy!

Habló demasiado pronto. El aire se agita en forma de ese y Draco trastabilla. No cae de espaldas porque sus gorilas lo sostienen. Cuando alzo la otra mano, los tres abren los ojos con temor y se marchan. En ese momento sale Hermione de la oficina de McGonagall y mete algo bajo su túnica. Cuando levanta la vista, su cara de alegría se transforma en nivel de alerta número 3.

—¿Pero qué pasó? McGonagall y yo los dejamos de supervisar por cinco minutos y ya se meten en una pelea. Tienen los pelos revueltos, ¿qué hicieron?

Veo el cabello platinado de Draco sigue a lo lejos, justo antes de que doble y baje por la escalera principal. Hermione frunce el ceño.

—Ah, tenía que ser él —dice Hermione—. ¿No podías ignorarlo, Harry?

—Yo no hice nada —dice él.

—Sé que Malfoy puede ser terriblemente molesto e irritante, pero debes aprender a esquivarlo.

—Creo que debemos dejar a Harry por un tiempo —digo—. Lo está acosando todo el mundo desde antes de subirnos al tren.

McGonagall sale y nos acompaña con el ceño fruncido y la boca sellada hasta el Gran Salón, donde Draco y sus gorilas están sentados muy divertidos en la mesa de Slytherin. Hasta que nos sentamos en la mesa de Gryffindor en el otro extremo, la mayoría de las miradas están sobre nosotros, y que McGonagall nos siga es aún más llamativo para todos. Cuando la profesora saca de algún lado el banquito de siempre y el Sombrero Seleccionador, todos se distraen y vuelven a lo suyo.

Los de primero ya están en el pasillo entre Hufflepuff y Ravenclaw, temblando; hay caras rojas y pálidas y verdes y de todos los colores posibles. (Pero nadie tiene un mechón rojo que delate la visita de San Andrés.) Casi todos están nerviosos, y no solo porque sea su primer día en Hogwarts; es posible que en casa les hayan llenado la cabeza de miedo y de precauciones para evitar que Sirius Black los ataque. A mí el tema me tiene nerviosa desde el día uno cuando la lechuza me trajo la noticia del Profeta. Aunque quizás tenga la suerte de jamás ver a Black en mi vida, todos pronto harán la asociación y será peor que cuando creían que yo era la heredera de Slytherin. Nadie se me acercará. ¿Y entonces qué? ¿Me sacarán de Hogwarts? ¿Me mantendrán vigilada en los pasillos mientras voy de clase en clase? Si mi madre no nos hubiera llamado Blair-Black a todos, no sería tan evidente que somos parientes del forajido. Nadie sabe que Malfoy es tan sobrino de él como yo, por ejemplo, porque tía Cissy no protestó para agregar su apellido. Supongo que tío Lucius tampoco lo hubiera permitido...

Se escucha una carcajada desde la mesa de Slytherin y veo a mi primo simulando un desmayo. Harry también lo ve y su cara es tan alegre como la de Filch. Ahora que a Draco no lo golpea el viento, se siente muy seguro para burlarse de Harry. Si llego a quedar nuevamente para el equipo de Quidditch, en los partidos me encargaré de que el viento no sea gentil con él y su escoba.

Mientras los chicos con los apellidos de la A a la D son seleccionados, mejoramos nuestras ubicaciones y nos sentamos donde están los Weasley, antes de que empiecen a caer nuevos Gryffindor que ocupen los lugares. Parvati y Lavender están cerca, con peinados elaborados y creo que hasta maquillaje en la cara, hablando por lo bajo, y Seamus y Dean las miran de reojo y murmuran algo con una leve sonrisa. Dean realmente es lindo y simpático, sería una lástima que se interesara en alguien como Lavender.

No quiero mirar hacia la mesa de los profesores, ni quiero preocuparme por qué casas reciben más alumnos, ¿pero qué se supone que debo hacer en un banquete en el que las mesas están peladas? Deberían estar tan repletas de comida que la madera no debe verse, pero aquí no hay ni un mísero pan con moho. Hasta el final de la Selección habrá estómagos gruñones.

Pero de pronto me encuentro tamborileando los dedos sobre la madera, y luego de chasquear la lengua un par de veces y de tararear una canción que un muggle estaba escuchando en su coche un día que dejé la ventana abierta de mi habitación en el Caldero Chorreante, ya casi no recuerdo qué me tenía tan preocupada.

Francesca, no me hagas el honor de recordarme.

El lugar que teníamos en los bancos junto a la mesa ahora es muy reducido, porque este año muchos entraron a Gryffindor, y todos ellos se ven aliviados de pertenecer a esta casa. Es como si todos quisieran ser valientes para sobrevivir a Black, como si estar en Gryffindor significara que te puedes enfrentar a todo. Los que fueron seleccionados para Hufflepuff no tienen tan buena cara. Quisiera decirles que la casa no los define, que si hay algo que los pueda cambiar, solamente es la propia voluntad. Pero eso no es algo que sonaría muy bien viniendo de mí, las cosas en mi cabeza son mucho mejores que en voz alta, y de todos modos ni siquiera sé quiénes son esos chicos. Lo que sí sé es que todos tenemos el mismo miedo de ser fileteados por Black.

