39. Hey, Norbert
Capítulo treinta y nueve
Hey, Norbert
—Vamos, Hagrid, ábrenos —dice Harry mientras golpeamos en la puerta de la cabaña del guardabosques. Nos estamos enfriando desde que salimos del castillo, y no ayuda que tarde en recibirnos—. ¿Estará dentro?
—Sí, las luces están encendidas.
Yo permanezco a la sombra, ya que divisé a Angelina y Lauren cerca del lago, y no quiero que me vean. Además, me parece haber visto más gente, y sospecho que alguno de ellos será George. No quiero saber.
La puerta cruje al abrirse y nos apresuramos a entrar.
—No todos a la vez; la puerta es grande, pero no tanto.
—Lo sentimos, Hagrid. Tenemos mucha curiosidad.
—Sí, sí, pero primero cierren la puerta. Échale llave, Hermione. Eso es. Si quieren té, hay sobre la mesa.
Nos sentamos y nos llenamos las tazas, que humean deliciosamente. Harry es el primero en hablar.
—¿Ahora sí podemos preguntar?
Hagrid suspira y asiente con pesar.
—Adelante.
—Nos preguntábamos… Nos preguntábamos si podrías decirnos qué más custodia la Piedra Filosofal. Además de Fluffy.
Luego de un silencio, contesta:
—No, claro que no puedo contarles, ni aunque lo supiera. Es un tema de confidencialidad, y cada profesor… Bueno, como ya dije, es secreto. Si la Piedra está aquí es porque necesita ser guardada, y es mejor no hablar de la protección que tiene. ¡Si casi la roban de Gringotts…! Y eso ya lo sabían, me gustaría saber cómo hicieron para averiguar sobre Nicolas Flamel y Fluffy…
—Vamos, Hagrid, sabemos bien de que tú estás enterado de todo lo que sucede en el castillo —dice Hermione, haciendo que Hagrid sonría—. Queríamos saber en quiénes confía Dumbledore, además de ti, para proteger la Piedra.
¡Bien hecho, Hermione! La estrategia funciona: Hagrid se ve contento, orgulloso de sí mismo, así que es más probable que nos diga algo.
—Bueno… Supongo que no estará mal contarles un poco; después de todo, no creo que haga daño un poco de información… Eh… Bueno, yo le presté a Fluffy, ya saben… luego algunos profesores hicieron encantamientos para sumar protección… la profesora Sprout, el profesor Flitwick, la profesora McGonagall —comienza a enumerar, contando con los dedos—, el profesor Quirrell y el mismo Dumbledore. —Mira sus dedos, disconforme. —Me he olvidado de alguien. Ah, claro, el profesor Snape.
Todos nos atragantamos con el té.
—¿SNAPE?
—Sí, por supuesto. Oh, vamos, ¿aún creen que es el villano que se los va a comer por la noche? Dumbledore confía en él, y está ayudando a proteger la Piedra; no quiere robársela.
Pero estoy segura de que Harry, Ron y Hermione, tal como yo, llegamos a la misma conclusión: Si Snape ayuda a “protegerla”, le resultará más fácil obtenerla. Puede obtener información de los otros profesores. Es más, seguramente ya sabe todos los otros, y solamente le faltan Fluffy y el del profesor Quirrell. Maldición, si esto llega a ser verdad…
—Pero, Hagrid… —digo—. Tú jamás le dirías a nadie cómo burlar a Fluffy, ¿no es verdad?
—Sólo se lo dije a Dumbledore.
Al menos logramos algo con eso. No le dirá a Snape tan fácilmente.
—Oh, por favor, me estoy asando aquí dentro —me quejo—. ¿No podríamos abrir la ventana?
—No, no, bajo ningún concepto.
—Pero terminaré chamuscada.
—Si quieres puedo conseguirte un abanico, pero el calor no puede irse —dice, mirando levemente hacia la chimenea.
