34. Nicolas Flamel

Capítulo treinta y cuatro

Nicolas Flamel

—Admítelo, Hermione, ¡te gané! —dice Ron cuando hace jaque mate. La sala común está bastante llena, así que me hago un lugar cerca de ellos y me siento. Aún estoy de mal humor por la clase de Pociones—. Hola, Leyla, ¿sabes que acabo de ganarle a Hermione? —dice él con una sonrisa. Hermione resopla.

—Todos podemos equivocarnos, Ron —dice ella con fastidio—. Leyla… —me dice, ahora con tono más amable y suave—, quiero agradecerte por lo que hiciste por mí hoy. Fue algo muy valiente de tu parte: enfrentarte a tu primo delante de Snape para defenderme.

—No fue nada. Ese imbécil se merecía una lección —digo, quitándole importancia—, y tenía que descargarme de alguna manera.

—Gracias de todas formas.

Me dedica una sonrisa, y yo se la devuelvo. Ron, aún eufórico por haber superado a Hermione en algo, me pregunta:

—¿Puedes explicar qué demonios pasó en la clase de Snape?

—¡Ron! ¡El vocabulario! —lo reprende Hermione, pero él no le hace caso.

—En realidad, no. Ya me gustaría poder hacerlo. Debe ser otro caso de magia descontrolada —digo, encogiéndome de hombros y quitándole importancia. Ron parece olvidar el tema de inmediato, pero Hermione muestra cierta sospecha.

—Mmmm —dice ella—, luego hablaremos sobre eso.

Diantres.

—Vamos, Hermione, juguemos otra partida.

—No, no tengo tiempo para eso.

Ron sonríe maliciosamente.

—Tienes miedo de perder —le espeta.

—¡Claro que no!

—Sabes que te ganaré de nuevo, y no soportas fracasar —dice con una sonrisa de satisfacción—. Oh, Hermione, cuánto que tienes por aprender en la vida…

Parece que la urgencia sobre Quidditch era solamente para Harry, porque los gemelos entran a la sala común por el orificio, junto con Lee Jordan. George deja de charlar en cuanto me ve y se separa del grupo para hablar conmigo a solas. Yo me levanto de mi lugar junto a mis amigos y camino hacia él. Más allá está Fred, haciendo gestos graciosos con sus cejas, como si insinuara algo.

—Nos tienen como locos con las prácticas de Quidditch —dice George una vez que estamos solos en un rincón—, y esta tarde tengo entrenamiento, así que no creo que podamos pensar un buen plan.

—Sí, ya vi. Wood sacó a Harry de la clase de Snape, ¡imagínate!

George abre los ojos como platos. Nunca me cansaré de observarlos, son tan deliciosos. Hasta se podría sentir el gusto a chocolate con la vista.

—¿Snape? ¿Tuviste Pociones ya? —pregunta con preocupación.

—Sí —admito. No tengo muchas ganas de hablar de esto—. Hoy es jueves. Recuerda que cambian los horarios luego del receso de invierno.

—¿Y qué has hecho? ¿Has logrado evitar sus ojos?

Ahora son los ojos de George a los que quiero evitar, en realidad, para que no pueda ver lo que oculto. Miro hacia otro lado, haciéndome la distraída, como si de repente me interesara la gotera del techo.

—¡Leyla!

Suspiro. Él está conmigo en esto, tengo que contarle.

—Mira —le digo, gesticulando con las manos mientras hablo—, tuve cierta… eh… conexión con él. No, no creo que haya sido Legeremancia, tan sólo sentí algo, una chispa. Nada para preocuparse. —Él frunce el ceño. Claramente sí piensa que debe preocuparse por ello. —Hice en la clase un par de cosas que no debí haber hecho, lo admito, pero no me metí en problemas por ello. Y le pedí hablar con él, en privado.

—¿Perdiste la cabeza?

—No, no, me parece una muy buena idea. Escucha, él no intentó nada contra mí, y simplemente creo que tiene algo para decirme. ¿Qué tan malo puede ser eso?

—Lo suficiente como para tener que mantener todo en secreto —razona él—. ¿Por qué tanto misterio si no fuera algo de lo que nadie debe enterarse?

