26 Sobre los cinco lenguajes del amor y los siete pasos del baile erótico

Hola a todos, aquí Coco, quien aún mueve las caderas al paso de cierta canción, y que se acerca a ustedes bailando al son de el amor melizabeth, fufufu 7u7 Tras una semana de descanso, nuestro candente romance de escritor y doctora continua, disculpen por la espera, ¡y vuelvan a disculparme porque ahora falta la otra obra! XD Verán es que, estoy comenzando mis exámenes y proyectos finales 9u9 Apenas como, apenas duermo, y este capítulo terminó siendo escrito en momentos robados a lo largo de la semana. Creo que así va a estar todo el mes de mayo, y pese a que por lo general puedo manejar escribir hasta dos capítulos por semana, creo que deberemos contentarnos con uno hasta que la marea de trabajos baje. En pocas palabras, estaré alternando un capítulo de OMEGA con uno de Letras y Sexo cada semana, y como en esta ocasión le toca a esta historia... prepárense para un momento candente extra largo y sensual, ¡ya saben qué hacer! *0* ❤❤❤

Posdata: en caso de que al final me vea obligada a dejar una de las dos obras, ¿cuál es la que ustedes querrían que continuara? Su voto podría ayudarme a tomar una decisión en caso de que las cosas en la escuela se pongan más intensas UwU En el mientras, muchas gracias por estar aquí, ¡disfruten su lectura de este día! 

***

—No, no, ¡no! —gritó el abogado dando un manotazo sobre su escritorio—. Te digo que eso no puede ser.

—¿Cuánto tiempo más quiere estar en negación? —le preguntó la investigadora privada que había contratado para seguir al objeto de su afecto—. Fueron juntos a aquella boda. Ella lo presentó con sus amigos y familia. No han dejado de tener citas, y llevan durmiendo uno en el departamento del otro por más de tres meses. Tiene que aceptar que la doctora Lioness y el señor Demon están en una relación de verdad.

No podía creerlo, era imposible. Estarossa conocía demasiado bien a Elizabeth, y sabía que un tipo como aquel no podía tener nada de interés para ella. Era un profesionista promedio, y no destacaba por su fama o dinero. Tenía una apariencia regular y una complexión tirando a enclenque, era el típico nerd que él solía vapulear en la secundaria. Y además, no sabía nada de sexo. Hasta donde había averiguado, él era un solterón maniático y virgen cuando la conoció. Por mucho que pudiera haber aprendido, ninguno de sus atributos debía darle el ancho a esa fabulosa y sensual diosa. Entonces, ¿qué era lo que había pasado?

—Eso da igual —se dijo calmándose y tomando el teléfono—. No les va a durar el gusto. Creo que es hora de cobrar cierto favor, y si esto no los separa, tú y yo tomaremos medidas más extremas.

La peliazul, que por lo general disfrutaba el morbo implícito en su trabajo, abrió los ojos como platos y tragó en seco ante aquella declaración. Una cosa era perseguirlos desde las sombras, sin que ellos se dieran cuenta y sin peligro para nadie. Otra muy diferente era intervenir en sus vidas. El plan que su cliente le había propuesto rayaba lo ilegal, y no pudo evitar suplicar internamente que su otro plan tuviera éxito cuando la despachó con un gesto de la mano mientras a quien quiera que estuviera llamando le contestaba.

—Hola querida, ¿cómo estás? —preguntó a la persona al otro lado de la línea mientras miraba por la ventana de su oficina—. Bien, muy bien. Oye, ¿recuerdas ese favor que me debías? —rió al oír la voz airada de su interlocutor y, a continuación, se puso a mirar a la lejanía en dirección a donde debía estar el edificio de departamentos de su rival—. Bueno, pues de todas formas te lo voy a cobrar. Tranquilízate. Si todo sale bien, además de saldar tu deuda podríamos divertirnos como en los viejos tiempos. ¿Aún te gustan las apuestas?


