33 Sobre BDSM y consenso

Hola a todos, aquí Coco, quien ya no sabe ni lo que escribió >///< pero que definitivamente piensa que lo encontrarán muy... informativo 7u7 Fufufu, creo no escribía así desde El Bibliotecario. No estoy segura de que sea tan sexy, pero en definitiva si es al menos igual de divertido ^u^ Nuestros protagonistas por fin se están graduando de su "curso", nuestros antagonistas están a punto de explotar, y el resto de nosotros ya está listo para ver qué es lo que pasará cuando el mundo arda en llamas. Aunque claro, no todavía ^w^

Mejor los dejo de ir a disfrutar de este capítulo largo, y me despido como siempre deseándoles un fabuloso inicio de semana y una noche deliciosa de lectura. Ya saben qué hacer 💋 Posdata: por razones obvias, en esta ocasión no podré meterles muchas imágenes >u< pero si les puse dos o tres como ayuda visual, fufufu. Posposdata: recuerden que también hay capítulos nuevos de mis especiales de octubre en mis perfiles de Inkitt y FanFictionNet. Será fabuloso verlos por allá  💕

***

Rojo. Nada más entrar, Meliodas confirmó que la lujuria, el amor y la pasión tenían que ser de color rojo. El lujoso espacio con pisos y paredes de mármol, cristalería fina y herrería dorada estaba decorado aquí y allá con lienzos de un brillante color escarlata que de inmediato despertaban al deseo. Había algo vintage en el ambiente pero, al mismo tiempo, aquel espacio parecía tan y moderno como lo mejor del siglo XXI. La vista con sus ventanales de piso a techo simplemente te quitaba el aliento, y habría sido difícil diferenciar aquel lugar de un spa, de no ser porque el primer rastro de las prácticas BDSM del lugar se encontraba en los impactantes sillones de cuero negro del recibidor. Sí. Aquel pedazo del cielo era definitivamente un club sexual. Dichos sillones ya estaban ocupados por las parejas de los recién llegados.

—¡Mi bomboncito rancio!

—¡Muñeca! —La pelimorada se arrojó a los brazos de un hombre alto, bien parecido y con un traje rojo vino. Lo único que desentonaba de aquella pareja era la diferencia de edades, pues el caballero ya tenía el cabello gris cano, y ella apenas parecía rebasar los veinte.

«Bueno...», pensó, teniendo que apartar la mirada por lo incómodo que se sintió al verlos besarse apasionadamente. «Para el amor no hay edad. Seguro hay una historia detrás de ellos».

—Hey, ¿a dónde miras? —preguntó Elizabeth sujetándolo de los hombros con un tono entre juguetón, celoso y alegre—. Tú solo debes mirarme a mí. —Acto seguido le dio un beso aún más apasionado que el que se dieron los otros dos, y no lo soltó hasta que hubo aflojado todo el cuerpo—. Hola, mi amor.

—Hola Ellie —soltó con una voz temblorosa como la de un borracho. Su amable anfitrión dio unas carcajadas de gozo, y cuando el rubio pudo volver a sostenerse en sus pies, se acercó para extenderle la mano.

—Bienvenido —dijo con un sólido apretón—, ¡al Club Rouge! Mi nombre es Galand, y seré su anfitrión y asistente en la clase de hoy. Entiendo que eres la pareja de mi apreciable colega, ¿verdad? ¡Felicitaciones por atrapar a esta escurridiza sirena!

—Gracias. Aunque no estoy seguro de que no fuera al revés.

—Este chico me gusta, Ellie, ¡tiene chispa! —rió abrazándolo por los hombros—. Aunque no creo que entienda el gran logro que realizó. No todos los hombres tienen el valor de dejarse llevar a las profundidades por su sirena para ahogarse en pasión —Acto seguido le guiño un ojo a su novia—, y mucho menos se atreven a explorar lo que hay en esas misteriosas y oscuras aguas. Tranquilo amigo, no pensamos ahogarte. —rió al ver que parecía tomar su metáfora de modo literal—. Al menos, no hasta que lo pidas.

—¿Qué?

—Ve más despacio, diablo rojo. —Lo amonestó Melascula—. Recuerda que él es primerizo.

—Es cierto, discúlpame. Entonces, ¿qué les parece si comenzamos esta sesión con un poco de relajación? —sugirió de la forma más natural del mundo. Y así, Meliodas recibió la bienvenida a aquel misterioso mundo. 


*

—Ummm... —gimió el rubio, y luego soltó una pequeña risa, pues el sonido le había salido completamente fuera de contexto. Aún no habían comenzado nada sexual, simplemente estaban disfrutando de una inocente clase de yoga. Aunque claro, no tan inocente. Elizabeth estaba detrás de él mientras hacía sus estiramientos en el piso con las piernas abiertas, y lo abrazaba imitando sus movimientos de forma lenta presionando los pechos contra su espalda con suavidad.