—¿Qué quería McGonagall? —pregunta Ron, pero Hermione le hace un gesto para que se calle. Todos han guardado silencio al ver que Dumbledore se puso de pie. Su cabello plateado y sus ojos muestran que es viejo, pero siempre tiene tanta energía que uno al instante se olvida de lo frágiles y apagados que suelen ser los ancianos.

—A todos los nuevos estudiantes, espero que les haya gustado su acogida en Hogwarts, porque de ahora en más será su hogar —les dice a los de primer año—, y les deseo un muy feliz regreso a clases a todos aquellos que ya han cursado en los años anteriores. Sé que todos tienen hambre, así que me limitaré a decir un par de cosas importantes para que me presten atención y no se distraigan con las tartas de nuestro banquete.

Tartas hechas en lo de mis tíos. Se me hace agua la boca de solo recordar su sabor. Hasta las lechuzas que se comieron mi tarta deben recordarla con especial cariño.

—Este año tenemos algunas novedades en la seguridad del castillo. Como ya habrán notado durante la inspección en el expreso de Hogwarts, los Dementores nos acompañarán este año para proteger el colegio y estarán en sus puestos en cada entrada a los terrenos y al castillo. No puedo decir suficientes veces que no está en la naturaleza de un Dementor el perdón. No entienden excusas ni razones, y no pueden ser engañados con trucos, disfraces... o capas de invisibilidad.

Harry se mueve un poco a mi lado. Estamos tan apretados aquí que hasta notaría una vibración si se rascara la mano.

—El Delegado y la Delegada de este año —sigue Dumbledore mientras Percy saca pecho y Penelope Clearwater, su novia, se acomoda el cabello en la mesa de Ravenclaw— se encagarán de que los alumnos no estén en peligro, pero cada uno debe tomar las medidas necesarias a nivel individual para mantener la seguridad.

Los de primer año están aún más pálidos. Draco sigue pavoneándose en la mesa de Slytherin sin atender a las palabras del director, pero no se atreve a hacer mucho ruido. Al menos hay alguien que puede ponerle un límite a mi primo. Mientras, Pansy Parkinson ríe tontamente y se enrosca el cabello en un dedo. Quisiera que le quedada atrapado allí por todo el año.

—Por otro lado, una noticia más feliz es la de la incorporación de dos nuevos profesores al personal de Hogwarts —sigue Dumbledore—. Por favor, démosle la bienvenida al profesor Lupin, que ha aceptado el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Lupin se levanta de su asiento y los aplausos son tibios. Los únicos que realmente hacemos ruido con las palmas somos los que estuvimos en el compartimiento con él, los que sabemos cuánto vale este hombre. Y los que comimos de su chocolate. Cuando vuelve a sentarse veo que se ve muy desmejorado al lado de los otros profesores, quienes usan sus mejores galas para el banquete y parecen llenos de color. El contraste es impresionante.

—Mira a Snape —dice Fred. Muy a pesar de mis deseos iniciales, yo también miro. Mi papá mira a Lupin con tanto odio que a nadie le sorprendería si se levantara y lo apuntara con la varita al pecho.

—Siempre odia a los profesores de Defensa, quiere el puesto desde que nació, pero esto es otro nivel —dice George.

No es lo mejor reencontrarme con mi papá en un día en el que está de tan mal humor. ¿Veré el día de mañana si voy a su despacho, como me indicaron?

—Fíjate si no le pone veneno al plato de Lupin —dice Fred entre risas pero sin dejar de mirar hacia la mesa de profesores.

Dumbledore ha notado que todos cambiamos nuestro foco de atención.

—Muchas gracias por los aplausos —dice—. Lamento informarles que el profesor Kettleburn ya no está en el castillo, pues se ha jubilado el año pasado y ahora disfruta en su casa de sus extremidades restantes. Sin embargo, estoy encantado de informarles que este año las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas estarán a cargo de Rubeus Hagrid, quien ha aceptado el puesto además de sus tareas de guardabosques.

Hagrid se levanta de sus tres sillas y vuelca una copa llena de vino al hacerlo. McGonagall revierte lo último con un movimiento de la varita mientras Hagrid saluda con su enorme mano. Mientras, todos aplaudimos, especialmente Harry, Hermione y yo. La cara de Draco es de incredulidad y asco, muy buena para hacer un cuadro para el tercer piso, y pronto está cuchicheando con Zabini, Nott y Pansy Parkinson, seguramente diciendo pestes de Hagrid y jurando que su padre se enterará de esto. Mientras tanto, Pansy sigue enrollando el dedo en su cabello.

—Era obvio —dice Ron—, solo Hagrid pide un libro que muerde.

Hagrid tira otra vez la copa al sentarse, pero esta vez McGonagall no se molesta. Los murmullos vuelven a llenar el comedor mientras los profesores también hablan entre sí.

—Bueno —dice Dumbledore—, creo que eso es todo. ¡A comer!

Las mesas se llenan de fuentes, platos y copas con la comida más deliciosa que alguien pueda imaginarse. Sí, también hay tartas Malfoy. Luego de esta espléndida comida, solamente una frase puede aplicarse: panza llena, corazón contento. Todos estamos un poco colorados y riendo tontamente, y creo que hasta Snape y McGonagall han aflojado un poco.



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Hoy subí un poquito adelantado... Ojalá les guste, espero sus comentarios. :)


¡Muy feliz cumpleaños a AccioMouque! Que pases un día hermoso con tus seres queridos y, más importante, ¡con Leyla!


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