—Hagrid, ¿qué es eso? —pregunta Harry al ver lo mismo que yo: un inmenso huevo negro.
—Ah, eso… Sí… Es un… Ya saben…
—¿Dónde lo conseguiste? Debió salirte una fortuna.
—Lo gané la otra noche. En la aldea, en Hogsmeade, estuve tomando unas copas y luego conversé con un desconocido, quien me lo dio cuando le gané en las cartas.
La palabra Hogsmeade me da de lleno en el pecho. Suelto una lágrima, pero todos la atribuyen al calor, así que pasa desapercibida.
—Siendo sincero, creo que él se veía bastante contento de sacárselo de encima. No sé cómo alguien podría no querer algo así de precioso.
—Me hace acordar a mi padre —comento—. Él adora las criaturas, aunque jamás tuvo un dragón. No que yo sepa, de todos modos.
—Ah, sí, el pequeño Joseph Blair. Lo recuerdo de sus años en Hogwarts, era muy apuesto. Aunque tu madre no estuvo siempre con él durante el colegio, andaba con los de Slytherin.
—¿En serio? Pensé que jamás se separaba de los Ravenclaw.
—A veces estaba con los de su casa, pero pasaba más tiempo con las serpientes, en realidad. Se llevaba bien con sus hermanas. Claro que ahora que todos resultaron ser del otro bando… Me alegro mucho de que tu madre haya permanecido con nosotros. Ella salía con un muchacho que terminó siendo Mortífago.
—¿De verdad? ¿Mientras estaba con mi padre?
—No lo recuerdo. Sólo sé que él la iba a visitar cuando ella ya estaba casada, y le pedía que se fueran juntos. Tu madre nunca cedió. Una mujer maravillosa, en realidad, esa Alesia Black.
Yo ruedo los ojos y asiento para que termine de babear sobre ella.
—Luego averiguaré mejor sobre el tema —zanjo—. Ahora quiero saber qué harás con ese dragón —bajo la voz— una vez que salga del huevo. ¿Sabes cómo cuidar de él?
—No tengo experiencia en ello, pero estuve leyendo un poco… —admite Hagrid—. Crianza de dragones para placer y provecho. Debo mantener el huevo al fuego, como haría su madre, alimentarlo con brandy mezclado con sangre de pollo, cada media hora. También dice cómo reconocer los tipos de huevo; el que yo tengo es un ridgeback noruego.
—¿Y dice cómo son una vez que nacen? —pregunto con interés, pero Hermione me echa una cara de desaprobación. Se la ve muy seria.
—Hagrid —dice—, tú vives en una casa de madera.
Pero él no oye, está avivando el fuego mientras canturrea alegremente. ¡Va a ser madre!
—Genial —susurra Hermione—, además de saber que la Piedra está en peligro, tenemos el problema de si alguien encuentra a Hagrid con un dragón ilegal.
—Me gustaría saber cómo es tener una vida tranquila —comenta Ron—. Al menos por una semana. Sería lindo, ¿no?
Cuando nos vamos, no podemos dejar de mirar hacia atrás para verificar que la cabaña no se prenda fuego. Esta noche no sucedió nada, pero uno nunca sabe…
Pocos días después, en el desayuno, Draco viene a la mesa de Gryffindor a hablarme.
—¿Hola? —digo extrañada.
—No me hables con tanta gente mirando —dice, y luego se sienta a mi lado—. Mentira, yo he venido a hablarte, no te preocupes.
¿Qué se ha tomado? ¡Porque yo quiero un poco!
—Todos están hablando de ti, ¿sabes? Pero no te alegres mucho, no es fama, sino chusmas.
Yo enarco las cejas, pidiéndole una explicación. Como se tarda en hablar, me siento más derecha y me sirvo jugo a la vez que llegan las lechuzas de la mañana.
—¿Nadie te mandó nada hoy?
