Todo el día había estado estresandose y comiendo demasiado, así que a esas alturas muy poco le importaba dar una excusa creíble, solo quería irse y que nadie lo detuviera.

Afortunadamente nadie lo hizo aún cuando su excusa era tan pobre como que Jooheon no había llevado su billetera lo cual era imposible teniendo en cuenta que él era alguien bastante precavido y minucioso.

Condujo en busca de Jooheon quien había sido tan cínico de llevarse el auto de su madre como si quisiera darle a entender que aún si no volvía a tiempo, Changkyun tendría el auto libre para irse a casa.

No había excusa para quejarse, ¿no?

Apretó el volante con fuerza mientras se estaciona a la orilla de una calle cercana a la tienda de conveniencia indicada, pero no tuvo que esperar mucho tiempo ni una carta para seguir con la ruta que aquella persona había establecido porque aunque había querido evitarlo, Jooheon la estaba siguiendo al pie de la letra o al menos eso era lo que demostraba saliendo sonriente de la tienda de conveniencia con una refinada botella de champagne en la mano, que contenía un bonito lazo rojo de decoración.

Su corazón se estrujaba en su pecho con casa paso que él daba hacia el auto de su suegra que era levemente iluminado por las cientos de lucesitas navideñas de la estancia.

Y le jodía mucho la situación, tanto que no pudo soportarlo y condujo detrás de él sin esconderse.

Entonces, cuando Jooheon se estacionó frente a una bonita casa, se bajó del auto con la botella en la mano, totalmente tranquilo sin siquiera dar señales de saber de la presencia de Changkyun llegando tras él.

Fue en ese momento que mientras el mayor abría la puerta principal de aquella casa totalmente desprevenido, una fría mano lo detuvo por el brazo quizá con más fuerza de la necesaria.

— ¡Jooheon! ¡¿Qué demonios?! —le gritó sin contener el llanto que ya lo invadía.

Y ahí no había luces ni cartas.

Simplemente se miraron a los ojos, quizá igual de sorprendidos, igual de nerviosos pero jamás igual de rotos.