XIX. Straight To Hell


CAPÍTULO DIECINUEVE
DERECHA AL INFIERNO

"First time I fell in love I didn't know what hit me. So young and so naive I thought it would be easy. But now I know I've got to take (Control) I know I've got a lot (Control) to get what I want (Control) I'm never gonna stop (Control) and now I'm all grown up"


—¡Rebekah!—exclama Klaus al entrar en el cementerio con la estaca de roble blanco en su mano—

La voz de Klaus atrae la atención de Elijah y Rebekah. El arma en su mano y la determinación en sus ojos dejaba claras las intenciones del hibrido, asustando a Rebekah más de lo que ya estaba antes de verle. Él no era el único armado, Elijah, quien se encontraba junto a su hermana, sostenía el hueso de Papa Tunde en sus manos, listo para defender a Rebekah de la ira de Klaus.

—Márchate—ordena Elijah, observando a su hermano con seriedad—

—¡No te muevas!—exclama Klaus al oírle, su mirada fija en Rebekah—

—Sal de aquí—insiste Elijah hacia su hermana pequeña—

—No puedo, estamos atrapados—le recuerda ella, observando a Klaus—Es la estaca de roble blanco.

—La he traído para ti, hermana—anuncia el hibrido, apuntándola con la estaca—

—Desaparece—insiste Elijah—Tú presencia sólo le enfurece más. Déjame con él.

Cansada de discutir, Rebekah decide hacerle caso, alejándose de ellos con su velocidad vampírica. Klaus se dispone a seguirla, pero Elijah le frena.

—Te pido de hermano a hermano, que acabes con este disparate—habla, mirando a su hermano pequeño—

—¿Te pones de parte de esa traidora?—se queja Klaus, incrédulo—

—No estoy de parte de nadie, pero no dejaré que le haga daño a nuestra hermana.

—No podemos salir de este cementerio, Elijah. ¿Cuánto tiempo podrás defenderla?

—Todo el que haga falta—asegura—Y del modo que sea necesario.


—He hablando con Marcel—explica Arielle, caminando por las calles de Nueva Orleans—¿Estas bien? Intente pararle, pero...

—Tranquila, Elle. Nunca le había visto así—admite Rebekah a través del teléfono—Está cegado por el odio y no ha parado de soltar barbaridades, una detrás de otra. Va a matarme.

—No lo hará—asegura Arielle, frustrada por no poder ayudarla—Pero aún así mantente alejada de él.

—Muy buena estrategia, pero la zorra de Céleste nos encerró aquí hasta la próxima luna—señala Rebekah—No tengo muchas opciones.

—Elijah está contigo. No dejará que te pase nada. Y Marcel está buscando una forma de sacarte de ahí—le explica, adentrándose en la Iglesia de Saint Anne, lugar donde Juliette le había pedido que se reunieran—Podréis escapar juntos.

—Durante siglos dormí con un ojo abierto, preparada para huir. ¿Tengo que volver a pasar por eso?—se queja, frustrada—

—Tú gana tiempo, yo me encargaré de que se olvide de esta estupida venganza—declara Arielle, terminado la llamada—

Sus ojos se entrecierran, observando a las dos personas que la esperaban junto al altar de la Iglesia.

—Sabía que os conocíais, pero no sabía que erais tan cercanos—señala, observando a Juliette y a Marcel, quienes comparten una mirada—Mencionaste algo de Davina.

Juliette asiente.

—Elijah mató a Céleste anoche, por lo que Davina a resucitado—le explica la pelirroja—Esta en el desván.

Aquella noticia tomó a Arielle pro sorpresa. La chica Salvatore quería ver a la joven bruja, consolarla, ayudarla, pero antes de poder subir al desván, tenía alguna preguntas que hacer.

—Sabéis, esperaba que Marcel estuviera preocupado por Davina, pero tú... ¿cómo conoces a Davina?—cuestiona, observando a la bruja—

—Conocía a sus padres—revela—Prometí que la protegería.

—Uh, eso te fue muy bien—señala Arielle con sarcasmo—

Marcel forma una pequeña sonrisa ante su comentario.

—Quiere verte—explica Marcel, atrayendo la atención de la rubia—

—Si, yo también—admite—Hacedme un favor, mientras yo estoy con Davina, buscad una forma de sacar a Rebekah de ese cementerio antes de que Klaus cometa el error más grande de su eterna y larga vida.

