22. Y aquí es donde hago el ridículo, para variar

Capítulo veintidós

Y aquí es donde hago el ridículo, para variar

Harry viene caminando hacia nosotros desde la pista de Quidditch, y los tres bajamos la escalera del frente del castillo para ir a saludarlo. Hermione le entrega el libro que tanto hemos buscado, y él se frena para hojearlo.

—Vaya, Hermione, ¡esto es fantástico! Gracias.

—No es nada.

—Guau, miren, ¡hay setecientas faltas en Quidditch! —exclama Harry, emocionadísimo por el libro—. ¡Y todas ellas fueron cometidas durante el Mundial de 1473!

—Oigan, no quiero arruinar nada, pero al menos yo debo volver adentro… —digo, pero no puedo acabar mi frase ya que me el ruido que hacen las puertas de roble al cerrarse—. ¿Qué diablos…?

—¡La puerta, la puerta!

—Quedamos encerrados afuera —dice Hermione—. Pronto oscurecerá y estaremos en problemas, no podemos estar tan tarde fuera del castillo.

Subo la escalera corriendo y freno frente a la puerta, desafiándola. Tiro de las manijas, pero está cerrada. Ni siquiera nos molestamos con intentar el Alohomora, ya que sabemos que la puerta no se abrirá hasta mañana.

—Diantres —dice Ron—. ¿Y ahora qué?

—Esperamos —digo, sentándome sobre los escalones. Él se encoge de hombros y me imita.

—¿En serio ya se dieron por vencidos?

—Hermione, no hay modo de entrar —dice Harry, sentándose al lado de Ron. Tres contra uno. Ella suspira y se une a la banca de espera.

La temperatura desciende con el sol, y pronto comenzamos a tiritar. Mi amiga saca su varita y, con curiosidad, miramos cómo hace aparecer un fuego azul que lanza un hermoso calor hacia nosotros. No pasa mucho tiempo antes de que escuchemos la pesada puerta abrirse de una vez por todas. Nos volteamos a ver quién la ha abierto y nos soprendemos (y nos horrorizamos un poco) al ver a Snape, vestido con su usual túnica negra que ondea alrededor de sus pies. Jamás había prestado atención a su forma de caminar, parece que renguea.

Como Snape está por pasar muy cerca de nosotros, y no tenemos idea de si está permitido hacer fuego azul, nos agazapamos para cubrir la luz que emite la llama. Él nos ve de inmediato, y supongo que nuestras caras delatan que ocultamos algo. Se acerca a nosotros, arrastrando la pierna, y nos mira con atención. No ha visto el fuego.

—¿Qué tienes ahí, Potter?

—¿Esto? —dice él, y le muestra el libro sobre Quidditch.

—Los libros de la Biblioteca de Hogwarts no pueden sacarse del castillo —dice, irradiando odio hacia Harry—. Dame eso. Esto le costará cinco puntos a Gryffindor.

Nos mira una última vez, sus ojos chispeando por el triunfo, y se aleja.

—Después de lo que nos costó conseguirlo, ¿nos lo quita como si nada? —digo indignada.

—Seguramente se acaba de inventar esa regla —dice Ron.

—¿Hacia donde creen que va? —pregunto.

—No lo sé, pero a ningún lugar cerca de aquí —dice Harry—. ¿Ya viero su pierna?

—Sí. No tengo idea de qué sea, pero espero que le duela mucho.

Eso me hace pensar en mi propia pierna, que todavía me duele, y miro al cielo, como si haciendo eso fuera a cesar el dolor. Al levantar la vista, veo el castillo, y recuerdo la nota.

—¡Vamos, vamos, vamos! —chillo—. La puerta está abierta, ¿qué esperan?

Todos nos levantamos y nos apresuramos a entrar antes de que la puerta se cierre de nuevo. Avanzo rapidísimo por el pasillo, y ya ni Ron, que es el que piernas más largas tiene, me alcanza.

—¿A dónde vas tan apurada? ¿Tienes que ir al baño?

—No seas asqueroso, Ron —lo reprende Hermione—. ¿A dónde vas? —me pregunta, sin poder evitar la curiosidad.

—No se preocupen, tengo que ver algo —les digo antes de doblar en una esquina y subir la escalera. No quiero llegar demasiado tarde.

Lo malo es que el despacho de McGonagall queda en el séptimo piso, bien arriba, al igual que la entrada a la Torre de Gryffindor. Tardo bastante en llegar, y, una vez allí, no tengo idea de qué hora es.

¡Escóndete!

Oh, sí, cierto. Examino el lugar y decido que mi escondite será aquella gárgola con cara más fea que la de Pansy Parkinson. Me agacho detrás de ella, quedando oculta de quien sea que vaya a venir. Pronto oigo pasos, y asomo la cabeza para espiar.

—¡George! —digo.

