43. Sorteando obstáculos

Capítulo cuarenta y tres

Sorteando obstáculos

 

        En efecto, Snape ya estuvo aquí. Fluffy tiene un arpa cerca de los pies y aún ronca cuando entramos, aunque la puerta cruje detrás de nosotros, despertándolo. Apremiamos a Harry para que toque; desesperadamente él saca su flauta y sopla. No es exactamente una melodía lo que sale del instrumento, pero es lo suficiente como para que este enorme perro de tres cabezas se vuelva a dormir. Por suerte, y al contrario de lo que esperaba, Harry no se clava ninguna astilla al hacerlo sonar, y puede mantener la música el tiempo suficiente para que nosotros busquemos la manera de pasar por la trampilla. Ron logra levantar la tapa.

—¿Quieres ir primera, Hermione? —le ofrece, pero ella sacude la cabeza frenéticamente—. Genial, yo hago la fuerza y además debo ir al frente…

Esta discusión no tendrá fin, ya conozco a estos dos, y Harry no puede tocar por toda la vida. En algún momento se cansará, se quedará sin aire, o se clavará una astilla. Además, ¡Snape cada vez nos saca más ventaja!

—Apártense. Yo voy. —Esquivo una de las patas de Fluffy, que tiene unas garras enormes y terroríficas, y miro hacia abajo. La trampilla ocultaba un enorme túnel que baja y baja, como un pozo sin fondo. Tomo aire y me vuelvo hacia mis amigos. —Espero verlos abajo.

Y salto.

Caigo. Caigo como la mismísima Alicia, la de la historia del conejo. Recuerdo que mi abuela Druella me contó la historia una noche, y durante años soñé con caer por la madriguera de un conejo, por un agujero como estos. Solo que ahora está sucediendo en serio, y creo oírme gritar a todo pulmón mientras caigo. Sí, exacto, un larguísimo “AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH”.

Cuando creo que jamás dejaré de caer y caer, mi trasero choca contra algo blando. ¿Un colchón? ¿Redes de acróbatas? Bueno, siempre sospeché que terminaría siendo el enano de un circo muggle, así que mucho no me sorprende.

—Creo que está muerta —oigo que dicen a muchos metros de altura sobre mí—. ¿Ahora tendremos que darle Barbas de Merlín a Hagrid para que la alimente?

—Yo creo que eso le hubiera gustado a Leyla.

—¡Tontos, estoy viva! —grito. Sé algo de física, lo suficiente como para dudar de la profundidad de este pozo. No creo que la voz viaje tan bien, tan rápidamente. Quizás estoy loca y las voces vienen de mi cabeza.

Muy astuta.

Oh, no, de nuevo no.

PAF. PAF. Ron y Hermione, con pocos segundos de diferencia, caen a mi lado sobre el mullido, eh… colchón. Ahora que lo pienso mejor y siento la textura con la mano, parece una planta. Pronto se deja de oír el sonido de la flauta (estuvo sonando todo este tiempo, pero ni siquiera lo noté) y llega el cuarto PAF de la noche: el único y espectacular…

¡Harry Potter!

—¿Están todos vivos? —pregunto, y en la penumbra veo que asienten. O al menos me lo imagino. Quizás estoy tan loca como la pobre Alicia—. Bien. Oigan… ¿alguien más siente que tiene una serpiente alrededor del cuello?

—¡No es una serpiente! —dice Hermione, parada sobre el colchón—. ¿No lo notaron? Es una planta, ¡el lazo del diablo!

—¿Por qué no se llama la cinta del hada? —dice Ron—. ¿A quién se le ocurre que caigamos sobre algo llamado lazo del diablo, eh?

Quiero levantarme de mi posición de escarabajo dado vuelta, pero no puedo. La planta me mantiene contra ella, atrapada por sus gruesos lazos.

—Hermione, en lugar de darnos lecciones podrías sacarnos de aquí…

—Ah, sí, sí. El lazo del diablo… Mmm… Había una rima que decía…

—Cuando salgamos de aquí serás una afamada poeta y podrás hacer todas las rimas que quieras —le digo—, ¡pero para eso debes sacarnos de esta cosa!

Los lazos ya están por llegar a nuestros cuellos, y a pesar de que nos sacudimos en el lugar, nos resulta imposible salvarnos. ¿Por qué Hermione se dio cuenta tan rápidamente del peligro y yo me quedé como una tonta mientras el lazo del diablo me ataba?

—Vamos, Hermione, ¡no puedo respirar!

