27. Cena de Navidad con Percy el prefecto perfecto, Gred y Forge

Capítulo veintisiete

Cena de Navidad con Percy el prefecto perfecto, Gred y Forge

Ya estamos de vacaciones y tengo toda la habitación de mujeres para mí sola. Barbas de Merlín está contentísima y salta sobre la cama de Lavender durante todo el día, aunque prefiere dormir en la de Parvati. Ojalá deje su aroma y algún regalito para cuando regresen.

Todo está mucho más relajado, ahora que casi todo el colegio se volvió a casa. Harry, Ron y yo tenemos la sala común prácticamente para nosotros solos, y tenemos tiempo de sobra para pensar en Flamel. Ron le enseñó el otro día a Harry nuevas técnicas para jugar al ajedrez mágico, y yo presté atención suficiente como para perder con dignidad en una partida contra Ron. Gran logro.

La nieve es abundante, y divertida si uno sabe cómo utilizarla. Los gemelos me invitaron ayer a pasear por los terrenos de Hogwarts (estuve como veinte minutos con hiperventilación por pasar tiempo con George), y terminamos hechizando bolas de nieve para que le pegaran en el turbante a Quirrell. Claro que salimos castigados, así que hoy tendré que hacer unos deberes extra sobre Transformaciones. Pero valió la pena.

Hoy es la víspera de Navidad, del Día de Natalie, en el Mes de Natalie. Hay un fabuloso banquete en el Gran Salón, y los profesores se ven muy aliviados por la ausencia del barullo que suele haber. Ahora hay un simple murmullo, interrumpido de vez en cuando por alguna risotada fuera de lugar. Admito que esas risas suelen ser mías.

De nuevo en la sala común, tendida sobre el sillón frente al fuego, mientras Ron y Harry juegan la última partida de la noche, me pregunto si mis hermanos me mandarán algo para el Día de Natalie. Lo dudo. Tal vez reciba algún correo de tía Bella, aunque hace mucho que no me escribe. Entiendo que puede estar ocupada, pero siento cierto abandono.

—Bueno, nosotros nos vamos a dormir —anuncia Ron, luego de perder contra Harry por primera vez.

—Pasen una linda noche —les digo—. Y nos vemos mañana.

En la habitación vacía me acurruco con Barbas, que esta noche decide pasarse a mi cama, y sueño con Nicolas Flamel montando una escoba. En mi imaginación es un viejo parecido a Dumbledore, con cara de bonachón y anteojos cuadrados. Para verse tan viejo, vuela muy bien. Veo que Harry se le une en el vuelo y lo persigue, aunque no lo alcanza. Y luego se suma Snape…

—Ya, Barbas, ya…

Mi lagartija me está lamiendo el rostro, despertándome, por suerte. No hubiera aguantado ese sueño ridículo por más tiempo. Qué desperdicio de subconsciente. Miro por la ventana de la habitación y veo que aún es temprano, así que me quedo apoyada en el alféizar, esperando el amanecer.

En algún momento debí haber caído dormida, porque me despierto de repente por unos golpecitos en la puerta. Lo extraño es que logré mantenerme parada mientras dormía, mientras que normalmente apenas puedo estar en pie despierta.

—Eh… ¿Leyla, estás ahí? ¿Hay alguien adentro?

Me despabilo rápidamente y abro la puerta. Angelina Johnson está allí, con cara de dormida y una bata mal abrochada.

—Hola —le digo—. Eh, esto, feliz Navidad.

Nunca fui buena en ser simpática, y no sé bien cómo saludar a la gente en las fiestas o en cumpleaños.

—Igualmente. Te buscan allí abajo —dice, señalando la sala común.

Bajo las escaleras de caracol y abrazo a Harry y a Ron, que están muy entusiasmados.

—¡Leyla! ¡Feliz Navidad!

—Gracias chicos, para ustedes también. ¿Éstos son sus regalos? —pregunto con cierta envidia. No recuerdo haber visto ni un paquete en mi habitación.