*

Casi era verano. El cálido sol de la mañana entraba por las enormes ventanas de la estancia, y la doctora suspiró, inmersa en la paz que le traía ese momento. Sentada en el sofá con una manta, usando su pijama rosa favorito, con una taza de té en las manos. Y su amado novio tecleando en la computadora justo frente a ella. Ya habían pasado casi tres meses desde que restablecieron su relación, seis meses desde que se conocieron, y a pesar de todo lo que habían vivido y hecho, a ella aún le costaba creer que aquel hombre tan maravilloso fuera suyo. Jamás creyó que pudiera llegar a querer tanto a una persona.

Él estaba ahí, completamente absorto mientras hacía notas del capítulo más reciente de su novela, y ella no podía dejar de mirarlo, contemplando cada uno de sus rasgos con embeleso. Todo de él le fascinaba. Su pelo desarreglado tras haberse levantado de la cama, sus mejillas ruborizadas por el sexo mañanero, su sonrisa sutil de agradecida satisfacción. Tenía los lentes casi en la punta de la nariz mientras pasaba la vista de su libro a su laptop, y parecía muy concentrado, aunque se apuraba para poder ir a desayunar juntos. Ella en realidad no tenía prisa. Le encantaba observar los pequeños gestos que hacía cuando escribía, pues estaba inspirado, y no se daba cuenta que la pasión por su trabajo se reflejaba en su cara.

Cuando trabajaba, tenía la adorable costumbre de jugar con un mechón de su pelo tratando de alisarlo. No había caso, este seguía tan rebelde como siempre, y solo se ponía más tieso, quedando en punta hacia cualquier lugar. Rió quedito al ver esto y se detuvo al ver que volvía a chupar la punta de su dedo para pasar de página. ¿Es que acaso no se fijaba en lo sexy que era eso? Como si lo hubiera desafiado a ser más sexy, en ese momento se mordió con fuerza el labio, y ella soltó un suspiro mientras volvía a sentir tibieza en las entrañas. Era la cara que ponía cuando su concentración estaba al máximo, y a ella la ponía a mil verlo hacerlo. Tecleó con furor por otros tres minutos, ocupó uno extra en poner pegatinas en el libro, y entonces sí, soltó todo con una sonrisa de satisfacción mientras finalmente volteaba a mirarla.

—Listo Ellie, disculpa la tardanza. ¿Estás...? Esto, ¿pasa algo?

—¿Mmm? Oh, no cariño. Sólo me hace muy feliz el verte trabajar así. ¿Ya terminaste?

—Sí —respondió mientras se sentaba a su lado en el sofá—. Quería ponerlo todo ahora que lo tengo fresco. El libro que me diste es muy bueno, te confieso que me hubiera gustado tenerlo antes.

—"Los cinco lenguajes del amor", de Gary Chapman —dijo ella soltando otro suspiro—. Uno de los libros básicos que los médicos de mi ramo vemos para entender las relaciones de pareja. Es una pena que no lo haya valorado antes, creo que me habría hecho bien asimilarlo.

—Vamos, no seas tan dura contigo —Le sonrió gentilmente mientras tomaba su mano—. Lo importante es que le estás dando una oportunidad ahora. Por mi parte, está resultando verdaderamente útil tanto en lo personal como en lo profesional. Creo que podremos sacarle mucho partido a esto.

Un suspiro más, un vistazo a la portada con corazones, y por primera vez en su vida, la albina asintió creyendo que podía ser cierto. Como especialista, sabía que una sana relación de pareja solía ser un requisito para el buen sexo, pero era algo que enseñaba sin aplicar, pues prefería centrar sus terapias en la apreciación del propio cuerpo y la autoestima, más que en la parte romántica del asunto. Ahora agradecía a los cielos no haber tirado aquel tomo, pues había dejado de ser la madrina para ser la novia, y hablar de ello le había ayudado a entender una parte crucial de su chico los últimos días.

—Cierto —dijo agarrando el ejemplar—, ahora sé que tus lenguajes son "actos de servicio" y "palabras de afirmación" —Meliodas se encogió de hombros y le sonrió en respuesta. Era verdad. A él le encantaba escuchar lo que sentía, decirlo también, y la forma en la que cuidaba de ella con sus detalles solo se equiparaba a su emoción cada vez Elizabeth hacía algo por él—. Pues entonces... —continuó la peliplateada mientras le rodeaba los hombros con la manta que había estado usando—. Te amo —susurró en su oído, ruborizándolo—. Te amo, Meliodas —El escritor sabía perfectamente lo difícil que había sido para ella decir esas palabras, y su piel se erizó mientras cerraba los ojos deleitándose con el sonido de su voz—. Mmm...

