44. Cambios inesperados

Capítulo cuarenta y cuatro

Cambios inesperados

La siguiente vez que respiro conscientemente espero encontrarme aún con el olor del troll, pero para mi sorpresa y alivio todo huele bastante bien. Lo último que recuerdo es haber caído de espaldas al piso de piedra frente al troll, y no me hubiera dado cuenta de ningún cambio si no fuera porque falta esa apestosa criatura. Estoy recostada boca arriba en otra parte del castillo, en un corredor, pero sigo estando en el piso.

Estoy segura de que aluciné lo poco que recuerdo de anoche (sé que es otro día porque la luz del sol entra por las pequeñas ventanas del pasillo). Seguramente salí sola de la Torre de Gryffindor, medio sonámbula y medio despierta, y caminé hasta aquí con la fantasía de detener a Snape. ¿Qué es lo que iba a hacer él? ¿Castigar a Harry por alguna tontería, como siempre? Sí es así, vaya manera tonta de perder horas de sueño. Supongo que luego habré caído dormida por aquí, y ni siquiera la señora Norris se atrevería a acercarse a mí mientras duermo.

Me siento sobre la piedra, que ya no está fría gracias a mi calor corporal, y me agarro la cabeza con ambas manos, reflejo del dolor agudo que siento en la nuca. ¿Caí dormida tan literalmente que me golpeé? Noto que tengo un turbante como el de Quirrell en la cabeza, a modo de vendaje.

Quirrell… Había algo con Quirrell. Él era el último que necesitaba Snape para… ¡OH!

Justo antes de chillar como una loca al recordar lo que realmente sucedió anoche, Madam Pomfrey sale de una puerta cercana y camina hacia mí, sin sorprenderse de mi presencia.

—M-Madam Pomfrey… Usted… Tengo que ir…

—Te diste un golpe muy fuerte en la cabeza —me dice, haciendo oídos sordos a mis balbuceos—, tuve que vendarte y hacerte un lugar en la enfermería. Te traje aquí al pasillo hace unas horas, ya que hubo más accidentados. —Por alguna razón no suena enojada. Mmmm… —Pero no te preocupes, el profesor Snape vino a controlar que estuvieras bien cada media hora, más o menos.

—¿QUÉ? ¡Oh, no! ¡Snape! ¡Ha conseguido la piedra! ¡Maldita sea, estamos perdidos!

—Señorita Blair, deja de gritar así, por favor…

Me levanto de un golpe como si se me hubiera incendiado el trasero y comienzo a saltar como loca, aunque cada salto sea como un martillazo en mi cabeza. Entre el noveno y el décimo salto choco contra alguien en la puerta de la enfermería.

—¡DUMBLEDORE! Eh… profesor Dumbledore —me corrijo, hablando atropelladamente—, rápido, estamos perdidos, debe salvarnos… La piedra, la piedra…

Dumbledore me sonríe como solamente los viejos saben hacer, con paciencia. Yo me quedo quieta, perpleja, desorientada. ¿Acaso Voldemort ya se apoderó de él?

—Estuviste murmurando “la piedra” durante toda la noche —refunfuña Madam Pomfrey.

—Poppy —le dice Dumbledore con amabilidad—, creo que lo mejor es que Leyla entre y le explique todo junto a Harry.

—¡No quiero explicaciones! ¡Necesito ayuda! ¡Hay que salvar a…! ¿Harry? —De repente me doy cuenta de lo que acaba de decir. Dumbledore asiente. —¿Harry está allí dentro? Oh, no, Harry, ¡te salvaré! ¡Aunque sea lo último que haga, te salvaré de este loco! ¡No confíes en Dumbledore! —grito mientras hago al director a un lado y entro a la enfermería, sacudiendo los brazos y pegando saltitos que amenazan con partir mi cabeza en dos—, ¡está poseído! ¡No…!

Me quedo callada al ver que la sala esta vacía excepto por Harry, tapado hasta la mitad del cuerpo en sábanas blancas, sentado sobre una camilla.

—Y pensar que me echaron porque había mucha gente —murmuro, no pudiendo evitar hacer mis comentarios de siempre. Son más fuertes que mi fuerza de voluntad—. ¡Harry! Snape se salió con la suya, Snape…

—Fue Quirrell —me dice.