Él, confundido, mira hacia ambos lados sin encontrarme. Aún está vestido con su túnica de Quidditch, y le queda tan bien… Su cabello sigue despeinado por el viento de afuera, me imagino que en una escoba debe sentirse como un remolino. Sin querer, al pensar en esto, causo una corriente de aire en el pasillo, y George queda tenso.

—¿Quién… quién anda ahí? —pregunta. Salgo de mi escondite y él sonríe aliviado al verme—. Eres tú, qué susto.

—Sí, soy yo —respondo. ¿De qué se sorprende, si él me envío la nota?—. ¿Ya es la hora?

—Eh… no tengo reloj. Pero deben ser casi las ocho. ¿Quieres ir a comer ya? Yo muero de hambre.

—Creo que tenemos que arreglar algo antes —insisto. ¿Qué le sucede? No hay nadie mirando—. Puedo empezar yo, si no quieres ir primero.

—De eso ni hablar.

Respiro con alivio. Ahora me dirá ‘la verdad’… ¿Me dirá lo que tanto espero? Siento mariposas en el estómago, y la corriente de aire ahora da vueltas alrededor de nosotros, envolviéndonos en un remolino de aire. Pronto, esto se convertirá en un tornado.

—¿No vienes? —dice y retrocede para ir hacia la escalera, pero el remolino de aire lo frena.

—Sí, pero… Ah, yo no hablaba de ir al Gran Salón. Pensé que querías decirme, ya sabes, lo de…

Está perplejo. Entonces comprendo.

—Si tu no me enviaste la nota, ¿por qué estás aquí?

—Estaba yendo a la Torre para buscar la túnica, Fred llevó la suya al entrenamiento, pero yo me olvidé. ¿Y de qué nota estás hablando? ¿Un chico te dejo una nota?

—No, no es nada… Bueno, ¿entonces quieres que te acompañe a la Torre antes de ir a comer?

—Claro, vamos.

Caminamos hacia el retrato de la dama gorda, que está hacia la derecha, aunque en el mismo corredor, y trato de pararme derecha sin que se me note la decepción. En todo caso, si George no es el autor de la nota, es mejor que ahora no me encuentre en el despacho de la profesora. Fue muy tonto de mi parte estar allí, de todos modos, ya que es terriblemente probable que me hubiera sucedido algo.

—Por cierto, bonito lugar para esconderse, detrás de la gárgola —comenta como al pasar con una carcajada—. Muy cómodo.

—Estaba esperando a que pasara Ron para asustarlo, pero al parecer tomó otro camino… —digo cuando llegamos al retrato.

George dice la contraseña y la dama gorda se hace a un lado, dejándonos vía libre.

—Las damas primero —dice él con una reverencia. Eso me levanta el ánimo, y le sonrío antes de pasar por el orificio. Él se desliza detras de mí y de inmediato el retrato se cierra—. Vaya, sí que está apurada la dama gorda. Normalmente deja que terminemos de pasar.

La sala común está abarrotada de gente. Hermione y Neville están hablando en una esquina, y ella me saluda cuando me ve. Ambos se acercan a nosotros de inmediato.

—Leyla, ¡estaba preocupada por ti! Subiste tan deprisa la escalera, y luego desapareciste…

El rostro de Neville está triste.

—Espero que la hayan pasado genial —dice él, tratando de ocultar su pesar, mirándonos a George y a mí.

Abro la boca para responder algo, pero él se da la vuelta y se aleja, y pronto lo pierdo entre la multitud.

—Voy a buscar mi túnica, pero ya vuelvo —dice George.

Ahora que quedamos solas, Hermione se me acerca un poco más y baja la voz.

—Neville estuvo bien hasta que entraste —me cuenta—. ¿Qué sucedió? ¿Y estuviste sola con George? ¿Por eso corrías?

—Espera, espera, una cosa a la vez, ya sabes que no tengo tu cerebro, Herms. Mira, hoy Neville quería hacer algo conmigo, pero le dije que no podía.

—Porque tenías una cita con George —completa ella.

—Sí. ¡No! Me haces confundir, ¡cállate! A ver, le dije que no podía porque en serio tenía algo que hacer.

Ella enarca una ceja. De acuerdo, que no me crea, pero no pienso decir una sola palabra sobre la nota.

—Aún no me has explicado lo de George.

—Oh, no es nada, simplemente nos encontramos en el camino. Pero Neville no se lo tomó muy bien, al parecer.

—Justamente me estaba preguntando por ti cuando entraron los dos. Luego deberías hablar con él.

—¿Y qué le digo, si aún no me ha dicho nada con respecto a eso?

—No lo sé. ¿Hiciste el trabajo de Pociones?

—¿Qué trabajo?

—El que nos dejó hoy Snape, ¿lo olvidaste?

—Diablos, ni siquiera lo oí decirlo, estuve demasiado distraída hoy. ¿Para cuándo es?

—La próxima clase. Es un ensayo sobre los problemas que trae no seguir las instrucciones al pie de la letra.

—Pff, tonterías; yo cambie mil veces las recetas y siempre me salen bien.