—Y tú —soltó él entre una risa y jadeo—. Has dejado muy en claro que tu lenguaje del amor es el contacto físico —Ella ni se molestó en contestar. Simplemente rió, lo arrojó sobre el sofá, y le saltó encima mientras le llenaba la cara, cuello y pecho de besos—. Ellie... —gimió tratando de hacer que parará mientras ella mordía suavemente su oreja—. Ellie, el desayuno...

—Mejor te como a ti —proclamó la traviesa albina. Y ahí estaba su otro lenguaje del amor. Ella adoraba pasar tiempo con él y, con sus ocupadas agendas, la mañana de los sábados se había convertido en el único momento oficial en que podía tenerlo. La pequeña espera de esa mañana había sido una excepción, y ahora, se disponía a disfrutar cada segundo sin preocuparse del mañana.

Besos más profundos, las manos bajo su camisa, y sus cuerpos ondulando hasta encontrar la postura correcta. Sí, ese también habría sido un día perfecto, simplemente encerrarse en casa, hacer el amor sin parar, y luego seguir leyendo juntos. Pero el tiempo de calidad también implicaba hacer algo que los ayudara a crecer a ambos, y ella ya se había encargado de hacer cita con cierto especialista para que pudieran aprender algo que los hiciera divertirse mucho. Separó sus labios saboreando una última vez la esencia de menta del dentífrico en su boca, y mientras él recuperaba el aliento, ella se ponía de pie para preguntar.

—¿Estás listo para mi sorpresa?

—Yo... esto... —contestó él tratando de aclarar su mente tras aquel arranque, y cuando por fin logró hacerlo, la siguió hasta la cocina—. Claro... en teoría.

—¿En teoría?

—Sabes que no me gustan mucho las sorpresas, Ellie —comentó mientras ponía la cafetera—. Suelo ser más del tipo de ponerlo en la agenda y anotarlo todo.

—Bueno, al menos cumplimos la primera parte.

—Pero no me gusta no saber a dónde vamos. Es decir, ¿qué tanto alcohol desinfectante debo llevar? ¿Debería llenar el tanque de gasolina del auto? ¿Qué ropa usamos, para clima frío o calor?

—Vamos —dijo ella contoneándose y rodeando su cuello con los brazos tras meter dos rebanadas de pan en la tostadora—. Yo me haré cargo de todo. Deja que cuide de ti y te consienta por hoy, ¿sí? —Y ahí estaba otra vez, actos de servicio. El rubio rodeó su cintura con las manos, la abrazó con fuerza, y besó el punto en su cuello que sabía que la enloquecía. Y habría hecho más, tal vez, de no ser porque en ese momento sonó el "ting" que anunciaba que el pan estaba listo.

Sí, se habían llevado una impresión al descubrir que sus lenguajes del amor eran diferentes, pues esto solía ser una mala señal, un detonante de problemas para la pareja si no aprendían a comunicarse. Sin embargo, resultó lo contrario. Al final habían decidido usar esa oportunidad para entender mejor al otro, y vaya por donde, ese día tendrían la oportunidad de hacerlo de la manera más erótica posible.


*

—E... Ellie... —balbuceó Meliodas ante el gran establecimiento de color rojo—. Cuando dijiste "clases de baile privadas", la verdad n-no era esto lo que me-me imaginaba. —Elegante entrada con herrería dorada, el sonido de música jazz viniendo desde dentro, y lo más importante, la edecán con un entalladisimo traje sastre de diseño ultra sexy. Aquello era inconfundiblemente un cabaret, y la albina miraba al lugar como una niña a punto de entrar a una dulcería mientras tiraba de él llevándolo por el brazo.

—Vamos —lo exhortó entre la broma y la demanda mientras daban sus primeros pasos en el establecimiento—. Será divertido. Llevas diciéndome un buen tiempo que te daba curiosidad este tipo de lugares. Además, ¿no te gustaría divertirte con las posibilidades que podría ofrecerte? —Justo en ese momento un grupo de coristas en ropa entallada pasó a su lado riéndose, y el pobre no pudo evitarlo, se puso a temblar mientras se pegaba más a ella.