—¿Qué dijo la profesora Sprout…? Le gusta la humedad y la oscuridad…

—¡Entonces enciende un fuego!

—Ron, no tengo fósforos…

Esto es el colmo.

—¿ERES UNA HECHICERA O NO? —grita él—. ¡USA TU MAGIA!

—¿Qué? Oh, sí, claro…

Temblando, Hermione saca su varita y la sacude con un murmuro. Rápidamente aparecen las conocidas llamas azules que usó contra Snape aquel día. ¡Si tan solo lo hubiésemos arrojado desde las gradas ese día…!

El calor y la luz de las llamas espantan a la planta, que nos suelta al fin. Siento que el aire vuelve a llenar mis pulmones, pero no es momento para sentimientos. Rápidamente saltamos de la planta para evitar que nos vuelva a atrapar, y por primera vez no caigo en un solo pie, ni pierdo el equilibrio.

—Tener a Neville con nosotros no hubiera estado nada mal —comento—, él es genial en Herbología.

—Y quizás hasta podía mantenerse cuerdo. ¿En serio, Hermione? ¿“No tengo fósforos”?

—Ron, no molestes, ella nos salvó —dice Harry, y luego señala hacia un pasillo de piedra, estrecho y húmedo—. Síganme, por aquí.

—Como si hubiera otra salida —comento.

Avanzamos con muchísima precaución. Podemos oír el agua corriendo por detrás de las frías paredes de piedra, y todo está muy oscuro. También hay un leve zumbido y pequeños tintineos, aunque no sé bien de dónde salen. Al final del pasillo nos encontramos con una habitación bien iluminada y con techo muy alto, llena de pequeñas bolas brillantes que parecen pajaritos de colores volando muy por encima de nuestras cabezas. Contra la otra pared hay una pesada puerta de madera, pero sé que no podemos simplemente empujarla y pasar. Ron, sin embargo, intenta. Y fracasa.

—¿No les parece extraño? —comenta Hermione—. Debería estar destrabada, se supone que Snape ya pasó por aquí.

—¿O creen que le hemos sacado ventaja?

—Lo dudo.

—Chicos, miren —nos llama la atención Harry—. No son pájaros, son llaves aladas.

—¿Llaves qué?

—Con alas, Ron, con alas —dice Hermione con impaciencia—. Yo creo que primero deberíamos probar con el Alohomora. Dudo que funcione, pero de todos modos…

—¡Deja de hablar y hazlo!

Lamentablemente el hechizo no hace ningún efecto. No hay otra manera de destrabar la puerta que no sea alcanzando una de esas llaves voladoras, que se parecen a…

—¡Snitches! —exclamo.

—Salud —dice Ron.

—No, no fue un estornudo. La snitch dorada es más o menos de ese tamaño, ¿no Harry? —Él asiente. —Tú podrás atraparla. Una de esas debe ser la que abre esta puerta, ¿no? No creo que Snape se haya llevado también la llave consigo.

—Sí, sí, ¡mira! ¡Escobas! —exclama Hermione. Contra una pared hay apoyadas cinco escobas—. ¿Pero cómo sabrás cuál es?

Ron examina la cerradura.

—Tiene que ser plateada. Y grande, pesada probablemente. Miren el tamaño de esta cosa, tiene que ser enorme para servir en esta cerradura.

—Perfecto.

—Vamos, rápido. Hay cientos de llaves. Yo digo que todos tratemos de atraparlas.

—Y de no matarnos en el intento —agrego. Los cuatro nos subimos a las escobas y pegamos una patada en el suelo para elevarnos en el aire. Me parece ver un resplandor plateado al alcance de mi mano, pero en cuanto me estiro a agarrarlo la escoba da una sacudida y tengo que aferrarme con ambas manos al palo para no caer. Vuelvo a la hermosa tierra firme a esperar a que los otros logren algo.

Y no por nada es Harry Potter el buscador de Quidditch más joven en todo un siglo. ¡Atrapa la llave al poco tiempo! Los tres vuelven al suelo conmigo y Harry va a toda velocidad hacia la puerta para destrabarla.

—Eres genial —le digo.

—No fue difícil saber cuál era. Tiene el ala rota —explica—. Se nota que Snape la rompió al agarrarla, no debe ser muy bueno volando. Oh, oh, está tirando. ¡Ayúdenme a mantenerla quieta para poder abrir!

Una vez que logramos quitarle el cerrojo a la puerta pasamos corriendo a la siguiente habitación. La puerta se cierra como atraída magnéticamente detrás de nosotros, levantando polvo con el golpe. Ahogo mi tos tapándome la boca con la mano, pero no ayuda mucho. Espero que mi tosecita no nos delate.