—El "sexo tántrico" no existe como tal —susurró Melascula, repasando lo que Elizabeth ya le había enseñado mientras guiaba la clase replicando sus movimientos con Galand—. Lo que existe es el Tantra. Ser conscientes de lo que nos rodea, de lo que ocurre con nuestra energía interna y la de nuestra pareja. Disfruten del "aquí" y el "ahora". Solo ustedes dos importan en el momento presente.

—Te amo —susurró Elizabeth en su oído antes de morder su oreja de forma juguetona—. Te amo.

—Uhmmm... —repitió su gemido, y se dejó hacer libremente mientras la mujer que amaba doblaba y estiraba su cuerpo. Tenía que reconocerlo, aquel calentamiento definitivamente lo había encendido. Aún no tenía una erección ni nada, pero definitivamente sentía cómo iba elevando su temperatura mientras sus respiraciones, latidos y energía se sincronizaban con los de Elizabeth.

—Eso es, chicos. —aplaudió discretamente Melascula. Diez minutos después, los cuatro terminaron la clase con las manos en postura de oración—. ¡Excelente! Ahora que estamos listos y hemos roto la rigidez de nuestros cuerpos y mentes, podemos comenzar con la parte más divertida. ¿Listos para jugar?

—¡Sí! —saltó Elizabeth como una niña pequeña, y para su sorpresa, Meliodas se vio asintiendo con el mismo entusiasmo mientras levantaba la mano. No había razón para ocultar sus sentimientos o deseos.

La meditación había hecho efecto y, maravillado, se dio cuenta de que no le importaba nada que estuviera fuera de ese lugar. Nada, solo Elizabeth, su amor y su cuerpo. Todos sus traumas, penas y TOC se quedaron fuera, y cuando terminó de ducharse para ponerse la bata de seda que ella le ofreció, por primera vez sintió que estaba completamente listo para una experiencia erótica. Solo dudó un poco cuando, al abrir la puerta de una nueva habitación, vio a Melascula en un ajustado traje de látex rojo, peluca negra, y látigo en mano.

—¡Boo! —rió traviesa mientras desenrollaba el lazo de cuero con habilidad—. ¿Los asusté? —Meliodas se obligó a calmarse, y reconsideró el pequeño susto que había experimentado. En realidad, comparado con su entorno, el traje de Melascula era bastante adoc. Paredes rojas, una cruz de San Andrés, un potro, argollas adosadas a la pared, y muebles de madera con diferentes artículos sexys e insinuantes. Sí, aquello definitivamente era un calabozo sexual. Al escritor le sorprendió sobremanera encontrarse cómodo en él.

—Estoy bien, no pasa nada. —La albina se derritió al oír lo que creía era una declaración de valentía, y lo abrazó por la cintura mientras besaba su mejilla.

—Cariño, eres tan...

—No te lo comas aún, Ellie —guiñó el ojo mientras su actitud iba haciéndose más coqueta—. Mejor sostenlo para que no se caiga con este otro susto.

—¡Boo! —repitió su cómplice, y vaya que Meliodas necesitó que lo sostuvieran. El señor Galand había dejado su traje formal para sustituirlo con uno a juego con el de Melascula. Solo que a diferencia de ella, a quien le cubría la mayor parte de su cuerpo, el de él apenas tapaba nada. Una ajustada truza era todo lo que cubría sus genitales, y el resto eran cintas que ataban su cuerpo en diferentes lugares, incluyendo los pezones.

—Primera lección chicos: el cuero, el látex y el PVC son protagonistas en nuestro código de vestimenta. Se adaptan perfectamente al cuerpo y parecen una segunda piel, insinuando el desnudo y cargándolo de simbolismo. ¡Bomboncito! ¡Te ves fantástico!

—Gracias, muñeca. Es de nuestro nuevo catálogo, tal vez podremos explorarlo un poco con nuestros amigos luego. Por ahora, mejor entremos de lleno en la clase. Por la expresión de tu estudiante, creo que necesitas explicarle cuanto antes lo que está viendo.

—¿Qué? Awww —se enterneció al ver que el pobre estaba completamente rojo y mirando a todas partes menos a su asistente—. Comprendo, tal vez fue demasiado. Querido, todo lo que queremos es que disfrutes —dijo colocando una mano sobre su hombro con gentileza—. ¿Te sentirías más cómodo si usamos batas? —Meliodas inhaló lentamente, cerró los ojos, y cuando los abrió, fue capaz de sonreír.

—No Mela, está bien. No puedo cerrarme si quiero disfrutar la experiencia. Solo... deja que me acostumbre. Voy a respetar las costumbres de aquí con la mente abierta. —En esta ocasión, Elizabeth no dijo nada, pero se veía tan orgullosa que parecía que se echaría a llorar. Lo abrazó con suavidad, restregó su mejilla contra la de él, y soltó un largo suspiro mientras sus instructores les daban un momento.

—Está listo. —dijo Galand en más de un sentido.