—Estamos en ello—le aseguran ambos a la vez—

Arielle les recorre con la mirada durante unos segundos antes de separarse de ellos y subir al desván. Allí la esperaba Davina, sentada en su cama, con su vestido blanco y la vista perdida en el suelo.

—Davina—murmura, llamando su atención—

La joven levanta su mirada hasta ella. Sus ojos se cristalizan al instante en una mezcla de tristeza y alegría. Arielle camina hacia ella, envolviéndola en un abrazo antes de sentarse a su lado.

—¿Quieres contarme lo que pasó?—cuestiona con precaución—

La mirada de Davina vuelve a viajar hacia el suelo.

—Morí—recuerda de forma angustiosa—Al principio estaba sola, pero luego oí las voces. Voces susurrándome.

—¿De quién?

—Los ancestros—declara, conectando sus miradas—Estaban muy enfadados conmigo. Utilice mi poder contra los míos. Dijeron que me harían cosas horribles si volvía a dar un mal uso a mi magia.


—Llevas horas con esto—se queja Elijah con frustración—¿Con qué fin? Te conozco, he crecido peleándome contigo. No puedes vencerme ni persuadirme. Tampoco ignorarme.

—Claro que puedo, aunque tenga que pasar por encima de tu cádaver—asegura Klaus con firmeza—Me apuñalaste con este filo. Tuve que soportar horas de dolor indescriptible. Tal vez debería dirigir mi ira hacia ti.

—Si te vieras a ti mismo. Tu mirada asesina, tu aires de superioridad—señala Elijah—Te pareces a padre.

Sus palabras dañan a Klaus aún más que cuando Arielle se las dijo. Porque, al fin y al cabo, Elijah si conocía de verdad cómo era Mikael.

—Yo no soy él—asegura, dolido—La traición de Rebekah justifica mi ira. La de él era enfermiza. ¡Tú nunca fuiste víctima de su crueldad! ¡Ninguno lo fuisteis! ¡Ni Kol, ni Finn! ¡Ninguno! Creo que has olvidado cómo era en realidad.

—No. No lo he olvidado.

Klaus, aprieta su mandíbula, observando a su hermano. Entonces utiliza su velocidad vampírica para moverse hacia otro lado del cementerio, esperando poder llegar hasta su hermana, pero Elijah le sigue, volviendo a enfrentarle.

—Niklaus, entiendo tu ira—asegura Elijah—Pero te lo imploro, sé mejor que él. Tú puedes serlo. Muestra clemencia en vez de esta mezquina crueldad.

—¿Que muestre clemencia con quien me ha agraviado?—cuestiona, incrédulo—Está claro que no me conoces en absoluto, hermano.

—Pues yo creo que si—declara—¿O no demostraste clemencia con los Salvatore? Ellos intentaron matarte, mas de una vez, pero tú los dejaste vivos. ¿Y por qué? Porque Arielle te lo pidió.

—Eso es diferente.

—Ya basta—declara Rebekah, interrumpiendo su conversación, colocándose junto a Elijah—Pese a mis errores, mi culpa no es nada comparada con la tuya. ¿Quieres venganza? Bien. Pero antes de que la obtengas, te diré a la cara que ha sido tu crueldad y tu resentimiento lo que nos ha llevado a esto.

—Habla entonces—le pide Klaus—Di cuanto te plazca y cuando termines te garantizo que recibirás el castigo que mereces. Aunque tenga que llevarme por delante a Elijah.

Acto seguido, Klaus se sube sobre una tumba y se sienta, mirando a sus hermanos desde lo alto.

—¡Que empiece el juicio a Rebekah Mikaelson!—exclama—

—Ahí tienes un alarde de ego—suspira la aludida, dirigiéndose hacia su hermano mayor, situado a su lado—

—Tú di tu verdad—le pide Elijah—Yo me ocuparé de que se comporte.

—Acusada de traicionar a tu propia sangre. ¿Cómo te declaras?—inquiere Klaus—

—Declaro que te calles y me escuches—responde Rebekah con irritación—

—Invocaste a nuestro padre. Le trajiste a nuestro hogar. ¿Qué defensa posible hay contra eso?

—No todo fue tan malo, ¿no? Escapaste hasta Chicago y conociste a Arielle allí.

—¡No la metas en esto!—exclama, enfadado—

—Bien, vale. Sabía que él era lo único que temías en este mundo y quería que huyeras—admite—

—Porque me odiabas.

