34 Sobre karma y destino
Por fin... ¡Por fin! ¡Mi historia más rosa y picante del año ha vuelto! 🤩 Hola a todos, aquí Coco, quien está que baila conga con este regreso triunfal, y que espera que sus coquitos la perdonen por haber tardado tanto tiempo. Quienes me siguen en Coconoticias saben que no ha sido un verano precisamente sencillo, pero no pasa nada. Lo importante es que las cosas seguirán mejorando, y esta es sin duda una de las evidencias.
Muchas gracias porsu paciencia, lealtad y amor 💕. Sé que, aunque no es muy largo, este capítulo les va a emocionar mucho. Volvemos a esa noche donde Ellie y Liz por fin se conocieron, y a las puertas de la aventura o el desastre, aun sin saber cuál es cuál. Drama, amor, escenas picantes 😏. Sé que no tengo que decirles de nuevo lo que se viene, fufufu.
¡Ya saben qué hacer! Posdata: este capítulo está dedicado con amor a @PaolaMirand4, feliz cumpleaños preciosa 💝.
***
«El karma es una perra». Liz no podía creer su mala suerte. «De todos los lugares para encontrármelo, ¿por qué tenía que ser aquí?». Era como si Dios, el universo, la vida le estuviera diciendo en la cara que era una perra. Llevaba semanas planeando la destrucción de esa pareja y ahora, "por casualidad", se los encontraba en el lugar donde iba a tener su cita romántica. La culpa la hizo sentir mareada, y por un momento, consideró llamar a su amor para excusarse diciendo que no se sentía bien y que se vieran luego. Pero no.
La verdad es que tampoco podía permitirse desatender su relación. Últimamente, su persona más amada estaba actuando de modo extraño. Mirada esquiva, pucheros silenciosos, actitud desconfiada. Justo como se habían conocido, y lo que menos quería era que volvieran al punto doloroso de sus vidas donde se habían rescatado mutuamente. Y entonces, de nuevo, el karma golpeó. ¿Y si aquella actitud reservada y distante se debía a que sospechaba de sus "actividades" extralaborales? ¿Sospechaba una infidelidad?
«No, claro que no. No podría saber lo que pasa con Meliodas. ¿Quién se lo diría?». Nadie sabía lo que estaba haciendo con él, nadie. Excepto, obviamente, el odioso de Estarossa, y estaba segura de que el cruel monstruo no desperdiciaría su activo más valioso sobre ella: los secretos compartidos. No le diría nada a su pareja, pues eso arruinaría sus planes para la pareja que en verdad tenía en mente. Ya faltaba poco, muy poco, para que triunfara definitivamente o para que todo se fuera al infierno.
Y mientras, ahí estaba ella, vestida regia y deslumbrante como diosa, pero sintiéndose como la puta más barata y rastrera. En medio del vestíbulo de aquel lujoso hotel, sentía que no merecía nada en el mundo, ni su amor, ni la amistad de Meliodas, ni la champaña que de seguro la estaba esperando en la suite.
«Ya cálmate», se ordenó a sí misma, inhalando profundo y plantando una sonrisa perfectamente ensayada en su rostro. «No puedes dejar que lo note, no puedes dejar que adivine lo que está pasando. Solo resiste un poco más, todo terminará pronto. Sácalo de tu mente y concéntrate. Aquí y ahora, solo importa el tiempo presente». Sus insipientes lágrimas desaparecieron tras un aura de éxito que solo ella podía emanar.
Nada más importaba esa noche. Solo divertirse, amarse, y disfrutar cuanto pudiera con la persona que era la auténtica dueña de su corazón. Y ahí estaba. Su melena rubia dorada era visible a metros de distancia, su traje sastre le hacía ver como un modelo, estaba de infarto, una figura de alto impacto que destacaba incluso entre los elegantes comensales del lujoso restaurante de hotel. Pero algo faltaba. La sonrisa que siempre la hacía derretir por dentro brillaba por su ausencia, lo que derritió su fachada falsa más rápido que el helado bajo el sol de verano. La última evidencia que necesitaba para comprobar que el karma era algo muy real se manifestó en forma de una sola pregunta.
—¿Y bien? —cuestionaron aquellos suculentos labios rosas que ni siquiera había podido besar aún—. ¿Hay algo que quieras decirme?