—Claro que lo está, fufufu. Entonces, comencemos. —Acto seguido la iluminación cambió, un suave jazz inundó el aire, y la pareja entró definitivamente en su clase inmersiva—. Intimida, ¿no chicos? Sin embargo, las apariencias engañan. Lo primero que debemos comprender sobre el BDSM es que no es, ni de cerca, la oscura y retorcida práctica que muchos piensan.

—Así es —corroboró su asistente mientras les indicaba que se sentaran en unos sillones peludos—. Es terrible la cantidad de ideas equivocadas y prejuicios que la gente se hace por las películas y el porno.

—Es un concepto que suele ser malinterpretado a menudo, haciendo que la gente sienta rechazo o miedo debido al desconocimiento de lo que implica. Hoy vamos a despejar todas sus dudas y a explorar un poco sobre este mundo. El BDSM no es algo aterrador ni desagradable. Es solo una forma diferente de entender y vivir la sexualidad. Ahora Meliodas, ¿tienes alguna pregunta en particular, o prefieres que las vayamos despejando sobre la marcha?

—Solo una —admitió Meliodas, y esta vez se puso rojo no por el tema, sino por la verguenza que le daba preguntar algo tan tonto—. Bueno... ¿Qué significa BDSM? Es decir, la palabra. ¿Es un acrónimo, o...? —seguro pensaban que era un idiota. ¿Cómo se le ocurría ir sin haber investigado un poco? Se sentía un inútil por no haberse preparado antes, temía la expresión de decepción que vería en sus rostros. En cambio, lo que encontró fue a sus amigos mirándolo como si acabara de desenvolver un dulce particularmente sabroso. Melascula sacó un pizarrón de la nada y se puso a escribir en él.

—Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, y SadoMasoquismo —declaró con un gesto triunfal—. prácticas tan antiguas como la sexualidad humana, por mucho que la gente crea que es algo moderno. Pero tranquilo. Pese a lo ominoso que suena, tienes que saber que todas esas actividades se rigen por un solo principio fundamental, el cuál es...

—¡Confianza! —saltó Elizabeth levantando la mano como si estuviera en la escuela—. La comunicación abierta y honesta entre los participantes es todo lo que importa aquí.

—Exacto. Y es por eso que tantos sexólogos lo recomiendan para contribuir a mejorar las relaciones de pareja, ¿verdad doctora? —guiñó la instructora con complicidad—. Aunque claro, esto también se suma una serie de límites sin los cuáles no pueden darse estas prácticas. El más importante de todos es... —continuó escribiendo con el marcador, letra por letra—, C-O-N-S-E-N-T-I-M-I-E-N-T-O.

—Consentimiento —leyó Meliodas—. Claro, comprendo. Aunque esa debería ser la base de cualquier relación sexual, ¿no?

—¡Correcto! Me alegra ver que lo tienes tan claro, querido. Consenso, confianza, y comunicación. Este trinomio es indispensable para el buen sexo, y lo es aún más en el BDSM, sumado a...

—Sinceridad —declaró Galand lleno de satisfacción.

—Esa es la parte que más te gusta, ¿verdad, mi diablillo? —coqueteó la pelimorada a su novio—. Pues sí. Uno tiene que ser perfectamente honesto al momento de abordar una conversación sobre juegos o prácticas sexuales con su pareja. En muchas ocasiones tenemos miedo a cómo se lo tomará, o a ser juzgados por nuestros deseos y fantasías. Sin embargo, si se quiere disfrutar, no hay otro modo de hacerlo: deben desnudar sus almas y decir la verdad absoluta sobre lo que quieren y lo que no.

—Creo que nosotros no tenemos problemas en ese departamento, ¿verdad cariño? —preguntó Elizabeth estrujando a su novio, pero aunque su primera respuesta fue asentir y abrazarla de vuelta, de pronto Meliodas se dio cuenta de que no estaba del todo seguro.

Es decir, sí que había honestidad. Tenían confianza ciega en el otro, y siempre buscaban el mutuo placer. Sin embargo, recientemente el escritor se había dado cuenta que en su interior comenzaban a surgir unos misteriosos impulsos de los que no había sido consciente antes, y que se le colaban al pensamiento cuando se ponían cariñosos. No le molestaba ser el pasivo en el sexo, al contrario, la personalidad dominante de Ellie le fascinaba y lo seducía constantemente. Sin embargo, al parecer, era precisamente esa forma de incitarlo lo que estaba despertando un lado suyo que nunca habría pensado que tenía.

«Yo... quiero ser quien la domine. Quiero jugar en su sexo con mis manos, hacerla gritar con una nalgada... sujetarla del cabello y embestirla hasta que ninguno pueda más», pensó, y apenas lo hizo, toda la sangre se le fue a la cara y a la entrepierna. «Diosas, ¡no puedo creer que pensara eso!», y no era lo único que quería hacer. Lo cierto es que estaba cada vez más tentado a intercambiar roles, pero aún no sabía si sería capaz. No se atrevía a decirlo por miedo a que a ella no le agradara la idea. O peor, a que le gustara, pero después él se viera incapaz de satisfacer sus expectativas. «Mejor primero aprendo un poco más», se dijo, y volvió a concentrarse en la clase a tiempo para escuchar a Melascula decir una frase que sin duda pondría en su libro.

