5 Cómo auto erotizarse correctamente
Hola a todos, aquí Coco, derrapándose para llegar en el último momento a actualizar XD ¡Uff! He tenido tanta tarea que mi espalda y mis ojos me duelen de estar pegada a la laptop, pero como siempre, aquí sigo fiel a mis cocoamigos que han esperado pacientemente ^u^ Hoy tenemos un capítulo dulce y sexy 7u7 espero que les guste mucho y que disculpen el retraso. Ya saben qué hacer °u^
***
Apenas su paciente se fue de su consultorio, la doctora Liones colgó la llamada en la que estaba y se sentó con una mueca de confusión en la cara.
—Vaya, que extraño, salió con mucha prisa de aquí. Bueno, no importa. Le mandaré un correo con su próxima cita y sus nuevos libros de estudio.
A continuación la médico tomó sus notas, revisó las pruebas que le había hecho, y mientras repasaba todo el material de estudio que le daría... sonreía feliz. Mientras más lo pensaba, más extasiada se sentía. Aún no entendía cómo era posible que el señor Demon no se hubiera dado cuenta de que era una criatura tan naturalmente sensual. La forma en que inhaló su perfume con los ojos cerrados, sin saber que tenía su escote a solo diez centímetros; la manera glotona en que comió las fresas que le ofrecía; su piel erizándose al escucharla gemir, y las expresiones de placer que hacía cuando ella lo tocaba indirectamente. Aún recordaba lo conmovida que se sintió al ver que había logrado que tuviera una erección, y... lo mucho que había deseado metérsela a la boca. La albina abrió los ojos con sorpresa y agitó la cabeza tratando de apartar esos pensamientos.
—¿Pero qué me pasa? Esto no es propio de mi.
La terapeuta frunció un poco el ceño, enojada consigo misma, y en cuanto se calmó se puso a reconsiderar sus pensamientos al respecto. La verdad... es que lo deseaba. Había deseado sexualmente a su paciente, ahí mismo, en su consultorio. Y eso no era normal. Porque a pesar de ser una profesional del sexo, a pesar de que había causado el mismo efecto en otros hombres muchísimas veces, siempre había mantenido la distancia profesional, en especial con aquellos que ella sabía que tenían la tendencia a ser románticos. Estarossa, por ejemplo.
Ella nunca lo había tocado directamente, todo se trataba de pláticas y ejemplos visuales, y jamás se había acercado a más de un metro de él. Sin embargo, el pobre igual se había "enamorado". Incluso arruinó su matrimonio arreglado, que fue la razón para llegar al consultorio, y ahora la acosaba con regalos e intentos para establecer una relación formal. Estaba comenzando a sentirse francamente harta, y al recordar la sensación de fastidio que le provocaba sus asedios, por alguna razón, recordó otra vez la cara de su nuevo paciente. ¿Cómo se sentiría si los regalos e invitaciones a salir no fueran de Estarossa, sino del señor Meliodas? Al pensar en esto, su corazón latió con fuerza, la respiración se le agitó y comenzó a sentir mariposas en el estómago.
—¡Aaah no, por supuesto que no! Soy una profesional, nada de amor ni de romance, ni ninguna de esas cosas absurdas. El señor Demon es solo un paciente más, un consultor sobre erotismo, una persona con una meta, y eso es todo.
Pero esta vez, ni ella se creía lo que estaba diciendo. Los detalles de esa sesión volvieron de nuevo a su memoria, y a pesar de lo mucho que intentó resistirse, la doctora terminó ruborizada. Su boca de labios sensuales, su suave cabello rubio, su cara infantil y tierna, y su cuerpo... al darse cuenta de que comenzaba a mojarse, la médico decidió usar una estrategia diferente y abordar la situación desde otro ángulo.
—N... no. No estoy enamorada. Solo lo deseo como hombre, es simplemente eso, y nada más.
