36 Sobre traumas y redención
Y hoy, por fin, conoceremos la razón más profunda de los traumas de ciertos personajes *_* ¡Hola a todos! ^0^ Aquí Coco, quien regresa sin pies pero triunfante de su trabajo, para compartirles mi dicha sobre mi buena racha, que también está ocurriendo aquí. Amor, pasión, drama, estamos disfrutando del final del verano a lo grande UwU Y por supuesto, les deseo lo mismo para esta nueva semana que inicia ❤ Basta ya de saludos, mejor vamos a lo verdaderamente interesante del asunto, fufufu 7u7 ¡Ya saben qué hacer! Posdata: feliz inicio de agosto.
***
Había sido un viaje muy largo, o al menos, así lo sintió. Elizabeth arribó a la estación de trenes con la sensación de que su mente seguía corriendo a toda velocidad, y soltó un suspiro, anhelando que su novio pudiera estar ahí para recogerla. Pero no. Por esta ocasión no podía ser, ya que ambos acordaron verse más tarde debido a que tenían compromisos ineludibles. Él iba a recibir la aprobación con la que concluiría el proyecto de su libro, y ella debía visitar a sus amigos para discutir asuntos importantes. Sí, muy importantes.
Un suspiro más se le escapó mientras el taxi se adentraba en la ciudad, y le pareció como si cada cristal y viga de acero le hablara, como si la urbe misma estuviera de acuerdo con ella y brillara de una forma más deslumbrante que nunca anunciando una nueva etapa. Ya era hora. Exactamente a las once, llegó al local que había sido el preámbulo de todas sus crisis, y al reconocer a las personas que la estaban esperando, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar.
—Derieri, Monspeet.
—Bienvenida, colega —Su terapeuta se levantó para saludarla con un apretón de manos tan formal como siempre, pero esta vez algo era diferente. Parecía estar ocultando una mueca, y con ella, un presentimiento—. ¿Cómo le fue en la conferencia?
—Excelente, como siempre. De hecho, uno de los ponentes usó de referencia un libro que tú...
—¡Olvídate de eso, carajo! —La bar tender se interpuso entre los dos ofreciéndoles una piña colada y un whisky respectivamente—. Mejor no nos des vueltas y suelta ya la sopa. ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirnos? —La doctora se mordió el labio, en parte para contener la emoción, pero también para no dejar escapar el secreto—. Por favor, Elizabeth, ¡me dejaste tan preocupada anoche que no pude dormir! ¿Qué es eso de que vas a necesitar veinte botellas de vino rosa espumoso?
—Eri', tranquila. —susurró el doctor.
—No, claro que no, Mons'. ¡Tú mejor que nadie sabe lo que significa! —En efecto lo sabía, y Derieri no entendía cómo no estaba preocupado.
Elizabeth normalmente tomaba solo piñas coladas y Ròse Spritzer, pero si la situación había sido especialmente devastadora, se embriagaba con vino rosa directo de la botella. Si estaba tan mal como para que pidiera una ración industrial, es que las cosas estaban por irse al infierno. Sacó una botella de vodka, se sirvió un poco, y se lo tomó de un trago antes de enfrentar a su amiga.
—Dispara. Estoy lista para lo que sea. —La albina la miró con sus brillantes ojos azules, luego a Monspeet, y entonces metió las manos en los bolsillos.
—Deben saber que los amos, chicos. Y que les agradezco por haber estado siempre ahí para mí, a pesar de los problemas. A pesar de todo.
«Oh, no», pensó Derieri sintiendo un escalofrío.
—No me digas que tiene que ver con tu novio —La pobre se sentía al borde del pánico, y no sabía si golpear algo, correr o abrazarla—. ¿Te terminó?
—Esto... no.
—¡¿Tú lo terminaste?! —Eso explicaba lo perturbada que se le venía—. Pero Elizabeth, ¡¿por qué?!
—Derieri —intervino Monspeet—. Cálmate.
