35. La verdad

Hoy, celebrando las casi 24.000 lecturas... ¡les traigo el capítulo 35!

Disfruten.

...................

Capítulo treinta y cinco

La verdad

—Con todo ese oro, yo me compraría un equipo de Quidditch para mí solo —se decide Ron en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, después de más de una hora de discutir con Harry sobre qué harían si tuvieran la Piedra Filosofal. Claro que sin mencionar al objeto, ya que sería demasiado sospechoso si los profesores los oyeran hablar sobre eso, aunque Quirrell tampoco es una gran amenaza.

—Ahora que lo mencionas, creo que ya decidí algo sobre el partido contra Slytherin —dice Harry—. Jugaré, a pesar de que Snape sea árbitro. Sé que les ganaremos, les quitaremos la sonrisa de la cara a esas serpientes.

Ya no los escucho. Hermione tampoco les presta atención, pero solamente porque está copiando de la pizarra las formas de curar las mordeduras de hombres lobo. Yo, en cambio, tengo la cabeza ocupada por Snape, por lo que tendrá para decirme…

En el almuerzo, apenas puedo llevarme la comida a la boca. Mi mano insiste en torcer el tenedor hacia el costado, de modo que los fideos terminan cayendo en el piso o sobre mi túnica, sin llegar a que los coma. Sacudo los restos que quedaron en mi ropa, como un último -y primer- bocado y vacío mi vaso de un trago antes de levantarme de la mesa. Estoy tan nerviosa que apenas tengo hambre, ya me siento llena. Harry, Ron y Hermione están muy ocupados hablando sobre el partido de Quidditch, así que no notan que me voy. En cambio, otra persona sí lo hace.

—¿Te sientes bien?

Siento sus manos en mis brazos, tratando de afirmarme, sosteniéndome para que no me caiga.

—Sí, Neville, gracias.

—Te ves enferma.

—No es nada, pasé una mala noche —digo, lo que es verdad, aunque no la única razón de mi aspecto lamentable.

—¿Tienes fiebre? —insiste.

—No te preocupes —le digo con una sonrisa—. ¿Qué hora es?

—Doce y cuarto.

Mi encuentro con Snape será al finalizar las clases, aproximadamente a las tres de la tarde, así que tengo tiempo para relajarme. Decido hacer algo para distraerme.

—Ven, vamos a hablar —le digo y lo arrastro fuera del Gran Salón. Nos sentamos en una escalera, al mismo nivel en los escalones—. ¿Cómo vas con Hannah?

Se pone rojo. Es tan tierno cuando le pasa eso… No fue mi mejor opción haber tenido ese pequeño romance con él, pero no hay rencor entre nosotros, y ahora puedo verlo como a un hermano. Sé que es mejor que Leon, mi verdadero hermano.

—No tengas vergüenza.

—Bueno… hablamos, de vez en cuando.

—Genial.

—Le gusta la Herbología —sigue, ahora con más confianza—, y no soy muy malo en eso, así que tenemos temas en común.

—¿Bromeas? Eres excelente. Sprout está muy contenta de tenerte de alumno… y yo de compañero, debo admitir. Me ayudas un montón.

El rojo se intensifica en sus mejillas, y me dedica una sonrisa nerviosa.

—Igual, creo que no quiero una relación… ya sabes, amorosa —me dice—. Me conformo con tener amigos como tú.

—Maldita sea, Neville, me vas a hacer llorar —digo, tratando de darle un tono liviano a mis palabras para que no se note que en realidad siento eso.

Pronto cambiamos de tema a algo más alegre, aunque sigo preocupada por lo que me espera esta tarde. En las dos horas de Encantamientos me quedo recostada sobre el banco, ya que ningún hechizo me sale en estas condiciones, y Hermione me reprocha varias veces mi comportamiento. Si tan solo ella supiera…

Suena el timbre del final de la clase. Aún no me aprendo los horarios de Hogwarts, así que miro el reloj de Ron, que me indica que faltan tan solo diez minutos para el gran encuentro. Guardo todo en mi bolso, me lo cuelgo al hombro y me voy escaleras abajo hacia las mazmorras. Mientras espero, sudando, escucho pasos detrás de mí. ¿Snape?

No, Draco.

Mi primo me saluda con la mano.