—No me cambies de tema —le digo—. Y no, nadie me manda nada. ¿Acaso tu mami te manda una bolsa de chocolates todos los días? ¿Con mensajitos de amor?
—Shh, baja la voz.
Me río al ver que se pone rojo de vergüenza. Di en el clavo.
—Ahora dime por qué has venido.
—Te estaba diciendo que todos hablan de ti. Saben que desapareciste un viernes con un chico mayor.
—Ajá —digo, tratando de parecer impasible—, mira tú qué interesante.
—¿Es verdad eso?
—¿Y a ti qué te importa?
—En realidad que no debería darle importancia, pero por alguna razón me preocupas.
Yo entrecierro los ojos y lo miro de arriba a abajo, escrutándolo, tratando de encontrar el chiste.
—¿En serio?
—Sí. Aunque no le digas a nadie que me preocupo por una Gryffindor que es amiga del apestoso Potter.
—Justo ahora iba a gritarlo por todo el comedor.
—Gracias. Pero por favor, avísame si sales con chicos. No quiero que te lastimen, ya sabes… a veces los muchachos podemos ser un poco…
—¿Bestias?
—Digamos que sí.
Me trago las lágrimas y trato de parecer indiferente al tema.
—Pues sí, los chicos son claramente inferiores a nosotras. Aún así me caen bien. Gracias, primo.
—De nada.
Está a punto de pararse e irse cuando llegan las voces de mis amigos, que le llaman la atención.
—…saltearnos Herbología e ir directamente a la cabaña…
—Ron, por favor, no inventes. No podemos perdernos ninguna clase estando tan cerca de los exámenes.
—Apestas para la diversión, Hermione. ¿Cuántas veces crees que veremos a un dragón saliendo del huevo?
—Tan pronto alguien descubra lo que Hagrid está haciendo…
Le hago señas desesperadas a Harry con las cejas (mi especialidad, además de ser torpe, es hacer caras raras), y afortunadamente él me ve y reacciona, haciendo que se callen.
—¿Quieres jugo, Draco? —le pregunto para verificar cuánta atención les prestó a los chicos. Maldición, espero que no mucha. Las voces podrían haber llegado más apagadas—. Digo, antes de volver a tu mesa.
—Ah… —dice, como en un trance. Luego sacude la cabeza y vuelve a la normalidad—. No, no hace falta. Sólo recuerda lo que te dije.
En cuanto se va miro a Ron y Hermione con enojo.
—Podrían ser más discretos, Draco oyó.
—¿Cuánto?
—No sé bien, pero lo suficiente como para sospechar algo.
Sí vamos a la clase de Herbología, que por suerte queda en los terrenos de Hogwarts, así que apenas suena el timbre de fin de hora soltamos las macetas (Neville atrapa la mía, por suerte) y salimos corriendo a la cabaña de Hagrid. Resulta que él les mandó una nota a los chicos por lechuza, y por eso estaban discutiendo el tema a los cuatro vientos por la mañana.
Una vez en la cabaña con Hagrid, quien nos recibe muy alegremente, nos sentamos a la mesa, donde está ahora apoyado el huevo, y lo miramos. Me muevo hacia atrás y hacia delante, yendo entre la seguridad y la curiosidad.
—Ya casi… Falta tan poco.
Hagrid está emocionadísimo, con una sonrisa enorme y los ojos brillantes. En un momento el huevo se agita bastante, todos contenemos la respiración, miramos expectantes…
Crack.
Por Merlín…
Crack.
Ahora que digo Merlín, me recuerdo que debo alimentar a Barbas…
¡Craaaaaaaaaaaaaaaaaaaaack!
Uno nunca sabe cuánto puede llegar a asustar un dragón recién nacido hasta que lo ve. Y la respuesta es: mucho. Mi corazón late rapidísimo, como si quisiera escaparse de mi pecho, como un tambor retumbando.
