38 Sobre cómo poner las cartas sobre la mesa

Qué comience el caos y la destrucción *_* Hola a todos, aquí Coco, quien como siempre llega derrapandose a publicar XD pero muy feliz, pues este es uno de esos días. Uno de esos días donde los hilos sueltos de mi trama encajan, y donde estoy segura de que los voy a sorprender. Pero no tienen que creérme. Mejor, ¡vayámos a leer y a pegarnos un infarto! *0* Muchas gracias por seguir acompañándome en esta historia, fufufu. Ya saben qué hacer.

Posdata: ¡YA LLEGAMOSA LOS 900! ¡¡¡AAAAHHH!!! >0< ❤ Amerita una fiestecita 7u7

***

La situación era grave, muy grave, pero ya era demasiado tarde para detenerse. No había marcha atrás en el crimen cometido, pero de haberla, no querría tomarla, y menos cuando lo estaba disfrutando tanto. Estarossa miraba fijamente la pantalla de su computador, repasando una y otra vez la escena, y no sabía qué le excitaba más, si por fin tener el arma para destruir a su enemigo, o verlo devorándose a otra mujer que debió ser suya. Liz siempre había sido buena para besar, eso él lo recordaba bien. Pero simplemente no podía creer lo sensual de la escena, siendo que su víctima estaba drogada y había opuesto resistencia. Bueno, apenas. Y eso era lo que le garantizaba la victoria.

Después de ver el video, ¿Cómo se sentiría Elizabeth? ¿Triste? ¿Furiosa? ¿O tal vez, igual que él, terminaría excitada? De cualquier forma, estaba listo para recibirla con los brazos abiertos. Le ofrecería el mundo, la vida de reina que merecía, todo placer que se le ocurriera. La perspectiva de lo último le calentó la sangre de tal manera que repitió la misma manía que había desarrollado desde que implantó cámaras ocultas en su departamento.

Seleccionó una carpeta encriptada, escribió "Ellie" como contraseña, y desplegó una colección que, pese a tratarse de videos de vigilancia, había comenzado a considerar como su colección personal de porno. Un clic, y Elizabeth era embestida contra la isla de su cocina. Otro clic, y la veía con las piernas abiertas sobre su sofá. Otro clic, y la veía devorando el asta de la persona que pronto se convertiría en su exnovio. Ojalá tuviera la suerte de presenciar su ruptura en vivo.

Él siempre había sido voyerista. Le encantaba mirar, disfrutar de los secretos de otros y sacar ventaja de ellos. Tal vez por eso se había convertido en abogado. Su afición le había resultado de mucha utilidad para lograr lo que quería. No entendía que la afición se había vuelto obsesión. No entendía que estaba tirando todo cuanto estaba bien en su vida a la basura por tratar de arreglar lo único que no podía repararse. Lo que le había hecho Ludociel no tenía remedio.

Las cosas que vio, las víctimas que conoció, el tiempo encerrado en un armario, o en el baño, o donde quiera que ese perverso ser lo pusiera para asegurarse que escuchara los gemidos. Sencillamente, era tiempo que jamás podría recuperar. Toda su vida se había esforzado por salir del hoyo donde lo metió su hermano, por salir adelante, por ser tan exitoso como sus recursos y apellido lo permitieran. Pero aún le faltaba una cosa para sentirse completo, y no le importaba arriesgar todo lo demás para conseguirlo.

Aunque al final, resultó que no tendría que arriesgar nada. Era una apuesta que ya había ganado, y dio clic en uno de sus videos favoritos para celebrarlo. Casi podía sentir el calor de su piel, saborear su sudor, oír los gemidos de los amantes solo viendo su expresión. Su entrepierna palpitaba furiosamente mientras los veía acercarse al orgasmo, estaba pensando seriamente en hacerse una paja. Su momento de silencioso éxtasis fue interrumpido por tres golpes en la puerta.

—¿Qué quieres, Tarmiel? —preguntó a la persona en el marco de la puerta, sin siquiera molestarse en levantar los ojos.

—Tienes una visita. La señorita Danafor solicito verte.