Pero de nuevo, era una mentira. Recordó su timidez, lo gentil y pausado que era, y su introversión, acompañada de un valor gigantesco. Era culto, inteligente, honesto, tranquilo, ¡sencillamente adorable! Al darse cuenta de que sus propios dedos habían viajado inconscientemente hasta el punto dulce entre sus piernas, supo que tenía un gran problema entre las manos. No podía ser, era sencillamente imposible que se hubiera enamorado. Tal vez si se quitaba las ganas, esos molestos sentimientos se irían. Tal vez... si cogía con él, se daría cuenta de que no era lo que pensaba, y podría olvidarse del asunto.
Pero, ¿cómo lo haría? Para lograr hacer eso, tendría que romper toda la distancia profesional. Y eso era bastante peligroso en muchos sentidos: se arriesgaba a destruir su reputación, a ser objeto de alguna demanda, a perder su licencia médica, e incluso su negocio. Y eso no era lo peor. ¿Qué tal si él la rechazaba? Después de todo era muy tímido, y estaba el detalle de su virginidad. ¿Pero y si, por el contrario... la aceptaba? No quería que el pobre se hiciera ilusiones con ella. No le gustaría lastimarlo cuando había llegado al consultorio buscando sanación. ¿Y si... la que salía enamorada era ella? Ese, sin duda, era el panorama más aterrador de todos. No pudo resistir más.
Tomó uno de los nuevos vibradores que habían llegado a la tienda, se encerró con seguro en el cuarto rosa y, antes de darse cuenta, estaba metiendo dentro de ella el adorable juguete mientras gemía y pensaba en él. Su cuerpo absorbía cada vez más el aparato, se retorció de placer imaginando esos ojos verdes sobre ella, y cuando finalmente alcanzó el orgasmo, tuvo una idea brillante. Implicaría aprovecharse un poco de la inocencia de su cliente, eso era cierto; pero si tenía éxito, todos los líos sobre sus sentimientos se aclararían inmediatamente, y ayudaría a su paciente con una terapia sexual tan solo ligeramente fuera de lo común. El riesgo lo valía. Su cuerpo se estremeció una última vez, llena de emoción ante la idea. En cuanto terminó de limpiar su espacio y el instrumental que había usado, volvió a su oficina para llamar a Mela y agendar la nueva cita. La doctora se moría de ganas porque llegará de nuevo el momento de la sesión.
*
Un jadeo ahogado se dejó escuchar en la oscura habitación del joven escritor. Mantenía los ojos cerrados, sintiendo las gotas de sudor escurriendo por su frente y una corriente de aire caliente chocando contra su arrítmica respiración.
—Abra los ojos, señor Demon. —susurró en su oído la bonita doctora, empleando una voz de lo más sexy, mientras daba una ligera y breve succión a su lóbulo. Meliodas inhaló profundamente, sintiendo el dulce aroma de la fragancia de aquella mujer invadiendo sus fosas nasales. De inmediato, acató la orden, abriendo los ojos con lentitud y cruzándose con sus orbes zafiros en el camino.
Elizabeth estaba sentada al borde de una inmensa cama con claras sábanas de seda. Usaba una camisa blanca de botones y una falda de cuero negro que se ajustaba a sus amplias caderas. Tenía una pierna por encima de la otra y pequeños rastros de bálsamo labial transparente hacían brillar la carne de sus rosados labios. Su largo cabello suelto, y ahora, ligeramente ondulado, caía a cada lado de sus hombros, mientras su mirada lujuriosa amenazaba con atravesar su alma, como buscando algo oculto en lo más profundo de su ser.
La escena resultó por completo erótica para el rubio, quien se mantuvo estático en su lugar, tragando en seco e indeciso si correr hacia ella, o lejos de ella. No tuvo que hacer ninguna de las dos cosas, pues fue la doctora quien se acercó peligrosamente a él, que aún estaba recostado en la cama.
—Vaya, que raro, ¿mi paciente favorito no limpio bien su cuerpo esta vez?