—No lo sé —dijo tratando de mirar a cualquier lugar menos a las trabajadoras del local—. Creo que esto es demasiado. Es decir, estas mujeres...

—Meliodas, ya habíamos hablado de esto. No tiene nada de malo que una mujer explore y use su sensualidad como mejor le parezca. Y si lo que te molesta son las chicas, no te preocupes. Establecimientos de este nivel se encargan de que estén seguras y sean respetadas. No está bien juzgar solo por...

—No es eso, Ellie. Me encanta que hayas planeado esto para nosotros, el lugar se ve espectacular, pero yo no sé si quiero ver a otras mujeres desnudas que no sean tú. Es decir, son lindas, seguro hacen un trabajo estupendo, pero... ahm... —No pudo seguir hablando, primero porque ya estaba tan abochornado que se le trababa la lengua, y segundo, porque su novia decidió que ese era el momento ideal para abrazarlo y hacer que enterrara la cara en sus pechos.

Así era él. Tan tierno, inocente, y tercamente fiel. Habían avanzado tanto en su preparación y en la liberación de su sensualidad, que a veces se le olvidaba que en teoría era un novato. Recién se habían formalizado, ella era su primer noviazgo real, y a todo eso, ¡también era su primera pareja sexual! Se sintió avergonzada cuando volvió a considerarlo, y tal vez le habría tomado la palabra de irse y dejar eso para otro día, de no ser porque en ese momento percibió como contoneaba las caderas contra ella en un gesto casi imperceptible. Había seguido el ritmo de la música, y en medio de ese abrazo suave que usaba para ocultarse de aquel mundo, al parecer había revelado sin querer que aquel lugar no le parecía tan desagradable después de todo.

—Oh, cariño —suspiró Elizabeth mientras besaba su frente—. Comprendo perfectamente cómo te sientes. Y es por eso que no iremos a la parte central del local. He reservado un espacio privado para nosotros, y la mejor instructora de todas nos va a enseñar un poco de su negocio y arte. No te verán ni verás a nadie, sólo seremos los tres un rato y luego, los dos.

—Es... ¿Estás segura? ¿Lo prometes?

—Claro que sí. Anda, ven. Creo que te emocionará saber quién es.

¡Bum! El sonido de un tambor. ¡Badum! El sonido de otro, y cuando atravesaron las cortinas rojas que daban al escenario, los recibió el clímax de un número de baile como el joven escritor nunca había visto. Y casi saltó al ver quien era la estrella. Diane, la vivaracha amiga que Elizabeth le había presentado el día de la boda, se contoneaba con sensualidad en un smoking femenino negro bien ajustado, y sus piernas largas y torneadas destacaban por encima de todo en sus mallas de red y tacones. Bailaba una especie de tap, las coristas la animaban, y cuando finalmente hizo un giro con el que terminó su presentación, se inclinó ante su público mientras incluso sus impresionados amigos rompían en un aplauso.

Se levantó lentamente, regalando a todos una luminosa sonrisa, y cuando los vio al fondo de todo y fue capaz de reconocerlos, esa expresión se convirtió en una de asombro tan grande como la de ellos. Salió del escenario, desapareciendo tras el telón de terciopelo negro, y él no había alcanzado ni a preguntar por ella cuando sintió cómo era tacleado con fuerza.

—¡No puede ser! ¡Sí vinieron! —proclamó la bellísima castaña sin soltarlo—. Lograste traer a tu bomboncito rubio, ¿cómo lo convenciste si es tan tímido? —Elizabeth simplemente se alzó de hombros mientras la chica de coletas estrujaba las mejillas de Meliodas, y en cuanto terminó de hacerle mimos y decirle lo "bonito" que era, de inmediato recuperó el profesionalismo y les indicó que la siguieran con una pequeña reverencia—. Por aquí, queridos clientes. Su reserva privada está por acá.

¿Debía reír? ¿Debía llorar? Él no lo supo, pero tras un tramo de pasillo casi demasiado corto, unas escaleras de caracol, y una puerta con pomo de cristal, el pobre se encontró en el interior de una estancia que era un rincón de paraíso erótico. Rojo, dorado y negro por doquier. Todo a media luz con elegantes lámparas antiguas. Espejos de estilo francés. Y para rematar, un tubo de acero justo al centro de la habitación. Aquello era un cuarto privado para pole dance, aunque tal vez también para algo más, pues había una mesita con aperitivos para ellos, y un diván al fondo que era casi una cama.