—Porque eras odioso—le corrige ella—Me negaste la libertad de amar.

—¿Esa es tu defensa?—cuestiona, incrédulo—Llamaste a Mikael, el destructor, el caza vampiros porque te impedí perseguir a tus aburridos pretendientes.

—Fuiste cruel, autoritario y manipulador conmigo.

—¡Intentaba protegerte!—exclama, frustrado—De los imbéciles y de las sanguijuelas. Eso por no hablar de tu falta de criterio.

—¿Y ese al que querías tanto que llamabas amigo?—cuestiona—¿Por qué me prohibiste amar a Marcel?

—¡No menciones su nombre!—exclama, poniéndose en pie—

—¿Qué te ha pasado?—cuestiona Rebekah, entristecida—Me pregunto qué habrá sido de aquel muchacho que me hacía reír y me daba regalos. Adorabas el arte y la música. Yo anhelaba ser como tú. ¿Cómo has podido caer tan bajo?

Klaus la escucha con atención, la ira en su mirada desapareciendo lentamente ante los recuerdos de su infancia junto a Rebekah.

—Dices que desprecias a Rebekah por haberte traicionado—habla Elijah, atrayendo su atención—Sin embargo, nadie se ha puesto de tu parte tanto como ella. Ni siquiera yo. Puede que lo hayas olvidado. Un día padre te pillo tallando aquellas piezas de ajedrez con su cuchillo de cazar. Te estuvo azotando sin piedad durante tanto rato que llegue a temer por tu vida. Y no fue hasta que Rebekah se enfrentó a él, que por fin te dejó en paz.

—Tal como lo pintas parece que sea una hermanita fiel. Pero me traicionó por su pasión por Marcel. Puede que lo hicieras por eso. Por amor. Quizá podría clamar mi ira si Rebekah admitiera que fue víctima de su estupidez, que su gran amor, Marcel, la utilizo para echar a esta familia y quedarse mi ciudad.

—Marcel no influyó sobre mi—asegura Rebekah—

—Aunque le defiendes, no puedes evitar preguntarte si tendré razón.

—Nos queríamos de verdad. Y empeñarte en no aceptarlo fue lo que te llevo a la ruina.

Elijah se aleja unos metros de ellos, cansado de la actitud de su hermano y de aquella disputa.

—Entonces, ¿por qué no te busco cuando dejamos Nueva Orleans?—cuestiona Klaus con curiosidad—¡Ah, si! ¡Es verdad! Se quedó aquí, con todo lo que era mío.

—¿Pretendes que reniegue de Marcel a cambio de obtener tu perdón?—pregunta, incrédula—Pues olvídalo. Marcel no tuvo la culpa. ¡Yo llamé a Mikael!

—Rebekah, quieres...—Elijah intenta intervenir—

—¡Fui yo quien le trajo a Nueva Orleans por tu crueldad despiadada!—exclama, ignorándole—Buscaba el amor y la felicidad y me negabas la libertad de obtenerlos. Si. Odiaba y también temía a nuestro padre. Pero tú aún eras peor que él. Mi hermano bastardo me intimidaba y amenazaba como haces ahora. Quería librarme de ti. Y si pudiera, lo haría otra vez.

Sin esperar un segundo más, Klaus se lanza contra ella dispuesto a matarla, pero Elijah lo aleja de ella con su velocidad sobrenatural. Ambos caen al suelo y, esta vez, Elijah agarra ambas armas en sus manos. Quedándose en posesión tanto de la estaca estaca de roble blanco como del hueso de Papa Tunde.

Ambos se ponen en pie, mirándose a los ojos.

—Hermana, déjanos—ordena Elijah, sin apartar su mirada de Klaus—

—No quiero irme...

—He dicho que nos dejes—insiste—Por favor.

Sin decir una palabra más, Rebekah decide hacerle caso, alejándose de ellos para volver a esconderse.

—Como no la escuchas. Tendrás que tratar conmigo—declara, extendiendo sus brazos para mostrarle a su hermano ambas armas en sus manos—


Davina observaba la ciudad a través de la ventana del desván, perdida en sus pensamientos cuando una llamada obligó a Arielle a abandonar la sala.

—¿En que lio te has metido ahora?—cuestiona la chica Salvatore al contestar la llamada—

—Katherine está muerta—revela Damon al otro lado de la línea, haciendo que Arielle frunza el caño con confusión—

—Ya, hace como dos o tres semanas de eso.