—Buen punto —digo—. Anótate un tanto en el tablero.

—¿Entonces?

—Puede ser que tenga algo… grave para decirme. Pero de algún modo terminaré enterándome, y no quiero que pase más tiempo. Además, lo enfrenté, se lo dije de cara y salí ilesa. Ya quiero acabar con todo este misterio sin sentido.

George clava su mirada en la mía, la sostiene.

No parpadees, Leyla, ¡gánale!, me anima mi infantil voz interior. Por primera vez soy más madura que ella. (O tal vez por segunda vez, luego del “Chu chuuu, chaca chaca chaca” al imitar el Expreso de Hogwarts).

—Está bien —dice él luego de un rato—, creo que fue arriesgado, pero te salió bien. ¿Entonces mañana hablarás con él?

—Sí. Supongo que después de clases, ya que los viernes no tengo más Pociones.

—Hablando del viernes —dice—, yo te prometí algo.

Y cómo olvidarlo. Estuve prácticamente toda la semana pensando en cuándo volvería a mencionar la salida que él había propuesto.

—¿Ah, sí? —me hago la tonta, y le sonrío—. ¿A dónde quieres ir, al final?

—Tengo una sorpresa pensada.

Se queda callado, así que supongo que no piensa contarme más. Vaya, y yo que quería acabar con el misterio…

Veo que por el orificio de entrada pasa Harry, con cara de preocupación.

—Espero que Wood no lo haya destrozado con sus nervios —dice George, mirándolo—. Tiene el síndrome de capitán sobrepasado, ¿sabías?

—Iré a ver cómo está.

Vuelvo a la mesa ratona donde Hermione y Ron siguen jugando al ajedrez, ahora con Harry sentado también en el sillón.

—¿Por qué esa cara larga, Potter? —le digo de forma cariñosa. Hermione y Ron miran con interés, abandonando la partida.

—Snape será árbitro en el partido contra Slytherin.

Genial. Lo último que necesitábamos era más Snape.

Por la tarde, poco antes de la cena, vuelvo a la habitación de las chicas, con Hermione pisándome los talones.

—Quiero que me expliques en qué andas —exige por decimocuarta vez.

Resoplo.

—Herms, por favor, tengo sueño… —digo como excusa, y me arrodillo frente a mi baúl para buscar un pergamino en el que hay un dibujo a medio hacer. Lo dejo sobre mi cama y tomo mi pluma y mi tintero para terminar el boceto—. Solo quiero esperar hasta la comida para llenarme el estómago y luego irme a dormir. Ya casi no me queda energía.

Me recuesto sobre la cama y sigo pintando el patrón.

—Uh, se me llenó la punta de… ¿éstos son pelos? ¡Qué asco! —Me levanto y vuelvo a inspeccionar mi baúl, mas me quedé sin repuestos. —Tiene que haber alguna pluma de más en toda la habitación.

Me pongo a buscar por debajo de las camas, arrodillada sobre el piso, pero solamente encuentro un paquete de ranas de chocolate. Lo abro y me devoro el interior.

—Sí que tenías mucho hambre —dice Hermione.

—Te lo dije. Ah, mira, Dumbledore otra vez —le digo, mostrándole la figurita que viene dentro del envase. La saco y la observo mientras mastico el chocolate—. Mmm, esto me da energía.

—Harry las colecciona, ¿verdad? —dice Hermione, apoyando mi cambio abrupto de tema.

—Sí, fue la primera que encontró. Recuerdo que fue en el tren… ¡AQUÍ ESTÁ!

Hermione me mira alarmada.

—¿Qué sucede? ¿Qué está? ¿Encontraste la pluma?

—No, no, no. Flamel. Lo encontré —digo con emoción, y ella me mira con una ceja arqueada—. Rápido, llama a los chicos.

—Ellos no pueden subir por nuestra escalera, se transforma en una rampa en cuanto la pisan. Créeme, ya lo han intentado.

—Pues entonces vamos nosotras —propongo con inmensa felicidad y urgencia a la vez—. ¡Rápido!