—¿Eh? —El rubio se asustó tremendamente al oír eso. ¿Él, permitiendo suciedad en su cuerpo? Estaba por levantarse y hacerse una desinfección completa cuando la doctora volvió a intervenir.
—No tiene que preocuparse señor. Yo misma le ayudaré a limpiarse. —Entonces, ocurrió algo que ni siquiera es sus más alocadas fantasías habría sido posible: la peliplateada se inclinó sobre él, colocó sus delicadas manos sobre su entrepierna, y lentamente sacó su miembro de sus pantalones para después llevárselo a la boca.
Él miraba hipnotizado como la cabeza de la médico subía y bajaba, su lengua lamiendo a todo lo largo para después chupar la punta. Repetía el proceso una y otra vez, hasta que finalmente lo dejó temblando de algo que no sabía si era de miedo o de placer. Quería suplicar por más, quería gemir fuerte y mover las caderas, pero justo cuando obtuvo el valor de hablarle y abrió los ojos de nuevo... descubrió que estaba solo en la habitación de su cuarto. Una mañana cálida y esplendorosa entraba por sus cortinas color azul, y aunque hacía frío, se encontró a si mismo sudando. Y por su puesto, había vuelto a tener una erección.
—No puede ser, no... no... —Pero esta vez, sus protestas eran un poco menos auténticas. Tenía la cara completamente roja, le daba asco estar húmedo, pero en esta ocasión, ya no sintió la urgencia inmediata de darse un baño. Se quedó acostado, mirando el bulto en sus pantalones con una mezcla de curiosidad y asombro, y casi con miedo, fue acercando su mano a la tela tirante.
Era de lo más normal, ¿o no? No era su culpa haber tenido otro sueño extraño, probablemente se debía a todo el material que había leído y que le dejó la doctora para estudiar. Según lo que entendió, la masturbación no era mala. No era un acto sucio o pervertido, simplemente era otra forma de auto exploración. Se sentó en la cama, con cara de concentración y las piernas abiertas, pero aunque el palpitar seguía ahí pidiendo "alivio", no se atrevía a seguir.
—Vamos, ¡cobarde! Esto lo hacen hasta los chicos de secundaria, es fácil, todo está bien... —Estaba a punto de lograrlo, sus dedos estaban justo encima de la tela... y entonces se paró de un salto para correr al lavabo. Se mojó la cara, se desvistió lo más rápido que pudo, y se puso a bailar algo que parecía samba bajo un chorro de agua helada. Lo interesante fue que, con todo y eso... la erección no cedía. Cada vez le estaba costando más trabajo controlarse, y aunque eso tal vez sería algo bueno a los ojos de la doctora, para él era como mirar al abismo sabiendo que tarde o temprano tendría que saltar.
*
—No puede ser, ¿en serio no funcionó a la primera?
—No.
—¿Ni con la macarena completa?
—No.
—¿Y el "asereje"?
—Traté cinco veces. —Esta vez era Gowther quien lo conducía hacia el consultorio de la doctora Liones, y aunque estaba tratando de no mostrar sus emociones ante las noticias que le daba su cliente, apenas podía contener la risa. Hubo un breve silencio entre los dos mientras ambos procesaban lo dicho, y entonces el pelimagenta volvió a intentarlo.
—¿Probaste con samba?
—¡Qué si, Gowther, ya te lo dije! Probé de todo, todos los bailes de batucada que me sé, estuve más de media hora bajo el agua fría, y aun así, la cosa esa... esto, mi... ¡El punto es que no se bajaba!
—Se dice pene. Repite conmigo: pe-ne. —El chico de lentes recibió una ola de insultos de su amigo escritor, y cuando este terminó y él por fin paró de reír, dio un suspiro largo y meneó la cabeza—. Es una pena, dos pasos adelante y uno atrás. Yo pensé que la doctora ya te habría quitado el miedo a decir los nombres correctos de los órganos sexuales, o que al menos habrías aprendido a darte alivio a ti mismo. Si tu TOC no permite que te dejes tocar, ¿cómo vas a hacerle para que se de el "traca traca" entre ustedes?