—Sí, mira, ¡tengo un regalo de Hagrid! No esperaba esto —dice Harry—. Es una flauta de madera hecha a mano.

—Qué lindo —digo, mientras Harry sopla y la hace sonar—. ¿Y esta nota?

—De mis tíos.

Recibimos tu mensaje y te enviamos nuestro regalo de Navidad.

Tío Vernon y tía Petunia.

—¿Esto es dinero? —le pregunto, refiriéndome a la moneda pegada a la nota.

—Sí, son cincuenta centavos que me han enviado. Son tan amorosos…

Ron parece fascinado por la moneda, y Harry permite que se la quede.

—Leyla, una cosa más —oigo que dice Angelina desde la escalera—. Parece que han dejado tus regalos en la habitación de las de tercero.

Es verdad, tiene las manos cargadas con unos cuantos paquetes. Baja la escalera y me los da con una sonrisa, y yo también le dedico una.

—Gracias —le digo—. ¡Chicos, sí recibí algo!

Me tiro sobre el sillón, como de costumbre, y apoyo todos los paquetes sobre los mullidos almohadones rojos. Abro primero una tarjeta que está en la cima de la pila, y mi corazón se acelera al leer el remitente. Comienzo a leer.

L:

Pasa una hermosa Navidad, mi niña. ¿Estás en casa de tu primo? No importa, la lechuza te encontrará de todas formas.

Lamento no haberte escrito antes, estuvo todo bastante complicado. Espero que todo esté bien por allí. Otro año podré mandarte un regalo, simplemente recuérdame mi deuda cuando nos veamos.

Un abrazo,

B.

 

¡B de Bella! ¡Mi tía Bella! Debe estar todo bastante peligroso por donde ella se encuentra, ya que hace mucho que no me escribe con iniciales en lugar de nombres… Pero es tía Bella, la mujer más fuerte que conozco, aunque sea solo por correspondencia. Siempre parece tan decidida, tan firme en su lugar, que no me preocupo por ella.

Guardo la tarjeta en el bolsillo de mi túnica y tomo un paquete de la pila. Es bastante grande y blando, pero no tengo idea de qué pueda contener. Ron, en cambio, parece reconocerlo.

—Creo que ya sé qué tiene ese —le dice a Harry, que tiene un paquete idéntico en manos. Las orejas de Ron están rojas, y parece incómodo—. Mi mamá. Ella les hizo un suéter Weasley a cada uno —explica con vergüenza.

Yo desgarro el paquete con rapidez y encuentro, en efecto, un grueso suéter tejido a mano, de color azul. Rápidamente me lo pongo para probármelo, y porque tengo un poco de frío, y que el de Harry es idéntico, aunque color verde esmeralda. Noto que él además tiene una caja de bombones de chocolate, pero no me importa. Esto es magnífico.

—Esto es muy amable por parte de tu mamá, Ron —le digo, y lo abrazo—. Gracias.

—Idea de ella —me recuerda.

El siguiente paquete es de Hermione; me envió un libro pequeño con recetas para pociones útiles. Sí que me conoce bien. Abro el último paquete, que es de los Malfoy, y encuentro dentro un vestido de seda, color azul.

—Qué hermoso… —murmuro. Me gusta mucho, aunque no tengo idea de cuándo podría usarlo. Lo debe haber elegido tía Cissy, sin duda. Lo estoy tocando para sentir la tela cuando oigo que Harry y Ron están comentando sobre algo interesante. Ron jadea.

—Si es lo que creo que es… —dice—. Harry, es algo extremadamente raro y valioso.

—¿Qué? ¿Qué crees que es? —pregunta él.

Yo me asomo y miro la tela gris plateada que Ron observa con tanta admiración.

—Es una capa de invisibilidad —susurro con asombro—. Guau, nunca creí que vería una de esta calidad, mira esa tela…

—¿Para hacerse invisible? —pregunta Harry con creciente interés.

