38. Gryffindor vs Hufflepuff

ESPECIAL DE HALLOWEEN

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Capítulo treinta y ocho

Gryffindor vs Hufflepuff

Alias: George vs Cedric

—¡Vamos, Harry! —exclama Lavender desde nuestro puesto en las gradas.

—¡Fuerza, Harry! —grito yo, levantándome de mi asiento. Harry es mi amigo, no el suyo. Eso debe quedar claro—. Mira, ya hizo una buena picada —le comento a Hermione, sentada a mi lado—, creo que me oyó.

Lavender me fulmina con la mirada.

—Lav, ¿qué clase de humor es ese? ¡Vamos ganando! —me río y vuelvo a sentarme, satisfecha.

—Y Gryffindor toma la Quaffle. ¡Johnson! ¡Bell! ¡Johnson! —comenta Lee Jordan desde su puesto—. ¡Y Johnson anota! ¡Veinte a cero a favor de Gryffindor!

Todos aplauden y yo me uno a ellos, pero, ¿no podría haber anotado Katie? ¿O Alicia? No, claro, sólo Angelina debe llevarse la atención. Siento que me pongo verde cuando George la felicita desde lo alto de su escoba. Para relajarme me concentro en Cedric, que se ve tan apuesto andando en su escoba que es difícil pensar en algo que no sea él.

Cuando ya estoy empezando a disfrutar de la vista, suena el silbato. En ese momento me acuerdo de Snape, y miro aterrada a ver qué falta quiere cobrar cuando veo a Harry sosteniendo en alto la Snitch dorada.

—¿Qué diablos…? —digo—. Hermione, no han pasado ni diez minutos.

—Seis minutos exactamente —dice ella, consultando el reloj de Ron, quien dice:

—Todos sabíamos que Harry sería genial. Snape no ha podido hacer nada, Dumbledore no le ha quitado los ojos de encima.

—Bueno, creo que deberíamos festejar. —Aún estoy perpleja por la rapidez en que sucedió todo. Parece irreal. —¡Bravo! ¡Vamos, Gryffindor! ¡Iuju!

Ron y Hermione aplauden con entusiasmo, y la ofendida Lavender sigue a su amiga hacia el final de las gradas para salir. Las sigo con la vista y veo cómo bajan las escaleras, creyéndose la mismísima Reina. Cuando salen del estadio veo que algo se cruza en sus caminos, como un murciélago gigante. Es Snape, huyendo a toda velocidad de la cancha.

—¿Qué es lo que miras? —inquiere Hermione a mi lado.

—Es… Snape.

—Ya me decía yo que estuvo muy tranquilo hoy.

Los festejos y exclamaciones de Lee Jordan por el amplificador no nos permiten oírnos, así que por medio de gestos decidimos bajar en busca de Harry y decidir todo con él. Abrirnos paso entre la gente nos toma más tiempo que lo que duró el partido, pero finalmente llegamos donde están los jugadores. Dumbledore está felicitando a Harry, así que decidimos darle unos momentos para que terminen. Mientras finjo que tengo un súbito interés en el pasto, ya que a donde mire me encontraré con George y Angelina, y realmente que no me interesa cruzar palabras con ninguno de los dos.

Justo cuando encuentro un intresantísimo escarabajo caminando cerca de los zapatos de Ron, alguien me toca el hombro.

—¡Cedric!

—Felicidades, ganaron.

—Admito que grité por Harry, pero eso no contó, fue solo para molestar a una compañera —me apresuro a explicar, pero el sacude la cabeza, riendo.

—No tienes que poner excusas para nada. Entrenaron muy bien, Harry juega de maravillas.

—Pero tú tampoco jugaste mal.

No quiero entrar en detalle, porque para eso tendría que admitir que todo el partido se basó en apreciar su belleza.

—Estoy contento, de todas formas. Superaron a Slytherin. Ellos vienen ganando la Copa hace años, y todos preferimos que gane otro, quien sea, antes que ellos.