—¡Ya te dije que esa no es mi intención! Yo solo, bueno, estoy con ella porque necesito aprender a escribir sobre erotismo. Pero nada más. —Sin embargo, Meliodas cada vez estaba menos convencido de eso. El pelimagenta simplemente volvió a reír, volteando los ojos mientras paraba ante el semáforo rojo, y tras otro suspiro, continuó la conversación.
—Si tú lo dices. A propósito, y ya que sacaste el tema, ¿has avanzado algo con tu escrito? —La cara de vergüenza del ojiverde fue toda la respuesta que necesitaba—. Bueno, pues no más te voy avisando que Mael ya pidió un avance, al menos una ficha técnica de tu nueva historia. Tenemos un tiempo límite de entrega, y si no quieres que la última novela que escribiste sea en verdad "la última", más te vale que hoy sigas las instrucciones de la doctora al pie de la letra.
Pese a la pena que tenía y lo molesto que se sentía por todo ese asunto, Meliodas reconoció que esta vez su amigo rarito tenía razón. No podía seguir así, ¡su carrera de escritor estaba en juego! Entonces reunió todo el valor que tenía, se juró a sí mismo hacer todo lo que dijera la doctora Liones en esa sesión, y miró al frente para ver aparecer la su tienda en el horizonte. Un repentino ataque de timidez volvió a invadirlo, ¿ella habría recibido sus flores? Con el corazón aún a mil y la cabeza girando, el rubio bajó del auto y se dirigió a las puertas de cristal de la famosa sexshop.
*
—Bien... muy bien... ¡excelente señor Meliodas! Las últimas pruebas que hizo fueron muy buenas, parece que comienza a dominar el vocabulario de educación sexual, y no creo que tarde mucho en aplicarlo a sus escritos.
El rubio se sonrojó mientras veía a la doctora leer sus carpetas, y no pudo evitar sonreír al ver que tenía el arreglo de flores que él encargó justo a lado suyo sobre el escritorio. En cuanto ella bajó los folder beige y notó a donde miraban sus ojos, sonrió con dulzura y entrelazo los dedos por encima del escritorio.
—¿A usted también le gustan las gardenias?
—Eh... sí, yo...
—Le confieso que son mis favoritas. Aún no he visto la dedicatoria de quién me las mandó, pero en cuanto las vi esta mañana no me pude resistir a traerlas. —El ojiverde sintió claramente como una gran calidez lo invadía, seguida de una inesperada sensación de victoria.
Había visto un enorme florero, caro y con rosas blancas, arrumbado en una esquina de la recepción, y no necesitó mirar la tarjeta para saber que se trataba de ese otro sujeto, el abogado fantoche del que Mela le habló en su visita pasada. Que Elizabeth prefiriera su modesto arreglo de flores silvestres significó mucho para él, y estaba tan exultante de felicidad que incluso contagió a la destinataria de aquel regalo.
—Me encanta verlo de tan buen humor, señor. Tal vez deberíamos aprovechar la ocasión para tratar algo nuevo. Pero antes de eso, ¿tiene alguna duda sobre el material que le mandé? —La pregunta volvió a traer al presente al joven escritor, y aunque le seguía costando mucho trabajo hablar abiertamente del tema, al menos él ya venía preparado con preguntas técnicas.
—Sí, bueno, verá... en realidad, le confieso que no sé muy bien para qué me serviría saber de mas... mas...
—¿Masturbación?
—Sí, eso. ¿De qué me sirve saber de masturbación para un texto erótico? ¿Que no se necesita necesariamente una pareja cuando se escribe una novela de ese tipo? Además, no lo sé... me parece algo demasiado sucio y degenerado, no puedo evitar pensar en los pervertidos cuando el tema sale a flote. —El rostro de la doctora mostró varias emociones tras escuchar estas palabras.
