40. ¡Castigados!
Capítulo cuarenta
¡Castigados!
Filch nos trajo al despacho de McGonagall (ejem, ejem) para esperar el veredicto. Ya no se me ocurre qué historia salvaje contar para salir de esta; ya es suficientemente grave haber estado de noche vagando por la escuela, precisamente en la torre más alta, y si encima descubren a Norbert y la capa… ya podemos armar las maletas para irnos.
McGonagall entra con Neville, trayéndolo por la oreja. Está nervioso, y logra balbucear estas palabras:
—Harry… Oí a Malfoy… Vine a advertirte de que te quería delatar… Dice que llevas un dragón.
Le indico que se calle con un pequeño gesto que, por suerte, entiende. Aunque quizás sea que está demasiado nervioso como para hablar.
—El señor Filch… —comienza a decir. ¡Vamos, Minerva, revela tu amor!—, el celador, me ha informado que han estado paseando por el castillo a la una de la mañana. Necesito una explicación. Ya mismo.
Silencio.
—Creo que ya sé lo que ocurrió —sigue—. No hay que ser muy brillante para darse cuenta.
Oh, no, ahora sí estamos perdidos.
—Es obvio que se inventaron esta historia para que el señor Malfoy se la creyera y saliera castigado. Y supongo, señor Potter, que habrá sido muy divertido hacer que el señor Longbottom la oyera y se la creyera.
Trato de buscar la mirada de Neville para decirle que esto no es cierto, pero no me mira. Simplemente observa un punto en la pared, viéndose triste, destrozado… No sé cuánto le habrá costado buscarnos en la oscuridad para advertirnos de Malfoy.
—Seis estudiantes fuera de la cama hoy, ¡y cinco de ellos son Gryffindors! Qué vergüenza, qué vergüenza. Hermione Granger, jamás hubiera esperado algo así de ti. Este grupo es una mala influencia para ti, desde el incidente del troll que se ha demostrado así. Blair-Black, sabía que eras igual que tu hermana Selene. Siempre buscando problemas, siempre queriendo llamar la atención. Estoy segura que el otro día eras tú la de Hogsmeade, la que se escapó con George Weasley.
Me pongo roja de vergüenza y furia. Me limpio las lágrimas, pero no me atrevo a levantar la vista.
—Una vergüenza para mi casa. Y Potter, Harry Potter… Pensé que Gryffindor significaba más para ti. Los cuatro estarán castigados. ¡Sin réplicas, Weasley, que me he guardado el comentario sobre ti! Longbottom, también estarás castigado. Es muy peligroso que salgan así durante la noche. Cincuenta puntos menos para Gryffindor.
—¿Cincuenta? Pero, profesora, perderemos el primer puesto…
—Cincuenta cada uno —zanja.
—Por favor… Profesora…
—Usted no… Se lo pido…
—Entre en razón…
—Ya basta. Potter, no me digas lo que puedo o no puedo hacer. Váyanse a la cama de inmediato, y yo sabré si no lo hacen. Merlín, jamás me sentí tan decepcionada de mis alumnos.
Auch. Eso dolió, y mucho. Humillada, castigada… ¿qué más necesito?
Al salir de la oficina de la profesora me choco con la puerta. Ahora puedo agregar “golpeada” a la lista. Oh, además de “usada”, por George. Las palabras de McGonagall me han hecho mucho daño al hacerme recordar la cita que tuve… Allí parecía que en serio me quería. Pero probablemente fuera tan solo una aventura, un juego, para luego salir formalmente con alguien de su edad. Después de todo, yo tampoco saldría con alguien dos años menor y tan loco como yo.
Encima hemos perdido doscientos puntos. Todo el equipo de Quidditch, todo, estará furioso conmigo. Ahora estamos últimos en la Copa de las Casas. Lo único que necesito es que George y Angelina se enfurezcan conmigo por eso. Seguramente ella conseguirá convencerlo de odiarme… Esa chica es tan conspiradora.
Al día siguiente, cuando Cedric se acerca a la mesa de Gryffindor, me espero una reprimenda.
—Buenos días —me dice.
—Ya, sí, fui yo la que le quitó doscientos puntos a Gryffindor. ¿Feliz?
Él me mira extrañado. Estoy a la defensiva hace horas, ya que todos vienen a echarme en cara mi error.