—¡No! ¿Por qué? ¡No es justo! —lloriqueó, incapaz de cumplir con lo de estar lista—. Todo iba perfecto. Son tal para cual, ¡es la mejor relación que has tenido!
—Me alegra que lo pienses —susurró Elizabeth con un nudo en la garganta—. Porque entonces estarás de acuerdo con lo que haré. —Estaba revolviendo algo en su chaqueta.
«¿Qué es eso? ¿Un arma? ¡¿Pastillas?!», la bar tender ya estaba lista para saltarle encima en una intervención violenta. Entonces Elizabeth sacó un estuche, y el mundo se puso de cabeza mientras Derieri sentía ser atropellada por una locomotora. Dentro brillaban dos anillos de oro blanco.
—Voy a proponerle matrimonio —anunció la doctora—. ¡Le pediré a Meliodas que se case conmigo! —Un segundo de silencio, luego cinco, y lo siguiente que pasó fue que la adrenalina y el vodka le pegaron tal ramalazo a la bar tender que quedó en el suelo—. ¡Derieri! —Un ginger-ale y veinte minutos de reanimación después, los tres amigos por fin pudieron sentarse a hablar del tema.
—Me asustaste, linda.
—¡¿Yo te asusté?! Elizabeth, si tú... si yo... ¡Ya no sé ni qué decir! ¡Coño! —dijo por fin, tomando plena consciencia de sus palabras. Solo había una respuesta posible a tal declaración—. ¡Felicidades! —Ahora sí le saltó encima, y la estrujó con tanta fuerza que le sacó el aire. La apretó tanto que creyó lastimarla, pues lo siguiente que escuchó fue que la albina comenzaba a sollozar—. ¡Perdón! ¿Te dolió?
—No es eso, es que... —Fue el turno de Monspeet para abrazarla, un abrazo tierno y breve antes de preguntarle por algo que le venía solicitando desde hace tiempo.
—¿Por fin hablaste con tu padre? —Su sonrisa y el aumento de lágrimas fue su respuesta antes de que pudiera volver a hablar.
—Sí. Me quedaba de paso. No estaba segura de mi decisión, y lo llamé para encontrarnos.
—¿Qué dijo?
—Lo que tú pensabas que me diría —El llanto aumentaba a momentos, pero el psicólogo no quería interrumpir ni para ofrecer un pañuelo. Era importante que lo dijera—. Que no se avergüenza de mí. Que me ama, que siempre ha estado orgulloso. Que no le molesta mi trabajo y que... y que...
—Anda, dilo. —Repetirlo en voz alta, en esa ciudad y ante ellos, era toda la confirmación que Elizabeth necesitaba para saber que aquello era real, y que por fin había logrado la completa y total redención.
—Y que lo lamenta. Me pidió disculpas por no haberme protegido a tiempo del abuso de ese tipo, y creía que era su culpa que yo hubiera quedado tan herida como para no creer en el amor.
—No es que no creyeras, solo... ya sabes —la apoyó Derieri mientras montaba una cereza tras otra en su coctel—. Te gusta el sexo. Eso no es ningún crimen, y eres exigente con tus relaciones.
—Sí. Tanto que papá no creía que alguna vez me casaría. Ahora se ha comprometido a pagar toda la boda, ¡aunque claro que no pienso permitirlo! —rio—. Bueno... tal vez solo el vestido. Después de todo, para una boda como la que quiero, voy a necesitar padrinos para todo.
Una boda de blanco. Una boda religiosa con la que se comprometería eternamente. Una boda por amor, cuando la mayor parte de su vida había tenido solo relaciones de sexo sin compromiso. Monspeet y Derieri se miraron uno al otro, y fue su turno para dejar aflorar las lágrimas.
—Entonces, ¿el vino rosado que me pediste...?