«Mierda». Todo se había ido al carajo. «Lo sabe, ¡lo sabe!», le subió el pánico por la garganta.
—Calma, cariño —pidió, probando con distraerle adoptando su pose más seductora—. No sé qué tengas en mente, pero seguro podremos hablar de mil cosas después de una suculenta cena y una noche de hacer eso que te gusta. ¿Por dónde quieres empezar?
—¿Qué te parece por la parte donde dejas de fingir?
«Oh, no». Sus bellísimos ojos azules estaban anegados de lágrimas. «Lo he jodido. Lo he estropeado todo. Otra vez». No sabía qué hacer. Fingir. Mantener su fachada. Derrumbarse en los brazos de aquella belleza y berrear como la niña perdida que de hecho era. Volvió al presente al sentir cómo dichos brazos la rodeaban y acariciaban su cabello mientras soltaba un largo suspiro.
—Liz, debemos hablar.
—Sí —admitió, permitiendo que el nudo en la garganta aflorara en una voz llorosa—. Creo que debemos. —Esa noche habría muchas lágrimas en la suite de lujo del hotel. No podían saber que la pareja a cuyo destino estaban atados también experimentaría algunas lágrimas.
*
Meliodas supo que era una pesadilla cuando se dio cuenta de que la voz que oía era la de su madre. Era un sueño extraño, pues no se componía de escenarios familiares o imágenes claras. Era más bien abstracto, y lleno de sonidos que lo confundían y angustiaban. Oía a su madre llorar. Lloraba muy quedamente, pues solía hacerlo en las horas más oscuras de la noche y con la cara contra la almohada para evitar que sus amados hijos la escucharan. Pero él podía hacerlo, y cada sollozo le dolía en su alma infantil con más fuerza que golpes físicos. Pero eso no era todo lo que podía oír.
También estaban los gemidos. Era muy, muy raro que su madre llevara hombres a la casa, pero a veces estos llegaban sin avisar, y si ella no obedecía pronto y se iba a encerrar con ellos al cuarto, venían los gritos. Y ella sabía cuanto miedo le daban los gritos a su pequeño Meliodas. Los gemidos también eran contra la almohada, y a veces se oían igual que lamentos. Era difícil saber si le dolía o le gustaba. Y entonces, el sueño le trajo otro tipo de sonido. Solo lo escuchó una vez, pero se había quedado grabado en su memoria.
El cliente en cuestión fue mucho más pulcro y limpio que los otros, y había llevado un maletín. Solo ahora que era adulto podía especular lo que contenía. Estaba seguro. Debía haber sido un kit de BDSM. Reconocía a la perfección los sonidos de látex y cuero, pues los había experimentado en su cuerpo, y la pesadilla se volvió en verdad retorcida mientras los gritos y gemidos de su madre se mezclaban con los propios.
—¡Aaaaah! —exhalaba aquella voz tan dulce y femenina. Solo hasta ese momento se dio cuenta de lo mucho que se parecía su voz a la de ella—. ¡Uhm! —se contrajo mientras, al mismo tiempo, se escuchaban el "plaf" de una paleta de madera contra sus nalgas. Luego vino el sonido del látigo, y aunque su restallar resultaba horrible, Meliodas sabía que se oía peor de lo que se sentía y que, quien fuera que haya sido aquella persona, debió sentir algo bueno por su madre. Porque esta vez los sonidos sí eran de placer—. Sí... ¡Así! —No estaba fingiendo. No era como con los otros.
El sonido de sus cuerpos al chocar era parecido a aplausos, los cuales se marcaban en contrapunto con fuertes nalgadas. Su voz salía amortiguada por una mordaza, y como en sus recuerdos no había ninguna imagen que su cerebro pudiera relacionar con los sonidos que estaba escuchando, terminó viéndose a sí mismo domado por Elizabeth. Al parecer, a su madre sí le gustaba el BDSM. Al parecer, él era como ella.