—Si no puedo ser sincera con la persona con la que comparto mi vida, ¿cómo podría compartir mi cuerpo? ¿Cierto, bombón?

—Esa es toda la verdad. Incluso cuando no estén de acuerdo, es mejor hablar que callarlo. Y una vez establecido lo que ambos están dispuestos a hacer, deben poner límites y no rebasarlos. Jamás.

—Y... —preguntó su estudiante, súbitamente nervioso—, ¿qué pasa cuando los rompen? ¿No se supone que las prácticas extremas son para romper tabúes? —La pareja lo miró con una expresión seria.

—Una cosa es romper los tabúes, y otra los límites. Con lo primero ganas libertad. Con lo segundo, solo desconfianza. Romper los límites de alguien es...

—¡Abuso! —estalló Galand—. Y no permitimos esa mierda en mi club.

—Sí —confirmó Elizabeth con serenidad—. Cuando algo no es consensuado, no es erótica ni es BDSM.

—Sé que muchas personas lo relacionan de forma errónea con azotes, brutalidad y dolor —admitió la pelimorada con un dejo de fastidio—, pero se olvidan de lo más importante: esto es un performance, un juego de roles, una actuación muy divertida que tiene por objetivo desinhibirte. Si realmente estás deseando lastimar a la otra persona, entonces estamos ante algo muy diferente. El BDSM bien practicado tiene poco o nada que ver con la violencia. Lo que debería buscarse es el placer, no el dolor.

—Aunque es verdad que para algunas personas la línea entre ambas nociones es muy fina —razonó su anfitrión, al cuál Meliodas no podía acabar de tomar en serio por su traje rojo—. Esta conversación se está poniéndo un poco seria, ¿por qué no volvemos a la parte divertida, querida?

—¡Cierto! —Fue como si la dama saliera de un trance, y la forma de volver fue sonreírles con picardía y caminar unos pasos contoneando el cuerpo de manera sinuosa. Remató aquella pequeña representación haciendo formas elegantes en el aire con el látigo, que restalló sonoramente espantandolos un segundo para hacerlos aplaudir al siguiente—. El BDSM es la teatralización de las fantasías. Asumes un papel, lo interpretas, y te empoderas en él para hacer todo lo que siempre deseaste.

—Pero... —empezó a discutir su pupilo. Viendo a Galand, no sabía cómo eso podía llamarse "empoderarse". Es decir, iba vestido como una especie de esclavo. Él pareció leerle el pensamiento, porque lo siguiente que hizo fue reírse.

—Aunque no lo creas, esto sí que me empodera, colega.

—No comprendo.

—Permíteme explicarte... —ronroneó la pelimorada, y lo que pasó a continuación hizo que el rubio tuviera que cerrar las piernas. Melascula usó uno de los lazos de cuero del traje de su novio para atraerlo hacia ella y, con un pequeño golpe detrás de las rodillas, logró hacer que el altísimo hombre reverenciara. Acarició sus hombros y pecho con lascivia, contoneó su cuerpo contra él. Luego lo jaló de sus cabellos hacia atrás para besar su boca, y en cuanto le dejó impreso su labial rojo, le dio un empujón que lo dejó en el piso mientras le ponía su tacón de aguja sobre la espalda—. ¿Quién dirías que tiene el control, él o yo?

—Esto... bu... ehm... —balbuceó sin atinar a decir nada. Podría haber respondido que ella, pero seguramente la pelimorada no estaba haciendo nada que no hubieran acordado en sus límites.

—Ambos —le sopló Elizabeth—. Él le cede el control durante la actuación, así que lo comparten.

—Pues sí —confirmó dejando de pisar a su novio—. Resulta que el BDSM es una práctica muy democrática. Durante el acto, somos iguales. Él elige liberarse del control, y yo elijo darle todo lo que quiera sometiéndolo al mío.

—En el mundo real —explicó el otro mientras se ponía de pie—, eso es lo que debo ser —Apuntó hacia el armario donde había dejado su traje formal—. La sociedad me exige que sea el fuerte, el que manda, el que tenga el control. Cualquier otra cosa que no sea eso me hace "parecer débil". Como hombres, no se nos permite reconocer el dolor, quebrarnos, o ser vulnerables. ¿Comprendes ahora porqué es tan liberador para tipos como yo soltar todo eso y permitirnos ser la parte receptora? —Meliodas sabía que no era su casoen ese momento de su vida, pero aún así, lo comprendió por completo.