—Bueno, en realidad no murió en ese momento. Se metió en el cuerpo de Elena como una viajera. Ayer la matamos de una vez por todas.

—Vale. Eso... eso es demasiado extraño, pero nada sorprendente viniendo de Katherine—admite Arielle, aún confusa—¿Y a ti qué te pasa? Suenas triste ¿estás bien?

—Maté a Aaron Whitmore—revela—

—¿En serio, Damon? Era un buen chico.

—Ya, lo siento. Es solo que Elena, bueno Katherine, me cabreo mucho y me volví el Damon de hace dos años—explica—Ahora estoy encerrado en una celda porque tanto Elena como yo estamos infectados con un virus que nos hace alimentarnos de otros vampiros, así que no podemos vernos y no sé cómo contarle lo de Aaron.

—¿Y me llamas a mi para que te de consejos en tu relación con Elena Gilbert?—cuestiona, incrédula—

—Bueno...

—Escucha—le pide, interrumpiéndole—Estoy segura de que Stefan os conseguirá el antídoto a ese virus. Y en cuanto a Elena... Ella sabe cómo eres y podrá perdonarte. Creo. Pero debes dejar a ese Damon atrás, eres mejor que eso.

—Lo sé—asegura, arrepentido—Gracias por escucharme.

—Si, ni que fuera tu psicóloga—suspira, rodando los ojos—Pero ya sabes que estoy aquí. Tú y yo nos protegemos el uno al otro y juntos protegemos a Stef. Te quiero.

—Yo yo a ti—responde, terminado la llamada—

Arielle suelta un pequeño suspiro, guardando su teléfono en su chaqueta y adentrándose de nuevo en el desván.

—Vina—la llama con dulzura—Sé que es duro, pero tú eres la dueña de tus emociones. No dejes que la tristeza y el miedo te consuman.

—Lo dices como si fuera algo sencillo—comenta, dándose la vuelta para mirarla—Pero las brujas no me dejarán en paz. No han acabado conmigo.

—Nadie puede controlarte si no se lo permites.

—¿Cómo sé en quién puedo confiar?—pregunta, frunciendo el ceño—¿Debería confiar en Marcel? Lo primero que hizo cuando volví fue intentar utilizarme para ayudar a Rebekah y al tío de Cami. Sé sincera, Elle ¿tú también quieres algo de mi?

—Davina, tengo amigas brujas y sé que es muy típico de los vampiros utilizaros. Y seguramente en algún momento necesite tu ayuda—admite, mirándola a los ojos. Se acerca a ella y la sujeta de las manos—Pero no estoy aquí por eso. Me importas de verdad y quiero ayudarte.

—¿Y qué puedes hacer tú?—cuestiona, alterada—Cuando volví, las voces que escuché dijeron que las únicas que podían ayudarme eran las brujas, pero después de lo que les hice, me desprecian. ¿Cómo voy a ir a verlas y pedirles que me ayuden?

Arielle la escucha y baja la mirada al suelo con preocupación antes de volver a mirarla a los ojos.

—No puedo prometerte nada, pero mis amigas podrían ayudarte. Son brujas y confío en ellas.


—¿Cuál elegirás?—cuestiona Klaus, observando a su hermano—Sostienes las dos armas. El cuchillo de Tunde me abatiría, la estaca me mataría para siempre.

—A diferencia de ti, hermano, no me gusta el fratricidio—declara, observando la estaca—La tengo para evitar que la tengas tú. Y esto es mi seguro de vida—señala el cuchillo de Tunde—

—¿Por qué te empeñas en defenderla?—insiste, acercándose a él—Rebekah te traiciono a ti también trayendo a Mikael aquí.

—Porque es nuestra hermana—declara—Y porque me gusta recordarla tal como era antes de convertirnos en lo que somos. Una niña inocente, siempre riendo y llena de vida.

—Mis recuerdos sirven para hacer su traición más dolorosa.

—¿No eres capaz de aceptar ni una pequeña parte de culpa?—cuestiona Elijah con asombro—Niklaus, fue tu crueldad lo que la condujo a hacer lo que hizo.

—¿No lo ves, Elijah? No quería que me marchara. Quería que muriera.

—No es cierto.

—Siempre me odió. Y tú lo sabes.