El pequeño dragón (que no es tan pequeño) parece más bien un paraguas negro y arrugado. Sus alas son puntiagudas, sus ojos anaranjados como una fogata, y parece que va a estornudar. Cuando lo hace vuelan chispas hacia todos lados, y debo protegerme para no incinerarme.
—¿No es precioso? —exclama Hagrid emocionado. El dragón mira hacia arriba, y creo que el pobre Hagrid está por desmayarse—. ¡Miren eso! ¡Reconoce la voz de su mamá! Oh, mi pequeño… —dice, acariciándolo. La criatura le mordisquea los dedos, mostrando filosos dientes.
—Eh, Hagrid… ¿cuánto tiempo se tardan en crecer los ridgebacks noruegos? —pregunta Hermione, pero el guardabosques no la escucha. Está concentrado en otra cosa. Se levanta bruscamente del asiento y da una zancada hacia la ventana—. ¿Qué sucede?
—Alguien miraba por el espacio entre las cortinas. Un chico. Ahora está corriendo al castillo.
—Oh, por favor, que no sea él… —digo, pero Harry corre las cortinas y confirma mis sospechas:
—Malfoy.
...
No he vuelto a hablar con mi primo desde lo sucedido. Quizás vio a Norbert (Hagrid llamó así al dragón) y se asustó y decidió dejarnos en paz. Ojalá fuera así. Pero, sin embargo, creo que conozco a mi primo mejor que eso; sé que estará esperando al momento para delatarnos y que las autoridades caigan sobre Hagrid, quien nunca le cayó bien. Podría intentar hablar con él, pero sería demasiado arriesgado, demasiado sospechoso. Quizás estaría delatándome a mí misma al hacerlo.
Hagrid ya está perdiendo la cordura. Vamos todos los días a visitarlo en nuestro tiempo libre, que es escaso, y tratamos de convencerlo de un buen plan para librarse del dragón, que ya ha crecido bastante.
—Y en dos semanas ya será más grande que tu casa —insiste Hermione—. Hagrid, debes hacer algo antes de que sea demasiado tarde y Malfoy le haya dicho a Dumbledore.
—Si tan solo no hubiera hablado con él ese día…
—Leyla, no es tu culpa.
—¿Cómo no? Si no hubiera sido por mí, Draco jamás habría sospechado de nosotros y no habría visto nada.
—También fue culpa de Hermione —dice Ron—, por hablar en voz alta… y mía también —agrega ante la mirada de Hermione.
—No… no se preocupen por eso. Yo… yo sé que no puedo quedarme con él por siempre. —Sus ojos brillan de lágrimas esta vez. —Solamente quiero pasar un buen tiempo con él. No puedo echarlo.
Norbert nos mira a todos con sus ojos color calabaza, y no puedo evitar decir algo para romper el silencio incómodo.
—Hey, Norbert —es lo primero que se me ocurre decir—, ¿cómo estás?
Otro silencio incómodo.
—Charlie —dice Harry de repente, volviéndose hacia Ron.
—¿Hagrid te contagió de su locura? Soy Ron, por si lo olvidaste.
—No. Charlie, tu hermano, el trabaja con dragones, ¿verdad? En Rumania. Le podemos dejar a Norbert para que lo cuide, él sabrá bien qué hacer.
—Es una excelente idea —digo—. ¿Qué te parece, Hagrid?
—Así podrá vivir feliz y en libertad —agrega Harry.
Poco después ya le mandamos la lechuza a Charlie para que recoja a Norbert. Yo incluso me animo a acariciarlo. Después de haber tenido tantas explosiones de pociones fallidas, el fuego de dragón me asusta bastante poco.
....
Esta noche vendrá Charlie a buscar a Norbert. Estamos esperando a que toquen las doce para salir y llegar a la Torre de Astronomía, la más alta del castillo, sin tener que esperar y arriesgarnos a ser pillados por Filch (si es que no está en un encuentro nocturno con McGonagall).