Al parecer Gowther había tenido razón, la señorita Liones pareció ligeramente decepcionada cuando él no dijo con claridad la palabra "masturbar". También pareció algo divertida cuando él mencionó que solo los pervertidos lo hacían, y al final, volvió a poner una expresión neutra y profesional.
—Bueno, vamos por partes. Como ya hemos aprendido en sesiones anteriores, muchas veces el erotismo no se trata del acto sexual en sí, sino de la fantasía y las diversas circunstancias que lo rodean. La masturbación es un tema recurrente porque evoca esas fantasías. Es normal que en una novela erótica el personaje se masturbe pensando en su ser amado, o frente a él, o que la pareja se toque mutuamente. Además, déjeme decirle que la masturbación representa un acto de confianza a varios niveles. El permitir que alguien más explore el cuerpo de uno es una de las máximas señales de aceptación que existen en la pareja, ¿todo bien hasta este punto? —El rubio simplemente asintió con la cabeza, y se quedó hipnotizado al ver el brillo labial que la peliplateada estaba utilizando—. Y como ya le dije, el sexo solo es algo sucio si usted decide hacerlo así. Los gustos y preferencias en cada caso es lo que determina si algo es malo o no.
—Pe... ¿pero qué hay de los pervertidos? ¿A usted no le da la sensación de que la gente que hace eso lo es? Además... leí en algún lugar que las personas pueden hacerse adictas.
—Vaya, me alegro mucho que usted buscara un poco más de información además de las referencias que le di. Pues sí, la gente puede volverse adicta, pero todo tiene una explicación médica del porqué. Verá, durante la masturbación se activan algunas glándulas especiales que segregan todo un arco de hormonas con diferentes efectos. Sustancias como la endorfina o la oxitocina generan una sensación de bienestar y apego, la cual puede volverse adictiva, pero no más de lo que podría ser una comida deliciosa, o incluso un masaje. Y definitivamente no es como el alcoholismo o la drogadicción. Si la persona se vuelve adicta a esto, casi inevitablemente estará ligado a un desorden psicológico, y no a una dependencia física. Tanto si la persona se toca demasiado como si no lo hace en absoluto, ambos casos dependen de su situación emocional.
El rubio percibió claramente como esa "pedrada" le caía a él, y aunque la doctora aún no le había preguntado nada personal al respecto, él temía que ella notara que, además de ser virgen, le tenía miedo a la masturbación.
—Bueno... supongamos que la persona no es adicta, pero tampoco tiene pareja. ¿Para qué sirve la masturbación? —Por un segundo la mirada de la doctora cambió por completo, y Meliodas no pudo evitar recordarla tal y como estuvo en su sueño: unos ojos sensuales y lujuriosos. Al momento siguiente, ella tenía la misma expresión dulce de siempre.
—Me parece que esa explicación venía en el glosario que le mandé, ¿recuerda la palabra "autoerotizarse"?
—Sí, claro. Se usa como un sinónimo de mas... masturbación, ¿no es así?
—No exactamente. Poniéndolo en términos muy simples, significa "hacer el amor con uno mismo", y eso es exactamente para lo que ayuda la masturbación. No es solo por placer, también es un acto psicológico para conocerse, y es algo realmente útil, pues sirve para conocer las propias zonas erógenas, decidir nuestros límites personales, descubrir preferencias, e incluso es un simulacro previo al acto sexual en sí. —La boca de Meliodas no podía estar más abierta.
Parecía tan simple, la doctora Elizabeth hacía ver todo eso como algo natural y sencillo. Ahora se sentía un poco ridículo por darle tantas vueltas al asunto y no tocarse esa mañana. Esa debía ser justo la reacción que la médico esperaba, porque lo siguiente que hizo fue levantarse, tomar las llaves del pequeño cuarto rosa, y hacerle un gesto amable para que siguiera.
—Vamos a hacer un experimento, ¿le parece señor? —El pequeño rubio la siguió como hipnotizado hasta aquella habitación, y al momento de entrar, notó que estaba ligeramente diferente. Ahora parecía incluso más limpia que antes, esterilizada, perfecta. Había un ligero aroma a coco en el aire, y había una camilla médica como de masajes al centro de todo—. Por favor, siéntese. Yo prepararé todo para la prueba que vamos a hacer.