«Basta, ¡basta!». Se ordenó a sí mismo mientras se veía, como en un espejo, con un arnés de sujeción y esposas en las muñecas. «¡Por favor!», sus caderas se impulsaban atrás y adelante, y no sabía si estaba pidiendo que se detuviera o que continuara. Solo en la oscuridad, con una vela roja alumbrando la pesadilla convertida en sueño erótico, vio su erección alzarse mientras una silueta se colocaba detrás de él con un látigo en la mano. «Sí...», gimió internamente, temiendo y deseando el golpe. Salivaba a través de la mordaza, y lo único que quería era sentir el cuero mordiendo su piel mientras escuchaba la voz de Elizabeth susurrarle cosas pecaminosas. Pero no fue su voz la que escuchó.
—Despierta —ordenó su pesadilla. Era el cliente misterioso que llevó el maletín. Esa era la voz de su padre.
—¡Noooo!
—¡Meliodas! —Abrió los ojos con la sensación de que caía al vacío y, gracias a los cielos, el lugar en el que aterrizó fue nada más y nada menos que en los brazos de su amada—. Cariño, amor mío, calma.
—Ellie... —sollozó sin poder contenerse, y no soltó ni una palabra más. Devolvió el abrazo con manos temblorosas mientras ella lo acariciaba y se restregaba contra él tratando de consolarlo.
—Mi amor, no pasa nada. Tranquilo, aquí estoy. —Tuvo que pasar un minuto entero antes de que él pudiera reaccionar de verdad, y cuando lo hizo, lo primero que vio fueron sus brillantes ojos azules mirándolo llenos de preocupación—. ¿Qué clase de horrible pesadilla estabas teniendo como para asustarte así? —No sabía si contarle. Era vergonzoso. Era doloroso. Y además, lo había hecho tener una erección en la vida real.
—N-no fue nada, Ellie. Ya estoy bien. Ni siquiera recuerdo lo que...
—Sí, cómo no. —Su situación fue agravada cuando ella le pasó por encima aplastándole la cara con sus pechos en un intento por encender la lámpara de la mesa de noche de su lado de la cama—. Muy bien, señor olvidadizo. ¿Me vas a decir lo que viste en tu pesadilla?
—No, yo no... Este... —dijo tratando de acomodarse, disimulando lo que había entre sus piernas—. Yo...
—Anda, cuéntame —Se mordió el labio con fuerza, aún indeciso de ceder ante el poder de sus ojos azules—. Vamos, lo tienes en la punta de la lengua. ¿O acaso quieres que vaya a buscarlo yo misma?
—¿Eh? El... ¿El qué?
—Tú lo pediste. —Antes de que pudiera reaccionar u oponer resistencia, su ardiente novia le metió la lengua en la boca en un beso francés que lo despertó por completo. Le activó los sentidos, despertó todas sus terminaciones nerviosas y le aceleró el corazón. Solo ella podía lograr que se sintiera tan feliz después de una pesadilla tan horrorosa, y cuando lo soltó, comprobó maravillado que podía sonreír.
—Está bien, te cuento. No es que haya "visto" algo. Más bien, fueron sonidos. Esta pesadilla mezcló muchos recuerdos dolorosos de mi infancia con cosas del presente.
—¿De tu infancia? Oh, no —Elizabeth lo supo antes de que el pudiera decir más—. ¿Tu madre?
—Me parezco mucho a ella, Ellie. Me le parezco... pero ya no sé si eso me gusta.
—¿En qué se parecen? —No quería decírselo. De hacerlo, tendría que confesarle que no estaba seguro sobre el BDSM. De nuevo, subestimó la profundidad de su conexión con Elizabeth, que lo supo de inmediato nada más mirar su expresión de culpa—. Oh, mi cielo. ¿Era muy pronto para ir al Club Rouge?
—¡No! —trató de corregir la situación—. Yo puedo. ¡Puedo con eso! ¡Te juro que sé resistirlo!
—Meliodas, en este tipo de cosas no se tienen que "resistir" —Lo aleccionó con su tono profesional cubierto por un terciopelo de dulzura—. Solo tienes que pasar por ello si te gusta.
—Pero sí me gusta, y mucho. Solo... creo que ese podría ser el problema. —Un segundo de silencio, un suspiro, y por fin, el tímido escritor bajó sus barreras—. Recordé a uno de los clientes de mi mamá. Al parecer, a ella también le gustaba el BDSM. Solo que en ella... bueno, practicarlo no era su decisión.