—Sí, en verdad que son muy engreídos. Yo estoy conforme, gane Gryffindor o Hufflepuff. Ravenclaw no, ¡ni loca! Todo el equipo se basa en mis hermanos. —Él ríe. ¡Lo hice reír! Diablos, sus dientes son tan perfectos como dos collares de perlas blancas. —Y Slytherin… —Pongo cara de asqueada.

—Sentimiento mutuo.

Si tan solo todos los sentimientos fueran mutuos…

—Leyla, vamos, Dumbledore ya terminó.

—Ahí voy, Ron —resoplo—. Buen partido, espero que venzan al próximo.

—Gracias…

No llego a oír el resto de la frase porque me jalan de la túnica hacia donde está Harry. Mientras Hermione le explica con urgencia lo de Snape, yo miro por sobre mi hombro y veo perfectamente a la maldita Angelina hablando animadamente con George. Y él no parece ver otra cosa además de a ella.

—¡Entonces vamos! —urge Harry—. Fred, George, ¿podrían guardar mi escoba? Tengo que irme.

Los gemelos, bajo estricta vigilancia de Angelina, se acercan y aceptan la escoba de Harry.

—Pero no hagan muchas travesuras. No queremos que se vuelvan como esos malditos gemelos… —bromea Fred. George no dice nada mientras nos despedimos escuetamente y salimos corriendo fuera de la pista.

Aunque el partido no duró nada, empezó más tarde de lo normal debido a unas preparaciones especiales en el castillo, así que ya es tarde y se ve poco. Estamos bastante desorientados en cuanto a dónde buscar a Snape.

—De todos modos, no puede ser tan difícil, ¿no? —digo—. Está mal de la pierna, muy rengo.

—Pero si en serio avanzara a paso de rengo, ya lo habríamos encontrado, ¿no crees? —dice Hermione con preocupación—. Harry, ¿qué haces? ¡Allí está el bosque prohibido! ¡No debes entrar ahí!

—Bueno, por algo tiene la palabra “prohibido” en su nombre —observa Ron.

—Muy gracioso —dice Hermione con la boca en una fina línea. Luego se vuelve hacia Harry nuevamente—. Harry Potter, te dije que te quedaras aquí. —Se vuelve hacia nosotros. Si sigue así le dará tortícolis. —Por todos los cielos, ¿es que no me oye?

Harry sigue caminando hacia el borde del bosque. Miro hacia la derecha, cerca de lo que parece el punto de su destino, y veo una sombra… No, son dos. Una más pequeña que la otra, aunque ambas de figuras altas.

—Hermione —susurro—, mira hacia allí.

Ella obedece y se tapa la boca cuando los ve.

—¿Crees que sea…? —pregunta Ron.

—¿Snape? Seguramente —digo con firmeza—. Y el otro ha de ser Quirrell.

—¿Y cómo sabes eso?

—Eh… Pues mírale… el turbante. Nadie tiene la cabeza así de inflada. Ahora, hagamos silencio y sigámoslo.

Antes de que Hermione pueda quejarse, Ron y yo tiramos de su manga y la arrastramos hacia los límites del bosque, siguiendo cautelosamente a Harry. Por supuesto que hacer algo “cautelosamente” no es algo que se me dé especialmente bien, pero relativamente lo logro (solamente piso y parto tres ramitas y un par de hojas).

Me adelanto un poco del grupo y, cuando estoy lo suficientemente cerca de Harry como para arrastrarlo de vuelta al castillo, oigo dos voces murmurando. Oculta detrás de un grueso tronco me quedo a escuchar.

—... n-no sé p-por qué querías ver-verme j-justo a-aquí, de entre t-todos

los l-lugares, Severus...

Pobre profesor Quirrell, está tartamudeando más que nunca. Snape lo pone tan nervioso como al resto del mundo.

—Oh, pensé que íbamos a mantener esto en privado —dico Snape gélidamente—. Ya sabes que los alumnos no deben saber nada sobre la Piedra

Filosofal.