—Dile que pase —gruñó mientras sus ojos seguían clavados en el computador. Como si no hiciera nada malo. Como si lo que estuviera haciendo no fuera un crimen.

—Insiste en que se reúnan en la sala de juntas. Parece que es un asunto legal. —Estarossa hizo una mueca burlona ante la pobre estrategia de Liz para hablar en un terreno neutral.

—Está bien. Dile que voy para allá. —Su colega asintió con una cabezada, pero no sé fue de inmediato. Puso una expresión indecisa mientras se acercaba a él—. ¿Qué?

—Ross... no estás bien —empezó con tacto—. Te ves enfermo. Pareces al borde del colapso nervioso, y no has tomado ni un caso desde que...

—¡Ese es mi problema! —gritó, cerrando de un portazo su laptop—. No me metas en mis asuntos, que esto no te concierne.

—Pronto la hará —dijo una tercera voz, y acto seguido entró un abogado de talle pequeño y cabellos azules.

—Sariel —sonrió él con gentileza falsa—. ¿A qué debo el placer?

—Lo que nuestro colega te quiere decir tan amablemente es que levantes tu trasero de ahí y te pongas a trabajar —le dijo con un tono filoso—. Has estado ignorando todos los memorándums que te he enviado, así que déjame resumirlos y ser tan explícito como pueda: esto no es la guardería de mamá. —soltó, y Estarossa tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no lanzarse sobre él—. Puede que tu madre sea la principal accionista de la firma, y puede que tú hayas tenido uno de los mejores récords hasta ahora, pero si no te avispas y cubres tu cuota, me darás el gusto de entregarte un memorándum en papel rosa —terminó su sutil amenaza de carta de despido.

Quería matarlos. A ese enano idiota, y a ese gigantón pusilánime. En cambio, compuso su sonrisa más encantadora, y asintió tan dócilmente como pensó que haría su gemelo.

—Captado. No te preocupes. Pronto mis cosas estarán en orden, y comenzará a irme mejor que nunca.

—Más te vale. Ve a ver a tu cliente.

—Por supuesto. —asintió, y no había llegado ni a la mitad del pasillo cuando por fin sonrió de forma genuina. No le había mentido a Sariel. En cuanto hablara con Elizabeth, todos sus sueños se realizarían. Solo tenía que salir de Liz primero.

Otro pasillo largo de mármol, unas puertas acristaladas, y nada más pasar la vio ahí plantada, mirando a través de los vitrales la asombrosa vista de la ciudad. Estaba despampanante. Ese día llevaba un vestido blanco a la rodilla, tacones rojos, y unos innecesarios adornos de resina en forma de rosa. Estaba igual de linda que cuando tuvieron su fiesta de compromiso, y él decidió verlo como una celebración anticipada de su victoria.

—¡Te felicito, mi chica de fuego! Tu actuación fue magistral, aunque me imagino que también lo disfrutaste un poco —No dijo nada. Se le quedó mirando con una mezcla de ira, asco y miedo, más otras emociones que él no supo identificar—. Bueno, pero no te quedes así. Seguro vienes por tu recompensa, ¿no?

—No, Ross, no vine a eso.

—¿Entonces a qué celebremos? No estoy seguro si amerita la ocasión, considerando que no lograste llevarlo a la cama. No te preocupes, seguro lo logras la próxima ocasión. Igual puedo invitarte una copa, ya sabes, como en los viejos tiempos. ¿Qué se te apetece? —Esta vez, la expresión de Liz fue diferente. Se dulcificó.

No siempre fueron así. Hubo un tiempo en que se consideraron uno para el otro. Él, un joven abogado empezando en la firma. Ella, la talentosa becaria de marketing. Compartieron amistad, secretos, pecados y muchas, muchas apuestas. Juguetones, divertidos, competitivos. Eran un gran equipo. Habían sido ellos quienes lograron llevar la firma a dónde estaba ahora. El problema llegó cuando le revelaron al otro lo que en verdad les gustaba en la cama. El problema es que solo uno de ellos creía en el amor. La pelirroja soltó un largo suspiro y, con una determinación que él no reconoció, soltó una frase fulminante.