—¿Quéeeeee? ¿Y ahora Quirrell tiene la piedra?

Oigo la puerta cerrándose detrás de nosotros, y veo a Dumbledore sacando su mano del picaporte. Solo nosotros tres. Hasta Madam Pomfrey quedó afuera.

—No. De nuevo —dice Dumbledore—, Quirrel no tiene la piedra.

—¿Entonces Snape la tiene? —Él niega con la cabeza. —Entonces… ¿entonces ya ha llegado a… a… él?

—No, Leyla. La Piedra Filosofal está a salvo.

Por dentro siento un enorme alivio, pero luego mi hermosa voz interna me recuerda algo.

—¡No puedo confiar en usted! ¡Está poseído! ¡El Señor Tenebroso lo está controlando!

—Si te calmas podré explicarte todo —dice Dumbledore sin alterarse. Perpleja, aunque aún desconfiando, me siento en la cama al lado de Harry.

—Bueno, adelante —digo.

Nos cuenta a ambos, aunque parece nada más un repaso para Harry, que siempre sospechamos de la persona incorrecta. Snape no intentó robar la piedra, sino que Quirrell lo estaba haciendo. Harry se encontró a Quirrell al final del recorrido hacia la piedra y se enteró que Voldemort estaba en la parte de atrás de su cabeza, justo donde yo tengo una larga cicatriz. Ahora me aterra haber pensado que tengo un turbante como el de Quirrell, ¡ya que allí se escondía Voldemort!

Como sea, yo me detengo en mis pensamientos pero Dumbledore sigue contando: La piedra solo podía obtenerse con el Espejo de Erised, siendo el obtener la piedra para salvarla y no por razones egoístas el mayor deseo de la persona. Ah, y Quirrell está muerto porque Harry tiene un súper toque ardiente que mata a la gente malvada con el contacto, o algo así. Lástima. Parecía un buen tipo, pero no hay que confiar en los que tienen al Señor Tenebroso en la nuca.

—Y, profesor… ¿hace cuánto tiempo estuve inconsciente? —pregunta Harry mientras yo lo miro asombrada.

—Tres días. Ambos han estado desmayados por tres días… excepto por algunos momentos de la señorita Blair, en los que murmuraba ciertas cosas. —Me pongo roja, como de costumbre, pero no saco la vista de aquel viejo sabio y peculiar. —Ronald Weasley y Hermione Granger estarán muy contentos de saber que ambos recuperaron el conocimiento.

—¿Y alguien… eh… me ha venido a visitar? —pregunto como si tal cosa.

—Sí. De hecho, bastantes personas preguntaron por ti, sobre todo porque te veían inconsciente en el pasillo.

—¿Quiénes, por ejemplo?

—El profesor Snape ha estado bastante interesado en tu salud, debo admitir —dice con una sonrisa, y yo siento un escalofrío que me recorre toda la espalda, vibrando en cada vértebra—. Y otros muchachos. Todos varones, ahora que me doy cuenta. Hay muchos magos interesados en ti, parece.

—Sí, por supuesto —digo, sarcástica—. Y por eso Harry tiene un montón de regalos de sus admiradores y yo tengo un magnífico espacio vacío lleno de aire. ¿Quién quiere regalos cuando tiene oxígeno, eh? Nada mejor que algo bueno para llenar los pulmones.

Dumbledore y Harry me miran con la boca abierta.

—Por favor, recibí un golpe de un troll en la cabeza, al menos disimulen, ¿sí?

Después de recibir la impactante noticia de que Nicolas Flamel y Dumbledore decidieron destruir (sí, ¡destruir!) la Piedra Filosofal, Harry y yo recibimos permiso para asistir al banquete de fin de año con la condición de volver inmediatamente a la enfermería una vez que termine, ya que tenemos que reposar para el viaje de mañana. No sé para qué, ya que estaremos todo el día sentados en un tren, pero no cuestioné nada para que no me quitaran el permiso. Ahora nos encontramos en la mesa de Gryffindor, y todos hablan de nosotros cuatro, no sé si para bien o para mal. Lo que sé es que todo el colegio se enteró de la batalla entre Quirrell y Harry, y que ahora hay una vacante para profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—¿De veras descifraste eso? —le pregunto a Hermione cuando me cuenta cómo resolvió el enigma que puso Snape: un pergamino con un dilema y unas cuantas botellas con pociones y otras cosas (veneno, vino, agua…). Por suerte yo me quedé con el troll, porque seguramente erraba y me tomaba el veneno. O peor, lo compartía con Harry y ambos nos moríamos intoxicados.