—Lo siento —digo—. Siéntate, si es que aún no me odias.
—¿De qué hablas? Leyla, ni siquiera creo que los de tu casa te odien. Quería preguntarte cómo estabas, de todos modos.
—Oh, gracias. Eh, creo que estoy bien. Sí, tampoco es tan grave, ¿no? Y Hufflepuff ascendió.
—Es verdad.
—Pero Slytherin quedó en primer lugar.
—Sí, en realidad que me hubiera gustado ver que ganara otra casa que no fuera Slytherin, pero tampoco es el fin del mundo.
Miro hacia los costados, y veo cómo todos en la mesa me echan miradas de fuego para fulminarme. Harry, que era el héroe por haber ascendido a Gryffindor, ahora cayó en picada en popularidad. Hermione tiene suerte, ya que siempre la han visto como basura, así que nada ha cambiado.
¿Pero qué estoy diciendo? ¿Quién tendría suerte por ser basura?
Veo que, desde la mesa de Slytherin, Draco me observa. Parece contento. Lo habrán castigado, pero recibió un premio mayor que el castigo: todo Gryffindor bajo la pena de caer al cuarto puesto, y los cuatro locos (nosotros, por si no quedó claro ya) castigados. Aunque quizás está inquieto porque hablo con Cedric. Quizás sí se preocupa por mí, en el fondo. A veces hasta parece buena persona. Cuando no trata de delatarnos y de hacernos la vida imposible, claro.
—¿Te han castigado?
—Sí —digo—. Y lo peor es que aún no sé qué infierno deberé atravesar para pagar mi supuesta travesura.
…
Hermione y Neville también sufren. Él está siendo más marginado que de costumbre, todos lo ignoran aún más. Hermione deja de llamar la atención en clase, solamente trabaja con la cabeza baja. Ron es el que mejor está pasando este tiempo espantoso, aunque sus hermanos no están muy contentos con él.
Sus hermanos…
Los exámenes se acercan, y nuestro tiempo se ve ocupado por el estudio, afortunadamente. Harry ha prometido no meterse más en lo que no interesa, y yo decidí acoplarme a la decisión. Solamente haré cosas de estudiante, que es lo que me corresponde. No necesito armar más líos. Lo único que falta es que me expulsen luego de la felicidad de dejar de compartir habitación con Selene y de vivir con mi madre (aunque sea increíble, prefiero compartir con Lavender y Parvati). Y seguramente que, si me expulsan, no será hasta después de los exámenes, simplemente para que sufra estudiando y escribiéndolos. Malditos adultos.
Es demasiado en serio que no me meto ya en otra cosa que no sean los estudios: ya dejé de pasar por el tercer piso para verificar que Fluffy sigue respirando detrás de la puerta, y también dejé de seguir a Snape y a Quirrell por donde vayan. Que otros locos se encarguen de salvar la maldita Piedra, o de esconder las malditas criaturas de Hagrid.
Aunque las promesas no pueden durar para siempre.
Cuando Hermione nos lee en voz alta sus notas de Astronomía a Ron y a mí, oímos a alguien entrando a la Torre.
—¡Harry! ¿Estás bien?
—Estás todo despeinado, y tus anteojos…
—Escuchen esto, por favor —dice, y supongo que contará algo más interesante que la ubicación de Venus con respecto a Júpiter—. Quirrell… A Quirrell lo amenazaron, en frente de la biblioteca. Cuando entré al aula estaba vacía, pero alguien acababa de salir. Estoy seguro de que era Snape, apuesto doce Piedras Filosofales a que ha sido él.
—Entonces lo logró… —dice Ron con tono preocupado. Y cómo no—. ¡Quirrell le ha dicho cómo romper su encantamiento anti-Artes Oscuras!
—Todavía queda Fluffy —recuerda Hermione.
—Sí, pero eso debe ser fácil de averiguar —digo yo—, sobre todo si es Hagrid el que guarda el secreto. Además, creo que podría sacarlo de algún otro lugar… Si Charlie sabe todo sobre dragones, debe haber alguien que sepa todo sobre perros de tres cabezas.
—¿Qué propones que hagamos, Harry? —pregunta Ron, y las ganas de aventura se muestran en sus ojos. En cambio, en los de Hermione hay fríos cálculos.