—Pues sí. Sé que se encarece cuando se acerca el invierno, así que quiero apartar un lote entero contigo para la gran fiesta. Además, quiero que te encargues del catering. Y, si está bien contigo, también quiero que seas mi dama de honor. —Derieri volvió a servirse un trago de vodka, esta vez lo bebió lento, y con una seriedad jamás antes vista por los otros dos, declaró lo obvio con fuerza.
—Sí. Será un placer.
—¡Salud! —proclamó Monspeet, tan feliz y animado como nunca lo habían visto. Entonces Elizabeth soltó una pregunta que casi los hace escupir sus bebidas, el siguiente gran paso de su plan para hacer felices a todas sus personas amadas.
—¿Y ustedes para cuándo? ¿Serás quien atrape el ramo, Eri'? —Aquella conversación iba a tener que esperar, pero sabiendo que acababa de asestar la que probablemente era su mayor victoria personal hasta el momento, Elizabeth tomó un taxi a casa para encontrarse con la persona que había cambiado su universo.
*
—¿Está dormida? —susurró Meliodas, y Elizabeth le sonrió de modo cómplice mientras cerraba lentamente el armario del cuarto de huéspedes donde se había escondido su gatita.
—Pues sí —dijo dejando solo una pestaña abierta—. Ya sabes que Beth tiene el sueño muy pesado, no se moverá en un par de horas. —Llevaban algún tiempo viviendo juntos, pero el rubio aún tenía ataques de pudor que impedían que hiciera nada erótico si sentía a la gatita cerca. A la doctora eso le parecía absolutamente tierno, pero justo ese día, no estaba para ser paciente y esperar.
Se separaron lentamente del mueble, aplicaron el mismo tratamiento a la puerta, y cuando finalmente estuvieron solos en el pasillo, eso que pasaba siempre comenzó a pasar otra vez. Era como electricidad entre ellos, como magia. Sin verse ni tocarse, sintieron cómo la energía entre los dos crepitaba y los atraía mutuamente como potentes imanes.
—¿Co-cómo te fue en tu conferencia? ¿Todo bien? —Casi podía oírlo sudar. Percibía los latidos de su corazón como si lo tocara, podía saborear su excitación en el aire.
—Como siempre, cariño. Solo fueron tres días, pero te extrañé cada instante.
—Vamos, no exageres. —Él quería ser dulce. Quería abrazarla, llenar su mejilla de besos y acariciar su cabello, pero no podía. Y no podía, porque sabía que nada más verla a los ojos, ambos perderían el control.
—No lo hago —Elizabeth entrelazó los dedos de sus manos, y fue estrechándolos mientras rompía la resistencia de su novio como si fuera un paquete de galletas—. Sabes que te pienso siempre que me encuentro sola en una cama —Meliodas tragó saliva, cerrando los ojos mientras ella se le ponía enfrente—. Y en un sofá —depositó un beso en su mejilla—, y en una mesa —jadeó, besando la unión de su hombro y su cuello—, y en una bañera. De hecho, tengo muchas ganas de entrar en la nuestra ahora, ¿me acompañas? —No contestó de inmediato. Temblaba ligeramente, las mejillas completamente rojas mientras sus bocas se acercaban—. ¿Quieres?
—Sí —susurró de nuevo, esta vez con la voz ronca. En cuanto abrió los ojos y sus miradas se encontraron, pasó lo que tenía que pasar. Se descontrolaron por completo, y se lanzaron sobre el otro a devorarse mientras trataban de quitarse la ropa, la cual quedó desperdigada por el pasillo y el piso de su habitación mientras se dirigían al cuarto de baño.
—Ahhh... —gimió la albina al sentir cómo él lanzaba las caderas al frente, embistiéndola por encima de la ropa, y de inmediato metió las manos a sus pantalones para darle alivio.
—También te extrañé —confesó cuando finalmente pudo quitarle el sostén—. Me moría de los nervios con lo de mi entrega. Me habría encantado tenerte aquí. —Elizabeth le plantó otro beso en la boca mientras le apretaba las nalgas con ambas manos, y rio quedamente mientras sentía cómo las rodillas se le doblaban a su novio.