Entonces por fin el rubio reparó en la ropa que ella llevaba. No la había visto porque estuvo sentada todo el tiempo, pero ahora que la veía de cuerpo completo, sintió que se iba a desmayar: camisa blanca, falda corta de cuero, y cabello suelto ligeramente ondulado. La señorita Elizabeth estaba igualita a como la vio en su sueño. Cambió un poco al irse preparando, ya que se amarró el pelo en un moño alto y se puso una bata médica de un blanco inmaculado, pero por lo demás, lo hizo temblar de expectación.
—Bien, en esta ocasión quiero hacer unas pruebas un poco más invasivas, pero eso solo será posible si usted está de acuerdo, ¿le parece bien que...?
—¡Sí! —Un breve e incómodo silencio siguió a ese momento, y Meliodas creyó que no podía estar más rojo. ¿Por qué demonios había gritado? Eso no era necesario. Sin embargo, él había deseado que la doctora lo tocara prácticamente desde su primera sesión, así que si había un momento para superar su TOC y dejar que ella se acercara, ese era—. Esto... Sí doctora, no hay problema. Cualquier prueba que quiera hacerme, tiene mi permiso.
Ella le sonrió gentilmente tras escuchar eso, y aunque él se decepcionó al ver que se ponía guantes de látex esterilizados, su yo obsesivo de la limpieza se estremeció.
—Excelente. Entonces comencemos. Dígame señor, ¿alguna vez se ha autoerotizado?
—¡No! —De nuevo gritando. Trató de inhalar profundo, calmar su alocado corazón, y las siguientes palabras salieron en un tono de voz normal—. No señorita, yo jamás me he... yo no me mas... masturbo.
—Tranquilo, no se preocupe. Me lo esperaba, pero eso tiene una solución muy fácil. La terapia que le haré se parece mucho a la de nuestra sesión pasada, así que le pido que se relaje y escuche atentamente mis palabras, ¿de acuerdo? —No hubiera hecho falta la petición, él ya estaba completamente hipnotizado por su voz, pero igual asintió con la cabeza y la vio traer una serie de objetos extraños que dejó en una pequeña mesa a lado de la camilla—. Muy bien, primero que nada, recordemos que el erotismo no necesariamente tiene que ver con los genitales, sino con las sensaciones de todo el cuerpo. Voy a pasar una serie de objetos sobre diferentes superficies de su piel, y usted debe decirme el nivel de reacción, ¿está listo? —La respuesta salió en un susurro tan débil que apenas se escuchó, pero como eso pareció suficiente, la feliz peliplateada sonrió—. Pues comencemos entonces.
El primer objeto fue un plumero. Elizabeth lo deslizó suavemente por su espalda, sus brazos, su pecho, pero fue hasta que llegó a su cuello cuando él finalmente se estremeció.
—¿La sensación es más placentera?
—Sí.
—Excelente. Mi buen señor, acabamos de encontrar su primera zona erógena. Sigamos con el experimento —El siguiente instrumento fue una vara de goma suave, que deslizó por varias partes de su rostro hasta que obtuvo los resultados que esperaba—. Hiper sensible en los labios y en el arco de la oreja. Muy interesante.
Lo siguiente fue un martillo con el que fue dando pequeños golpecitos en diferentes partes de sus piernas. Él tuvo que contenerse lo más que podía para evitar que nuevamente le saltara una erección, y tras morderse el labio y aguantar diez minutos enteros, finalmente la prueba concluyó.
—Al parecer la reacción más fuerte es en los muslos. Qué coincidencia, esa es una de mis zonas erógenas también. Muy bien, terminamos la parte exploratoria, y ahora que sabe sus puntos más sensibles, puede autoerotizarse. Maravilloso señor, está siendo un muy buen paciente. Pasemos a la parte final, la masturbación genital. Le pido baje ligeramente sus pantalones y me muestre su miembro.
