Cuélebre
Durante siglos, los monstruos han asolado la tierra con su presencia, devastando civilizaciones a su paso sin piedad.
Entre las criaturas más poderosas se encuentran aquellas que con su colosal tamaño y su terrible fuerza hacen temblar hasta a los hombres más valientes.
Una de estas criaturas es la Cuélebre, una serpiente gigante con alas, que domina cielo y mar, y que se dice es guardián y cuatodiador de increíbles tesoros.
Esta criatura legendaria mora la tierra desde que esta posee memoria, y destroza toda embarcación que ose navegar sus aguas y molestarlo.
Es por esto que los pescadores temen tanto a esta criatura, a la cual nadie ha sido capaz de hacerle frente. Una bestia la cual se dice es inmortal.
Quiénes más se veían afectados por los ataques de la criatura era una aldea cuya única ruta comercial era la marítima.
La gente de dicha aldea se había reunido en la plaza para hablar sobre la situación, pues ya no sabían qué hacer.
—¡Pardiez! Qué terrible suceso. Por culpa de ese monstruo nuestras naves están siendo destrozadas como si de simples ramitas se tratasen.
—Si seguimos así, ¡nos vamos a arruinar!
—¿Qué podemos hacer? Nadie es capaz de derrotar a ese monstruo.
Los pescadores estaban desesperados, habían tratado por todos los medios de deshacerse de aquel ser que no cesaba de destruir sus barcos. Incluso trataron de engañarla, pero esta era más inteligente de lo que pensaban. Miles de hombres habían muerto en el intento.
—Aguardad un momento. Creo que aún nos queda una cosa más por intentar.
—¡Pero si ya lo hemos intentado todo! ¿Qué puede quedar que no hayamos probado ya?
—¿No vivía en las montañas un ermitaño que se dice es muy astuto? Podríamos pedirle su ayuda, quizás él sepa cómo detener a la criatura.
—¿El ermitaño? Lleva años viviendo aislado del mundo. ¡Seguro que está loco de remate! —Exclamó uno, escéptico.
—Bueno, no perdemos nada por intentarlo. De todas formas ya no nos quedan más opciones, es eso o abandonar nuestros hogares para encontrar un lugar donde poder llevar a cabo nuestros negocios en paz. —Dijo el más anciano del grupo.
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Los hombres viajaron hacia las montañas, en donde aquel ermitaño— cuyo nombre era Gorín—, vivía en una humilde y vieja cabaña, y su única compañía era un cuervo que siempre se encontraba posado en su hombro.
Cuando llamaron a su puerta se oyó una especie de gruñido de disgusto y unos pasos pesados.
Quien abrió la puerta fue un hombre que no destacaba en nada en particular. No era alto ni fuerte, todo lo contrario; era un tipo de altura promedio y flacucho, con una poblada barba que tapaba su cara.
—¿Quiénes sois y que hacéis aquí?— Preguntó.
—Perdone que le molestemos. —Inició el que lideraba el grupo— Señor...
—Gorín, a secas.
—Gorín. Como sabrá hay una bestia en los mares que destruye nuestras embarcaciones sin piedad, y no podemos continuar con nuestros negocios tranquilos, además de las vidas que se ha cobrado en cada ataque. Necesitamos su ayuda.
—¿Y por qué debería ayudarles? Me traen sin cuidado sus problemas, solo quiero llevar una vida tranquila.
—Por favor, Gorín, ya no sabemos qué hacer, lo hemos intentado todo. —Interrumpió uno de ellos—. Usted es nuestra única esperanza.
El ermitaño observó sus caras de desesperación y, tras pensarlo un momento, se le ocurrió una idea.
—Está bien, les ayudaré, pero con la condición de que, si logro deshacerme del monstruo, a cambio me alimentaréis mientras viva. Como comprenderéis no me resulta fácil conseguir comida aquí.
Los pescadores accedieron a la asequible propuesta de Gorín, y sin esperar ni un segundo más, acompañados del mismo, se dirigieron de vuelta a la aldea.