—Ross, he venido a despedirme. Me voy. —Algo de lo que quedaba de corazón en él se estremeció. El resto de su persona se puso en alerta, listo para pelear.

—¿Cómo dices?

—Que me voy. He terminado. La apuesta, las amenazas, el chantaje. Y también contigo. Me voy de la ciudad. —Unos segundos de silencio, un bufido, y acto seguido se soltó a reír a carcajadas.

—¿Entonces...? —se burló chasqueando los dedos—. ¿Te vas y ya? No me hagas reír, ¿crees que te dejaré hacerlo? —La risa se esfumó tan rápido como había aparecido, y un aura amenazante lo rodeó—. No hemos terminado. ¿Ya olvidaste lo que puede pasar si me decepcionas? ¿Lo que hay en juego?

—Lo sé. Y ya no importa. Desde un principio, debí decirte que no.

—¿No te importa que revele su pequeño secreto?

—No vale la pena guardar un secreto por el cual seguirás chantajeándome toda mi vida. Si hubiera acabado con Meliodas como acordamos, ¿qué garantía tendría de que no querrías que hiciera otra cosa? Y luego otra, y otra más, todo para que mantengas tu boca cerrada. Ya no más, Ross. Me voy de la ciudad. No volveremos a vernos. —Fue su turno de guardar silencio. Su cerebro pensaba a toda velocidad estrategias para contrarrestar aquel valor inusual. Por fin cayó en cuenta de qué era.

—Entonces, ya no te importa ella. Tu zorra. —Siseó venenosamente—. ¿La traicionarás como a mí? ¿No te importa que revele su secreto? —Por fin, lo no dicho tomaba forma en el mundo físico mientras intentaba usarlo como un arma para amenazarla—. ¿Y qué hay de su relación? ¿Qué diría tu amorcito si supiera todo lo que has hecho?

—Que es una víctima —dijo una voz en el marco de la puerta. Acto seguido entró una mujer cuya belleza competía incluso con la diosa que él adoraba. Cabellos rubios, ojos azules, figura de infarto, todo en un ajustado vestido negro con tacones rojos y adornos de rosas iguales a los de Liz—. Y tú un cerdo que se pudrirá en el infierno. —Lo miró con la misma repulsión de quien mira una sanguijuela, y él se puso tan pálido como si en efecto le hubieran succionado toda la sangre. Igual, logró sonreír cínicamente

—Beth —se inclinó ofreciendo una reverencia burlona—. Por fin, la femme fatale en persona aparece.

Cuando Liz y él se comprometieron, fue obvio que las cosas no iban a funcionar en la alcoba. Él solo podía excitarse lo suficiente si antes veía porno. Y a ella, le gustaban tanto los hombres como las mujeres. Igual lo intentaron. Por eso él había ido a tomar terapia con Elizabeth. Por eso, Liz había aceptado trabajar solo para él sin mirar a nadie más. Fue un error. Él acabó completamente obsesionado con su doctora. Y ella, locamente enamorada de la socia más joven de la firma.

—Entonces lo sabías —se burló de la rubia—. Lo sabías, y decidiste no hacer nada para salvar tu pellejo. —La aludida guardó silencio—. Da igual. No sé qué vienes a hacer, el resultado es el mismo. Liz va a hacer lo que le diga para que no revele su secreto. Y tú te quedarás callada para proteger tu culo de lesbiana.

¡Plaf! Sonó la cachetada que ella le dio, y los tres se quedaron congelados por unos segundos. El problema no fue la cancelación de su matrimonio, ni tampoco su infidelidad. El problema fue que el amante de Liz era mujer, y la protección de ese secreto le había costado a la pareja meses de manipulación.

—No tienes idea de lo jodido que estás.

—¿Por qué? ¿Porque otra vez tendré que lidiar con tus amenazas vacías?

—No —sonrió alegremente—. Porque esta vez te atrapamos con las manos en la masa —Acto seguido arrojó un sobre beige sobre la mesa, y fue su turno para emanar un aura intimidante—. Fuiste descuidado, Ross. Estabas tan obsesionado por alcanzar tu objetivo que no viste las migajas de pan que ibas dejando.