—¿No vas a devolverme el saludo? —pregunta enojado.

—Pensé que ya no querías hablarme.

—Eso no incluye saludarse por buena educación.

Buena educación, claro. Invéntate otra, primo.

—Como quieras —le digo—. Vete, por favor, estoy por hacer algo importante.

—¿Qué?

—Que te vayas.

Me mira sorprendido, y articula sin poder decir una sola palabra. Al final se va, cual perro con la cola entre las patas. Sonrío maliciosamente.

—Señorita Blair…

Siento que mi sangre se vuelve agua. Pierdo el calor al escuchar la voz de Snape detrás de mí. Me doy vuelta y miro hacia arriba, torciendo la cabeza para verlo.

No pienses en nada, no pienses en nada… Él puede leer tu mente.

—Señor. —Logro que mi voz suene firme, a pesar de que yo misma estoy temblando. Estoy decidida a conseguir lo que quiero, nada más y nada menos. —Quiero que…

—No, aquí no —dice con cierta inseguridad en la voz, algo que jamás había siquiera imaginado que le pasaría al profesor de Pociones—. Entra al aula.

Voy tras él, cierro la puerta y me siento del lado del frente de su escritorio. Él está en su silla, del otro lado, con el rostro serio e inexpresivo. Muevo las piernas, balanceándolas por debajo de la mesa, esperando a que algo suceda. Después de un largo e incómodo silencio, en el que el frío de la mazmorra protagoniza la escena, dice:

—¿Y bien? ¿Sobre qué quiere hablar? No tengo todo el día.

Por un instante temo que George y yo nos hayamos equivocado en nuestra suposición, temo que Snape no sea el autor de las notas. Pero ya estoy aquí, y no pierdo nada con intentarlo… creo.

—Quiero… saber algo.

Olvida a Flamel, olvida a Flamel…

Él enarca una ceja, sin mostrar otro signo de vida. Sigue igual de indiferente como siempre. Este hombre es una piedra.

—¿Qué cosa?

Hay un silencio. Dudo unos instantes antes de decir:

—La verdad. Sea cual sea.

Abre los ojos, que son tan negros como los míos. Ya no los veo tan oscuros como antes, hay un poco de claridad en ellos. Hay vida detrás de esa mirada gélida. Desvío la vista, temiendo que pueda entrar en mis pensamientos.

—De acuerdo —dice—. Te diré la verdad. —Inhala. Fija la vista en el escritorio, y el tiempo pasa. Después de un largo rato en el que estoy muy nerviosa, pensando en que se está muriendo, exhala, para mi tranquilidad. —Es sobre tu familia.

Se me erizan los pelos de la nuca, y sacudo levemente la cabeza como reacción inmediata.

—Hay por lo menos una razón por la que tu madre no te quiere tanto como a tus hermanos.

—Admítalo, soy una marginada —digo en un momento de valor, que acaba tan pronto me encuentro con sus ojos—. Lo siento.

—Se podría decir que sí. Leyla… —Me sorprendo de que me llame por mi nombre. —Eres una clímaga. Veo que no estás sorprendida, eres muy inteligente, supongo que ya te habías dado cuenta… —Asiento casi imperceptiblemente con la cabeza. ¿Desde cuándo Snape dedica cumplidos? —Eres muy poderosa. Sé reconocer a una clímaga cuando la veo, mi propia madre fue una.

Veo que sus ojos se mueven rápidamente, pero no puedo identificar a qué se debe esta reacción. ¿Habrá hablado de más?

—Alesia, tu madre, tenía el don también, aunque muy poco desarrollado… y tú, cuando naciste, heredaste la habilidad. Se la quitaste. Presumo que por eso no estuvo muy contenta de tu nacimiento.

Auch. Eso duele. Una cosa es que sean mis pensamientos, que todo suceda en mi cabeza, pero que Snape, un profesor de Hogwarts, lo diga…

—¿Y cómo sabe usted todo esto? —pregunto de mal modo, dolida por la verdad de sus palabras.

—Yo… yo era amigo de tu madre cuando estudiaba aquí.

—No recuerdo haberla oído hablar de usted —digo, aunque eso no es decir mucho, ya que rara vez oigo a mi madre cuando habla.