Por un segundo el rubio creyó no entender bien. Toda la sangre de su cara lo abandonó, abrió los ojos como platos y su boca formó una "o" perfecta. ¿En verdad la doctora le había pedido eso? Sin embargo, ahí estaba ella, con la misma expresión neutra y formal de un doctor que simplemente le pide a su paciente que inhale profundo. ¿Eso era normal en una terapia? No lo sabía, pero justo cuando estaba por huir o tratar de detener lo que pasaba, recordó de nuevo su sueño erótico y sencillamente no pudo hacerlo. Además, se prometió a sí mismo y a Gowther obedecer a la médico en todo lo que dijera, así que se tragó sus miedos, abrió lentamente su cremallera, y mostró la pálida parte de su cuerpo a la hermosa albina.
—Perfecto. Mis felicitaciones, se ve muy saludable y tiene una higiene estupenda. Ahora procedamos, ¿recuerda el diagrama con la anatomía externa del pene que le pedí que estudiara? —Él solo pudo asentir con la cabeza mientras veía como las manos enguantadas de la doctora tocaban su zona prohibida―bueno, pues vamos a revisarlas y le iré explicando cómo hacer una masturbación masculina correctamente.
Lo siguiente que pasó él no supo decir si formaba parte de su fantasía o de la realidad. Primero, la doctora embadurnó sus guantes con un lubricante especial que había preparado previamente, dejando el látex brillante y resbaloso. Cuando sus manos cálidas finalmente lo tocaron, él sintió que ahora sí se iba a desmayar.
—Primero que nada, es un error creer que la única forma de masturbación masculina consiste en apretar "arriba y abajo". Hay muchos otros tipos de masajes y estimulación que se pueden hacer, y lo más importante al respecto es saber cuáles son los puntos más sensibles del miembro para poder explotar su capacidad. Una de las zonas más infravaloradas es esta...
—¡Aaaahhh! —Si a la doctora le molestó su gemido, no dio muestras de hacerlo. En cambio, acunó dulcemente sus esferas en la palma de la mano, y con el pulgar, comenzó a acariciar una y luego la otra, moviendo su dedo como si dibujara el signo de infinito.
—El escroto es una de las zonas más delicadas de la anatomía masculina, pero si se maneja bien, también es una de las zonas más placenteras. Cada vez que lo manipule, procure comenzar despacio y deténgase si hay cualquier incomodidad —El rubio simplemente se mordió los labios, y asintió con la cabeza mientras la veía proseguir—. Ahora, hablemos sobre el cuerpo del pene. Esta es la zona que sufre más respecto a los estereotipos y expectativas, así que déjeme aclararle dos rumores al respecto. Primero: el tamaño en realidad no importa. El grosor y largo de un pene se determinan por factores genéticos, pero al final, es más importante la forma en que se interactúa con la pareja que la forma del miembro en sí. Segundo: es mentira que durante una felación la mujer tiene que meterse todo el miembro a la boca para dar placer. De hecho, hacerlo puede ser contraproducente, ya que se podría activar el reflejo vomitivo y llevar a la pareja a una situación muy incómoda.
—¡Puaj!
—Exacto. Lo mejor en estos casos es apretar suavemente la base del pene y hacer la felación o masturbación en el resto del miembro. Al final, lo que importa es la intensidad con la que los labios ejercen presión, y no la profundidad con la que es metido en la boca. Permítame demostrarle —Dicho y hecho. La mano que masajeaba sus esferas pasó a lo largo de su miembro, apretó la base, y comenzó a subir y bajar estimulándolo con las yemas de los dedos y haciendo diferentes tipos de presión y masaje—. ¿Se siente bien?
—Muy... muy bien. —El rubio no se dio cuenta de cuando comenzó a cerrar los ojos, pero como la doctora sí, sonrió y siguió con sus sensuales atenciones.