—¿De qué hablas? —Ella simplemente señaló con una cabezada, y el abogado se lanzó sobre el sobre para entender el tipo de amenaza que le lanzaban.

Perdió todo color al entender lo que veía. Recibos de las cámaras ocultas, screenshots de mensajes a Liz, incluso el informe de la investigadora que había contratado para espiar a Elizabeth. Aquello no era circunstancial. Era un caso bien armado contra él, uno que, si salía a la luz, haría que perdiera su trabajo y fuera enviado a prisión.

—Estás loca —empezó, aunque la voz le temblaba—. ¿Entiendes lo que esto implica para ustedes también? Liz acabaría en prisión conmigo por coacción, ¡y todos sabrían que la heredera de Barbarian Enterprises es una zorra a la que le gustan los arneses con pene!

—Sí —suspiró la abogada con una expresión risueña—. Es cierto. Es por eso que este caso no verá la luz.

—¿Qué? —preguntó confundido. Luego una sonrisa de alivio se desplegó en su rostro—. Ah, ya entendí. Esto es una negociación. Muñeca, estoy feliz de que por fin hayas aprendido a cómo se juega esto. Bueno, tomen asiento. Pongan las cartas sobre la mesa y digan su precio.

—El precio... —dijo Beth colocando una mano sobre la superficie y sin sentarse—, es que nunca en la vida te vuelvas a acercar a mi mujer. No sé comunicarán, ni tendrán contacto de ninguna manera, y no la buscarás. ¿Quedó claro? —Silencio, rechinido de dientes. Y luego un asentimiento—. En cuanto a mis cartas, solo hay una que me importa —Acto seguido le entregó un elegante sobre blanco, y Estarossa se puso de pie de golpe al entender lo que era. Una invitación de boda.

—¡¿Qué mierda?!

—No te dejaré volver a usar ese secreto. Me desharé de él. Debí hacerlo hace años, y ya no hay razón para seguir ocultándolo.

—Perra estúpida —siseo furioso—. ¡Lo perderás todo! Tu reputación, tu herencia, tu familia. ¡Quedarás en la ruina si confiesas que le comes el coño a esta zorra! —Un atisbo de duda asomó en su rostro perfecto.

«Sí, puede ser», se dijo internamente. «Muchos no van a entenderlo. Muchos van a rechazarnos y marginarnos. Pero...». Dedicó una larga mirada a Liz, contemplándola como a la flor más hermosa.

—Nada de lo que enlistaste tiene valor, si no puedo compartirlo con ella. Nos vamos a una nueva ciudad para crear nuestra propia fortuna. Tendremos una nueva vida, una de la que tú no formarás parte —El silencio tras esa declaración se parecía mucho al de los momentos antes de las campanadas del alba—. Oh, y lo olvidaba. Por supuesto, esta invitación no es para ti. Es para Mael.

—¡¿Mael?! —explotó—. ¡¿Qué tiene que ver ese marica en todo esto?!

—Pasa que él es el único de los dos con genes de decencia. Él fue quien me advirtió que algo raro pasaba con Liz. —El shock que recibió por la traición de su gemelo bastó para mandarlo de regreso a la silla—. El juego terminó, maldito. No volveremos a vernos. Solo una cosa más antes de irnos.

—¿Qué...? —Un rechinido de tacones, un tirón, y lo siguiente que vio fue a Beth besando apasionadamente a Liz mientras apretaba su trasero y ella le echaba los brazos al cuello. Estaba tan furioso como excitado, toda la sangre se le fue a la cabeza de arriba y de abajo mientras veía a las sexis amantes darse amor.

—Adiós, Estarossa. Ojalá te mueras. —Acto seguido, Beth salió como una diosa victoriosa en dirección a la puerta. Justo cuando Liz estaba por atravesarla para seguirla, se detuvo un segundo y volvió a hablar sin mirar a verlo.

—Déjame darte un último consejo, por nuestra antigua amistad. No te acerques a Meliodas.