La gente salió de sus casas al ver llegar al que se decía sería la solución a sus problemas, su salvador, y contemplaron, perplejos, a sucio y corriente hombre que venía acompañado de los pescadores.
—¿Él va a ser quien haga frente a la Cuélebre? —Comentó un hombre, escéptico.
—Si queréis deshaceros de esa serpiente gigante, deberéis hacer lo que os diga sin preguntar.
Todos se quedaron en silencio, expectantes.
—Para derrotar a la bestia necesito que venga conmigo una mujer. ¿Alguna se quiere prestar voluntaria?
Los murmullos de confusión no tardaron en aparecer, y posteriormente se hizo el silencio.
—Yo misma.
Todos se giraron para ver a la joven que lo había dicho y comprobaron, atónitos, que se trataba de Xuana, la hija del alcalde.
—¡Xuana, hija mía! No pienso permitir que pongas tu vida en riesgo. —Exclamó, decidido, el alcalde.
—¡Pero padre, comprenda la situación! Si no detenemos a esa criatura seguirá muriendo gente y nuestros barcos seguirán siendo hundidos, ¡alguien tiene que hacerle frente!
—No se preocupe, señor —intervino Gorín—. Mientras esté conmigo a su hija no le ocurrirá nada, téngalo por seguro.
Finalmente, el alcalde acabó cediendo y así, la joven y el ermitaño emprendieron su largo camino hacia la guarida de la Cuélebre.
Durante el viaje, Xuana no pudo evitar fijarse en la curiosa y poco imponente figura del hombre, a esto sumado el hecho de que tampoco portaba ningún arma para defenderse, lo cual la llevó a preguntarse cómo demonios pretendía derrotar a la bestia.
Sí, se decía que Gorín era un hombre increíblemente astuto, pero por muy inteligente que uno fuese, nadie en su sano juicio se adentraría a la guarida de una peligrosa y descomunal criatura desarmado.
Al final no pudo controlar más su curiosidad, por lo que preguntó:
—Perdone mi impertinencia, señor Gorín pero, ¿cómo pretende hacer frente a la Cuélebre sin armas?
El ermitaño no se detuvo, ni tan siquiera se giró cuando dijo:
—Lo verás cuando lleguemos.
En el largo camino que llevaban Xuana había comprendido que Gorín era un hombre de pocas palabras y al cual no le agradaba mucho entablar conversación.
Pero Xuana era una joven curiosa y parlanchina, por lo que no dejó de hacerle preguntas.
—¿Qué sabe acerca de ese monstruo? A parte del hecho de que es una serpiente alada gigante que domina cielo y mar.
Redujo un poco el paso, sin detenerse, y se llevó la mano a la barbilla, cabilativo.
—Poseo un libro de bestias y seres legendarios, y de lo poco que se tiene registrado acerca de la Cuélebre es que es un monstruo muy inteligente y que posee un aliento letal, además de ser el guardián de los más ostentosos tesoros tanto en mar como en tierra, los cuales protege con sumo celo.
—Quizás sea por esos tesoros por los que derriba todo barco que surque los mares.
—Es lo más probable.
—¿Y cómo es que nacen las Cuelebres?
—Se dice que en un inicio son simples culebras normales que cuando se hacen mayores les crecen alas, pero personalmente me parece una teoría absurda.
—¿Cree que existan más?
—En un tiempo pasado se dice que existieron más, sin embargo ya es una criatura prácticamente extinta, lo más seguro es que esta sea de las última, sino la última, de su especie.
Cuando se dieron cuenta ya se encontraban frente a la cueva.
Se quedaron quietos, contemplando el enorme y oscuro agujero del cual provenía el sonido de una fuerte respiración.
—¿Qué hacemos ahora?— Susurró Xuana, tensa.
Gorín, sin mirarla, le respondió:
—Necesito tu faja.
Xuana le devolvió una mirada de confusión y se ruborizó.
—¿Para qué...?
