La vieja del Monte. La bruja buena de los montes leoneses

Después de cuatro horas de viaje, Azucena y su familia llegaron al pueblo de Riaño, pueblo en el que Azucena vivió buena parte de su infancia, y que le traía enormes recuerdos.

La mujer estaba cansada de la rutina, por lo que le propuso a su marido hacer una salida con los niños a hacer senderismo en la montaña.

Recién estaba comenzando el invierno, y se notaba no solo en el frío, sino también en las primeras nieves que habían caído, cubriendo la hierba y algunos rincones de las casas así como los tejados de manera superficial.

Una vez terminé de abrigar en condiciones al pequeño, los cuatro nos dirigimos camino arriba, y anduvimos un trecho hasta que llegamos a una mesa de campo vieja en la que nos sentamos a descansar, pues Daniel ya se encontraba cansado.

—¿Qué vamos a hacer después, mamá? ¿Aún queda mucho cacho? —Daniel agitaba las piernas nerviosamente mientras bebía su brick de zumo.

—Para quieto con las piernas, me estás dando patadas. —Se quejó Celia, su hermana mayor.

—Daniel compórtate y no molestes a tu hermana. —Le regañé.

—Niños, calmaos, aún queda un poco más hasta que lleguemos al destino. —Dijo Pablo, su padre.

—¿Adónde vamos? —Celia me dirigió una mirada interrogante.

—Vamos a ir por el sendero de La Vieja, hasta la cueva de La vieja del Monte.

—¿La vieja del Monte? ¿Quién es esa? —De repente Daniel pareció más interesado que antes.

—Oh, ¿No os he contado la historia?

Ambos negaron con la cabeza, aún expectantes.

Sonreí, y comencé la historia.

—Hay una leyenda que habla sobre una anciana que vive en las montañas leonesas, una especie de bruja buena la cual, como una abuela, prepara meriendas para los niños, a los que quiere mucho. De hecho siempre pregunta a los padres por ellos.

—¡Como si fuese Papá Noel! —Exclamó el niño.

—¡Shh! No interrumpas. —Le mandó callar a su hermana.

—Como iba diciendo, la mujer, con un horno que tiene en un cueva anexa a la suya, prepara todo tipo de cosas; pan, queso, chorizo, tortilla, avellanas y algún que otro dulce.

—Qué rico. —Dijo en bajo Daniel, más para él mismo que para los demás.

—La vieja del Monte vive en armonía con los animales salvajes, es un ser amable que conoce muy bien la naturaleza y a todos los animales y plantas, e incluso es frecuente encontrar conejos y liebres correteando alrededor de su cueva, o ciervos pastando cerca sin miedo. También se dice que tiene como mascota un dócil lobo.

—¡Qué chulo! —Exclamó de nuevo Daniel, no pudiendo esta vez aguantar su emoción, pues le encantan los lobos.

—¿Y esa supuesta bruja que vamos a ver vive en una cueva? —Celia parecía más escéptica con mi historia.

Volví a sonreír.

—Oh, pero los niños no podéis verla, solo se muestra ante los adultos, aunque conoce a todos los niños del pueblo, hasta se sabe sus nombres. Cuando la gente del campo terminaba de laborar, iban hasta su cueva y ésta les entregaba a ellos la comida para que se la entregasen a sus hijos.

—Joo, pero yo quería conocer a la vieja del Monte. —Daniel hizo un puchero.

—Eh, que yo no soy ninguna niña. A mí no me engañáis con esos cuentos. —Repuso Celia.

—¡Cuenta más, mamá! ¿Cómo es? ¿Tiene nombre? —Preguntó el niño.

—Lo tendrá, claro, pero nadie lo sabe. Todos la conocemos como la vieja del Monte, aunque hay zonas donde la llaman "La Güela". Lleva un pañuelo negro en la cabeza, blusa negra y dengue¹ cruzado al pecho, granate pajizo, saya² verde con tiras negras y mandil blanco con adornos negros. Calza madreñas³ y lleva una media blanca y otra negra.

»También es hilandera, y se la relaciona mucho con la luna.
En la montaña, se manifiesta en el cielo como el arcoíris.

Daniel escuchaba atento y fascinado la historia, sin embargo Celia no dejaba de rodar los ojos, totalmente escéptica.

—Y eso es todo lo que sé acerca de la vieja del Monte. —Finalicé.

Puesto que Daniel era incapaz de contener su emoción, concluí que no tendríamos otro momento de paz hasta que llegásemos a la cueva en cuestión.

Tras otro rato subiendo largas y agotadoras cuestas, llegamos a la cueva, y en la entrada de la misma se encontraba un hombre mayor contemplándola.

—Hola, ¿venís a ver a la vieja del Monte?

—¡Síi! Mamá me ha contado todo lo que sabe acerca de ella. Es una bruja buena que se lleva muy bien con los animales, tiene un lobo mascota y se sabe los nombres de todos los niños del pueblo. ¡Y también les hace meriendas!

Ante tanto entusiasmo el anciano soltó una alegre carcajada y asintió.

—Sí, sus meriendas están muy ricas. Me acuerdo cuando aún era un rapaz⁴ más o menos de tu edad, la ilusión que me hacía rebuscar en los zurrones⁵ para ver lo que mandaba la vieja del Monte. Esto se hacía más presente en las temporadas estivales de trabajo agrícola y ganadero más intenso. Mi padre, honesto jornalero, de vez en cuando pasaba por la cueva a coger algo de lo que había preparado la anciana.

Daniel asomó la cabeza por la cueva, entre emocionado y asustado, pero al ver que no veía nada refunfuñó.