—¿Un último intento por defender a tu "amigo"?

—No, lo digo por tu bien. Elizabeth se parece muchísimo a Beth. Y ya viste de lo que es capaz cuando intenta proteger a quien ama. Yo evitaría enfurecer a esa doctora si fuera tú.

—¿Tú qué sabes?

—Lo que sé es que, si solo hubieras hablado abiertamente con ella antes y confesado quién eras, tal vez todo habría sido diferente. Pero es imposible. Supongo que el problema es que, en realidad, tú no sabes qué es amar. —No hubo respuesta para eso. Y no la hubo porque, en realidad, algo de lo que había dicho resonó en lo profundo.

No es que no pudiera notarlo, la forma en la que Elizabeth y Meliodas se miraban. Era la manera en la que él deseaba ser mirado, lo que muy en el fondo su alma decadente anhelaba. Tal vez, si le hubiera confesado a Elizabeth dónde la había conocido, sus sentimientos y las cicatrices que causadas por la misma persona, habrían podido hallar consuelo juntos. Podrían haberse unido. Podrían haberse amado.

—El amor no es una opción para mí.

—Sí. Tienes razón. Adiós, Ross. —se despidió Liz, y al salir de ese edificio, por fin pudo obtener su tan ansiada libertad. Mientras, Estarossa estaba hecho un caos interno. Todo se había ido a la mierda. Su inversión, sus recursos, sus planes.

«No, no todos», pensó. Una cosa era que ese par de putas se le hubieran escapado, otra que tuviera que rendirse del todo. Aún tenía el video, ese donde el amado novio de Elizabeth le era indiscutiblemente infiel. No importaba que Liz ya no estuviera en la ciudad, de hecho, hasta mejor. De esa forma no habría testigos de que todo fue un montaje. Solo tenía que armar la trampa final, la última, una sola, y si salía bien, el resultado sería su victoria. Tomó el teléfono dispuesto a armar los preparativos, pero cuando estaba a punto de teclear el número, algo de las palabras de Liz volvió a hacer eco.

"Si solo hubieras hablado abiertamente con ella antes y confesado quién eras, tal vez todo habría sido diferente".

«¿Será cierto?», se preguntó. No podía quitarse la sensación de que era verdad. «Bueno...», pensó, justificando lo que él consideraba una debilidad. «A ella le gustan los hombres vulnerables. Supongo que, por una vez, podría serlo. Lo que sea para que mi diosa por fin me acepte». Le hablaría de sus sentimientos. No solo sobre lo mucho que la deseaba, o lo feliz que le haría estar a su lado, sino de todo lo demás. Ese pasado sucio y perverso que de hecho ella también tenía. Estaba decidido.

Pondría las cartas sobre la mesa y apostaría el todo por el todo. Tal vez ahora no era una apuesta segura, pero al menos, sabía que nunca había estado tan cerca de ganar.


*

Ese día había sido un poco raro. Elizabeth se desperezó en el escritorio, arqueando su espalda, y soltó un largo suspiro para liberar todo el cansancio. No es que no apreciara tener clientes nuevos. Solo que, ciertamente, estaba tan agotada que no quería darle vueltas a sus casos o a lo que le dijeron. Y menos aún, sabiendo lo que estaba a punto de pasar. Meliodas se iba.

Normalmente, ella era la que hacía viajes. Que una conferencia, que un seminario, que visitas. Su adorado novio era más del tipo "hobbit", una persona que prefería quedarse en la comodidad de su hogar y a la que difícilmente tentaban a salir, con excepción de ella y sus citas. Tal vez era eso precisamente lo que le preocupaba. Aquel no iba a ser ningún viaje de placer, y tampoco podía acompañarlo. Meliodas se iba para apoyar a su familia durante la agonía del señor Demon, e iba forzado, así que muy seguramente aquella semana sería una tortura para ambos.

Ya lo extrañaba, y ni siquiera se había ido. Apenas soportaba la noción de dejarlo ir solo, pero habían hablado largo y tendido al respecto, y sabía que ese era un cierre que tenía que dar por su cuenta, sin que ella endulzara la situación con palabras o con sexo.