—¿Dónde estamos?

Estoy totalmente desorientada. Ahora sí que me siento Alicia en el País de las Maravillas, ya que delante de mí hay un enorme tablero de ajedrez. Cuadrados blancos y negros cubren todo el suelo, y las piezas están organizadas como al principio de la partida. Lo más terrorífico es que estas piezas son de nuestra altura. O más bien de la altura de Ron, bastante más altas que yo. Estamos del lado del equipo negro, mientras que las blancas están en la otra punta. No tienen rostro, y por alguna razón eso me pone más nerviosa.

—¿Y qué se supone que hacemos ahora?

—Es obvio, ¿no? —dice Ron—. Tenemos que jugar y ganar para llegar al otro lado.

Trago saliva. Gané muy pocas veces al ajedrez mágico, como me sucede en todos los juegos, y sospecho que siempre me dejaron ganar. (No, aquella vez que le gané a Barbas de Merlín no cuenta).

La puerta que nos llevará a la siguiente instancia está justo detrás de las piezas negras.

—¿Cómo haremos eso? Ron, sabes que soy pésima jugando.

—Sí, eso todos lo sabemos. Pero yo sí sé jugar bastante bien, podremos ganar. Disculpe —le dice a uno de los caballos negros, que reacciona y pega una patada en el suelo—, ¿tenemos que ocupar el lugar de las piezas para llegar? —El caballo asiente, y mi corazón late seis veces más rápido de lo normal. Espero que ganemos pronto o me desmayaré. Y no, no es que el caballo sea sexy, sino ya estaría muerta en el piso. —Bueno, vamos. Tendremos que reemplazar a cuatro de las piezas. Harry, tú serás ese alfil, párate en su lugar. Hermione…

Ron nos ubica a todos, pero no tengo la más mínima idea de cuál es mi posición, simplemente me paro donde él me dice. Me asegura que me dará las instrucciones a su debido tiempo y que no tengo que preocuparme por nada. Ojalá así fuera.

Todos estamos quietos, estáticos. Se supone que las piezas blancas son las que comienzan los partidos, pero puede ser que esté totalmente equivocada. Estoy relativamente adelante en las “tropas”, así que tengo que torcer el cuello para ver a Hermione, quien me indica que vuelva a mirar hacia adelante. Estoy justo a tiempo para ver cómo la primera pieza blanca, un peón, avanza un casillero.

El juego comenzó.

Ron les indica en voz alta a las piezas los movimientos que tienen que hacer, y suena muy seguro al hacerlo. Todas obedecen y no me parece que vayamos muy mal, pero no entiendo nada de ajedrez y puedo estar muy equivocada. Una duda no desaparece de mi cabeza, dando vueltas y vueltas… ¿Qué nos pasará si perdemos? Cada vez que algún bando quita a una pieza de su camino la golpean y la destrozan sin piedad. ¡Y son de piedra, así que no me imagino lo que dolerá! Y pensar que la Piedad está hecha en piedra…

Leyla, basta. Mente fresca. Alerta.

Por fin me sirven los consejos de mi vocecita. Sacudo la cabeza para despejarme y me mantengo rígida, con los hombros duros, esperando la señal de Ron. Varias veces están a punto de destrozarme, pero por suerte Ron se da cuenta (supongo que lo nota por mis chillidos histéricos). Luego de un rato largo de partido hemos eliminado tantas piezas como las que nos han sacado. Quedamos pocos y el riesgo es mayor. Durante un momento de relajación me vuelvo a ver a Ron, y vuelvo a estar tensa. Está muy cerca de la reina blanca, que lo mira con su cara sin rostro. Está pensando, despeinándose el cabello anaranjado con desesperación.

—Sí… —murmura—, es la única posibilidad.

—Oh, no. —Si es lo que creo, está a punto de sacrificarse. —Ron, debe haber otra manera… Piénsalo mejor.

—Debo hacerlo. Solo así Harry podrá llegar al otro lado. Solo así podremos ganar. —Respira hondo y se endereza. —A veces hay que hacer ciertos sacrificios. Yo daré un paso hacia adelante y me quitarán de en medio… Harry, tú podrás hacerle jaque mate al rey.

—Pero…

—¿Quieres detener a Snape o no? ¿No quieres evitar que Quien-Tú-Sabes vuelva al poder?