¿Cuántas veces lo habían acosado en la escuela por ser "demasiado blando"? ¿Cuántas veces había sido llamado "mariquita" por permitirse expresar algún aspecto de su personalidad considerado "femenino"? Su pasión por las artes, la belleza, el romance. ¡Ni que hablar de llorar o ser sensible! Pero incluso si no estaba de acuerdo con esa mentalidad tan machista, tenía que reconocer que en efecto algo de todo eso se le había colado en el cerebro. Después de todo, la sociedad también demandaba que los hombres fueran los activos, ¿no era el miedo a no poder serlo precisamente una de sus mayores preocupaciones?

—La masculinidad es inherentemente restrictiva —explicó la dominatriz con el látigo al hombro—. Con todas esas expectativas, lucha por poder y falta de emotividad. Todo eso hace que los hombres se sientan vacíos y demotivados en el sexo. Es entonces cuando acuden a las dominas para escapar de esa prisión social.

—¿Dominas?

—Sí, dominas —dijo Melascula señalando a sí misma—. Por fin estamos llegando a la parte que me gusta. Las dominatricez, dominas o dominos, son la parte "activa" en una pareja que práctica el BDSM. Tal vez hayas visto otros nombres en literatura erótica: "amos", "maestros", "dueños", todo depende del juego de rol que estén realizando. Me parece que tú ya tienes tu domina, ¿no es así?

—Vaya que sí —respondió él al instante, y lo dijo tan fuerte que los demás no pudieron evitar la risa.

—Claro. Todos piensan que ser dominatriz es solo sobre sexo, sobre saber atar a alguien con nudos y golpearlo, pero eso no es ni mucho menos todo de lo que trata. Nuestra labor más importante es la liberación de la pena. Dejándote en manos de tu dueña, las cosas que ella haga servirán para desinhibirte, acabar con las expectativas de roles de género, y permitirte ser tan vulnerable como quieras mientras experimentas placer. ¿Cómo te suena eso?

—Suena excelente —dijo con ojos brillantes, y entonces tuvo que reconocer que todo lo que había creído sobre el BDSM parecía estar mal. Estaba ansioso por probar lo que era de verdad—. Entonces, ahm... lo que Ellie me hará...

—Bueno, sí que implica atarte, fufufu —De vuelta al pizarrón, Melascula escribió la palabra bondage con letras cursivas, y se aproximó a una bolsa dejada en otro de los sofás para sacar unas cuerdas rosas—. El bondage es la práctica mediante la cual se ata o inmoviliza a alguien, y es super popular incluso fuera del BDSM. El nivel de inmovilidad dependerá tanto del deseo del sumiso como de la habilidad que se tenga para hacer nudos. Por ahora, les enseñaré lo básico, así que presten mucha atención.

Por los siguientes diez minutos, Meliodas vio cómo su amiga creaba maravillas con la cuerda mientras recitaba las medidas de precaución que debían tener. Usar una palabra de seguridad para detenerse, contar con algo para cortar las cuerdas en caso de emergencia, cuidar de no interrumpir la circulación ni la respiración. Con todo, memorizar aquello resultó más sencillo que aprenderse los nudos: en espiral, de mariposa, esposas, ballestrinque. Definitivamente tendría que volver a tomar clase, pero al menos estaba seguro de lograr el nudo que más le gustó: el arnés. Con algo tan sencillo como tres nudos por el frente y sus vueltas por atrás, la fantasía que su novia tanto había deseado ver puesta en él por fin se materializó.

—Te ves maravilloso, querido —rió su instructora ignorando la cara de lascivia de Elizabeth al ver al rubio con aquel corsé de cuerdas de algodón—. Muy bien, una vez cubierto el aspecto de la sujeción, podemos pasar a lo siguiente: dominación y sumisión. —Con una fuerza superior a la que aparentaba Melascula con sus breves metro sesenta de altura, tiró de uno de los lazos del arnés de Galand para acomodarlo de espaldas. Acto seguido volvió a ponerlo de rodillas con un solo doblez de su muñeca—. Esta consiste en someter y ser servido por la persona sumisa.

—Para que la cosa resulte, durante tu performance debes procurar no salirte del papel y obedecer en todo a tu ama. Así... —susurró el hombre de pelo plateado, y entonces, su actitud y la de su novia cambiaron por completo. Incluso Elizabeth tragó saliva al ver la forma en que ella lo rodeaba tentándolo con sus curvas mientras él parecía cada vez más dócil. Ahí, de rodillas y en silencio, parecía listo para saltar de un puente si ella lo pedía. Lo que la falsa morena hizo fue llevar su afilado tacón a su pecho, y presionar mientras lanzaba su orden de forma dura.

—Quítamelo.

—Sí, ama. —Galand se tomó su tiempo, acariciando su rodilla mientras deslizaba sus elegantes y largos dedos por la pantorrilla de la chica. Deshizo cada una de las hebillas sin dejar de mirarla a los ojos y, cuando por fin tuvo acceso al cierre, su domina gritó una orden más.