—No tienes ni idea, ¿verdad?—observa—No tienes ni idea de lo que estuvo apunto de hacer por ti. Cuando nuestra hermana ve algo que considera una injusticia se vuelve obstinada, impulsiva y a veces, bastante peligrosa. Eso nunca fue más evidente que la noche que intentó matar a nuestro padre.

—¿Qué es esto? ¿Algún tipo de farsa con intención de ganarte mi compasión?

—Solo es la verdad. Estuve allí. Lo hubiera hecho para protegerte, si yo no la hubiese detenido—explica Elijah—Cuantas veces he deseado volver a aquel momento y acabar yo mismo la tarea.

—¿Y ahora por qué me cuentas esto?—inquiere, apretando su mandíbula y dándose la vuelta con frustración—

—Niklaus, a veces nuestra hermana actúa sin pensar. Es muy influenciable, se enamora con facilidad, pero te quiere. Tu trato mezquino le ha roto el corazón. Si, respondió convocando a nuestro padre. Si, cometió un error. Pero no estoy seguro de poder culparla.

Klaus le escucha con atención, volviendo a mirar a su hermano.

—Yo si—asegura, usando su velocidad vampirica para alejarse de él—

Sin embargo, Elijah no iba a rendirse, imitando su acción para volver a enfrentarle.

—No me obliges—le pide, sujetando ambas armas en sus manos—

—Si quieres enfrentarte a mi, deja ese patético cuchillo. Porque cuando algún día me lo saques, te odiaré tanto como a ella. Así que, si quieres proteger a Rebekah, necesitaras usar la estaca de roble.

—Estoy arto de escuchar tonterías.

—No finjas que no se te ha pasado por la cabeza. Cuando me miras ves todo lo que detestas de ti mismo. Te ocultas bajo tus trajes elegantes y tus pañuelos. Tú, tras tu máscara de hombre educado y elocuente, sabes que eres tan abominable como yo. O peor. Así que, adelante, Elijah. Adelante. Clávame esa estaca.

El noble le mira a los ojos, lanzando la estaca lejos de ellos.

—No soy tan cobarde como para tener que matarte—declara—Pero si tengo que hacerte sufrir para proteger a Rebekah, eso no dudaré en hacerlo.

Klaus sonríe victorioso, dando un paso atrás.

—¿Lo ves? Sabía que no lo harías—comenta, alejándose de él—Aún te aferras a la esperanza de poder redimirme, porque si el bastardo puede ser salvado, hay esperanza para ti.

Elijah baja sus defensas, confuso por sus palabras. Klaus aprovecha eso, atacándole con su velocidad sobrenatural y clavándole el cuchillo de Papa Tunde en el pecho.

—Ahora sabras lo que se siente—declara, dejándole caer al suelo—

—Esa iba a ser mi frase—habla Rebekah, apareciendo tras él con la estaca de roble blanco en sus manos—Pero ahora que tengo esto, yo decido quién vive y quién muere. Voy a quitarle ese cuchillo.

—Primero tendrás que matarme—declara Klaus—Y ahora que tienes los medios, ¿por qué no terminas lo que empezaste hace un siglo?

—No te quería muerto, Niklaus. Quería que huyeras.

—¡Mentirosa!—exclama, enfadado—Querías venganza.

—Tú me empujaste a traicionarte. Y ahora lo tergiversas para justificar mi asesinato en vez de aceptar tu culpabilidad. Yo solo quise a tu amigo. Podrías haberte alegrado por nosotros, pero en lugar de eso, por tu paranoia, preferiste perdernos a los dos. Tú te buscaste tu suerte. No hay nadie más a quien culpar, Nik. Solo a ti.

—¿Y dónde está Marcel ahora?—cuestiona él—Dices que te quería y, aún así, te ha dejado aquí atrapada conmigo. ¿Tú contra mi? No sería una lucha justa, tal vez con Marcel tendrías alguna oportunidad. Pero me parece que ya ha encontrado a otra chica, sin duda más joven y más guapa.

—Te alegras del dolor ajeno y aún te preguntas por qué te odio.

—Ese odio fue lo que te llevo a hacer lo que hiciste. Admite la verdad. Admite que me querías muerto.

—Quería que huyeras—insiste ella—Eso es todo. A pesar de tus delirios.

—Elijah está sufriendo, si quieres ayudarle es muy fácil. Todo lo que tienes que hacer es admitirlo—eleva la voz con frustración—

—Estás loco.