—¡Tenemos que apresurarnos o conseguirá la piedra y todo será en vano! —Todos asentimos, asustados, pero comprendiendo la importancia de esta jugada. —Ahora, cuando ganemos, no se queden aquí por mí. Sigan adelante. Estaré bien.

Ron avanza con la cabeza en alto y se enfrenta a la reina blanca, su enemiga. Ella, despiadada como siempre, levanta sus brazos en alto, lista para dar su golpe final.

Cerré los ojos porque esto me resulta insoportable de ver, pero sí puedo oír el golpe de piedra contra Ron. Siento un escalofrío corriendo por toda mi columna vertebral.

—¿Ya está? —pregunto, aún con las manos sobre mis ojos.

—Sí —dice Hermione, compungida, aunque tratando de no sonar así. —Vamos, Harry.

Abro los ojos y miro a Ron. Está tirado sobre el tablero, y la reina lo arrastra fuera de él. Espero que solamente esté desmayado. Mientras tanto, Harry avanza tres casilleros y se planta frente al rey blanco, quien tira su corona a sus pies.

Ganamos. No puedo creerlo. ¡Gané una partida de ajedrez! Oh, si hubiera sido en otras condiciones estaría contentísima, pero solamente tengo ganas de llorar. Ron…

—Rápido. —Si me concentro en otra cosa no tendré tiempo para la tristeza o el miedo. Necesito acción, movimiento. —No tenemos tiempo que perder.

Las piezas blancas nos dejan paso libre hacia la puerta del final. Harry, Hermione y yo nos apresuramos para pasar, por poco empujándonos por la puerta. Llegamos a un pasadizo bastante largo, y mientras lo recorremos tenemos tiempo para hablar.

—¿Crees que esté…?

—No, está bien —dice Harry, aunque no suena muy seguro. —¿Qué más nos queda?

Responder preguntas correctamente es lo que más le gusta a Hermione, así que ahora se ve menos consternada.

—Bueno, tuvimos a Sprout con el lazo del diablo. Ya sabes, Herbología. —Suena como la Hermione de siempre, la sabelotodo un tanto irritante que puede salvarte la vida una y un millón de veces. —Flitwick hechizó las llaves, sin dudas. McGonagall transformó las piezas de ajedrez, así que solo quedan…

—El hechizo de Quirrell y el de Snape —completo. Diablos.

Al final del pasadizo hay una puerta, e incluso antes de pasar por ella ya sentimos el tufo que hay en la otra habitación. Pero no cualquier tufo, como los de la habitación de los chicos o los baños del quinto piso, sino uno terrible que nos hace lagrimear los ojos. Hermione tiene arcadas y Harry está tapándose la nariz con la túnica. Yo, sin embargo, prefiero olerlo, porque lo estoy reconociendo…

—¡Un tr…! —comienzo a gritar, pero luego bajo la voz y susurro:—Un troll. Ya sabía. Ya lo había olido antes.

Hermione se tensa al recordar lo sucedido con el troll en Halloween, y yo me enojo al recordar que fui casi totalmente inútil aquel día.

—Déjenmelo a mí —digo.

—¿Estás segura? —dice Harry. Hermione tiembla detrás de él.

—Sí. Ustedes dos manténganse lejos.

El troll me gruñe. Es mucho más alto que el de Halloween, pero ya es tarde para echarme atrás. Además, si compartí habitación son Selene durante tanto tiempo, enfrentarme a un troll sola no puede ser tan difícil.

—Lejos, dije. —Hermione y Harry retroceden y se pegan contra la pared detrás de mí. Somos solamente el inmenso troll y yo. Un rascacielos y una enanita. —Hey, tú —le grito para que me oiga—, ven aquí.

El troll levanta su enorme garrote (¿quién ha visto alguna vez un troll sin un palo altamente peligroso en la mano?) y está listo para pegarme, pero yo cierro los ojos y me concentro.

Vamos, queridos poderes. Están siempre apareciendo en momentos inoportunos… ¡ayúdenme ahora!

Oigo un gruñido, y abro los ojos para ver cómo el garrote está elevándose en el aire por sí mismo, aunque sé que yo soy la causante. Como el troll no piensa soltar su maldito palo, se eleva un poco, levitando. Ahora lo único que falta es que caiga sobre mí y me aplaste.

—Váyanse, váyanse… —murmuro hacia mis amigos, pero me falta la voz y no pueden oírme por los gruñidos del troll, que ahora está moviendo su brazo libre y largo hacia abajo. Su enorme palma de la mano me golpea en la cara y caigo hacia atrás, aunque no me doy el trasero contra la piedra del piso; el viento me sostiene. Estoy en armonía con mis poderes, por primera vez en la vida. Con mucha más confianza me incorporo, y mis pies no tocan el piso, estando a medio metro del suelo.