—Entonces, queridos clientes, ¿están interesados en aprender lo básico sobre baile erótico? —Elizabeth soltó un rotundo sí, Meliodas asintió enérgicamente con la cabeza sin decir nada, y al ver que aquello definitivamente era un trato hecho, la hermosa bailarina se quitó el saco y se subió al mini escenario mientras los dos tomaban asiento y prestaban atención—. Bueno, antes que nada quiero felicitarlos por dar el siguiente paso en su relación y atreverse a disfrutar de esta experiencia juntos. No saben lo benéfica que puede ser para mantener la chispa y ayudarlos con la liberación de su...

Durante los siguientes cinco minutos, Diane habló de los beneficios del baile mientras él ponía atención a cada uno de los detalles del cuarto, y entre más lo pensaba, más nervioso se ponía. Lo que fuera a pasar, ¿su amiga iba a observar? Comprendía que la chica debía ser una profesional, pero aún así, hacer tal despliegue frente a ella le parecía indecente. Sobre todo porque se conocía a sí mismo. Si Elizabeth bailaba frente a él en ese lugar, definitivamente tendría una erección, ¡y no quería que nadie además de ella viera eso! Volvió al presente al notar que las chicas lo observaban, y tras ponerse rojo hasta las orejas, pudo volver a concentrarse.

—Perdón, ¿qué me decían?

—Que si estás listo. Primero les explicaré la parte teórica, y a partir de ahí, los dejaré solos para que practiquen —El alma le volvió al cuerpo tan rápido que se desparramó sobre el sofá y, completamente divertida por su reacción, la castaña lo asustó una vez más—. ¿O acaso quieres que esté presente?

—¡No! —gritó él dando un salto, y tras volver a sentarse entre risas con la cara como un semáforo, murmuró un agradecimiento y la petición de que continuara.

—Bueno, pues vamos. Puede que cada chica tenga su propia opinión sobre cómo hacerlo, pero lo que soy yo, prefiero usar lo que llamo "los siete pasos del baile erótico".

—Suena bastante pecaminoso.

—Lo es —rió Diane complacida, y soltó auténticas carcajadas cuando además lo vio sacar un cuaderno de notas y sus lentes—. Oh Ellie, ¡es tan adorable como dices!

—Puede servirle para su novela después —lo defendió su novia besando su mejilla.

—Magnífico. Entonces, ¡paso uno! ¡Crea el ambiente perfecto! —proclamó alzando sus brazos abarcando el lugar mientras daba una vuelta con su andar sensual—. Cómo ven, nuestro apreciado establecimiento ya se encargó de esa parte, pero para su mayor comodidad, además les ofrecemos el total control de sus variables.

—¿Variables?

—¡Música! —gritó ella abriendo un armario que por dentro tenía un equipo de sonido—. ¡Luces! —proclamó sacando un mando a distancia que aumentó la luz gradualmente—. ¡Aromas! —remató señalando un mueble con velas—. Todo lo que necesiten para vivir su romance. Siempre recuerden hacer especial el momento, este y cualquiera, incluso si no es erótico. —La pareja se miró unos segundos, conmovidos por cierto recuerdo, y cuando la castaña consideró prudente continuar, siguió—. Paso dos, establezcan algunas reglas del juego. Cada pareja decide cuáles son sus límites respecto a lo que quieren hacer juntos, pero si quieren usar los lineamientos del local, básicamente son tres: el cliente no puede tocar, dejar su asiento o acercarse a la chica, al menos mientras está dando su show.

—¿Crees poder aguantarlo? —preguntó Elizabeth retadora. El rubio le devolvió una sonrisa feroz que ninguna esperaba, y contestó con tanta seguridad que su novia casi no lo reconoció.

—Claro. No es la primera vez que te gano con algo así, ¿verdad? —Fue turno de la albina para ruborizarse, y aunque Diane se moría por saber exactamente a qué se refería, al final decidió hacer caso omiso y continuar.