—Ahora estoy aquí. ¿Y cómo te fue? —Su sonrisa fue toda la respuesta que necesitaba, y rio con más fuerza mientras se le despegaba un momento para abrir el agua caliente y llenar la bañera—. Obviamente.
—¡Aaaah! —Su primer premio por su logro fue que ella cayera de rodillas frente a él para llevarse su miembro a la boca, y ambos se dejaron llevar mientras el baño se llenaba de vapor, humedeciendo sus cuerpos de modo anticipado con la cálida neblina—. Ellie... ¡Ellie, no tan rápido! Me voy a correr antes de tiempo. —Tuvo que hacer un gran esfuerzo para detenerse, pero apenas lo logró, volvió a besarlo, lista para darle su segunda recompensa.
—¿Lento?
—Lento. —Como a él le gustaba. Y a ella también. Ralentizó su avance, permitiendo que él se entretuviera con sus senos, y en cuanto la bañera estuvo lista, ella también lo estaba. Tomó el lubricante azul base silicona que siempre tenían a la mano junto al champú, y de nuevo volvió a arrodillarse, esta vez para darle un masaje lento en la curva erótica que estaba a punto de meter en su cuerpo.
—Yo también hubiera amado tenerte conmigo. Pensé algunas cosas que... bueno. Te contaré luego. Dejémoslo en que seguro hallarás interesante todo lo que hice y decidí.
—¡Ahhh! ¡Ngh...! —Lo intentó, pero no podía. Ir lento con todas las emociones que sentía era un reto que la rebasaba. El sexo de Meliodas quedó completamente resbaloso tras el trato que le dio, y tuvieron que sujetarse mutuamente para entrar a la bañera sin caer de sentón en ella.
—¿Estás listo?
—Sí. Te amo, Ellie. —Y con esas palabras, que eran su bienvenida definitiva a casa, se sumergieron lentamente no solo en la bañera, sino uno en el otro.
El agua se desbordó hasta el piso mientras su miembro se desbordaba su interior, haciéndola sentir tan llena y plena que por unos segundos dejó de pensar. En cuanto pudo hacerlo de nuevo comenzaron sus movimientos, y esa pequeña bañera se convirtió en un maremoto mientras los secretos que ambos guardaban los descontrolaban, impulsándolos a ir más y más lejos. Era en realidad un único secreto, el mismo deseo, y tal vez fue por eso que llegaron del modo sincronizado hasta el éxtasis. Elizabeth se aferró a él como a su tabla de salvación mientras sus entrañas convulsionaban una y otra vez. Cuando pasó la tormenta, lo miró de nuevo a los ojos, y supo sin lugar a dudas que había llegado a su destino.
—Te amo —le dijo a aquella frágil creatura que temblaba sin control entre sus brazos—. Te amo, Meliodas. —No contestó. Trataba desesperadamente de recuperar el aire y algo de cordura mientras aquella diosa iba sacándolo lentamente de su interior—. Mi amor, ¿estás ahí? —De nuevo, no habló, pero sonrió y asintió con la cabeza mientras ella le echaba los brazos al cuello—. No he acabado de darte tu recompensa. ¿Hay algo más que desees mientras estamos aquí?
—Bésame —pidió con el primer aliento que recuperó—. Bésame hasta que no pueda respirar. —Elizabeth rio a todo pulmón ante su solicitud, pero le dio tan solo un beso en la mejilla antes de abrazarlo otra vez.
—No, claro que no. Si mueres por asfixiarte con mis besos, ¿entonces cómo haré para poder seguir besándote por el resto de mi vida? —El corazón de Meliodas casi se para ante la implicación de esas palabras, y un coctel de emoción y miedo lo rebozó al mismo tiempo que a ella. Tuvieron el mismo pensamiento.
