30. Exprimiéndome el cerebro
¡Hola! Les traigo este capítulo adelantado de regalo porque los amo. No olviden votar y dejar sus comentarios. Espero que les guste, ¡saludos!
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Capítulo treinta
Exprimiéndome el cerebro
Desde nuestra visita al espejo, nada sigue igual. Esta noche sueño con lo que vi, lo cual no está nada mal, pero luego ver a George se me hace un poco incómodo. Por suerte Ron no pudo ver lo que me mostraba a mí.
Harry tampoco está bien: está comiendo menos, lo veo muy ansioso durante el día, y durante la noche desaparece. Lo sé porque sigo durmiendo en el cuarto de los chicos, ya que no pienso volver a estar sola en el de las chicas. Mientras Ron duerme y yo fantaseo en mi cabeza con mi posible futuro con George, cada noche Harry se levanta, creyendo que yo también estoy soñando, se pone la capa y sale de la habitación, seguramente para ir a ver al espejo. Ron y yo ya tratamos de convencerlo de que no vaya más, pero él se niega a dejar de ir.
Creo que lo mejor es dejar que lo haga, porque, si se lo prohibimos, sólo empeorará las cosas, y de todos modos seguirá yendo. En parte entiendo su interés: ver a los padres que nunca conoció, la familia que nunca tuvo… Pero es alarmante cómo lo trastorna.
—¿Crees que hoy también irá? —me pregunta Ron cuando nos levantamos. Me encojo de hombros y doy un largo suspiro al estirar mis brazos.
—No lo sé… aunque, sí, probablemente vaya. No te pongas así, Ron; a mí también me preocupa, pero no podemos hacer nada.
Bajamos a la sala común y vemos a Harry tendido en un sofá.
—¡Ha…! —Me freno a mitad de frase, o más bien a mitad de palabra, porque no quiero despertarlo. Mejor que duerma.
—Lleva dos horas tirado ahí —dice Neville.
Espera…
—¿Neville? ¿Ya regresaste?
—Sí, mi abuela debió ir a San Mungo, el hospital, ya sabes. Tenía que ir a visitar a unos conocidos. Me dejó aquí más temprano de lo que esperaba, pero es lo mejor. Antes que quedarme con mi tío abuelo…
—No importa, qué bueno que hayas regresado. ¿Cómo pasaste la Navidad?
—Muy bien, gracias. Lamento no haberte enviado nada.
—Oh, tranquilo, que yo tampoco le envié nada a nadie —admito con un poco de vergüenza—. Lo pasé totalmente por alto.
Ron está sentado en el sofá delante de Harry, observándolo. Me siento al lado de Neville y le sigo contando.
—Espero que no te moleste, pero he estado durmiendo en tu cama los últimos días.
—¿Qué?
—Es que Harry y Ron tenían toda la habitación de chicos para ellos solos, y yo estaba muy sola en la de mujeres, así que me fui con ellos y puse mis cosas en tu cama.
—Oh… Bueno, supongo que está bien.
—Pero no te preocupes, ya mismo saco todo…
—No, no hay problema, no te apresures.
—De acuerdo. ¿Quieres bajar a desayunar, entonces? La comida debe estar lista ya.
Se le ilumina el rostro.
—Sí, por favor. Tengo mucha hambre, y estaba esperando a alguien para no ir solo.
—Perfecto. Sólo déjame cambiarme.
Subo a la habitación nuevamente y busco mi túnica. La que estuve usando los últimos días ya huele mal, así que voy a buscar una limpia a mi habitación. En mi baúl, luego de revolver, encuentro la túnica que estaba enterrada bien abajo, la que hallé el otro día. Está usada, y ahora recuerdo que es la que usé en el día en que tiré a mi primo con mis poderes frikis.
Me cambio de ropa, me calzo, y salgo apurada de la habitación para que Neville no se muera de hambre. Le indico que me siga, y salimos por el orificio del retrato.
—¿Siempre estás con chicos, querida? —pregunta la inoportuna de la dama gorda. Yo la ignoro y sigo con mi camino.
—Es raro ver el castillo tan vacío —dice Neville en el primer piso, antes de entrar en el Gran Salón, donde aún hay pocas personas. La mayoría de los alumnos volverá dentro de unos días, justo antes de que empiecen las clases de nuevo—. Se siente feo.