—¡Si! ¡Si! Soy un monstruo despiadado. Convocaste a Mikael para que acabara conmigo ¡Admítelo!

—¡No es cierto!

—Sabes que es verdad. ¡Admítelo!

—Te digo que...

—¡Querías verme muerto! Admítelo—exclama, colocándose a centímetros de ella—

Rebekah le observa durante unos segundos, intentando tranquilizarse y pensado en una respuesta sincera.

—Puede que si—admite entonces—

Klaus la observa dolido, da un paso atrás antes de lanzarse contra ella para clavarle la estaca en el pecho.


La noche ya había caído sobre Nueva Orleans en el momento en el que Arielle aparece en el cementerio. Allí, la rubia se encuentra con Rebekah. La chica Mikaelson se encontraba sentada sobre una tumba. A pocos metros detrás de ella, Klaus observaba la estaba de roble blanco en sus manos y Elijah yacía inconsciente a su lado.

—¿Qué ha pasado?—inquiere, agachándose junto a este último—

—Le he devuelto lo del cuchillo de Tunde—explica, llevando su mirada hacia ella—

—¿Y Rebekah?—inquiere, dirigiendo su mirada hacia su amiga—

—Es posible que tuvieras razón y nunca haya querido matarla—admite, bajando la mirada al suelo—Puede que solo quisiera que sintiera parte del miedo que sentí yo cuando Mikael aparecían aquí. Me acusan de ser malvado, pero fue ella quien conspiró para matar a los de su propia sangre.

—Ella estaba enfadada. Le hiciste daño—señala Arielle, acercándose a él—

—Yo quería a mi familia—declara, mirándola a los ojos—A Rebekah, a Elijah... Los quería a todos.

Arielle le observa con tristeza, fijándose en como las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Klaus aparta su mirada de ella, poniéndose en pie.

—Sé que puedo ser complicado. Entendería que quisieras dejarme, alejarte de mi, alejar a nuestra hija de lo que soy. Pero solo quiero que sepas que no siempre fui así. Fue Mikael quien me quebrantó.

—Lo sé—asegura, mirándole a los ojos—Pero también les hizo daño a ellos. Y todos hemos sufrido las consecuencias de cómo nuestros padres nos educaron.

—Tú no, Arielle. Me contaste la historia de cómo era tu padre, pero tú no fuiste corrompida.

—Puede que por él no. Él se encargó de Damon. Pero no te he hablado de mi madre aún.

—Puedes hacerlo—la segura, dirigiendo una mano hacia su mejilla, acariciandola con delicadeza—Cuando estes preparada. Pero sé que nada será tan horrible como para apagar la luz que tienes.

—Créeme, tenía mucha más hace 150 años.

Klaus asiente, atrayéndola hacia él para unir sus labios en un pequeño beso. Acto seguido se aleja de ella, dejándola a solas con Rebekah.

—Me voy—declara la original, acercándose a su amiga—

—Creía que las chicas debíamos apoyarnos—señala Arielle, cruzándose de brazos—

—Bueno, Nik y yo hemos llegado a un acuerdo después de que intentara matarme. Es de todo o nada y sin vuelta atrás. Dejó la ciudad y me permite vivir—explica—Es muy tentador.

—Después de mil años con Klaus te mereces unas vacaciones—admite Arielle con una pequeña sonrisa—

—Oye, sobre Nik... Sé que te quiere con toda su alma y corazón. Contigo vuelve a ser el hermano al que quería tanto. Él quiere sentirse temido y está tan dolido para darse cuenta... pero creo que hay esperanza para él. En ti y en el bebé que llevas dentro—habla con sinceridad—Y hablando del bebé... Nuestra familia no carece de enemigos. Los heredará a todos. Por favor, ten cuidado.

—Descuida, tiene muchos tíos sobreprotectores. Y tú siempre serás bienvenida en su vida. No me importa lo que Klaus diga. Siempre puedes venir. Tengo amigas brujas, él no lo sabrá.

—Desde el día que te conocí sabía que seríamos buenas amigas, Elle. No me equivocaba—sonríe—Pero, si no pudiera venir, no olvides contarle a ese niña historias de su alocada tía Bex. Y hazle saber que a pesar de mi ausencia, yo la quiero muchísimo.

—Créeme ya lo sabe—asegura, envolviéndola en un abrazo—




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