A pesar de todo el estrés que nos produjo la “Misión Norbert”, me alegra haber tenido algo en qué ocupar mi mente. Pasé toda la semana pensando en estrategias para poder salir a escondidas y cosas por el estilo, y apenas tuve que preocuparme por George, Angelina, Lauren, Lavender… ¡Apenas pensé en Cedric! Aunque sí tuve que encargarme de Parvati; estaba tan insoportablemente habladora el otro día que le lancé un hechizo disimuladamente. El famoso palalingua. Creo que aún tiene la lengua pegada al paladar, y no me arrepiento.
Hermione y Harry están a cada lado de mí, sentados en el sofá, mientras esperamos las doce campanadas. Una vez que suenan, a los pocos minutos, el retrato se corre y aparece Ron en el orificio, quitándose la capa de invisibilidad.
—Debemos hacerlo rápido. Malfoy puede estar siguiéndonos.
—¿Eh? Tampoco está tan aburrido como para vigilarnos las veinticuatro horas, toda la semana —digo.
—¿Recuerdas cuando Norbert me mordió? El día en que Hagrid me echó porque supuestamente yo había asustado a su bebé. —Asiento. —Bueno, tuve que ir a la enfermería, y Malfoy consiguió la nota de Charlie en la que decía las instrucciones.
—Maldita sea, no puedo tener un primo más entrometido que él. Bueno, entonces a apresurarse.
Ron y Harry bajaron a buscar a Norbert, mientras Hermione y yo nos quedamos cerca de la entrada a la Torre. Volvieron con Norbert, y nos dieron un buen susto, ya que estaban cubiertos con la capa de invisibilidad. Nos metimos ambas debajo con ellos y seguimos camino hacia la Torre de Astronomía. En la escalera delante de la puerta de la Torre se ven unas sombras, por lo que nos agachamos, olvidando que somos invisibles.
—Señor Malfoy, ¡deje de hacerme perder el tiempo en estas tonterías! —grita una voz furiosa. McGonagall. ¡Quizás estuvo paseando con Filch todo este tiempo!—. ¡Castigo! Y veinte puntos menos para Slytherin. Vagando en medio de la noche…. ¿cómo te atreves?
—Profesora, usted no entiende, Harry Potter vendrá aquí… a media noche… ¡con un dragón!
—Qué tonterías, Malfoy… Ven, vamos a hablar seriamente con el profesor Snape… ¡Vamos! ¡Camina!
Una vez que se van (McGonagall arrastró a Draco por las orejas, lo cual me dio una risa tremenda que tuve que sofocar) podemos llegar, ahora sí, sanos y salvos a la Torre. Nos quitamos la capa y Hermione comienza a dar saltitos.
—¿Y ahora qué? —le pregunto.
—Estoy feliz porque al fin castigaron a Malfoy. Se lo merece, ha roto las reglas. Cielos, ¡podría ponerme a cantar!
—Sí, pero no lo hagas —le dice Harry.
—Además, nosotros también estamos violando las reglas —agrego—. Los cuatro somos unos rebeldes irremediables.
Diez minutos interminables pasan, con Norbert sacudiéndose en su jaula, antes de que cuatro escobas se acerquen en la oscuridad. Son Charlie y sus amigos. Rápidamente les acercamos la jaula y la cargan en sus escobas.
—Así que ustedes son los amigos revoltosos de Ron —dice Charlie cuando nos ve—. Un gusto. He oído mucho de ustedes.
Me sonrojo sin razón y miro hacia otro lado. Cuando se van, llevándose al fin al problemático Norbert, los saludo con la mano. Al fin nos sacamos un peso de encima. Harry, Ron, Hermione y yo nos miramos y sonreímos con alivio.
—Ahora sí, vámonos.
A mitad de camino hacia la Sala Común nos encontramos frente a frente a… ¡Filch! La otra mitad de la pareja. Y el problema, el verdadero conflicto, es que nos hemos dejado la capa de invisibilidad en la Torre.
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