16. Clases de Vuelo
Capítulo dieciséis
Clases de Vuelo
Como era de esperar, Hermione no se animó a venir con Fred, George, Lee y conmigo a la travesura el viernes después de clases. Y, sinceramente, creo que fue una buena idea, porque sospecho que la habría pasado bastante mal. Demasiadas reglas rotas en una hora. Fue genial. También disfruté que fuéramos menos, porque eso significó más cercanía con los gemelos, que cada día me caen mejor.
Pero mi burbuja de felicidad no dura mucho. Hace un rato Hermione me informó que hoy tendremos clase de Vuelo con los de Slytherin.
—Oh, no —digo. Mi problema no son los de Slytherin. Lo que en realidad me preocupa son mis habilidades motrices. La palabra 'torpe' no abarca el desastre que soy para esas cosas—. Jamás me he subido a una escoba.
—Yo tampoco —dice Hermione.
—Sí, pero eso está bien para ti. No es por despreciar, pero provienes de una familia muggle. No se supone que sepas algo sobre todo esto, y apuesto a que ya sabes más que yo.
—Siendo sincera... ayer encontré unos libros buenísimos en la biblioteca. ¡De verdad! Deberías echarles un vistazo, explican la técnica y las faltas y las reglas de juego, narran acontecimientos históricos de Quidditch de todo el mundo, de la pelea entre los buscadores de Argentina e Italia de 1974...
—¿Ves lo que te digo? Ya eres una experta. En cambio yo, que soy una Blair-Black y blablabla, soy un verdadero asco. Mi apellido pesa mucho, y el equipo de Ravenclaw está integrado básicamente sólo por mis hermanos. Mi papá incluso fue capitán del equipo en su época, cuando el viento aún encontraba algún cabello para despeinarle en la cabeza. Oh, seré una gran decepción —suspiro.
—No te preocupes. Y si quieres puedes leer lo que hallé.
—Gracias, pero dudo que sirva para algo. No se me da muy bien eso de leer, y voy a seguir siendo un flan sobre la escoba.
Varios me miran con expresopmes extrañas por lo que dije. Y son de sexto. ¡Qué vergüenza! Trago saliva e intento no ponerme roja. Hermione me asegura que todo estará bien, y dejo de escuchar en cuanto comienza a hablar de la escoba voladora a través de los tiempos.
A las tres en punto nos dirigimos a una de las laderas de la colina donde se alza el castillo de Hogwarts. En el camino se suman Neville y Harry, temblando por los nervios, y Ron, un poco más relajado que el resto.
—No quiero pasar un segundo más cerca de Malfoy —dice Harry con pesar—. No te ofendas, Leyla, no me importa que seas su prima.
—Sí, te perdonaremos esa ofensa —bromea Ron. Harry logra esbozar una sonrisa, pero Neville está a punto de ahogarse en sudor.
—Oye, relájate —digo, como si yo no estuviera tan, o incluso más nerviosa que él—. Nadie sabe nada. Oh, bueno, excepto por Ron —agrego cuando éste pretende hacerse el ofendido—. Él es el amo de las escobas. —Ron asiente satisfecho, hasta que vuelvo a abrir la boca—: Le gusta barrer, ¿sabes?
—Repasemos —propone Hermione—. Los cazadores deben colocarse al inicio del juego en la posición uno, que consiste en el primer cazador hacia la derecha, el segundo a la izquierda y a la misma altura, y el tercero ligeramente inclinado hacia adelante, con seis metros de diferencia...
—Hermione, realmente no estás ayudando. Dilo para adentro —le pido. Ella asiente y ahora hace exactamente lo mismo que antes, pero en modo "mudo", moviendo los labios y todo, aunque sin hacer un sólo sonido. Ron y Harry se miran con perplejidad, y yo les indico que pasen por alto la situación.
Lo que me pone aún más ansiosa es todo lo que acaba de decir. Pensé que las clases serían nada más de Vuelo sobre la escoba, ¡no de Quidditch! El deporte es mucho más complicado.
Cuando al fin llegamos al pedazo de tierra señalada, nos encontramos contodos los de primero de Slytherin. Veo a Draco, fanfarroneando con sus dos gorilas (me han confirmado que sus nombres son Gregory Goyle y Vincent Crabbe, aunque para mí seguirán siendo Gorila 1 y Gorila 2); la odiosa Pansy Parkinson, que tiene cara de perro bulldog con problemas intestinales; Blaise Zabini; y otros más que por suerte no conozco. Desde lo alto de su escoba en el aire, una bruja alta de cabello corto y peinado en forma de estrella, de modo que parece que le salen picos de la cabeza, nos observa. Señala dos filas de escobas prolijamente ordenadas sobre el suelo; siguiendo lo que hace el resto, me coloco al lado de una, y quedo frente a Parkinson. Ugh. Ella tampoco parece muy feliz de verme. Hacemos lo mismo de siempre y nos sonreímos como si nos cayésemos bien.