—Sí, cuesta acostumbrarse —digo—. Oh, mira, hoy hay huevos de nuevo. Creo que nunca comí tanta proteína en mi vida.
Nos sentamos a desayunar, y nos servimos los huevos con un delicioso pan negro.
—Oye, Neville, ¿recuerdas que te prometí que te ayudaría con alguna chica?
—Sí. Sobre eso, si es mucho lío… no te hagas problema, buscaré la manera…
—Ah, no, de eso ni hablar —lo corto—. Ya tengo algo planeado. Ven.
Me levanto, y él me sigue. Caminamos hacia la mesa de Hufflepuff y nos sentamos en el único rincón donde está ocupada. Los únicos alumnos siguen siendo Hannah Abbott y Cedric Diggory.
—Hola —les digo—, ¿pasaron bien las fiestas?
—Eh, sí —responde Cedric. Vaya, sí que es apuesto…—. ¿Y ustedes?
—También —respondo por los dos—. Me llamo Leyla.
—Soy Cedric. ¿Eres de primer año?
—Sí —admito—. Gryffindor.
—Hufflepuff, aunque es obvio. Oye, te veo cara conocida, ¿puede ser que seas hermana de…? No, olvídalo.
—Soy hermana de muchas personas —digo con una sonrisa—. ¿En qué curso estás?
—Tercero.
—Bueno, entonces para ti soy hermana de Selene.
—¡Ah, claro! Pero creí que todas las Blair-Black eran rubias.
—Parece que soy la excepción.
—No lo decía en modo de discriminación, espero que no…
—No hay problema, Cedric. Bueno, de todos modos yo venía a presentarles a Neville Longbottom… pero parece que no es necesario; ya tiene conversación con Hannah.
Es cierto, están hablando mucho, teniendo en cuenta lo que suelen ser las conversaciones de Neville con alguien que no sea yo.
—Bueno, mi colaboración ya no es requerida aquí, parece —digo—. ¿Eres el único de tercero de Hufflepuff?
—Sí. Al menos logré entrenar duro en estas vacaciones para el equipo de Quidditch.
—¿Juegas al Quidditch? —pregunto con interés. Quizás fue demasiado.
—Sí. Espero poder ser capitán el año que viene, aunque no sé… Hay varios que son buenos.
—Entonces te deseo buena suerte.
Meto una mano en el bolsillo de la túnica, para hacer algo con las manos, y siento un pedazo de papel. Mi cuerpo se tensa, desde la punta de los dedos, que tocan el papel, hasta la cabeza.
—¿Me disculpas un momento? —Mi voz suena nerviosa, y está demasiado aguda. Cedric asiente, y yo me levanto de un golpe y salgo corriendo del Gran Salón.
Una nota. El papel es una nota.
Abro el doblado y veo la letra apretada de la otra vez, en una nota nueva. Dice algo sobre mi regalo de Navidad, que debía pasar a buscarlo el 24 de diciembre antes de medianoche, en el cuarto piso. Esta nota debe estar aquí desde la última vez que la usé, el día del incidente con Draco y el viento, ya que nadie más estuvo en mi habitación: Hermione, Lavender y Parvati no están, y los chicos no pueden subir la escalera de las chicas. No hay otra explicación posible.
En realidad, no se trata sobre mi regalo, sino del encuentro que hubiera tenido con el autor de la nota. Es alguien que en verdad quiere tener un momento a solas conmigo, quiere verme en privado, y no piensa darse por vencido.
Creo que debería contarle a alguien sobre esto, porque realmente me está poniendo nerviosa. Pero, ¿a quién? Harry ya tiene demasiado en qué pensar con lo del espejo, y lo que menos necesita son mis preocupaciones. Ron no sabrá qué hacer, si es que en verdad le importa. Hermione ni siquiera está aquí, y, de todos modos, se volvería loca si se enterara. Ella hasta sería capaz de denunciar a todos sus sospechosos al Ministerio de la Magia.
Sí, claro, pequeña exagerada.