«¿Será el momento para pedirle matrimonio?», también lo decidieron al mismo tiempo. No lo era, no podían declararse amor eterno un día corriente en el baño de su casa, así que simplemente se abrazaron disfrutando de la cálida sensación del agua hasta que decidieron salir de ella para una segunda ronda. A media luz, desnudos de pie en medio de su cuarto, se amaron y acariciaron lentamente, imaginándose como verdaderos esposos, entregándose en cuerpo y alma, celebrando su reunión.
Aquel instante era sagrado, íntimo, perfecto. O al menos creían que lo era. Por supuesto, no era así.
No podían saberlo, pero aquel momento era robado, estaba siendo profanado en tiempo real por la más grotesca de las existencias que hacía sombra en su vida. No eran consientes de la presencia que los observaba, de la telaraña tejida alrededor de ellos, de la trampa voyerista de la cual estaba siendo víctimas. No podían saber que Estarossa había colocado cámaras en cada rincón de su casa para espiarlos, y que en ese mismo momento los observaba, ansioso y con la misma avidez de un demonio.
—Ohhh... —gimió la retorcida creatura, masturbándose mientras veía a los amantes tomarse mutuamente.
Ahora entendía. Mirando fijamente tanto a su diosa como a él, finalmente comprendió por qué ella estaba tan obsesionada. Era un juguete sexual de tamaño humano, un dildo personal siempre dispuesto para ella, una muñeca erótica que podía someter y manipular como quisiera. Clavó la mirada en el trasero del rubio mientras la embestía contra el colchón, y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para apartar los ojos, deslizándolos hacia abajo, al punto donde su carne penetraba las entrañas de Elizabeth. No quería reconocerlo, pero le había excitado más verlo a él que ver donde "la ponía".
—No, yo no soy un marica —se reprendió, pero apretó su miembro con más fuerza mientras contemplaba cómo los papeles se invertían y ella tomaba el papel dominante.
Su rival tenía una cintura estrecha, estructura delgada, una belleza casi femenina. Tal vez eso es lo que le excitaba a Elizabeth, lo que en realidad quería. Lo que esa diosa guerrera debía desear era un esclavo sumiso, y es por eso que él nunca había calificado para el papel. Era un alfa, un dominante, no encajaba con las preferencias de su señora. Al menos, no hasta ese momento. Había comenzado a observarlos prácticamente desde que se mudaron, y había aprendido algunas cosas, las suficientes para saber que podía convertirse justo en lo que ella necesitaba.
La sugerencia de Liz resultó no ser tan mala. Siempre había deseado poner cámaras ocultas para espiar a Elizabeth, pero aunque al inicio se había contenido por lo criminal que era y lo peligroso que resultaba, tuvo que reconocer que la zorra de su ex había tenido la razón. Ahora sabía dónde tocar para hacerla gemir, qué le gustaba, la forma en la que podía complacer a su deidad suprema. Sus fantasías pronto podrían volverse realidad. Pronto podría ser él quien ocupara esa cama.
«Aunque es una pena. La verdad, no me molestaría tenerlo a él también», confirmó esa opinión al oírlo gritar mientras se corría, y casi al mismo tiempo, el siniestro hombre también alcanzó el clímax. Pero no podía ser. Aquel idiota era un mojigato, un bobazo romántico. No aceptaría la idea de un trío, y en el fondo no quería compartir. Como tampoco quería admitir que deseaba a un hombre.
«El único marica aquí es Mael. Se volvió así por no soportar este tipo de cosas».
Imágenes del trauma que compartía con su gemelo golpearon su cabeza, y sintió que temblaba de miedo y excitación mientras su miembro volvía a la vida al ver cómo el rubio acomodaba la cabeza entre las piernas de la albina. La seguía atendiendo mientras se recuperaba para una siguiente ronda, y Estarossa tomó nota mientras se deleitaba en el rostro sonrojado de su diosa, recordando la primera vez que la vio.