Quirrell balbucea algo ininteligible y Snape lo interrumpe.

—¿Ya has averiguado cómo burlar a esa bestia de Hagrid?

—P-p-pero Severus, y-yo...

—Tú no querrás que yo sea tu enemigo, Quirrell —dice con voz amenazante, aunque sin elevar el tono.

—Y-yo no s-sé qué...

—Tú sabes perfectamente bien lo que quiero decir.

Una lechuza grita desaforada, tapando partes de la conversación. Cuando al fin se calla y la circulación de mi sangre deja de invadirme la audición logro escuchar el final de la frase de Snape.

—... tu pequeña parte del abracadabra. Estoy esperando.

—P-pero y-yo no...

—Muy bien —interrumpe Snape—. Vamos a tener otra pequeña charla

muy pronto, cuando hayas tenido tiempo de pensar y decidir dónde están tus

lealtades.

Oigo los pasos del rengo Snape alejándose, y no salgo hasta haberme asegurado de que se fue completamente. Espío desde detrás del tronco y la sangre se me hiela al ver a Quirrell petrificado.

—¡Leyla! —dice Harry con un hilo de voz—. Ven, debemos contarles a los chicos.

Conseguimos una habitación vacía en el castillo y, luego de asegurarnos de que Peeves no está dentro, nos encerramos dentro. En el bosque prohibido no hay buen ambiente para hablar, y siempre puedes ser observado (tal como acabamos de espiar a Snape y Quirrell). Harry, que reacciona mucho más rápido que yo al shock de lo sucedido, les cuenta a Ron y Hermione lo que oímos.

—Por todos los cielos —dice Hermione por decimocuarta vez en el día—, ¡teníamos razón! —exclama triunfante, y luego vuelve a ponerse seria—. Es la Piedra Filosofal, y Snape quiere obligar al pobre profesor Quirrell de que se una a él para robarla.

—No lo sé… —dice Ron.

—¡Sí, sí! —El entusiasmo de Hermione es inmensurable. —Lo que dijo de Hagrid era para decirle si sabía cómo burlar a Fluffy, y sobre el “abracadabra”… Seguramente Quirrell está ayudando a protegerla, es probable que sean encantamientos anti-artes oscuras.

—Debe ser lo único que le falta hasta llegar a la piedra —digo yo, hablando por primera vez. Al principio no quería admitir que Snape estaba haciendo eso, porque estoy tratando de verle el lado bueno y de comprender sus acciones, pero esto es obviamente una obra contra Dumbledore, con malas intenciones—. Eso quiere decir que esto es sumamente grave.

—¿Por qué? —pregunta Ron, y Hermione sigue con su rol de explicar:

—Eso significa que la piedra estará segura mientras Quirrell se mantenga firme.

Ron asiente.

—Lo que se traduce como nada de tiempo.

En la sala común hay una fiesta en celebración de nuestra reciente victoria en Quidditch, pero eso me parece aún más irrelevante ahora. Incluso me molesta más porque George y Angelina son parte de las estrellas de la fiesta (aunque Harry es la personalidad del día, porque él fue quien atrapó la Snitch rápidamente). Como quedarme con Parvati y/o Lavender en la habitación sería un acto suicida, salgo de la Torre y paseo por el tercer piso. Pego la oreja a la puerta de madera del pasillo de Fluffy para controlar. Sigue respirando, así que por ahora no hay necesidad de volverse locos.

Como sé que la cena se aproxima, y no quiero estar en sociedad para ese momento, decido ir a ver si ya hay algo para comer. Pero cuando estoy por llegar al Gran Salón escucho unos pasos detrás de mí, y Cedric aparece con una corona amarilla que tiene un tejón. Yo sonrío y señalo lo que lleva puesto.

—Nos dieron una a cada uno del equipo por haber trabajado duro —explica encogiéndose de hombros—. Ten.

Él me coloca la corona en la cabeza, y me siento temblar mientras lo hace.

—Tu cabello huele bien —comenta.