—No hay tiempo. Solo dámela.
La chica, avergonzada, se quitó la faja y se la entregó a Gorín.
Inmediatamente después el ermitaño comenzó a gritar.
—¿Pero que demonios estáis haciendo? ¡Vais a enfadar a la criatura!
Entonces se oyó una especie de gruñido, y unos penetrantes y siniestros ojos los observaron fijamente.
La joven, aterrada, se fue alejando lentamente, pero Gorín le agarró del brazo para que se detuviera.
Entonces una enorme y escamosa cabeza con afilados dientes asomó por la boca de la cueva.
Antes de que pudiese darle tiempo a hacer nada Gorín, con un ágil movimiento, le lanzó al cuello la faja, provocando que la criatura quedase aturdida.
—¡Rápido, entremos ahora a la cueva!
La joven salió de su shock y siguió al ermitaño hacia las profundidades de la guarida.
—¿Cómo es posible que se halla quedado aturdida solo por una faja? ¡Ni siquiera una espada es capaz de hacerle daño!
—La Cuélebre tiene una piel muy gruesa la cual es casi imposible de penetrar, sin embargo, como cualquier otro animal, posee zonas vulnerables. Uno de ellos es el cuello.
Un cegador brillo los sorprendió; estaban ante una enorme cantidad de monedas de oro, joyas, entre otros objetos valiosos.
Cualquiera hubiese quedado fascinado con tal cantidad de riquezas, sin embargo Gorín pasó de largo y se dirigió directamente hacia un pequeño pedestal en el cual reposaba un lloréu¹ de oro puro.
Agarró el objeto con sumo cuidado y lo contempló, serio.
De repente se escuchó un terrible rugido y, cuando se giró, vio que la Cuélebre se encontraba delante suya, furiosa, bloqueando su única vía de escape.
El ermitaño levantó el lloréu con decisión, provocando que la bestia se la quedase mirando fijamente el objeto, y comenzó a avanzar lentamente hacia la salida.
Mientras tanto, Xuana se había quedado petrificada, contemplando la escena atónita.
—¿Quieres esto?— Exclamó Gorín, agitando el reluciente objeto delante de la Cuélebre, la cual seguía los movimientos que realizaba con el brazo.
Entonces, lo lanzó con gran impulso hacia el mar, y la Cuélebre se lanzó en su busca también, perdiéndose de vista en el fondo.
—Ya no volverá.
Xuana se había quedado sin palabras. Era cierto lo que decían de aquel hombre, era muy inteligente y astuto, fue capaz de vencer a una bestia descomunal a la cual nadie había sido capaz de hacer frente, y sin armas.
Cuando volvieron a la aldea comenzaron a vitorear el nombre de Gorín y, en su honor, prepararon un enorme festín para celebrarlo.
—¡Por fin podremos volver a faenar² tranquilos!— Exclamó un pescador.
—Y todo gracias a Gorín. ¡Brindemos!
—¡Por Gorín, el ermitaño!- Todos alzaron sus copas y las hicieron chocar con fuerza.
Acabada la fiesta, Gorín decidió volver a la antes llamada guarida de la Cuélebre para convertirla en su nuevo hogar, y los pescadores, como bien habían prometido, alimentaron a Gorín hasta el día de su muerte.
Pero, si alguna vez se olvidaban de alimentarlo, su cuervo iba a buscarlo y con un graznido les recordaba su deuda para con él.
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¹lloréu: Laurel.
² faenar: Trabajar.
¡Cuánto tiempo! ¿Qué os ha parecido la historia?
Hay otra versión de esta leyenda la cual trata de un caballero que es quien se encarga de matar a la Cuélebre, pero me pareció más interesante esta, que es de un simple ermitaño, lo cual lo vuelve más interesante (aunque si os da curiosidad y os interesa, puedo hacer una historia aparte contando dicha versión).
Antes de despedirme, os dejo un dibujo un poco más bonito y tierno sobre la cuélebre, jeje.
¡Hasta la próxima!
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