«Sobre todo lo segundo», rio internamente. «No podría quitarle las manos de encima, y es absolutamente indispensable que se concentre en su proceso emocional». Era consiente de que no había amor entre padre e hijo, pero era una terapeuta. Sabía que toda relación que termina siempre requiere un duelo, y Meliodas no se iba a permitir experimentarlo si sabía que con eso la iba a preocupar.

Además, no estaba solo. Su hermano iba a estar con él, ese que aún no conocía, pero que Meliodas parecía querer tanto. Probablemente tardarían un buen tiempo en ser presentados, considerando lo que estaba por pasar. Pero no tenía por qué inquietarse. Después de todo, tendría una vida para conocerlo después de que se casara con Meliodas.

«Pero, ¿cuándo podré proponerme?», se dijo, ahora si impaciente. Parecía de mal augurio que una boda siguiera a un funeral, pero la verdad era que no quería esperar demasiado. Temía perder el valor. Temía pensarlo demasiado. Temía, sobre todo, que algo malo pasara, pues no podía quitarse el extraño presentimiento de una sombra acechando su felicidad. «Debe ser solo la aprensión por la separación», se regañó internamente. Era la primera vez que él se iba por más tiempo. Lo mejor era irse preparando para darle una buena despedida. Justo en ese momento, la persona de sus pensamientos se asomó.

—¿Ellie? Ya está lista la cena.

—Gracias cariño, ya voy.

«¿Y si lo hago ahora?», pensó, súbitamente emocionada.

Con su cabello revuelto, su pijama verde y sus lentes cuadrados, su novio estaba más adorable que nunca. Tenía unas ganas inmensas de ver esa misma cara ruborizada y húmeda por lágrimas de felicidad. Tenía el anillo en el cajón, aún podría hacerlo volver si lo llamaba. Al final, decidió que no. No era el momento para eso, la noche antes de irse a un viaje que no podía evitar. Si se le proponía, era probable que cancelara todo y que no salieran del cuarto hasta el próximo lunes. No, tendría que contentarse con unos moderados mimos nocturnos y unas horas de "todo va a salir bien". Cerró su laptop, se estiró una vez más, pero justo cuando estaba por seguirlo a la cocina, su celular volvió a timbrar con un mensaje.

Ellie, ya no puedo seguir dándole largas.

Era Melascula, a la cual le había tocado lidiar con las llamadas de cierto abogado durante toda la semana. Era hasta cierto punto normal sus acosos cada cierto tiempo, las invitaciones a salir y los regalos. Solo que, esta vez, parecía ser un asunto ligeramente diferente. Los mensajes ya no estaban cargados de ese tono empalagoso que le indicaba que era una situación de flirteo. Parecía absolutamente serio, y eso se sumaba a todas las rarezas con las que había venido lidiando.

Dile que no me es posible esta semana.

Y no era mentira. Si bien no tenía nada extraordinario en la agenda, quería estar disponible para salir corriendo si Meliodas necesitaba ayuda.

Elizabeth, esta vez dijo algo muy extraño. Me asustó.

¿Qué te dijo?

Los tres puntos suspensivos mientras su amiga tecleaba la pusieron nerviosa, y cuando esta terminó de escribir, supo que había tenido justificación el escalofrío que la recorrió.

Dijo que quiere hablarte sobre Meliodas. Y también, sobre lo que pasó en el centro nocturno Stigma.

Se puso de pie de un salto sintiendo que acababa de ver un arma. Una cosa era que quisiera hablar de su novio, otra muy diferente que tocara el tema de su pasado traumático. Ya no ocultaba ninguno de los dos, pero, ¿por qué mencionarlos juntos, si no era como una amenaza? Después de todo, aquel abogado tenía una reputación. ¿Pensaba chantajearla o algo así? No tenía idea de con quién se estaba metiendo.