—Gracias. —Omito el hecho de que no me baño desde lo sucedido con Angelina. —Me queda hermosa, ¿no? —bromeo.

—En realidad que sí. Contrasta con tu cabello.

No te sonrojes, no te sonrojes…

—¿Y qué haces por aquí?

—Nuestra sala común queda cerca de las cocinas, y siempre estamos por estos pisos inferiores. ¿Y tú?

—Venía por comida, debo admitir. Pero ya no importa, creo que puedo esperar a la cena.

Después de todo, si él es la sociedad, creo que sobreviviré.

Mis días en Hogwarts ahora se tratan básicamente de controlar la puerta de Fluffy regularmente, hacer las cosas bien en Pociones (sin destacar) mientras vigilo a Snape, evitar a George y Angelina bajo todo concepto, admirar a Cedric a la distancia (o quizás no tan distante…) y estudiar. Oh, y comer. Muy importante.

La parte de estudiar me está ocupando más tiempo que el que me gustaría, aunque eso tampoco es tanto, porque lo ideal para mí sería: nada. Cero. Pero Hermione me acompaña en la biblioteca, y a veces hasta logro aguantar a Madam Pince. Lo que realmente me molesta es tener que evitar a dos personas con las que comparto casa, me hace acordar a mi vida en la mansión Blair-Black. Aunque, en realidad, son más de dos personas; aparte de Angelina y George, siempre quiero esquivar a Parvati y Lavender. Y Lauren, que es amiga de Angelina. Y Fred, porque a veces me lo confundo con su gemelo. Básicamente huyo de todos.

—¿Cuándo es el examen de Encantamientos? —le pregunto a Hermione, que está detrás de la enorme pila de libros.

—Mmm, déjame ver… En ocho semanas.

—¿Y ya nos envió toda esta tarea?

Hermione termina de escribir la oración y me mira con seriedad.

—Leyla, los exámenes son sumamente importantes. Son nuestra entrada a Segundo Año, y la base de nuestra educación. Me parece muy bien que el profesor Flitwick nos haya dado ya para practicar, y lo que me parece extraño es que la profesora McGonagall aún no nos haya asignado nada.

—Creo que tiene la cabeza en otras cosas —comento con picardía.

—¿En qué otras cosas?

—Mmm, digamos que tiene un pequeño noviecito…

—¿Qué? ¿Quién?

—Filch.

Hemos subido el tono de voz, pero la bibliotecaria no nos pide que nos callemos, lo cual comprueba mi teoría de que ella quiere algo con Filch. Y cómo no, si son tal para cual.

—Sí, los vi declarándose su amor en… un pasillo oscuro.

—Esto es increíble. Pero debemos seguir estudiando.

—Sí, ya sé; la profesora nos mandará deberes aunque esté con revolución de hormonas.

Ella me pasa la teoría de Wingardium Leviosa, que todavía me cuesta un poco, y yo la repaso. Con la varita no estoy tan mal, pero Hermione está convencida que nos tomarán teórico, y explicar no se me da tan bien.

Lo malo es que ahora, en vacaciones de Pascua, tengo más tiempo para pensar en mis problemas. Aunque tenemos toneladas de tarea para hacer, no son lo suficientemente distrayentes ni duran tanto. También pasamos el tiempo en la biblioteca o en la Sala Común, así que es mucho más normal que me encuentre con toda la gente que quiero evitar. Ayer estaba estudiando sobre la alfombra de la Sala, frente a la chimenea, cuando alguien se sentó a mi lado.

—¿Hola? —dije.

—Hola, ¿cómo estás? Supongo que me conoces, ¿no? Soy Lauren Blue, de Tercero.

—Ah… sí.

—Angelina, Alicia y yo estábamos pensando que tal vez te gustaría venir con nosotras afuera. Ya sabes, a platicar un rato y hacernos algún peinado. ¿No quieres unirte?

La miré con desconfianza.

—¿Y por qué yo, si puedo preguntar?