—Sí —responde ella con orgullo—, aunque lo tuyo también fue impresionante. Tuviste que armarte de valor para hacer eso. ¡No sabía que eras una clímaga!

—Shhh —le pido—, habla bajo. Y Ron, tú también estuviste increíble.

Él hace un gesto con la mano, como quitándole importancia. Veo que está preocupado por algo, y pronto me entero por qué.

—Slytherin ganó la copa de las casas —escupe él con rabia—. Harry se perdió el último partido de Quidditch y Ravenclaw nos ganó. Vamos últimos en puntos.

—¿Ravenclaw nos ganó? —digo con asco—. Puaj. Esto es peor que el aliento del troll. Y eso es decir mucho.

No lo puedo creer. Selene nos ganó. Todos mis hermanos mayores ganaron. Espantoso. Por suerte Slytherin tiene la copa y no ellos, aunque hubiera estado bueno que por una vez otra casa ganara. Hufflepuff debería ganar, honestamente.

Hablando de Hufflepuff, Cedric me saluda desde su mesa, y yo le devuelvo el gesto con una sonrisa. Nadie está de buen humor, sin embargo, ya que todos queríamos que después de siete años alguien venciera a Slytherin.

Cuando Dumbledore se levanta de la mesa de profesores y se acerca al frente, donde siempre da los discursos, todos dirigimos la vista hacia él. De repente siento unos ojos clavados en mí, y no son de ningún estudiante, sino del mismísimo Severus Snape. Lo compruebo dándole un vistazo rápido, aunque me sorprendo que no es una mirada llena de odio, como esperaba, ya que nos metimos en su vida y lo culpamos de robar la Piedra Filosofal y traicionar a Dumbledore y de querer asesinar a Harry en aquel partido de Quidditch (resulta que Quirrell había hechizado la escoba de Harry y Snape estaba haciendo un contrahechizo… ¡ups!).

Miro hacia otro lado para evitar contacto visual y veo a George, sentado al lado de Fred, sin ninguna chica cerca, y siento un alivio en el corazón. De todos modos, soy muy tonta por dejar que aquello me afecte.

Dumbledore carraspea para llamar nuestra atención.

—¡Bueno, bueno, bueno! —dice, lleno de energía como cuando Lavender habla sobre algún chico—, ¡otro año que se va! Espero que sus cabecitas estén un poco más llenas que cuando llegaron aquí. Y no se preocupen, porque ahora tienen un largo verano para volver a vaciarlas y dejarlas limpias. Bien, para seguir fastidiándolos y haciendo que el banquete que les hace agua la boca se atrase, vamos a hablar de la copa de las casas. Todos hemos visto ya la decoración especial de Slytherin, —dice, señalando los grandes banderines verdes y plateados que no vi ni por asomo— y ahora diremos los puntos: Gryffindor, en cuarto lugar, tiene doscientos sesenta y dos puntos; en tercer lugar está Hufflepuff, con trescientos cincuenta y dos; el segundo lugar lo tiene Ravenclaw con cuatrocientos veintiséis puntos; y el primer puesto lo tiene Slytherin con cuatrocientos setenta y dos.

Oh, demasiados números. Hermione está sacando cuentas mentalmente, lo veo en sus ojos perdidos en su interior. Bah, que lo haga ella, yo tuve ya demasiados golpes en la cabeza durante este año como para sumar.

La mesa de Slytherin es básicamente un montón de monos saltando y vitoreando, y mi primo Draco está golpeando su vaso contra la mesa en festejo. Vaya manera tonta de festejar. Si nosotros ganáramos, seríamos los fiesteros del año.