—Pues no deberías, puede resultar peligroso.

Mi estómago gruñe con hambre, y noto que me olvidé de merendar. Esto es grave.

—Ojalá George vuelva pronto, ya quiero irme…

Miro la escalera caracol, para ver si baja de una vez, y lo encuentro en el rincón de la sala donde están los sillones, sentado con Angelina Johnson, Alicia Spinett y otras chicas de su curso. La rabia me colma, y agarro a mi amiga del brazo y la arrastro fuera de la sala común.

—Creí que querías esperar a que volviera —dice.

—Sí, pero se nos hace tarde. Mira, esa escalera está llena ya, vamos por la otra.

Cuando llegamos a la otra punta del corredor de nuestro piso, donde todo está más tranquilo, veo una sombra que surge de un costado. Codeo a Hermione, quien se alarma, pero no decimos nada.

Snape está aquí, cojeando de nuevo, y nos mira.

—¿Otra vez ustedes? Si siguen rompiendo las reglas, Gryffindor se quedará sin puntos antes de Navidad.

—No estamos haciendo nada malo —replico, pero Hermione me aprieta el brazo, pidiéndome que me calle.

—Ya nos íbamos, profesor —se apresura a excusarnos, y da la media vuelta para alejarse—. Vamos, Leyla.

No puedo evitar sentir la mirada se Snape sobre nosotras mientras nos alejamos.

—¿Lo notaste? Nos está vigilando —digo.

—No seas ridícula.

—Hermione, no necesariamente todos los profesores son santos.

Ella frunce el seño, pero en su mirada admite que tengo razón. Luego se me aparece la idea de McGonagall mandando a Snape a espiarnos, en caso de que apareciera el autor de la nota. Es muy poco probable, pero prefiero eso antes que otras posibilidades más escalofriantes.

En el Gran Salón ya queda poco lugar, así que nos apiñamos entre otros alumnos de Gryffindor y nos apuramos a servirnos la poca comida que queda. Hoy hay ravioles con salsa de carne, aunque parece pasta de dientes sin sabor.

—¿Alguien ha visto la sal? —pregunto, aún con la esperanza de mejorar este plato.

—Vinieron los de Ravenclaw y se la llevaron hace un rato —me dice Seamus.

—Cuídame el lugar —le pido a Hermione, y me levanto de la mesa para ir a la mesa de los cerebritos—. Hola, ¿tienen la sal? Oh —digo cuando veo aquel cabello naranja, que conozco tan bien, tapado en parte por las manos de una chica de cabello color miel. Me muevo hacia un costado para poder observar mejor, porque ya todos sabemos que soy masoquista, y veo que es Dala, besándolo. Siento mi corazón romperse en pedacitos, y estoy segura que cada pedazo que se estrella contra el suelo hace tanto ruido que se escucha hasta la mesa de los profesores.

—Es mi hermana, escóndeme —escucho que dice Isabella, y veo cómo se oculta de mí detrás de una de sus amigas.

Dolida, tomo la sal que me pasa una gruñona de Ravenclaw, y me voy antes de echarme a llorar. Verlo con Angelina y las otras chicas ya fue molesto, pero al menos son sus compañeras de clase, y también juegan al Quidditch con él; pero esto… ¡esto es imperdonable!

Soy una tonta. Él jamás pudo haberme enviado la nota, obviamente. Y soy muy chica para él, nunca estaría interesado en mí, la amiguita de su hermano.

—¡Ni te molestes en traerla de vuelta! —me gritan unas chicas de Ravenclaw.

Esto es demasiado. Se siente tensión en el aire, y mi cabello comienza a volar con la ráfaga de viento que causo. Miro a ambos lados, enojada, aunque sin realmente ver. Doy un paso con fuerza hacia adelante, y todas las velas del salón se apagan, como si un gigante las hubiera soplado todas.

Está todo oscuro como la boca de un lobo, y lo ideal sería salir corriendo para desahogarme, pero eso sería demasiado perfecto. En cambio, me siento de nuevo junto a Hermione y apoyo la sal brutamente sobre la mesa.

El murmullo crece, y a eso hay que sumarle los grititos de las chicas. Hay tumulto en lo que parece ser la mesa de profesores, pero nada se distingue bien con la poca luz de luna que entra por los ventanales.

—Entonces es cierto —murmura alguien en la maldita mesa de Ravenclaw—. Es cierto que hay una clímaga en Hogwarts.

Y entonces, en el momento exacto en que Dumbledore conjura un hechizo para encender las velas, me largo a llorar a la vista de todos.

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¡Sí, otro capítulo! Si quieren que siga con un ritmo de actualización como este, no olviden votar y comentar, es como mi hinchada. Ustedes son mi público, ¡háganse oír! ¿Cómo creen que existe el bis en los espectáculos, eh?

Les mando un saludo,

MW (No sé, me encanta firmar así, porque se nota que la M y la W son la misma letra dada vuelta)

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