—Paso tres: para disfrutar su baile erótico, deben sentirse cómodos con su cuerpo. Es esencial que, sin importar cómo luzcan, ¡actúen como si fueran súper modelos! Además, aquí tenemos algunos artículos para ayudarlos a sentirse aún más sensuales.

Acto seguido la chica abrió un baúl con una buena selección de lencería y disfraces sexys, y el rubio tuvo que volver a retroceder al reconocer algunas cosas que Gowther le había mostrado, como las esposas de felpudo rosa y un antifaz. Vaya que había avanzado desde entonces, pero igual, apartó tan rápido como pudo la mirada y volvió a concentrarse en Diane.

—Paso cuatro: no deben sentirse presionados para actuar. Esto no es como los performance que hacemos, no deben tratar de impresionar a nadie. Aquí lo único importante son ustedes, así que no se fijen en detalles como a qué hora empezar o terminar, sino solo en disfrutar el momento. El cual por cierto, ya casi llega. Paso cinco: tienes que distensionar. El baile es, después de todo, actividad física. Recomiendo algunos ejercicios de calentamiento previo, podría salvarlos de la embarazosa situación de tener calambres en plena acción.

—Creo que eso lo podríamos ir adelantando. Linda, ¿me acompañas?

—Por supuesto —respondió la castaña con complicidad, pues veía el juego de su amiga, y era obvio que esa explicación ya tenía que acabar. Hicieron unos ejercicios de elasticidad, unas cuantas flexiones, y tres minutos después, estaban listas para hablar del paso más divertido de todos—. Paso seis: seduce a tu amante —El aludido se puso a toser sonoramente tratando de evitar sus miradas, y entonces la conversación pasó a ser completamente entre las dos—. Míralo a los ojos. Pretende que lo besarás y acércate mucho, pero luego aléjate, sin dejar que él te toque. Siéntate en sus piernas y balancea tu cuerpo, intenta algunos movimientos en el piso, y no temas intentar un poco de streptease —Una inhalación profunda, un guiño, y entonces su instructora tomó su saco en señal de irse—. Creo que sabes cuál es el paso seis, ¿verdad?

—Usar protección —afirmó la albina sacando un condón de la nada—. Por si las cosas salen muy bien.

—Excelente. ¿Alguna duda sobre mi exposición, señor Demon?

—Ahm... Ehm... Uuuh... —balbuceó el pobre mientras apenas podía sostener la pluma. Ahora entendía por qué ellas dos eran tan buenas amigas. Ninguna parecía ni un poco avergonzada por todo ello, y aunque presintió que la clase podría haber sido más larga, supo que la habían hecho corta por él. No sabía si ofenderse o agradecer el detalle, pero no tuvo que pensarlo más, pues la bailarina de coletas se inclinó para darle un beso en la mejilla, y le susurró unas palabras al oído que solo él pudo escuchar.

—Muchas gracias por ayudarla a cambiar. Cuida de ella, por favor. —Y con este cierre tan inesperado como cálido, el trío se disolvió y se quedaron los dos solo en su sensual escenario personal.

Pudieron sentirlo de inmediato, la electricidad entre ellos. La atmósfera se cargó con una energía que si no tenían cuidado podía hacerlos entrar en combustión, pero como en el fondo eso era lo que ambos deseaban, se movieron al mismo tiempo para asumir sus posiciones y aplicar lo aprendido en clase.

—Siéntese aquí, señor Demon —dijo Elizabeth con voz ronca, y él obedeció de inmediato, tomando su lugar al centro de la estancia sin dejar de mirarla y sonreír—. ¿Jazz?

—Por favor.

—¿Vela de rosa, o lavanda?

—Rosa.

—¿Menos luz?

—No, un poco más. Quiero verte —rió él, y pese a que un momento atrás había estado aterrado, la seguridad de un cerrojo y el deseo por ella sirvieron para transformar completamente su inseguridad.

—Quieres tener todo lo romántico, ¿verdad?

—Todo. En eso soy un profesional. Además, ¿no crees que lo merezco? —Un pestañeo lento, dos pasos para estar lo más cerca posible sin tocarse, y entonces la albina acarició su oído con el primer gemido de esa noche.