—Ir con Dumbledore, por supuesto, tal como debimos haber hecho desde el principio —dice—. Si nosotros llegásemos a hacer algo solos… perderíamos. Sin la más mínima duda.
—Pero… ¡por favor, Hermione, refresca tu cabeza! No tenemos prueba alguna, Quirrell está demasiado asustado como para apoyarnos, Snape convencería a todos de que es mentira… Y McGonagall diría que es otra de nuestras “historias”. Filch está aliado con Snape…
—Y con McGonagall —agrego yo.
—Y con McGonagall —repite Harry—. Y para él es mejor que nos echen, así no causamos más problemas. Además, se supone que no sabemos nada de la Piedra o de Fluffy. Serían demasiadas explicaciones.
—Entonces encontremos alguna prueba —insiste Ron, verbalizando exactamente mis pensamientos.
—No. Basta.
Ahora a estudiar el glorioso mapa de Júpiter. Pero yo tengo la cabeza en otro lado, y esta vez no son muchachos de tercer año los que me distraen.
…
—¿Qué es esto?
Su castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch los estará esperando en el vestíbulo de la entrada.
Profesora M. McGonagall.
Qué raro, McGonagall y Filch de nuevo. De verdad que no saben disimular.
—¿Qué crees que tendremos que hacer?
Harry, Neville y Hermione recibieron las mismas notas por lechuza. Ron, por alguna razón, salió impune. Ahora recuerdo que McGonagall no le dijo nada aquella noche, y que nos restó puntos solamente a nosotros cuatro. Mmmmm… No, no puede ser. Estoy segura de que el único amor de McGonagall es Filch. Al menos que Ron tenga algo con Filch…
Interesante.
Se nota que nuestro último fracaso nos ha impactado a todos. Hermione ni siquiera se queja de perder la noche de estudio. Debe estar más convencida que McGonagall de que nos merecemos esto.
Paso todo el día recostada en el piso, leyendo los apuntes de Hermione, hasta que Ron nos avisa que son las once. Nos despedimos de él y bajamos Hermione, Neville, Harry y yo hasta la entrada. Allí están Filch y Draco. Ya me había olvidado que él también tenía castigo.
—Ahora sí que se arrepentirán de transgredir las reglas —dice Filch, mirándonos con una sonrisa horripilante—. Síganme. Vamos.
Caminamos en fila detrás de él por los terrenos de Hogwarts mientras murmura cosas como “Era mejor la forma de castigo de antes”, “El dolor y el sufrimiento son los mejores maestros”, “Los viejos tiempos”… Prefiero oír a Myrtle la Llorona, el fantasma del baño, cantando.
Detrás de mí oigo la agitada respiración de Neville, que por suerte sofoca un poco la espantosa voz de Filch. McGonagall, no sé en qué estabas pensando cuando… ¡qué asco! Ni siquiera puedo pensar en ello. Me concentro en Neville. Su respiración es cada vez más pesada, ¿estará nervioso solamente, o será asmático?
Si yo no estuviera tan atontada por no sé qué razón, también estaría nerviosa. Quiero decir, ¿quién no lo estaría con un Filch tan feliz? Seguramente está así porque el castigo será terrible.
—Vamos, Filch, que ya me aburro de estar parado aquí —dice la voz de Hagrid desde la oscuridad. Bueno, al menos no nos mataran si el está presente.
Qué exagerada.
Aw, ya estaba extrañando mi voz interna. ¡Hola, vocecita! ¿Cómo has estado?
Por todos los cielos, no puedo creer que aún viva estando aquí dentro. Estás hueca, querida.
Ruedo los ojos y sigo prestando atención a lo que sucede alrededor. Hagrid habla con Filch, y Draco se acerca a mí.
—¿Estás ahora con otro chico?
—No sé de qué hablas.
—Te he visto hoy. Con Diggory, el santo Diggory de Hufflepuff.
—Es que… me gustan los jugadores de Quidditch. ¿A ti no?
—No te burles de mí, yo no me burlo de ti —dice.
—Justo ahora no. Bueno, ¿a qué viene esto? ¿Estás nervioso y quieres hablar para distraerte?
Él mira hacia otro lado y no dice nada. Esa es su forma de admitir las cosas.
—¿Pero es otro? —insiste.