—Excelente. Sin embargo, esta zona en realidad no es la mejor cuando se trata de dar placer. Y es así como llegamos a la parte final de nuestra exposición.
—¡Aaaahhh! —Los dedos finalmente llegaron hasta la palpitante punta de su asta, y la sensación fue tan intensa que incluso lo hizo arquearse y echar la cabeza hacia atrás.
—El frenillo y el glande son en realidad la mejor parte para lograr un orgasmo y posible eyaculación. Haga el masaje de este modo, dejándolos siempre para el final de su autoerotización, y verá el gran efecto que tiene. —Pero él ya no estaba escuchando.
Estaba en un trance erótico del que ya no podía salir. Todo el miedo y la vergüenza, su TOC y sus complejos, todo eso se fue volando para darle espacio al enorme placer que sentía. Placer por la persona con quien estaba, por dónde estaba tocando, por lo que estaba haciéndole. Su cerebro ya no entendía las palabras que salían de su boca, solo las emociones que ella le estaba transmitiendo a través de su contacto. Masajeaba su pene cada vez con más fuerza y velocidad, llena de dulzura y hambre sensual, logrando que su miembro se pusiera duro como piedra, y que las palpitaciones rayaran en punto de lo doloroso. Sentía que iba a estallar en cualquier momento, cerró los ojos con fuerza, y cuando sintió que definitivamente no podía más, soltó una sola palabra con un gemido.
—Elizabeth...
Lo siguiente no supo si fue real o solo pasó en su mente, pero le pareció sentir que ella se llevaba su masculinidad a la boca. Chupándolo, comiéndolo... devorándolo. Con una ferocidad de la que él no habría creído capaz a una dama como ella. Y entonces pasó. Violenta, explosiva e inevitablemente, tuvo una eyaculación. Los brazos en los que se estaba apoyando ya no resistieron su peso, y cayó hacia atrás sobre la camilla, quedando acostado y jadeando con fuerza. Sus ojos siguieron cerrados mientras escuchaba las últimas indicaciones de su terapeuta.
—Eso ha sido maravilloso señor Meliodas. Hemos tenido un gran avance en esta sesión. Le daré un momento para recuperarse, y lo espero en mi despacho para darle el siguiente material de estudio y unas recomendaciones más.
El rubio escuchó la puerta cerrarse, abrió lentamente sus ojos, y cuando su corazón por fin se recuperó de la experiencia, se levantó para revisar la obra de su doctora. Y por primera vez en toda su vida, no sintió la urgente necesidad de limpiarse. Había sudor, saliva, y un nuevo líquido blanco y brillante, justo sobre él, en su parte más sensible. Pero sencillamente no quería quitar lo que ella hizo. Al final, su TOC se impuso, y aunque aún estaba extasiado y mareado por lo ocurrido, fue al baño a limpiarse. Mientras, la doctora estaba en un trance igual que él.
Del otro lado de la puerta, la médico lamía con ansiedad el líquido blanco que quedó en sus guantes y se relamía la comisura de los labios. Probablemente era la primera felación que le hacían, la primera leche que él derramaba por una mujer. El sabor le pareció aún más dulce al pensar en esto, y cuando al fin se calmó, preparó todo para recibir nuevamente a su paciente y dar la apariencia de que todo era normal. Quería asegurarse de que su siguiente sesión fuera agendada lo más pronto posible.
***
¡Oh, sí! Puro sexyness, fufufu 7u7 Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que el término "autoerotizar" lo escuchó Coco en una clase de educación sexual para mujeres? Ya llevo un par de añitos en estas cosas, y la verdad, es un tema fascinante *u* He estado en Círculos de Mujeres, aquelarres, clases de feminismo y otras cosas, y aunque la verda no es mi intención educar a nadie, la verdad... este texto ha salido muy didáctico e informativo, ¿no lo creen? XD
Muchas gracias por seguir conmigo ^u^ [manda un beso al aire]. Nos vemos la próxima semana para más, y mañana en otra historia.
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