—¡Sí! —digo—. Pruébatela, vamos.

—¡Es eso! —exclama Ron en cuanto Harry se la prueba y… sí, desaparece.

—No me culpes si me choco contigo ahora —me río—. Guau, esto es sensacional.

—Mira, Harry, una nota— dice Ron, y yo me tenso.

—Eh, déjenme ver eso —me apresuro a decir.

Me agacho a recoger la nota y la observo. Ésta está escrita con tinta verde y una caligrafía impecable que jamás he visto. Claramente, no es del autor de mi nota anterior.

—Es tuya —le digo a Harry.

Él la lee rápidamente y nos dice:

—Era de mi padre. La capa.

—¿Y quién crees que te la haya mandado?

—No lo sé. No sé quién pudo haber tenido esto.

—Vaya —dice Ron—, yo daría cualquier cosa por tener una de éstas.

Repentinamente, la puerta de un dormitorio de arriba se abre, y por ella salen Fred y George. Harry se apresura a guardar la capa de vuelta en el paquete, y supongo que es porque es algo muy sentimental para él. Algo de su padre… No creo que tenga muchas cosas que hayan pertenecido a él.

—¡Feliz Navidad! —exclama uno de ellos.

—¡Sí, feliz Navidad! Mira, Harry también recibió un suéter Weasley, ¿qué tal?

—Y Leyla también tiene uno —observa George, y me pongo del color de un tomate.

Los gemelos tienen suéteres, también, uno con una G y otro con una F.

—El de Harry es mejor que el nuestro —comenta George—. Es evidente que se esmera más cuando no es para la familia. Veamos el tuyo, Leyla —dice, acercándose a mí para tocar la lana de mi suéter.

Estoy como un flan cuando siento su mano en mi espalda, aunque solamente sea para tocar el tejido.

—Sí, evidentemente es mejor.

—Ron, ¿y por qué no traes el tuyo puesto?

Ron se pone rojo.

Bienvenido al club de los tomates faciales, pienso.

—Vamos, hermanito, pruébatelo. Los suéteres de mamá son lindos y abrigaditos.

—Odio el rojo oscuro —dice, pasándose su suéter por la cabeza con dificultad—. Y aunque se lo recuerdo todos los años, siempre usa este color para mí.

—No tienen la inicial en los suyos —observa George—. Al menos ella piensa que ustedes son suficientemente inteligentes como para recordar sus nombres; los nuestros los tienen escritos. Pero no somos tontos… sabemos perfectamente que nos llamamos Gred y Forge.

—¿Quién hace tanto ruido?

Percy Weasley, el mayor y, por ahora más aburrido de los Weasley, está mirándonos con el ceño fruncido a través de sus gruesos anteojos desde lo alto de la escalera. Aunque no entiendo como alguien puede ser aburrido y ser hermano de los gemelos a la vez, tampoco lo culpo, ya que sé por experiencia propia que los hermanos no tienen que ser necesariamente iguales.

—No lo sé, Perce, ¿qué tal si vamos a preguntarles a los de Ravenclaw? Ellos siempre saben la respuesta correcta, ¿no es así?

—Sí, vayamos a preguntarle a esa chica, ¿cómo se llama? Penelope Clearwater.

Percy ahora también cumple los requisitos para unirse al club de los tomates faciales. Sus hermanos se ríen, y todos notamos que tiene su suéter bajo el brazo.

—Póntelo, Percy. Mira, tiene la P de prefecto.

—No, no —dice George—, tú no sabes nada sobre ropa. ¿No ves que es la P de Penelope?

Más risas.

—Vamos, úsalo. Hasta Harry y Leyla recibieron su suéter, ¿qué dirá mamá al enterarse de que su hijo Percy, el prefecto perfecto, no usó su regalo? ¿Y que los amigos de su Ronnie sí lo hicieron?

—Tú no quieres que mamá te desherede, ¿o sí? —agrega Fred.