—¿Por qué tanto interés? —No contesta. —De acuerdo, es “otro”.
—Me parecía. Diggory es muy correcto como para escaparse del colegio a Hogsmeade contigo. ¿Entonces con quién era? Me dijeron que era de tercero.
Me agarro la cabeza con ambas manos, sin poder creerlo.
—¿Pero es que corren tan rápido las noticias? ¿Quién te ha contado?
—Todos lo comentan.
—¡Silencio, mocosos! —gruñe Filch—. No se rían tanto, y no crean que porque está este tonto aquí —señala a Hagrid— la pasarán bien. Irán al bosque.
Neville tiembla, y Draco está más pálido que de costumbre. Yo, en cambio, no creo que las bestias puedan estar tan mal. Trata de vivir en una casa con trece hermanos y una madre loca, y verás la risa que dan las “temibles bestias” del bosque prohibido. Y eso es cuando no entran hipogrifos a la cocina.
—No… el bosque no…. —dice Neville—. Dicen que hay hombres lobo allí dentro.
—Bueno, ese será su problema, queridos alumnos. Hubieran pensado antes en los hombres lobo.
Hagrid movilizó todo con Fang, su perro, y su carcaj con flechas. Riffle en mano, nos guió hacia el bosque.
—Al fin se fue ese tipo odioso —dice—. Media hora esperando.
—¡Volveré al amanecer! —grita desde lejos el celador—. ¡Para recoger lo que quede de ellos!
—No lo escuchen.
Cuando estamos muy cerca de los límites del bosque, Draco se frena.
—No iré a ese bosque.
—Claro que sí. Te has portado mal, y ahora debes pagar.
—Yo pensé que nos harían escribir algo, no esto… Para eso tienen empleados, ¿no? Mi padre se enterará de esto.
—Sí, y te dirá que las cosas en Hogwarts son así. Ahora, ven con nosotros adentro si quieres quedarte en el colegio. —Draco se tragó las palabras hace rato, y ahora mira el suelo, avergonzado. Debo felicitar a Hagrid en cuanto pueda. —Chicos, presten atención porque lo que haremos es peligroso. Miren —dice, señalando un sendero dentro del bosque. En el suelo hay un líquido plateado que reconozco de inmediato—, eso es sangre de unicornio, que ha sido malherido por algo o alguien. Ya es la segunda vez en estos últimos días. Vamos a encontrar a este pobre animal herido.
—¿Y si la bestia que lo atacó nos encuentra? —se espanta Draco, que ha recuperado la voz por milagro.
—Deja de preocuparte, nada los atacará mientras estén conmigo o con Fang. Sigan el sendero. Primero nos dividiremos en dos grupos: Harry y…
—Yo quiero ir con Fang.
—De acuerdo, Malfoy. Pero debo advertirte que es un cobarde. Neville, ve con él.
—Yo me uno, Hagrid —digo—. Algo sé de los unicornios, y es mi primo. Quiero decir Draco, no el unicornio.
Nadie festeja mi chiste, pero no solo porque es malo, sino porque están nerviosísimos. Y debo admitir que no me hace mucha gracia entrar de noche aquí. Con Fang. Y el cobarde de Draco. Y el pobre Neville que siempre termina accidentado.
¡Y ni hablar de mí, la pobre Leyla, que es tan poco agraciada! Seguramente termino cayendo al suelo por una ramita. Pero lo hago por Neville. Y un poco por mi primo, que ya no me está cayendo tan mal.
Hermione, Harry y Hagrid se van por el segundo sendero, y nosotros vamos por el que señaló primero, pisando ramitas y hojas secas. Crac, crac, crac.
—Hacemos demasiado ruido —digo—. Espantaremos a todo el bosque.
—Mejor —dice Draco.
—No, no es mejor, dejemos de caminar y oigamos.
Todos hacen caso, sorprendentemente; incluso Fang se queda quieto.
—¿Oyen eso?
—¿Qué cos…? —intenta decir Draco, pero una potente voz lo interrumpe:
—¡OCÚLTENSE DETRÁS DEL ÁRBOL! ¡AHORA!
—Es Hagrid. Está gritando.
Neville me da la mano, y luego parece avergonzarse de hacerlo, pero yo también le doy un apretón.