—Nos caes bien —dijo, encogiéndose de hombros—. En general odiamos a las de Primero, sobre todo ahora que somos dos años mayores. Pero tú… tú eres distinta, no lo sé. Pareces más madura.

—Hermione es madura.

—Sí, pero tú también eres divertida.

—Mmm… Mira, me encantaría, pero creo que no llego a terminar con este libraco. Quizás más avanzada la semana pueda unirme a ustedes, ¿sí?

Puso cara de decepción, pero finalmente aceptó. Por primera vez agradecí tener que estudiar. Pero ni siquiera es tanto lo que nos dieron, y ya se me está acabando, así que no podré huir de ellas por siempre.

Harry y Ron se unen a nosotras hoy en la biblioteca porque ya Hermione los está volviendo locos por no hacer los deberes. Claro que para Ron eso significa mirar por sobre el hombro de Hermione y copiarse todo lo que pueda. Harry y yo hacemos una parte individual, luego nos consultamos, y finalmente terminamos imitando a Ron.

—Chicos, no crean que no me doy cuenta —dice Hermione al cabo de unos cuarenta minutos—. No se copien, ¿si no cómo aprenderán?

—Harry, ¿recuerdas cómo se llamaba ese animal que tiene tres cuernos?

—¡Hagrid!

—¿Eh? —pregunto—. No, no creo que se llame así.

—Hagrid, ¿qué haces en la biblioteca?

Levanto la vista y veo a Hagrid, enorme como siempre, apoyándose con una enorme mano en la mesa de madera. Supongo que Madam Pince no lo ha visto, porque estaría escandalizada. La otra mano, sin embargo, está bien escondida detrás de su espalda.

—Hola, chicos. Solo venía a mirar —dice en una mala actuación—. ¿Y ustedes? Ron, jamás hubiera esperado verte encerrado en una biblioteca en vacaciones.

Hermione frunció el entrecejo y siguió leyendo del libro de Pociones, que por suerte me sé de memoria. Una carga menos.

—No estarán buscando a Nicolas Flamel, ¿verdad?

—No, claro que no —dice Ron—, a él lo encontramos hace siglos. —Los ojos de Hagrid se abren como platos. —Y también sabemos que el perro está custodiando la Piedra Fil…

—¡Shhh! No pueden ir por ahí gritando eso.

—Sí, Madam Pince tiene ojos de águila y oído de… eh… algo que tiene mucha audición.

—Hagrid, tenemos varias cosas para preguntarte —dice Harry firmemente—. ¿Qué custodia la Piedra, además de Fluffy…?

—¡SHHH! Por favor, dejen el tema. Vengan a visitarme más tarde, a mi cabaña, pero no hablemos más aquí. Ni en ningún otro lado, o creerán que yo les conté.

—Está bien, nos vemos más tarde, Hagrid —saludo.

Una vez que se va, Hermione levanta la vista del libro con el ceño fruncido.

—Está bien, está bien, no nos copiaremos más —digo, pero eso no es lo que la preocupa.

—¿Vieron qué tenía detrás de la espalda?

—No, Hagrid es enorme —le respondo—. ¿Y tú, Ron? Estabas más de costado.

Él niega con la cabeza.

—¿Pero vieron en qué sección estaba? —insiste Hermione.

Harry y yo nos levantamos de un salto y corremos hacia donde apareció Hagrid por primera vez.

—¡Dragones!

—Vaya, en mi casa hay varios de estos —cuento—; mi padre estudiaba a los dragones en su juventud. Ahora se dedica a unos gusanos horribles.

Del huevo al infierno: Una guía para los guardianes de dragones —lee Ron.

—Hagrid siempre quiso tener un dragón; me lo dijo el día en que lo conocí —nos cuenta Harry.

—¡Pero eso es ilegal! —exclama Ron—. Charlie siempre nos cuenta de las inspecciones que recibe en Rumania, para verificar que todo está en condiciones y regulado.

—Oh, por dios, ¿en qué se ha metido Hagrid?

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