—¡Rápido! Y baja la mirada mientras lo haces. No te atrevas a tocarme hasta que yo lo diga —Él obedeció deslizando el zipper lo más rápido que pudo, y cuando tuvo su pie descalzo sobre la piel a la altura del corazón, su respiración se aceleró de forma visible. Igual, no se movió. Parecía que apenas era capaz de resistirse a tocarla, pero igual, no desobedeció—. Sabes lo que me gusta. Lámelo. —Como si eso hubiera sido lo que él estaba esperando, el hombre del traje rojo deslizó la lengua por el empeine de su pareja, quien soltó un gemido de satisfacción antes de volver a colocarlo en el piso—. ¿Lo ven?

—Ahm... Bu.... Ehm... —Si se había puesto así solo abordando el bondage y la dominación, no estaba seguro de cómo reaccionaría o siquiera si resistiría aprender lo otro. De nuevo, sus instructores leyeron sus pensamientos, y tras intercambiar sonrisas cómplices, se lanzaron a la parte más difícil con celeridad.

—En cuanto al sadismo, el masoquismo y la disciplina, estas son prácticas algo más complejas de explicar, ya que cada una de ellas puede variar mucho en función de quien las lleve a cabo. Limitémonos a decir solo lo más importante: tanto el dolor como el placer tienen su origen en saturar al cuerpo con sensaciones. Puedes generar dolor sobreestimulando una zona, o saturar de placer al punto de que se parezca al dolor. Solo no olviden tener en cuenta que cada uno tiene diferentes umbrales, y que el límite lo ponen ustedes.

—Sí. Por ejemplo, a mi me gusta que Mela me pegue y me eche un poco de cera caliente, pero ella prefiere que nada sea más doloroso que unas buenas nalgadas.

—También, está bien si quieren descartar el dolor como parte de la experiencia —Acotó su maestra tratando de no reírse de sus caras—. Elijan lo que crean que les generará más placer, y no se frustren si al inicio no sale exactamente como lo planean. Es normal que las parejas se tomen su tiempo antes de encontrar el ritmo correcto. Recuerden: Lo más excitante de estas prácticas eróticas es que se cuecen a fuego lento. En eso enfocarán la parte final y práctica de su clase.

—¿Qué? —preguntó Meliodas alarmado, pero no había error. Sus anfitriones recogían sus cosas, al parecer, planeaban dejarlos solos en aquel cuarto rojo lleno de látigos, cruces y cajas misteriosas—. ¿Se van?

—Sí querido. Pero no te preocupes —Le sonrió Melascula volviendo a su antiguo ser y colocando las manos sobre sus hombros—. Como siempre, te dejo en manos de una experta. Tómense su tiempo, disfruten, y no duden en apretar el botón si necesitan cualquier cosa.

—Nos vemos después, sirenitos. —rió Galand antes de cerrar la puerta. El silencio que siguió a la despedida estaba tan cargado que Meliodas se sintió como en un sauna.

—Bueno... —dijo quitándose las cuerdas sobre la bata—. Fue una clase de lo más interesante, ¿no crees? —Ella guardó silencio—. Nos dieron demasiadas cosas en qué pensar, y hay mucho material que aún nos falta por revisar. —Acto seguido tomó la caja que contenía el kit de regalo de aquella sesión, y fue sacando los objetos con la cara roja, pues se trataba de un antifaz, mordaza, esposas y látigo—. Ahm, sí. Probablemente tendrás que ayudarme con esto. —Después abrió una caja pequeña de los artículos que podían comprar. Esta contenía un tapón anal, por lo que de inmediato la cerró y comenzó a reír nervioso—. Uff, definitivamente tendrás que ayudarme. Ahm... ¿Ellie? —Siguió sin responder. Alarmado, volteó a mirarla para ver qué le pasaba, y la encontró con la mirada perdida y lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¡Ellie! ¿Qué pasa? —Volvió al presente al sentir su contacto. 

—Me siento tan estúpida —admitió, y dejó que él tomara sus manos mientras intentaba explicarse—. Después de todo, yo fui quien propuso esto. Estoy tan caliente como el mismo infierno, pero... —Trataron de sonreírse mutuamente, pero aunque Meliodas sintió alivio al saber que aún lo deseaba, comenzó a temerse la razón de su llanto. Por supuesto, acertó—, lo recordé. Recordé lo que ese tipo me hizo en aquel club clandestino. Juré que no dejaría que me controlara ni que definiera mi sexualidad, y aquí estoy, llorando como una tonta en el mismo cuarto rojo al que soñaba llevarte desde que comenzamos a salir.

—Elizabeth —le habló con dulzura, tratando de que no se notara lo feliz que le hacía saber eso—, todo está bien, mi amor. No tenemos que hacer nada si no quieres. Está bien no sentirte lista.

—¡No! ¡No está bien! —reclamó, pero también se aferró a sus gentiles manos como a un salvavidas—. Se supone que yo soy la experta, la dominante, se supone que esto ya no me afecta. Soy un fracaso.