Él estuvo ahí. En ese hostal, ese día, cuando su hermano Ludociel por fin la convenció de ser una hostess. La vio empalarse una y otra vez en el miembro de su hermano mayor mientras él y Mael eran obligados a ver. Seguro ella no lo recordaba. Era poco más que un mocoso, y solo lo había visto una milésima de segundo antes de echar a correr al darse cuenta de que era observada por él y los amigos de Ludociel. No fue la primera vez que había visto algo así. A él le encantaba ser observado mientras lo hacía, y sus espectadores favoritos eran sus dos hermanos pequeños.
Tal vez, si las cosas que ocurrieron después hubieran sido diferentes, a Estarossa no le habría importado lo que pasara con Elizabeth. Al final, era solo otra chica más, otra que cayó bajo el hechizo, otra víctima de las perversiones de su hermano. Sin embargo, no fue así. Ella resultó diferente. Ella se defendió, lo denunció. Gracias a que ella reconoció lo que le había pasado, su hermano acabó en la cárcel, liberándolo de su abuso y crueldades. Pero la cosa no acababa ahí. El trauma los había dejado jodidos a Mael y a él, pero a Elizabeth no.
En vez de acabar reprimida o pervertida, Elizabeth se había reconstruido de las cenizas para dedicar su vida a corregir el error, a convertir el trauma en poder, a convertirse en una diosa del sexo inalcanzable y perfecta. Su corazón estaba hecho de acero, su cuerpo seguía inmaculado pese a la persistencia de la asquerosa inmundicia que la rodeó aquel día en el prostíbulo. Cuando la encontró de nuevo años después, sintió como si el destino también lo estuviera compensando por todo lo sufrido, como si la redención al fin fuera suya para tomarla. De haber tenido un corazón, casi habría dicho que fue atravesado por una flecha de cupido.
Se rio ante una noción tan patética, pues Elizabeth y él sabían la verdad. El amor no existía, cupido y sus flechas eran solo mentiras, y las personas exitosas de verdad no necesitaban nada ni a nadie, y simplemente tomaban lo que querían. Justo como ella. Ahora tomaba una y otra vez al rubio, porque la complacía, porque era conveniente, porque se había rendido por completo a ella. No lo necesitaría más cuando viera que tenía una mejor opción.
Su glande se hinchó de nuevo al escuchar cómo Elizabeth gritaba en éxtasis, y disparó a la pantalla de una de sus cámaras mientras se dejaba caer hacia la inconsciencia sobre su sillón de cuero. No podía saberlo, pero como sus víctimas, él también había tomado una decisión que definiría su vida, y de la cual no había marcha atrás. Cuando el sol por fin se alzó a la mañana siguiente y se vio obligado a volver a su oficina, lo primero que hizo fue tomar el teléfono para llamar a su involuntaria cómplice.
—Lizzy, ha llegado la hora —anunció ominosamente. Meliodas había terminado su proyecto, Elizabeth acababa de volver a la ciudad, y Liz pronto no tendría una excusa legítima para quedarse—. Pon en marcha la parte final de nuestro plan. —ronroneó, complacido. No hacía falta decir más, ambos lo habían planeado por meses. Estarossa colgó, sin saber que Liz no era la única que había recibido la llamada.
—¿Ya es hora? —preguntó la persona amada de la pelirroja, que lo había escuchado todo a su lado.
—Sí, ¿qué hacemos?
—Lo que él te dijo. Tú llama a Meliodas. Yo llamaré al consultorio de la doctora Liones.
***
La cosa se puso... turbia °n° Tal y como lo esperaba 7u7 Oficialmente inicia el principio del fin, acercandonos al climax de esta historia, y también al final de nuestro verano. ¿Están listos para lo que viene? Fufufu ❤ Eso sería todo por ahora, mis coquitos. Les mando un beso, un abrazo, todo mi amor y, por su puesto, la promesa de que nos veríamos el próximo domingo para más 💋 Feliz Agosto.
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