—Hola, Pansy, ¿cómo estás?
—¡De maravillas! ¿Y tú? Te ves fabulosa.
—Mira quién habla... Yo estoy emocionadísima. Espero que ya empecemos.
—Yo igual. Mucha suerte.
Nuestra conversación es tan falsa, tan artificial, que no dura más que eso. Nos callamos incluso antes de que la bruja alta nos indique silencio.
—Soy Madam Hooch, y soy su profesora de Vuelo este año. Conmigo aprenderán lo básico sobre el arte de volar en escobas, y algo de Quidditch, del cual seguramente se enamorarán. —Tengo mucho que objetar con respecto a ello, pero no quiero decir nada porque todos nos vemos la cara y se notaría demasiado. — Supongo que la mayoría de ustedes ya habrá visto partidos del apasionante Quidditch, pero siempre hay otros que no lo conocen, así que empezaré de cero. Sin quejas, por favor —agrega, adelantándose al reproche de Draco que todos nos esperábamos. Mi primo se queda con la boca abierta y se traga las palabras que tenía preparadas.
Primero tratamos de hacer que la escoba suba, ordenándoselo con un '¡arriba!'. Esto me sale casi de inmediato, aunque no soy la primera, ya que Harry nos sorprende a todos lográndolo al primer intento. Hermione parece fastidiada, porque por más de que le hable en su estricto tono, la escoba no parece obedecerle. Neville ni siquiera parece preocupado por la suya, que se mueve menos que un tronco caído. Creo que de algo me sirve haber robado escobas en mi casa durante años para sacarle las ramitas de la cola y así empeorar el vuelo de mis hermanos. Qué hermosos recuerdos.
Todo es genial, hermoso, fantástico y mucho más... hasta que Madam Hooch pretende que nos subamos a la escoba, lo cual requiere un nuevo nivel de concentración. Tiemblo. Mi cuerpo nunca estuvo tan armonizado como ahora, porque absolutamente todo tiembla. Por suerte la túnica es holgada y no se nota tanto mi estado de gelatina.
—Tomen la escoba con una mano —explica la profesora—, y una vez que esté bien aferrada y la tengan suficientemente cerca, sujétenla con ambas manos y pasen una pierna por arriba hacia el otro lado.
Básicamente quiere que nos montemos a la escoba, no sé a qué se debe tanto palabrerío. Junto fuerza de voluntad, fuerza de piernas, fuerza de todo, e intento convencer a mis voces interiores de que lo lograré. Me aferro a la escoba fuertemente. Hago todo a la vez: subirme y agarrarme. Resultado: un desastre. Me resbalo hacia un costado y quedo colgando boca abajo como un camaleón. La túnica está en cualquier lugar, toda la brisa del otoño entra y me hace cosquillas por mi todo (que aún tiembla), y ¿a qué tonta se le ocurre ponerse una túnica como esta en un día como este... sin pantalón?
Ah, sí, a mí.
Bien hecho, Leyla.
Eres una imbécil.
Ey, ey, intervengo en mi discusión interna. Sepan que se están insultando a ustedes mismas, recuerden que son parte de mí.
Se mantiene un silencio sepulcral en mi cabeza.
Ja. Con eso logré callarlas. Acompañando a mi festejo interior, asiento con la cabeza, como oficializando la derrota de mis voces, cuando noto que sigo rodeada de gente. Gente que me mira, para variar, mientras estoy en una situación incómoda. Rápida y muy poco agraciada, me bajo de la escoba y trato de pararme con dignidad. Afortunadamente, ya nadie me mira, porque Madam Hooch llamó la atención de todos para retarnos por no haber seguido sus pasos.
Ups...
A mitad del sermón, escuchamos un grito que proviene de uno de nosotros. Nos miramos, buscando quién fue el que gritó, y veo a Neville flotando alto en su escoba, con muy poco equilibrio. El pobre ya está peor que yo. Pero al menos el sí tiene pantalones hoy.
Madam Hooch está alarmadísima, y corre tras él, indicándole que baje. Como él no tiene idea de cómo hacerlo, la profesora corre a buscar su escoba para rescatarlo; pero todo es tan rápido, que incluso esos dos segundos que tarda en montarse hacen que sea muy tarde.
—¡Neville! —exclamo. Él ahora está sobre el suelo, recién caído, en una postura realmente incómoda, y también parece muy dolorosa. Corro hacia donde se encuentra echado, y pronto todos formamos un círculo alrededor de él—. Neville, Neville, ¿estás bien? ¿Puedes oírme?
—¡Profesora! ¡Profesora! —grita uno.
—¡Un herido! —exclama otro.
—¡Hombre al agua... es decir, al pasto!
—Santo cielo...
—Mi padre se enterará de esto —dice mi primo entre tantos.
Madam Hooch abre paso entre los curiosos y se agacha al lado de Neville. Oigo unas risitas en mi oreja y, segura de que esta vez no son mis voces, volteo a ver a quien esperaba.
—Draco, no es gracioso.