A pesar del ruido a aspiradora que hace el viento que manipulo puedo oír el jadeo de Harry y el grito ahogado de Hermione, asombrados. Yo también lo estaría si no fuera por la presión, por los nervios, por la adrenalina. Levanto la vista y miro al troll, desafiándolo, sintiéndome mucho más fuerte de lo que jamás seré. La circulación de mi sangre aumenta tres veces la velocidad, siento el zumbido que hace en mis oídos, las manos me tiemblan, pero estoy segura en mi lugar. Me concentro y logro ascender unos cuantos metros hacia arriba, de modo que quedo a la altura del asqueroso troll.

—Vamos, querido, no tengo todo el día —digo, dudando que me vaya a oír. No lo hace, pero ve que mis labios se movieron y me mira con el ceño fruncido, aumentando los gruñidos.

—GRRRRRRRRRRRR. —Quiere espantarme, pero no lo dejaré. Abro y cierro mis manos, preparándome para lo que viene. Es arriesgado, y si no me sale… Bueno, no hay tiempo para pensar en eso.

—Purrrrrr —me burlo yo, haciendo como un gato—. Vamos, ¿no puedes más que eso?

Levanto las manos y le muestro mis palmas, llamando al agua… Pero nada sale. Tal vez un poco de sudor, pero no me sirve en absoluto. El troll ya tiene su propio sudor.

El espantoso troll abre la boca para gruñir a todo pulmón. Si lo hace me derribará con la fuerza y potencia de su rugido… y por el olor de su boca. Debo actuar rápido. Sus pulmones son tan grandes que tardará unos segundos más en inhalar lo suficiente. Abro y cierro las manos… Puño, palma, puño, palma… El troll se para delante de mí, imponente, todopoderoso, y siento que me desmayaré en cualquier momento.

—No —digo, más para mí que para cualquier otro—. No.

Apenas el troll comienza a emitir el principio de aquella catástrofe sonora levanto mis brazos en alto, frente a él, y dejo que mis puños se abran a la vez. Un chorro de agua grueso y potente sale de cada una de mis palmas, yendo directamente hacia su boca. Las gotas que caen se juntan y vuelven hacia mí, y las vuelvo a tirar contra él. No llego a hacerlo una tercera vez porque ya se está ahogando, sus pulmones están llenos de agua y el impulso de los chorros lo empujan hacia atrás. Finalmente cae redondo al suelo, y al fin yo vuelvo a respirar (aunque no es un alivio muy grande, ya que el hedor es peor que no respirar).

En esta milésima de segundo que gané vuelvo mi cabeza hacia Hermione y Harry, que dudan entre salir corriendo o quedarse. Veo que el troll aún necesita un tiempo para recuperarse, y desde lo alto de la escalinata de vientos les grito:

—¡VÁYANSE YA MISMO DE AQUÍ! ¡AHORAAAAAAA!

Harry niega con la cabeza, aunque su rostro me indica que no es que se niegue a hacerlo, sino que no ha entendido. Me golpeo la frente con la mano y un chorro de agua sale de ella, mojándome todo el rostro.

Ibas demasiado bien, me dice mi voz interior, pero ahora no puedo ocuparme de ella.

—Harry. —El troll sigue en modo knock-out, por lo que me animo a descender unos cuantos metros hasta estar a poca distancia del suelo. De lejos, Hermione y Harry parecían confundidos. De cerca se ven espantados y aterrorizados hasta tal punto que ella parece estar hecha de piedra. —Escuchen, yo puedo encargarme de esta cosa. Miren, está despertando. Solamente váyanse. —Sigo estando más alta que ellos y los miro desde arriba, lo cual es raro y me da cierta autoridad. —Sigan adelante.

—GRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR.

El troll aún no se ha incorporado, pero está volviendo a respirar… y a gruñir. Puaj, el olor que hay aquí es indescriptible.

—¡Fuera! ¡Vamos! —insisto. Harry reacciona y agarra a Hermione de la mano, arrastrándola fuera de aquí. Yo me propongo seguirlos, pero en cuanto bajo a tierra siento una sombra sobre mí. En cuanto la puerta se cierra detrás de mis amigos siento el golpe del garrote en mi cabeza y presiento que caeré hacia atrás.

Lo último que veo antes de desmayarme es una fila de dientes amarillos y podridos. PUAJ.

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