El peso de aquella verdad aplastó el corazón de Elizabeth, que solo quería abrazarlo, besarlo y acariciarlo hasta borrar su pasado. Al final, decidió contenerse. Sabía que era de suma importancia dejar que él sacara todo lo que tenía guardado, y no quería interrumpirlo cuando parecía a punto de revelar una verdad importante. Supo que tenía razón cuándo lo escuchó sollozar.
—Creo... pienso que, probablemente, la razón de que le gustara tanto era que sentía que merecía ser castigada. Por llevar hombres a la casa, por los gritos, por la falta de toallitas desinfectantes, o por cualquiera de las otras razones que le hacían pensar que no era buena madre, y que tenía que llorar a escondidas. Pero estaba equivocada. Ella sí era buena madre, Ellie. Y yo tal vez soy perverso por disfrutar de que me castiguen como lo hacían con ella.
—¡No! —gritó con voz estrangulada, y ahora sí no pudo contenerse. Lo abrazó con todas sus fuerzas—. Meliodas, no digas eso. Cielos. Ahora entiendo por qué te retorcías en esa pesadilla.
—Lo sé. Es horrible. Soy horrible.
—Silencio —le ordenó autoritaria, y le estampó un beso en los labios tan fuerte que lo hizo respingar—. Cállate, horrible saboteador interno. No dejaré que nadie hable mal del hombre al que amo, ¡ni siquiera él mismo!
—Ellie...
—Eres el hombre más dulce —besó su frente—, más bueno —besó sus mejillas—, más hermoso que jamás haya visto. Meliodas, eres precioso como tu madre. Ambos son buenas personas. Y ninguno jamás mereció ni merecerá un castigo. Lo único que merecen es amor, y yo te lo voy a dar.
—¡Aaaaaah! —La albina había llevado sus dedos juguetones a su erección aún tensa, y soltó su familiar risita mientras lo acariciaba con tiento.
—¿Creíste que no notaría esta pequeña provocación allá abajo?
—Esperaba que no... uhm... —gimió, pegándose un poco más a ella—. Esperaba que no la notaras. Me da vergüenza cómo surgió.
—Mi amor, ya hablamos de los sueños húmedos. La erección es una reacción involuntaria, tú no la controlas, y no debes sentirte culpable por tenerla, en especial a estas horas de la mañana.
—Pe... pero...
—Shhh. Déjame ayudarte. De esta forma podrás relajarte, y dejarás atrás cualquier sensación desagradable que te haya generado esa pesadilla. —Ya le había dicho todo, y no le quedaba suficiente vergüenza, pudor o resistencia para oponerse a lo que su cuerpo le pedía tan ansiosamente. El alivio de la liberación. Elizabeth sonrió como una diablilla victoriosa, y comenzó el tratamiento que él tan bien conocía, y que lo hizo arquearse y soltar un fuerte gemido—. Sí, así. Déjate llevar. Siénteme.
—Ellie... —La mano de la albina ya estaba húmeda de líquido pre seminal, y él hacía su mejor esfuerzo por balancear las caderas sin mover las cobijas.
—Necesitamos una mejor postura. Abre las piernas.
—Es-está bien —obedeció un poco extrañado. Y en el acto entendió por qué le había pedido eso.
Su maravillosa pierna torneada se ancló entre las suyas, y siguió subiendo con suavidad hasta que pudo sentir su rodilla justo por debajo de sus esferas tensas. Su mano juguetona dejó su sitio solo por un instante, y al siguiente, volvió a hallarlo para ejercer una presión deliciosa. Aún estaba masturbándolo, pero en vez de hacerlo solo subiendo y bajando por su miembro, esta vez lo hacía atrapando su firme virilidad entre sus dedos resbalosos y la suave piel de su muslo. Sujeto en su inusual y erótico abrazo, tan cerca que podía ver las líneas de sus iris, se rio de sí mismo por haber siquiera considerado la posibilidad de que estar con ella implicaba alguna especie de castigo.
«Ella me ama», se dijo en pleno éxtasis. «Y solo por eso, la situación es completamente diferente. Incluso si llega a lastimarme, nada de lo que me haga será verdaderamente con la intensión de hacerme daño".
—Te amo —le confirmó su dueña con palabras—. Vamos, amor. ¡Córrete para mí!