Sigo pensando… Podría decirle a Neville. Se asustaría, probablemente, pero al menos no le diría a nadie, como Hermione, ni haría cosas arriesgadas para descubrir al autor de las notas, como haría Harry. Sí, creo que él es la mejor opción. Miro de vuelta hacia el Gran Salón, y veo que sigue conversando con Hannah. No voy a arruinarle eso por mis problemas. Le diré cuando lo vea de nuevo.
Vuelvo a la Torre de Gryffindor y comienzo a ordenar y desordenar las piezas del nuevo juego de ajedrez mágico de Harry hasta que siento que alguien se sienta en la silla del otro lado de la mesa.
—Hola, George —digo un poco nerviosa, y sigo moviendo las piezas como maniática—. ¿Necesitas algo? —pregunto luego de un largo silencio. Al ver que no responde, levanto la vista—. ¡Eh!
—Lo siento, ¿me dijiste algo?
—¿Estás sordo?
—No, sí, no sé. Me quedé observándote.
Awww… Mira qué monada de chico…
—¿En serio? —pregunto, tratando de no sonar muy ilusionada.
—Sí, tu cabello está extraño.
Vaya manera de arruinar la emoción.
—¿Extraño cómo? —pregunto mientras cambio el lugar del alfil por el de la torre.
—Parece rojo.
Inmediatamente me llevo las manos a la cabeza, y las retiro tan pronto siento una llamarada que me quema. No sabía que lo de “los humos en la cabeza” podía llegar a ser posible. Trato de relajarme, y me acomodo el pelo como si nada, comprobando que ya está bajando la temperatura.
—Efecto de la luz —digo. George frunce el ceño, pero no dice nada. Ahora el aire huele a cabello chamuscado—. Eh, esto, ¿ya desayunaste?
—¿Qué tienes en la mano? —inquiere.
—Nada.
Salir a la defensiva, negar todo… eso es lo peor que puedo hacer en un momento así. Ya me delaté. Diablos, hubiera dicho que era la lista de libros que me dio Hermione.
—Déjame ver.
Toma mi mano y trata de abrirla. Buena técnica, ya que el contacto con su piel me hace estremecer. Con las fuerzas debilitadas, abro el puño y dejo caer el pedazo de pergamino arrugado sobre la mesa, y él se apresura a agarrarlo antes de que yo cambie de idea. Sus ojos se mueven con rapidez, leyendo sin parar, y su expresión se va agravando a medida que avanza.
—¿Qué…?
—Me encantaría decirte que puedo explicarlo, pero en realidad no entiendo más que tú.
—Leyla, esto es grave. Parece que, sea quien sea, ya te ha mandado una carta antes.
Miro hacia abajo, evitando mirarlo a los ojos.
—Bueno, tal vez me haya enviado una nota antes de las vacaciones…
—¿Y? —insiste—. ¿Qué decía?
—Algo como que me esperaba en el despacho de McGonagall a las siete y media. De la noche. Y al final había algo bien terrorífico, como un “te espero” o algo así.
—¿No tienes la nota todavía? ¿Sabes si es la misma letra?
Y yo que creí que Hermione sería la que reaccionaría peor.
—No, McGonagall se quedó con el papel. Pero estoy segura de que es la misma caligrafía.
—¿McGonagall? ¿Y cómo…? Oh, fue ese día que la lechuza llegó en el almuerzo y saliste corriendo del Gran Salón, ¿verdad?
—Qué memoria que tienes.
—Te estaba observando. —Se encoge de hombros. —No me culpes por vigilarte de lejos.
Awww…
Maldita voz interior, ¡te voy a…!
—Entonces la profesora está enterada —sigue, sacándome de mis pensamientos. Por suerte, porque no me gusta amenazarme—. ¿Y logró descubrir algo?
—¿Eh? No, no, le dije que no se acercara ni nada, y que yo tampoco lo haría. Y creo que logré convencerla, porque no estaba allí…
—¿Fuiste hasta allí? —explota—. Creí que eras más inteligente que eso, Leyla.
—Tú mismo me viste, y no había peligro alguno —replico.
—¿Cuando estabas escondida detrás de la gárgola?
Asiento con la cabeza. George inspira hondo y luego suelta el aire lentamente.
—No sé cómo me creí que querías asustar a Ron.
—Yo tampoco, fue la peor excusa del mundo.