—No… quiero… usarlo —se queja mientras los gemelos se lo pasan por la cabeza, y termina despeinado y con los anteojos torcidos graciosamente sobre la nariz.

—Ah, y hoy no te sentarás con los aburridos prefectos, hermano —agrega Fred—. La Navidad se pasa en familia.

Yo sacudo la cabeza, riéndome, y, como de costumbre, tomo la muñeca de Ron para ver la hora.

—El banquete ya debería estar. ¿Vamos?

Llevamos los paquetes a nuestras respectivas habitaciones, y luego nos encaminamos hacia el Gran Salón, donde más de cien deliciosos pavos asados nos esperan para que los devoremos. Yummm. También hay premios y petardos escondidos entre la comida. Yo me doy cuenta tarde de ello, luego de morder una ficha explosiva que está en mis papas fritas. Por suerte la escupo y no llega a explotar dentro de mi boca.

Dumbledore y el resto de los profesores están pasando una buena noche, también. Hacen bromas, tiran petardos, y hasta McGonagall ríe.

—Miren a Hagrid —susurro.

Está borracho. Y rojo. Perfecto para unirse al club. ¡Felicidades, cuarto miembro de los tomates faciales!

—Bueno, parece que nuestro guardabosques es todo un ganador —dice Fred, aún mirando hacia la mesa de los profesores.

Todos nos volteamos para ver cómo Hagrid le da un beso en la mejilla a McGonagall, quien sorprendentemente se ruboriza y ríe, con el sombrero caído hacia un lado. Todos en el Gran Salón lo vimos, y nos reímos del incidente.

La mesa más poblada es la nuestra, ya que en la de Slytherin está vacía, en la de Hufflepuff están solamente Hannah Abbott y Cedric Diggory (un chico de tercer año, bastante guapo) y en Ravenclaw están Giselle, que es amiga de Selene, la santa Tamara y Dala, que pronto se acerca a nuestra mesa con sigilo y abraza a Fred por detrás, susurrándole algo en la oreja.

—Disculpen, colegas —dice Fred con tono formal—, pero tengo unos asuntos pendientes que arreglar.

—Solamente serán unos minutitos —dice Dala con una sonrisa. Esa chica es capaz de decir la peor de las noticias y lograr que suene bien. Creo que tiene algo que ver con su sonrisa.

Ambos se alejan de la mesa de Gryffindor hacia un rincón más alejado, cerca de la entrada del salón. Comienzan a besarse, y yo suspiro inintencionadamente. Como si fuera por una conexión, George me mira, y me siento lista para ser la presidenta del dichoso club.

Cada nervio de mi cuerpo lanza avisos de sobrepaso de sentimientos, me tenso por completo, y me vuelvo a relajar al ver sus ojos, que son de un delicioso color chocolate…

La baba, Leyla. Límpiate.

Awww, gracias. Adorada vocecita interna, no sé qué haría sin ti.

Paso una mano por mi boca, para comprobar si en realidad estoy salivando hacia afuera, y me doy cuenta de que mis pensamientos arruinan el clima. Qué asco.

—Oigan —dice Ron—, ¿no íbamos a ir afuera a jugar en la nieve?

Bam. Se acabó oficialmente el momento romántico. Al menos mis pensamientos lo habían arruinado todo solamente en mi cabeza, sin estropear el ambiente exterior. Pero nunca falta alguien para terminar de hacer el trabajo que yo empiezo.

—Claro, vamos. Solamente hay que hacer salir a Fred de su paraíso.

--------------------------

¡Sí! ¡Capítulo nuevo! ¡Y antes de lo esperado! Lo subí hoy porque mañana llegaré muy tarde, para que lo tengan desde tempranito. No olviden dejar sus comentarios y votar.

BMW.

ATENCIÓN:

Fecha de publicación del próximo capítulo: viernes 5 de septiembre de 2014 (¡o antes, si veo mucho entusiasmo de su parte!)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top