—Sí, sí, muy bien hecho, Slytherin —dice Dumbledore—, pero deben tomarse en cuenta ciertos acontecimientos recientes que han tenido lugar en los últimos días. Sí, porque el año aún no ha terminado y siempre hay posibilidad de cambio.

Ahora la cara de Draco es una gran boca en forma de O, y alrededor están el resto de sus facciones angulosas.

—Sí, tengo algunos puntos de última hora para agregar, y me pareció conveniente hacerlo aquí, ahora, con todos presentes. Primero, para el señor Ronald Weasley… —Ron está más rojo que cuando yo estoy roja, y su color de piel se confunde con su cabello. —Por ser el mejor jugador de ajedrez que Hogwarts haya visto en mucho tiempo le otorgamos cincuenta puntos para Gryffindor.

Todos en nuestra mesa nos miramos con emoción. ¡Cincuenta puntos! Ya casi alcanzamos a Hufflepuff. Me volteo rápidamente y me encuentro con los ojos de Selene, y le saco la lengua como la dama distinguida y madura que soy. Y me aseguro de que se ofenda.

—Silencio, por favor, que no he terminado —dice Dumbledore con una sonrisa en el rostro. Me gustaría que ese tipo fuera mi abuelito—. En segundo lugar, para la señorita Leyla Blair-Black, por su enorme valentía para vencer a un troll seis veces más grande que ella… cincuenta puntos.

Vuelvo a mirar a Selene, cuyo rostro no podría estar más desfigurado por la furia, y suelto una risita. Varios de Gryffindor me sonríen y me miran con asombro, y yo me encojo de hombros, ya que nunca sé qué hacer cuando me prestan atención por algo bueno, ya que suelo recibir miradas por causar estragos.

—Eso nos deja con… trescientos sesenta y dos puntos —dice Hermione. ¿Le darán puntos también a ella? Creo que si no lo hacen se atormentará a sí misma todo el verano por no ser lo suficientemente buena.

—En tercer lugar, a la señorita Hermione Granger, cincuenta puntos por usar la fría lógica contra el fuego.

Ahora que han dicho lo que esperaba, Hermione entierra la cara en sus brazos, aunque sé que está feliz. Hasta yo puedo sumar para saber que ahora tenemos cuatrocientos doce puntos. Guau, casi alcanzamos a Ravenclaw. Le vuelvo a sacar la lengua a Selene, y esta vez me pongo roja porque tengo demasiadas miradas encima.

—En cuarto lugar, para felicitar al señor Harry Potter…

Veo que la mandíbula de Draco se tensa. Este es un espectáculo que no me pienso perder.

—…por su temple y sobresaliente valor, premio a la casa de Gryffindor con sesenta puntos.

Cuatrocientos setenta y dos puntos (esto de sumar ya me sale solo). Estamos iguales que Slytherin, lo puedo ver ahora en los carteles con los puntajes. La tensión no podría ser más grande en el Gran Salón. Ravenclaw y Hufflepuff, exceptuando a mi familia, están deseando que ganemos y derrotemos a las serpientes de una vez por todas. Pero, ¿cómo podríamos hacerlo? Ya nos premió a los cuatro, y no hay nadie más…

—Hay muchos tipos de valentía —sigue Dumbledore—. Hay que tener mucho coraje para enfrentarse a los enemigos, pero aún más para enfrentarse a los amigos. Por eso quiero premiar a Gryffindor con diez puntos por la maravillosa acción del señor Neville Longbottom.

Silencio. Todos nos miramos perplejos, y yo comienzo a aplaudir. Escucho el ruido de mis palmas contra el silencio sepulcral, pero luego varios se unen y Neville sonríe.

¡Ganamos!

El decorado verde y plateado se cambia a escarlata y dorado, y aparecen leones en cada bandera, reemplazando a las serpientes.

—En mi opinión, se ve mucho mejor así —comento—. Debe ser algo del feng-shui.

—¡Abrazo grupal!

Neville, Ron, Harry, Hermione y yo nos fundimos en un abrazo al que pronto se suman todos los de Gryffindor, y terminamos cayendo al piso de la risa.

Aún no puedo creerlo. Salvamos la Piedra Filosofal, ganamos la copa de las casas y no me expulsaron del colegio. Este fue, sin dudas, un buen año.

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