—Mantuvimos contacto hasta cierto punto. Luego nos distanciamos. A tu padre no le gustaba mucho que yo me hablara con ella.

Claro, y ahora me va a decir que mi padre estaba celoso de Snape. Totalmente lógico, sobre todo porque mi padre alguna vez tuvo cabello dorado y fue flaco. Era buen mozo en sus tiempos.

Miro a Snape. Parece estar luchando contra algo en su interior. Siento que le falta mucho por contar, porque nadie se esforzaría tanto para contarme esto, que encima ya lo había descubierto por mi cuenta.

Un murmullo proveniente del pasillo entra a través de la madera de la puerta, molestando.

—¿Está usted enfermo? —pregunto.

—No. Bueno, podría ser; no he estado bien de salud últimamente. —Se agarra la cabeza con una mano, y me observa. —¿Cómo supiste que yo te había enviado la nota? Las notas —se corrige—, ambas fueron mías.

Respiro hondo.

—Primero no tenía la más mínima idea —respondo con sinceridad—, y me había despistado haberlo visto saliendo del castillo a la hora de la, eh, cita. Y la segunda nota me tomó mucho tiempo encontrarla, y ya era tarde para cuando lo hice. Pero recordé que usted había hecho algo con su varita el día en que había usado aquella túnica por última vez, había sentido algo en mi bolsillo, y logré relacionar varias cosas hasta adivinar quién era el autor.

—Me imagino que Granger te habrá ayudado.

El murmullo del pasillo crece, se siente como si una clase completa estuviera pasando por allí. Una muy ruidosa, por cierto.

—No, no le mencioné nada sobre el asunto a Hermione. Sí recibí ayuda, pero de una sola persona. Ahora no tiene importancia quién fue —me apresuro a agregar antes de que castigue a George por mi culpa, o a Hermione. No quiero involucrar a nadie más en esto.

—No, claro que no —dice, y comienza a respirar más pesadamente—. Lil… Leyla —se corrige—, hay algo que debes saber.

Aquí viene la verdadera revelación. Mi propia respiración se hace más pesada, mi pulso se acelera…

—Tú… —dice—, tú…

—¡No empujes! ¡No puedo escuchar! —dice una voz desde afuera.

—¡Entonces cállate! —le responde otra. Snape, volviendo a su rostro habitual y dejando atrás su momento de debilidad, se pone de pie de golpe y saca la varita bruscamente. Yo me hago a un lado, cayendo torpemente de la silla al suelo, y él apunta hacia la puerta, la cual se abre de par en par.

—Ups… —dice uno de los intrusos.

Pansy Parkinson y Daphne Greengrass, dos chicas de primero de Slytherin, estaban apoyadas contra la puerta, espiando. Al abrirse las puertas de golpe, debieron haber caído, perdiendo el punto de apoyo. Se ven tan patéticas sobre el suelo.

—Creo que es momento de que las señoritas, todas, se retiren. Vuelvan a sus salas comunes —nos ordena a todas, actuando indiferente al hecho de que recién estuvimos en una especie de confesionario. Con la cabeza gacha, Pansy, Daphne y yo nos vamos del aula. Snape cierra la puerta prácticamente en nuestros traseros, y las chicas no se animan a hablar hasta que nos alejamos lo suficiente. Pero la paz no dura mucho.

—¿Qué estabas haciendo allí, Blair? —pregunta Parkinson, ladrando como la perra que es.

—¿Besuqueándote con el profesor, eh? —se burla Greengrass, tirando besitos al aire.

—Ya quisieran hacerlo ustedes, serpientes.

—Mira, Blair, no sé quién te crees que eres, pero obviamente Draco…

—Deja de hablar de él, Parkinson —la interrumpo—. Acéptalo, no te ama, y jamás lo hará. Espero que consigas unos lindos gatos para que te acompañen en tus próximos años de solterona —digo, y me largo antes de que se le ocurra lanzarme un maleficio. Mi primo no es la mejor persona del mundo, pero ni él se merece a alguien como ella.

Recién siete pisos más arriba, cuando regreso a la sala común de Gryffindor, puedo respirar tranquila. Tengo mucho que asimilar. Me dejo caer sobre la alfombra del suelo, y veo como todos los curiosos forman un círculo opresor a mi alrededor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top