—Claro que sí. Ese Longbottom es un pelele.
—¿Quién te enseñó a insultar así? ¿Pansy Parkinson? ¿Tus gorilas? ¿O un puffskein? —Esa fue dura. Mi primo se ve perplejo, ya que normalmente no me enfrento a él. No sé qué le ha pasado, normalmente no decía cosas así, o al menos nunca lo había escuchado.
—Esas cosas se aprenden en casa —murmura Hermione, y no estoy segura de si habla sobre el comportamiento de Draco, o sobre su forma ridícula de insultar.
—Estoy perdiendo el tiempo contigo —le digo a mi primo, y me doy la vuelta para volver al lado de mi amigo—. Neville, ¿cómo estás?
—Au... Mi muñeca... Au, au. Duele.
—¡Atiendan, chicos! Lo llevaré a la enfermería. Dejo a esta señorita a cargo —dice, señalando a Hermione. Ella asiente con cara seria, aceptando su gran responsabilidad—. No hagan nada peligroso durante mi ausencia, y compórtense como gente normal, por todos los cielos. Vamos, Longbottom, levántate. Es la muñeca lo que te duele, no el pie.
Hasta que entran al castillo reina el silencio. Luego comienzan las burlas.
—Miren, soy Longbottom. "Soy tan tonto que me doblo la muñeca, miren todos"...
—¡Es igual a una bolsa de papas!
—Qué chico estúpido.
—Oigan, ¡Longbottom se olvidó su Recordadora! —exclama Draco.
Las Recordadoras son unas bolas pequeñas que caben en la palma de la mano y se tornan rojas cuando olvidaste algo. La gran falla que tienen es que no te dicen qué olvidaste. Pero bueno, al menos saber que algo se te olvidó es mejor que nada. A menos que entres en pánico. En ese caso, es posible que mueras por la desesperación que te ataca.
De vuelta al mundo normal...
—Eh, pásala, Draco.
—¡No, aquí! ¡A mí!
—No, tengo una mejor idea —dice él, con los ojos entrecerrados y expresión maligna—. Vamos a ponerla en algún lugar que le resulte... cómodo al pobre Longbottom. —Examina los alrededores, y veo que sus ojos grises brillan al encontrarse con el árbol.
—Oh, no —murmuro.
—¡Chicos, vuelvan todos aquí! Madam Hooch dejó bien en claro que no debemos hacer cosas arriesgadas...
—Cállate, dientes de castor —le dice Parkinson a Hermione, mirándola con desprecio. Luego gira su cabeza hacia Draco y lo observa alejarse, escoba en mano, marchando triunfante hacia el árbol. Seguramente está enamorada de él, qué asqueroso. Si mi primo llega a salir con esa cara de perro, pediré ahora sí que me cambien de familia urgentemente.
—Malfoy, devuelve eso —dice Harry con firmeza. De todos modos, se lo escucha más seguro de lo que su cuerpo muestra, ya que su postura es un poco titubeante. Draco se da vuelta y lo mira, desafiante.
—¿Crees poder detenerme, eh, Potter? No todo estará tan fácil en tu camino, pequeña celebridad de Hogwarts. Empieza a ganarte tu puesto como todos los demás —dice, y se monta a la escoba sin sacarle los ojos de encima a Harry. Él lo imita, y en poco está a la misma altura en el aire, andando con gracia.
Algún día, yo también podré hacer eso.
Sí, claro, Leyla.
—Yo sabía que Malfoy no podía ser tan bueno como decía —comenta Ron con una sonrisa, haciendo callar a mis voces.
—Harry, bájate ya mismo de esa escoba, ¡nos causarás más problemas! —chilla Hermione—. ¡Por dios, estoy a cargo!
Draco acelera y reta a Harry a seguirlo, cosa que, por supuesto, él hace. Mi primo lleva la delantera por poco. Harry le pisa los talones a pesar de todos los zig-zags que hacen. Veo que hablan, se dicen cosas (espero que no le esté diciendo pelele a él también, eso sería muy triste), y de repente ambos frenan. Draco lanza la Recordadora al aire y la pierdo de vista. Neville no la verá nunca más; al menos no sana.
Y ahí es cuando pasa lo increíble. Harry desciende a una velocidad impresionante, y durante un segundo que parece eterno parece que va a romperse la cabeza contra el piso. Se va a hacer tortilla. Cuando es totalmente imposible hacerlo, y yo ya estoy haciéndome agua en la boca por imaginarme la tortilla, Harry atrapa la Recordadora en el aire y llega justo a tiempo a enderezarse y, bueno, no matarse.
A pesar de que ya no habrá tortilla, no puedo evitar sonreír. Eso fue impresionante.
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Espero que estén disfrutando de la historia. No olviden mostrar su agradecimiento con un voto (¡son gratis!), y por favor cuéntenme qué les pareció en los comentarios.
Saludos y mucha inspiración para todos los que son escritores. ¡Que la musa los acompañe!
Madame Weasley.
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