—He traído unas linternas. —Dijo Pablo, a lo que en respuesta el muy granuja de él no tardó en quitarle una de las manos.

El anciano se despidió de nosotros y nos internamos en la cueva.

En el fondo de la cueva encontramos una sencilla cama y algunos utensilios de cocina, así como un enorme telar.

—Esto tiene pinta de estar más montado... —Repuso Celia por lo bajo.

Seguimos caminando un poco más adelante y llegamos a otra cueva que estaba al lado de la primera por la que entramos, y en ella encontramos un austero pero aún funcional horno de leña.

—¡Aquí es donde cocina la vieja del Monte! —Daniel no paraba de dar brincos de emoción.

—Bueno niños, ya va siendo hora de salir. —Pablo ya les estaba guiando hacia la salida, y con el eco se escucharon las réplicas de Daniel, que quería seguir explorando para ver si encontraba a la vieja o al lobo.

Estaba disponiéndome a salir también cuando una dulce voz me hizo detenerme en seco.

—Azucena.

Miré a mi alrededor, extrañada, pues no habíamos visto a nadie.

—¿Quién anda ahí?

Entonces una ancianita, que pareció salir de la nada, se presentó ante mis ojos con una sonrisa.

La mujer vestía exactamente como la vieja del Monte... De hecho, a su lado había un lobo que parecía bastante apacible, igual que el que se describía en la historia de la vieja.

—¿No me reconoces? —Volvió a hablar la anciana.

—¿Eres... La vieja del Monte? ¿Cómo sabías mi nombre?

—Qué pregunta, Azucena, ya sabes que yo sé el nombre de todos los niños, a pesar de que nunca te haya visto hasta hoy, te conozco de sobra.

Una cantidad inmensa de recuerdos invadieron mi cabeza. Recuerdos de mis padres trayéndome la merienda, diciéndome que me la había preparado la vieja del Monte. Esas meriendas tan deliciosas, que se sentían como si me las hubiese preparado mi abuela, a la que por desgracia nunca pude llegar a conocer debido a que falleció cuando era apenas un bebé.

En el sabor se notaba que los preparaba con todo el cariño del mundo, nos quería a todos los niños del pueblo por igual, y los niños la adorábamos, a pesar de que nunca pudimos verla.

—Veo que tienes a dos preciosos niños. Se llaman Celia y Daniel ¿verdad? Les he preparado una merienda muy especial, ¿se la podrías dar por mí?

—Claro, pero, ¿por qué no quieres dársela tú en persona? Seguro que les haría mucha ilusión.

—He notado el entusiasmo de Daniel, sobre todo en lo referente a mi lobo. —Le acarició la cabeza con dulzura—. Ya sabes que nunca me muestro a los niños, así que por favor, entrégasela en mi nombre a tus dos hijos.

Asentí y cogí el pañuelo de tela ricamente bordado— supuse que lo había tejido ella— que contenía bastantes cosas, y cuando levanté la vista para darle las gracias, la mujer ya había desaparecido.

Cuando salí, mi familia me estaba esperando en la entrada.

—¿Qué andabas haciendo ahí dentro? Te estábamos llamando. —Dijo mi marido, entonces se percató de que llevaba algo en las manos— ¿Qué es eso que tienes ahí?

—La merienda. Cortesía de la vieja del Monte. —Sonreí.

—No puede ser. —Dijo Celia cuando llegó junto con su hermano hasta donde nos encontrábamos. Estaba con los ojos como platos.

Nos dirigimos hacia otra mesa de campo que había por allí cerca y nos dispusimos a comer lo que la vieja nos había preparado; una variedad de embutidos y queso, acompañados de un poco de pan y una deliciosa y recién hecha tortilla de patata.

Cuando terminamos de merendar, Daniel volvió a levantarse para seguir corriendo y persiguiendo toda criatura que encontraba por el camino.

—¡Mirad eso! —Celia señaló el cielo, y presenciamos un enorme arcoíris que coronaba las montañas con sus brillantes y diversos colores. A lo lejos, un dulce y melódico aullido se escuchó, y Daniel comenzó a correr de un lado para otro buscando al responsable del mismo.

—Sin duda fue una buena idea venir hasta aquí con los niños. Esta ha sido una experiencia que no olvidarán jamás. —Dijo Pablo, observando con emoción el arcoíris.

Se me escapó una pequeña risa.

—Sin duda.

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¹Dengue: prenda de vestir que forma parte de la indumentaria tradicional femenina de varias regiones españolas, concretamente León, Asturias y Galicia. Está formado por un trozo de tela que tiene forma de aspa, de tal forma que al colocarse sobre el torso, cruza el pecho y sus extremos se atan en la espalda. Puede ser liso, o estar ricamente bordado y adornado, por ejemplo con flores bordadas y aplicaciones de lentejuelas multicolores y plateadas, dependiendo de la tradición de la localidad concreta.

²Saya: prenda de vestir femenina precedente de la falda, alargada y cerrada.

³Madreñas: zapatos tradicionales asturianos y leoneses que se elaboran a partir de una sola pieza de madera. Su origen se debe a que permitían andar sin llenarse los pies de barro cuando los caminos estaban sin asfaltar.

Rapaz/a: Muchacho/a de corta edad. Otro sinónimo es el guaje.

Zurrón: Bolsa grande de cuero.

Esta es la última historia. ¿Qué os ha parecido? Espero que os hayan gustado todas. ❤️

Para finalizar, os dejo dos ilustraciones más de La Vieja del monte:

Autor de las ilustraciones: Alberto Álvarez Peña.

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