«Perfecto», pensó, logrando mantener el control. «Esta podría ser la oportunidad que estaba esperando para librarme completamente de él». Al final, resultaba que era el momento correcto para que su amado saliera de viaje. De esa forma podría mantenerlo al margen del todo mientras lidiaba con su acosador. Ella también tenía que hacer un cierre, y había llegado la hora de poner las cartas sobre la mesa. Tecleó su respuesta a Melascula tan rápido como pudo, y justo estaba terminando cuando la voz de Meliodas volvió a llamarla.

—¡Ellie! ¡Se enfría! —dijo el chef terminando de decorar la cena con fruta—. ¡Ellie! ¡Ay! —saltó el pobre cuando ella se le abrazó por atrás de sorpresa.

—Ya estoy aquí. Se ve muy bien —rio, pasando un dedo por la orilla de su plato—. ¿Jarabe de frambuesa?

—Pues sí. Siéntate, ya te sirvo los panqueques. —Tan dulce, tan tierno, queriendo fingir que era un día normal cuando estaba por hacer el viaje más difícil de su vida. No pudo resistirlo. Le tomó la charola, la puso a un lado, y le plantó un beso justo en la parte de atrás de la oreja, provocándole una pequeña convulsión de placer y un sonoro gemido.

—Ellie, la cena...

—Que se enfríe. Prefiero calentarte a ti. —Lo fue girando lentamente hasta que estuvieron uno frente al otro, y acarició su rostro mientras dibujaba cada línea de sus rasgos con los dedos—. Mi niño valiente.

—Amor, ya no soy un niño. —Una risita juguetona, un beso en la mejilla, y ella rectificó mientras llevaba las manos a su cintura.

—Tienes razón. Entonces, qué valiente es mi hombre. —susurró contra sus labios, y acto seguido le dio un beso con el que practicó para cuando lo hicieran en el altar. Él se derritió entre sus brazos mientras suspiraba contra su boca, y se abrazó a ella tratando de no acabar en el piso, abrumado por la ola de emociones que sentía. Las manos de Elizabeth lo acariciaron, recorriendo su figura para memorizarla y mantener la huella de su calor impregnada en su cuerpo. Luego sus dedos alcanzaron su firme trasero, y lo apretaron empujando su creciente erección contra su vientre ansioso.

—Elizabeth, yo... no podemos...

—Lo sé —admitió ella, y besó su otra mejilla antes de soltarlo definitivamente—. No podemos desvelarnos. Mañana tienes que irte temprano, y no conviene hacer esperar a tu familia solo por un exceso de "panqueques" —Meliodas se soltó a reír con tantas ganas ante su eufemismo que acabó contagiándola.

Se sentaron a la mesa, aun riendo, tomándose de las manos, y sin dejar de mirarse. Tal vez, el día siguiente sería como cualquier otro. Tal vez, si dejaban de sobre pensarlo, aquella semana acabaría rápido. No podían saberlo. No podían saber que esa sería la última vez que se verían siendo las personas que eran, que cenarían tranquilos en esa casa. No podían saber que, la próxima vez que se vieran, sería en la cama de un lecho de muerte. 


***

¡Shaaa! *0* No tiene idea de cuanto tiempo esperé por revelar quién era el amante de Liz, ni el tiempo que llevaba planeando que fuera mujer. Para los que no la reconozcan, Beth aparece en el manga original de Seven Deadly Sins, y fue la primera reencarnación de Elizabeth, una mujer rubia de la tribu de los bárbaros (por eso Barbarian Enterprises XD). Lo confieso, un pecado culposo es imaginarme a Ellie coqueteando con Ellie, así que esta fue una forma de cumplir mi deseo, y de paso, traerles un plot twist que fuera de infarto. ¿Qué opinan de todo esto? ¿Les gustó mi jugada? ^u^ Espero que no se hayan olvidado que Mael ya había sido advertido por Gowther, y de que Beth también había llamado a "cierta persona". Recuerdenlo. Porque el capítulo de la siguiente semana va a ser... ¡MORTAL! *0*❤

Pero por ahora, eso sería todo, mis coquitos °u^ Les mando un beso, un abrazo, todo mi amor y gratitud y, si las diosas lo quieren, nos vemos el próximo domingo para más.  



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