El enamorado del más allá

Annie era una adolescente a la que le encantaba usar Messenger para hablar con todos sus conocidos y agregar a personas interesantes. Eran principios del año 2000, Whatsapp y Facebook no existían aún. El servicio de mensajería instantánea por chat dominaba el mercado. Era el medio más popular para conocer gente nueva.

Un día, una ventana se abrió en su computadora. Un contacto sin foto la saludaba. Al principio, Annie creyó que se trataba de su mejor amigo, con quien se escribía a menudo, pero al fijarse con más detenimiento, se dio cuenta de que era un completo extraño.

No recordaba haberlo agregado nunca, era un chico al que no conocía.

Sin embargo, contestó al saludo de forma amistosa. Creía que podría tratarse de alguien a quien valía la pena conocer.

Mientras más hablaban el uno con el otro, más se daba cuenta de que tenían un montón de cosas en común, desde las películas que más les gustaban hasta los libros que habían leído, la música que escuchaban y los países que deseaban conocer.

Con el tiempo, Annie se fue enamorando del muchacho, aun cuando nunca le dio el nombre. Las conversaciones transcurrieron en el día a día, hasta que el chico le confesó que ella le gustaba mucho y que desearía hablar con ella de una forma más directa, a lo cual Annie accedió.

—¿Pero me vas a decir cómo te llamas? ¿Por qué nunca me has mostrado tu foto? —le preguntaba ella.

—Ya me verás cuando sea el momento —le contestaba él.

—¿Y cómo te llamas? ¿Eso sí me lo puedes decir?

—Me llamo Michael. Michael White.

Esa tarde, él aceptó darle su número de teléfono. Annie, llena de emoción, se preparó para hablarle. Al principio se sentía nerviosa, no sabía qué decirle o cómo iniciar una conversación telefónica.

Decidida a escucharlo, marcó el número y esperó con paciencia a que contestara.

—¿Diga? —habló una mujer.

Annie pensó que sería la madre de Michael, por la voz adulta que escuchó.

—Buenas tardes, disculpe, ¿se encuentra Michael en casa?

—¿Qué clase de broma es esta? —replicó, furiosa—. ¿Quién es?

—Soy una amiga suya —respondió, nerviosa—. Él me dio este número para que lo llamara. Nos comunicamos por Messenger todos los días.

Por un momento, Annie se preguntó si se habría equivocado.

Hubo una pausa larga del otro lado de la línea, antes de que la mujer volviera a hablar con reproche.

—Michael murió hace un año —musitó. Annie sintió cómo un escalofrío recorría su espina dorsal—. No sé quién seas o si lo conocías de verdad, pero no consentiré que juegues con su memoria de esta manera. No vuelvas a llamar a esta casa.

Colgó, y Annie quedó en shock.

Ella nunca supo que la madre de Michael conservaba la computadora de su difunto hijo en casa, aunque llevaba meses sin encenderla. Al prenderla de nuevo, pudo constatar que se enviaron muchos mensajes al correo de Annie por medio de Messenger, justo como si los hubiera escrito él.

Las posibilidades de un hackeo eran impensables, pues la IP que marcaba el chat provenía desde la misma casa. Así se lo confirmó su proveedor de internet.

Annie nunca volvió a hablar con el chico misterioso desde ese entonces, ni él volvió a conectarse. Ahora su madre era quien se cuestionaba todos los días: ¿será posible que sea él?

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