—¡Gyaaaah! —gritó, y su cuerpo se quedó tensó mientras disparaba una y otra vez hacia el vientre y la mano de su domadora de pesadillas.
—Ahhh... —suspiró Elizabeth unos minutos después, y mientras él recobraba el aliento, ella acarició la curva de su cadera—. Fue mi culpa. Tal vez deberíamos dejar esas prácticas de lado.
—¡No, por favor! —suplicó el rubio, y luego enrojeció por su descaro, antes de darse cuenta de que estaba suplicando justo por aquello de lo que "no estaba seguro"—. Solo... ¿Qué te parece si bajamos un poco el nivel? Esto... ¿Tal vez sin cuero?
—¿Sin cuero?
—¡Eso! Y podríamos sustituir las sujeciones de látex y las cadenas por... ahm... no sé. ¿Cuerdas de algodón?
—¿Cuerdas de algodón?
—Esto... sí —Elizabeth se quedó callada, mirándolo fijamente mientras su sonrisa se expandía y sus mejillas enrojecían, claramente tratando de contener una carcajada—. ¿O no? —Esta efectivamente explotó mientras los primeros rayos de sol se colaban por su ventana y ella atacaba a su novio a besos. Cuando terminó de comérselo, se acostó de lado en una pose de sirena mientras lo contemplaba y devolvía la mano a su cadera.
—Eres perfecto, ¿lo sabías?
—¿Eh? N-no, no lo soy.
—Sí lo eres. Eres perfecto para mí.
«Mi destino», pensó sin decírselo.
—No necesitamos ninguna plancha de madera, cuando tengo mi mano para hacer esto. —Acto seguido le dio una nalgada, y ambos se contrajeron en su sitio.
—¡Ay! —exclamó Meliodas, más de sorpresa que de dolor. La sensación le había gustado demasiado.
—¿Para qué látigos, si puedo acariciarte la espalda con infinidad de cosas?
—Mmm... —se deleitó, sintiendo una única uña recorrer su columna.
—¿Para qué amordazarte, si puedo callarte a besos o darte cosas más apetitosas para morder? —Le metió un dedo a la boca, ordenándole sin hacerlo que lo chupara, y él obedeció dócilmente, imaginando todas las posibilidades de lo que también podría estar succionando. Terminó con una mordidita a su huella dactilar, y ambos soltaron un fuerte gemido antes de lanzarse sobre el otro a devorarse de nuevo.
«Tú también eres perfecta, totalmente perfecta para mí. Eres mi destino». Cuando aquel arranque terminó y por fin se calmaron lo suficiente para apreciar el canto de pájaros en su ventana, Meliodas insistió en lo único que le faltaba por asegurarse sobre sus nuevos límites.
—¿Entonces podemos conservar las cuerdas?
—Claro que sí, mi pequeño glotón. Ahora levántate. Vamos a bañarnos y vestirnos, que la mudanza debe estar por llegar, y no quiero que nos encuentren con cara de recién cogidos.
—¡Ellie! —El escritor saltó de la cama, recordando la fecha con un repentino ataque de euforia—. ¡Lo había olvidado! ¡Es hoy!
—Pues sí —rio la albina tan borracha de felicidad como él—. Hoy es el día. Hoy nos mudamos a nuestra nueva casa, así que abandona en esta cualquier sentimiento negativo, y vayamos a divertirnos a lo grande. ¿Estás listo para el mejor día de todos? —En efecto, lo sería, pero aunque estaban por vivir muchos días felices juntos, no podrían escapar de los problemas. El karma y el destino ya los perseguían, y no había manera de escapar.
***
Fufufu 🤩 Cortito, al punto, y transicional. Ya estoy deseando traerles un nuevo capítulo 😚. La pobre Liz no sabe ni para dónde hacerse, por fin nos introdujeron al personaje misterioso, y si creyeron que es lo último que oiremos del pasado de Meliodas, están muy equivocados. Sobre todo porque... terminará entrelazándose al pasado de Ellie 😏 chan-chan-chaaaaaaaaaan. ¡Karma y destino, señores! Pero para saber más de eso habremos de esperar otra semana.
¡Eso sería todo, mis coquitos! Les mando un beso, un abrazo, mis mejores vibras para el inicio de semana y, si las diosas lo quieren, nos veríamos el fin para más 💋
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