Silencio de nuevo. Ni siquiera se oye nuestra respiración, o estoy tan nerviosa que la dejo pasar sin escucharla.
De pronto, sin que ninguno de nosotros se mueva, se oye una ramita quebrándose. Eso hace colapsar a Draco, quien lanza chispas rojas al aire. Pronto llegan los otros tres.
—¿Qué es lo que ha pasado? Por Merlín, ahora sí que han espantado a todo el bosque —se queja Hagrid, ayudando a que Neville se levante y salga de su escondite. Deja a Draco en el suelo, pero yo lo ayudo a levantarse. Pobre su sistema nervioso—. Harry, ve tú con Malfoy, que a ti no te asustará tan fácilmente. Neville, tú ven con nosotros. ¿Leyla?
—Prefiero acompañar a Neville. ¿Está bien?
—Por supuesto.
Ahora Hermione, Hagrid, Neville y yo volvemos al sendero que tomaron antes, alejándonos de Harry, Fang y mi primo.
—Ese idiota —dice Hagrid— no tiene remedio. “Le diré a mi padre, le diré a mi padre” —se burla, aguzando la voz.
—Una vez que lo conoces no es tan malo —lo defiendo—. Solamente tiene que superar los prejuicios que tiene sobre todos.
Nadie dice nada, pero por lo menos tampoco me contradicen. Nos adentramos de nuevo en el bosque y Hagrid ilumina con su farol desde alto, de modo que puedo esquivar ramas y arbustos que me quieren hacer tropezar. Varios centauros cruzan nuestro camino, lo que es raro; generalmente evitan a los humanos. Están alterados, y eso no es buena señal. Escruto el bosque, esperando ver qué causa los disturbios, pero todo se ve normal, haciéndolo más espeluznante.
Y de repente…
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Por favor, ¿no pueden dejar de necesitarnos?
—Es Harry… vamos.
Avanzamos sigilosamente por el bosque. Trato de guiarme por mis oídos, lo único que no me fallará demasiado en esta oscuridad. Pronto estoy separada del grupo, y prefiero encontrar a Harry antes que intentar volver. Se escuchan cascos golpeando la tierra, acercándose.
—¿Sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio, Harry Potter? —pregunta una voz potente, grave, superior. Los cascos siguen sonando, pero parece que son de un solo centauro. Trato de seguir el sonido.
—No. En la clase de Pociones solamente utilizamos cuernos y pelo de la cola de unicornio —responde Harry. Parece estar a salvo, pero no me quiero perder lo que dicen, así que aún no los llamo.
—Eso es porque es algo monstruoso matar a un unicornio —explica el centauro. Yo quito ramas de mi camino y me engancho la túnica varias veces para poder mantener mínimamente el ritmo—. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo que ganar cometería un crimen semejante. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible.
Ahora debo desatascar mi túnica, a la que se le ha dado por enrollarse alrededor de una rama llena de espinas (de lo que me doy cuenta tarde, así que imagínense cómo está mi mano). Escucho la tela rasgarse y caigo hacia delante por el impulso. Al oírme aceleran el ritmo, pero sigo oyendo:
—Si alguien mata algo tan puro e indefenso para mantenerse con vida, estará maldito, recibirá media vida, desde el momento en que la sangre toque sus labios.
Frenan, seguramente por el impacto de las palabras del centauro, y aprovecho a correr tras ellos. Auch, ¿eso fue una piedra contra mi dedito pulgar?
—Pero… —dice Harry, confundido—, ¿quién haría algo así? Quiero decir, si te va a maldecir para siempre, ¿no es mejor morir? ¿Quién era el encapuchado que quiso atacarme, Firenze?
—Sí, es mejor morir a menos que lo que necesites sea mantenerte vivo hasta que puedas beber algo más —contesta Firenze el centauro—, algo que te devuelva toda tu fuerza y tu poder, y que haga que nunca mueras. Harry Potter, ¿sabes lo que está escondido en el colegio en este preciso momento?
—Oh… ¡oh, claro! ¡La Piedra Filosofal! ¡El Elixir de la Vida! ¿Pero quién…?
—¿Y no puedes pensar en nadie que haya estado los últimos años en busca de poder, aferrado a la vida, esperando su oportunidad?
Eso me golpea duro. Es obvio. Y me hace estremecer.
Es Lord Voldemort.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top