—Estaba demasiado distraído. En general no puedo pensar bien cuando… —Mis ojos brillan con ilusión, aunque él no me ve, porque se está rascando la cabeza distraídamente, mirando hacia otro lado. —…cuando salgo de Quidditch. Termino demasiado cansado.
Diantres, mis esperanzas se pueden ir a ahogar al inodoro.
—Pero ahora tengo la mente despejada, ¡y me doy cuenta del peligro que implica todo esto! Leyla, por favor, piensa en la nota anterior… ¿no recuerdas qué decía?
—¡Ya te dije! —me desespero—. Que fuera al despacho…
—No, eso no. Algo más. Algún dato que nos pueda ayudar a revelar la identidad del autor. Vamos, piensa, piensa.
—Estoy pensando —digo, apretando las piezas de ajedrez en mis manos. Trato de mantener un volumen de voz normal para tranquilizarme y no alterarlo a él. Pero es difícil, y cada tanto me sale un chillido—. Es que no… no sé.
Me estiro sobre la mesa, cruzo los brazos, y entierro mi cara en el espacio que se forma, boca abajo hacia la madera de la mesa. Aspiro el olor del cedro y cierro los ojos con fuerza. Siento una mano en mi cuello, acariciándome, y no me atrevo a levantar la cabeza, porque podría parar.
—Lo siento, fui muy duro —dice. Yo niego con la cabeza, aún mirando hacia abajo.
—No, yo soy muy tonta.
—No digas eso.
Su mano sigue acariciándome, y con la otra me revuelve el cabello.
—Sí que estaba ardiendo tu cabello.
Si sigue así, me echaré a llorar. Pero no, no sucederá, no quiero que pase.
Y de repente…
—Ya recuerdo —digo, levantando la cabeza y mirando hacia el frente—. No es muy importante, pero…
—Lo que sea, dilo.
Se sienta a mi lado. Lo miro. Sus ojos están clavados en los míos. No, definitivamente esto no ayuda a mi concentración. Miro hacia el piso.
—Decía… decía algo sobre decirme la verdad.
—¡Podrías haber empezado por ahí…! No importa, no importa, no estoy enojado —se apresura a aclarar, relajando el tono de voz—. Te dejaré tranquila para que recuerdes bien.
—No, no, es eso. No decía más que eso, simplemente que tenía que saber la verdad. Que me la iba a contar.
—Qué extraño. ¿Y no había nadie cuando fuiste? ¿Estás segura?
—Lo hubiera notado, ¿no crees?
—Sí. Yo tampoco vi a nadie más que a ti. Aunque, generalmente, sólo tengo ojos para ti.
¿Por qué se pone tan expresivo, tan revelador, en momentos en los que no puedo detenerme a apreciarlo? Aunque para mis mejillas ningún momento es malo para encenderse. Lo miro a los ojos, ahora sí, y sonrío nerviosamente.
George decide dejar el tema de la nota para otro momento y nos quedamos hablando durante casi dos horas sobre cosas triviales. Ni siquiera estoy segura de cuáles son los temas, simplemente charlamos y me permito perderme en él, en su mirada chocolatosa, que se ve tan deliciosa…
Deja de rimar, por todos los cielos.
A la hora de la cena, la sala está vacía nuevamente, ya que los pocos que han pasado la tarde en la Torre ya se fueron al Gran Salón. Yo vuelvo a jugar nerviosamente con las piezas de ajedrez, y George me ofrece hacer una verdadera partida. No me sorprende que le gane, ya que probablemente esté jugando mal a propósito para levantarme el ánimo. Si es así, lo ha logrado. Ya estoy contenta, y con la mente centrada en nuestra tercera partida, la revancha, cuando escucho unos pies apresurándose escalera abajo. Levanto la vista del tablero, pero no veo a nadie. Los ruidos provienen del lado de las habitaciones de los chicos, y si no veo a nadie es porque…
Mmm…
Qué tonta, ¡es obvio que es Harry, con la capa de invisibilidad! Debe estar yendo de nuevo a ver al maldito espejo.
—Lo siento, George, pero tengo algo que hacer.
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No olviden comentar y votar, háganme saber qué les pareció. Gracias por leer.
Besos,
Madame Weasley.
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