—Sí —dijo, y era un sí honesto, una afirmación que le salía directo del corazón. Preparó todo como había pedido, y cuando estuvo lista, procedió con los siete pasos del baile erótico—. ¿Usamos las reglas del local?

—Me parece justo.

—Perfecto. Respecto a lo que voy a usar, temo decepcionar a Diane, pero yo ya venía preparada desde casa. Espero que te guste —Gustar era poco, después de ver cómo venía armada. Se quitó el saco, la blusa y la falda larga formal, revelando por debajo de eso el traje de un ángel, una lencería blanca y rosa con encajes que la hacía lucir casi virginal—. Ya veo que sí. No sé tú, pero respecto a la regla cuatro, yo quisiera empezar mi show de inmediato —dijo poniéndo una versión de "Hold my hand" en saxofón—, y este sólo terminará cuando te corras dentro de mí —Terminó con una voz grave que le recordó a una demonesa, y el rubio no pudo evitar pensar en lo irónico que era, considerando cómo estaba vestida.

—No creí que llegaríamos tan lejos estando aquí.

—¿De verdad crees que podrías aguantar hasta casa? —La respuesta era demasiado obvia, y como estaba seguro de que prefería ese lugar que arriesgarse a terminar haciéndolo en cualquier estacionamiento, inhaló profundo mientras la veía repetir un par de estiramientos acordes al paso cinco—. Voy a seducirte. Voy a volverte loco por mi sin siquiera tocarte. Prepárate, cariño. Este baile es sólo para tí.

Era imposible la sensualidad que transpiraba cada poro de su cuerpo, impactante lo que podía hacerle sólo con mirarlo a los ojos. Elizabeth comenzó su espectáculo contoneando las caderas mientras se sujetaba del mástil de acero, y él de inmediato se tuvo que quedar quieto, preparándose mentalmente para resistir lo que le hacía. Si eso era revancha, quería ser su víctima de por vida. La albina ondeó el halo plateado de su pelo tentándolo con su suavidad y abundancia, y cuando dicho movimiento alcanzó sus hombros y pecho, Meliodas sintió la primera gran punzada en su entrepierna.

«Qué manera de mirar», se dijo él mientras ella se acercaba con pasos felinos hasta donde estaba. «Siento que puede desnudar mi alma solo con verme». Su alma, y algo más. Le desanudó la corbata, desabrochó el primer botón de su camisa sin tocarlo, y acto seguido regresó a su posición en el pole, inclinándose para darle una espectacular vista de su firme y redondo trasero. Él tragó en seco. Quería estrujar ese durazno entre sus manos y explorar su jugoso interior. Pero justo en ese momento ella cambió de postura, y casi le da un infarto cuando la vio girar de frente, ponerse en cuclillas y abrir las piernas para él. Las bonitas bragas de encaje apenas ocultaban la profundidad cálida que se escondía detrás, y ella se deleitó al ver cómo sus ojos se clavaban en ese punto, mientras deslizaba sus propias manos sobre sus pechos una y otra vez.

—¿Te gusta? —preguntó con voz ronca, y por respuesta él cerró las piernas, se llevó la mano al corazón e hizo una inhalación temblorosa—. Bien. Porque esto apenas comienza, y yo tengo muchos deseos de bailar —ponerse de pie lentamente, mover la cadera en ocho, agarrarse de la barra y hacerse hacia atrás. Elizabeth estaba completamente en su elemento, y aunque por un momento él se preguntó con celos cuánta experiencia habría tenido antes, pronto descubrió que ya no le importaba. Esa diosa era para él, él era suyo, y ella parecía determinada a demostrarlo.

—Mmm...

—Ah-ah, nada de fricción cariño, tampoco se vale que te toques. Y deja de morderte ese labio —ordenó señalando su boca tan cerca que casi lo toca—, o yo también lo morderé, tan fuerte que vas a gritar.

¿Quería que lo hiciera? ¿No quería? No pudo terminar de decidirse, pues la serie de giros y piruetas que le estaba dedicando terminó con ella acercándose abruptamente, poniéndo sus caras tan cerca que podía oler el perfume de su cuello y la dulce esencia de su cabello. Sus labios estaban cerca, prácticamente estaban juntos. Un segundo antes de besarse se alejó de pronto, y él no pudo contener el gruñido que le salió de frustración por haber estado tan cerca y tan lejos.