—Oye, no seas tan dura contigo misma. Si no sentirse listo para algo te hace un fracaso, entonces soy el mayor perdedor del mundo. ¿Cuántas veces me tuviste paciencia? ¿Cuántas "primeras veces" tuviste que ir despacio para que aprendiera a disfrutarlo? Está bien parar, Ellie. Y también, está bien ir lento.

—Mírate —sonrió por fin, de nuevo con una expresión orgullosa—. ¿Quién es el maestro ahora? —dijo mientras se dejaba envolver en un cálido abrazo—. De acuerdo. Entonces, vayamos más despacio por favor. De cualquier forma, tenemos mucho de qué hablar antes de entrar en esto de lleno. Debemos hacer un acuerdo sobre lo que queremos probar, tener una lista, elegir nuestra palabra de seguridad. Pero...

—¿Hmmm? —La albina se liberó de su agarre para inclinarse sobre el kit que él ya había abierto y, con una mirada de fascinación, sacó el látigo de tiras que había ahí.

—Igual, estoy tan cachonda que me temo que no llegaré a casa limpia si nos vamos ahora. ¿Al menos puedo enseñarte cómo se usa esto? —Su corazón se aceleró con una mezcla de alegría y miedo mientras miraba las tiras de cuero del "instrumento de tortura" que tenía su mujer en las manos. Sin embargo, lo deseaba. Por alguna razón inexplicable, deseaba ser azotado por ella mientras se encontraba atado y se corría una y otra vez. Además, ella necesitaba consuelo con urgencia. Había una sola respuesta posible.

—Dime lo que tengo que hacer —le pidió mientras se quitaba la bata para quedar desnudo—. Después de todo, soy tuyo. Mi ama. —La respuesta de Elizabeth fue lanzarse encima suyo para besarlo, friccionando con fiereza su cuerpo mientras le metía la lengua y parecía querer sacarle todo el aire de los pulmones. Lo soltó tan de golpe que por poco se cae.

—Ponte de pie. Voy a atarte a esta viga para mostrarte cómo se hace. —Él obedeció con lentitud mientras se iba poniendo su collar con hebilla de corazón. Ella sintió su vientre convulsionar con ese gesto, pero se contuvo lo suficiente para no arrojarse sobre él y sólo tomar las cuerdas que había dejado—. ¿Recuerdas cómo se hace el arnés? —Por suerte, lo recordaba. En cuanto tuvo su corsé le colocó las esposas, y un instante después, lo tenía con las manos sobre la cabeza y de espaldas a ella atado a la pared—. Eres tan...

—¡Aaaah! —gritó tanto por la excitación como por la sorpresa. La albina le había dado una nalgada, pero aunque no le había dolido nada en realidad, igual sonó mucho, y lo hizo contraer el cuerpo con una sensación de placer.

—¡Qué trasero tan sexy! —rugió ella entre dientes—. ¡Y es mío! —gruñó apretándolo. Acto seguido le dio más nalgadas, y ya se estaba acercando peligrosamente a su entrepierna cuando él balbuceó su petición.

—Ellie, el látigo.

—Es cierto, perdona, mi amor. Bueno, el uso del látigo es algo relativamente fácil, en realidad. Primero, debes comenzar con azotes cariñosos y juguetones.

—¡Ay! —exclamó, pero en realidad no le había dado fuerte, solo le había dejado caer las tiras de cuero.

—Segundo, hay que enfocarse en los hombros y caderas. Nalgas también, por supuesto.

—¡Ngh! —gimió Meliodas mordiéndose los labios. Se sentía bien. Era una carga de sensaciones seguida de descanso. Golpe, descanso, golpe, descanso. Después de media docena de latigazos suaves, apenas y había empezado a sentir un ligero ardor. La sensación más fuerte, en cambio, era la de su pene llenándose de sangre mientras el flujo le zumbaba en los oídos y escuchaba a su novia gemir.

—Por último, es importante que sepas que esto espanta mucho más de lo que lastima. Entre más grande es el látigo, menos dolor y más ruido produce. Aunque no es en realidad el dolor, sino la sensación lo que nosotros buscamos. Ahora agárrate, querido. Voy a darte hasta que te pongas bien duro.

—¡Aaaah! ¡Ufff! ¡Ngh! —Ahora sí consideraba que había tenido su iniciación completa. Y tenía razón. Elizabeth alternaba latigazos con nalgadas, luego con caricias y besos, y luego golpes nuevamente. En algún momento, además le puso la mordaza y el antifaz y así, completamente perdidos en la experiencia, se dejaron sumergir en el placer de su primera práctica de BDSM—. ¡Mmmm!

—¿Quieres hablar? De acuerdo cariño, permiso concedido.

—¡No puedo más! —gritó apenas le quitó la mordaza—. ¡Ellie, tómame!