En la sala común no resulta necesario llamar a los chicos, ya que notan que nos dirigimos hacia ellos.

—¿Qué pasa? —pregunta Ron—. Se escuchan los gritos desde aquí abajo…

—Lo encontré —les digo en un jadeo, tratando de no levantar mucho la voz para que no se entere nadie más—, encontré a Flamel.

Les ofrezco la tarjeta del personaje y Harry lee:

—Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald en 1945, por el descubrimiento de los doce usos de la sangre de dragón, ¡y su trabajo en alquimia con su compañero Nicolas Flamel!

—¡Harry! —dice Ron con emoción.

—Sabía que lo había leído en algún lado —dice él, y Hermione pega un saltito de alegría.

—Esperen aquí —dice ella—. Oh, Leyla, si me hubieras dicho un poco antes…

Inesperadamente, sale corriendo escaleras arriba, otra vez hacia nuestro cuarto, y vuelve con un pesado libro de la biblioteca.

—Jamás se me hubiera ocurrido buscar aquí —dice, refiriéndose al tomo que tiene entre manos—. Lo tomé prestado hace semanas, para tener una lectura liviana.

—¿Liviana? —dice Ron con sorna, pero ella lo ignora, pasando página tras página, enloquecida. Incluso temo que rompa una de las finas hojas al pasarlas con tanto ímpetu. Finalmente, exclama:

—¡Aquí, aquí!

No puedo creer que hayamos avanzado tanto gracias a mi glotonería.

—¿Qué dice? —pregunto—. ¡Léenos!

—Nicolas Flamel —recita— es el único creador conocido de la… Piedra Filosofal.

Algo en ese nombre me causa escalofríos. Debe ser un objeto muy potente. Alguna vez he oído hablar de él, pero no puedo ubicarlo, tal como me pasó con el nombre de Flamel.

—Eh… ¿la qué? —pregunta Harry. Me alegro de no ser la única perdida en el tema.

—Aprendan a leer, queridos —dice ella, y lee en voz alta:

El antiguo estudio de la alquimia está relacionado con crear la Piedra Filosofal, una sustancia legendaria con poderes asombrosos. La piedra puede transformar cualquier metal en oro puro. También produce el Elixir de la Vida, que hace inmortal a quien lo bebe.

Hubo muchos informes de la Piedra Filosofal a través de los siglos, pero la única piedra actualmente en existencia pertenece al señor Nicolas Flamel, el notable alquimista y amante de la ópera. El señor Flamel, quien ha celebrado sus seiscientos setenta y cinco años el año pasado, disfruta de una vida tranquila en Devon con su esposa Perenelle (de seiscientos cincuenta y ocho años).

—¿Se dan cuenta? —sigue ella, mientras todos nos recuperamos del shock—, el perro debe estar custodiando la Piedra Filosofal, la de Flamel, la única que existe actualmente. Seguramente le pidió a Dumbledore que la cuidara por él, porque son amigos… y porque sabe que alguien más la buscaba. ¡Por eso quiso que se sacara la piedra de Gringotts!

Yo encontré a Flamel en la tarjeta, y ahora Hermione se lleva toda la atención por haber recordado algo de sus apestosos libros.

—No es raro que Snape la busque, ¡es una piedra que convierte cualquier metal en oro y te hace inmortal! Cualquier tonto la querría.

—Y tampoco me extraña que no lo encontráramos en Un estudio de los recientes avances en la hechicería. Él no es exactamente reciente si tiene ya seiscientos setenta y cinco años, ¿verdad?

Luego de la cena me voy a dormir de mal humor. Las sábanas me cubren hasta la nariz, de nuevo, ya que me da miedo que me entren moscas por la noche. Son fobias raras que tengo. Debería estar contenta, ya que he conseguido hablar mañana con Snape, una cita con George, y también hemos descubierto quién es Flamel y qué guarda el perro de tres cabezas. Sin embargo, además de estar molesta porque Hermione se llevó todo el crédito, tengo miedo. Temo que mañana Snape pueda leer mi mente, por así decirlo, y ver que sé sobre lo que busca, sobre la Piedra Filosofal, sobre Fluffy… Esto será peligroso.

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