—¡Mi amor! —se desesperó la albina logrando quitarle las esposas. El pobre habría caído de rodillas al piso, de no ser porque lo sujetó de su arnés. Entonces finalmente lo acostó sobre la lujosa alfombra roja, y se montó en él agarrándose bien de las cuerdas—. Ahora comprenderás por qué quería ponerte uno de estos desde que te hice mío. ¡Mírame Meliodas! ¡Mírame y vuélvete uno conmigo!

Lo que pasó después lo hizo dejar de pensar y de percibir los sonidos. Mirar esos ojos azules mientras ella lo poseía era una experiencia más allá de lo espiritual. El tantra del que tanto había aprendido y sus fantasías estaban realizándose mientras esa diosa se aferraba a las cuerdas sin dejar de empalarse en él. Tan profundo, tan firme, sin soltarse ni un instante y bajo su control. Aún no sabía qué tanto más le faltaba por descubrir, o si Elizabeth superaría el dolor del pasado para llegar aún más lejos a su lado. Solo sabía que amaba a la mujer encima suyo con cada fibra de su alma y que, cuando volviera a recordar su propio nombre y cómo se respiraba, se lo diría una y otra vez.


*

—Uff, y eso que se supone que iríamos suave. —rió el rubio poniéndole el abrigo a su chica mientras esperaban en el vestíbulo del hotel.

—Vamos, al final solo usamos el látigo.

—Sí, el látigo, y también el resto de nuestros órganos internos.

—¡Meliodas! —rió la albina, y siguió divirtiéndose con su chiste cuando de pronto paró abruptamente.

—¿Qué sucede? —El escritor se dio la vuelta para ver a quién miraba, y en cuanto la reconoció, una enorme sonrisa le atravesó el rostro—. ¡Lizzy!

—¿Hmm? —se sorprendió la pelirroja al reconocer a quien la saludaba—. ¡Meliodas! ¿Qué haces aquí?

—Hola, mucho gusto. Solo esperamos nuestro taxi. Vinimos a ver a unos amigos y ahora nos vamos a casa. —intervino la albina con una gran sonrisa diplomática—. Tú debes ser Liz, ¿no?

—Eeeeh... sí —confirmó Meliodas, no muy seguro de porqué ahora prefería irse. Galand les había obsequiado una noche ahí si querían, y ella había parecido contenta de aceptar.

«Bueno, no importa. Yo siempre prefiero pasar la noche en casa. Por ahora, mejor aprovecho».

—Esta es la mejor oportunidad para presentarlas. Ellie, esta es Lizzy, mi amiga del trabajo de la que te hablé.

—Encantada —dijo tendiendo la mano—. Soy la doctora Elizabeth Liones. —Al escritor se le hizo raro que se presentara primero con el "doctora", ya que no solía hacerlo. Sin embargo, no fue tan sorprendente como ver a su amiga hacer lo mismo.

—Soy la licenciada Danafor, un placer. —Ni siquiera había dado nombre. No entendía lo que estaba pasando, y miraba a una y otra con expresión confundida—. Bueno, tengo que dejarlos. Me están esperando.

—Eso es maravilloso. —Elizabeth parecía auténticamente feliz de oír aquello—. En tal caso, no la interrumpimos. Será en otra ocasión que tengamos la oportunidad de hablar.

—Por supuesto. Pasen buena noche.

—Bu-buenas noches, Lizzy. Hasta luego. —El remate de aquella extraña e incómoda conversación fue que ella se despidiera de beso en la mejilla, y salieron a la avenida a pedir de verdad el taxi que los llevaría a casa.

—¿Tu amiga tiene novio?

—No, bueno, no lo creo. O más bien, no lo sé. Nunca había hablado de eso antes. Pero... supongo que sí lo tiene. Es decir, se veía que iba a pasar la noche aquí. Tal vez es su noche de cita.

—Sí, puede ser. —Pero Elizabeth no se veía del todo satisfecha con esa respuesta. Entonces, de la nada, su actitud cambió de nuevo. Le sonrió de forma seductora mientras le levantaba la barbilla para hacer que la mirara, se inclinó para besarlo, y sujetó su rostro entre sus manos mientras le imprimía sus labios con intensidad y ternura. Él se derritió entre sus brazos, y al terminar, mostró la expresión somnolienta de estar borracho de felicidad.

—¿Y eso por qué fue?

—Por precaución.

—¿Eh? —Al final, no entendió nada, pero no importaba. Su día de cita había resultado perfecto, y ya tendría oportunidad para platicar con Lizzy de lo que fuera que hubiera pasado esa noche. 


***

Ese encuentro, ¡ese encuentro! ¡Aaaaaaah! *w* Ahora Ellie sabe qué tipo de competencia tiene, Liz por fin conoció a su Némesis, y el pobre de Meliodas no tiene idea de que por un instante quedó en medio de un sandwich de féminas empoderadas. Solo esperemos que se dé cuenta antes de que lo aplasten, fufufu. Bueno, al menos no será esta noche ^u^ ¡Eso sería todo por hoy, mis coquitos! Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos el próximo domingo para más. 



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top