—Eso es. Deséame. Ámame hasta el borde de la cordura.

Él ya se sentía así, incluso sin necesidad del baile, pero guardó silencio para poder tener más de aquella visión. Se estaba volviendo más atrevida. Cayendo en un espectacular split que lo hizo saltar en su lugar, su sensual novia posó recostada para después gatear hacia él hasta tener prácticamente la cabeza entre sus piernas. Un dedo índice en una rodilla, luego en la otra, y con un movimiento tan imperceptible que apenas podía considerarse "tocar", abrió nuevamente sus piernas poniéndo en evidencia el cálido y palpitante bulto que crecía entre ellas. Se relamió con tal glotonería que lo hizo tragar en seco, acercó la boca a él, y justo cuando parecía que por fin se apiadaría, volvió a retroceder para ponerse de pie.

—No es justo. ¡Eso es venganza!

—No cariño. Esta es mi forma de decir te amo, la mejor manera en que sé hacerlo. Y una en la que ahora sé, te gusta recibirlo. Te amo —le dijo mientras apretaba su propio trasero—. Te amo —suspiró haciendo círculos con sus dedos índices sobre la zona de sus pezones—. ¡Te amo! ¡Aaaah! —gimió mientras volvía a abrir las piernas para él y deslizaba la mano sobre su hendidura—. Te lo diré las veces que sea, cuantas veces sea necesario para que lo tatues en tu alma y cuerpo. Ahora dime —proclamó mientras por fin lo tocaba. apoyando ambas manos sobre sus hombros mientras se sentaba en su regazo—. ¿No crees que esta es una maravillosa forma de "hacer un acto de servicio" y "darte palabras de afirmación"?

No pudo evitarlo. Meliodas se soltó a reír de pura dicha, y ella lo silenció desatando un beso voraz que los convirtió en un nudo humano de caricias. Balancear su cuerpo de lado a lado, rozar su húmeda entrada en su entrepierna. Pese a estar al borde de la necesidad, ella quería dejarle claro que el baile no había terminado, y justo cuando la batalla de sus lenguas parecía haber llegado a un punto muerto, volvió a soltarlo de todo y regresó a la barra de acero, donde tuvo que sostenerse, mareada de tanta acción.

—Falta el streptease, ¿no? —pidió él. Se sonrieron con ferocidad, siendo el reflejo sensual del otro, y tras asentir estando completamente de acuerdo, ella volvió a darle la cara mientras se quitaba el brasier.

—Para usted, señor Demon —rió traviesa. Entonces le dio la espalda mientras se quitaba las bragas, y fue cuando Meliodas definitivamente perdió la cabeza.

—¡No puedo más! —proclamó agarrando sus redondas nalgas con ambas manos—. ¡Ellie!

—Sí. ¡Oh sí! —gritó ella sintiendo como él llevaba la pelvis hacia adelante, embistiendola con el pantalón aún puesto mientras la sujetaba de las caderas. Parecía que era el turno de su amado novio para bailarle, y contempló maravillada a través de los espejos cómo él ondulaba sus caderas de atrás hacia adelante mientras ella se agarraba del tubo de acero—. Vamos cariño, baila conmigo —jadeó mientras ambos se acoplaban al ritmo de la música, una melodía bastante alejada del jazz que desbordaba pasión y ansia carnal—. Damelo todo Meliodas. Te quiero. Te quiero. Te quiero.

—Y yo a ti, ¡soy tuyo! —proclamó él mientras se bajaba la cremallera—. Te amo, Elizabeth. ¡Nyahh!

—¡Aaaaah! —gritó con fuerza al sentir que la llenaba, y entonces su antes tímido, inseguro y temeroso novio se puso a bailar en su interior una danza llena de frenesí. Su asta golpeaba sin piedad el punto exacto que la volvía loca, y sus manos se habían aferrado al punto más sensible de sus pechos. Un minuto de eso bastó para que ella sintiera las convulsiones que siempre anhelaba, pero a pesar de que la descarga bastó para hacer que cayera de rodillas temblando de placer, él de inmediato la volvió a sujetar.

—Ellie yo... Aún no he acabado. ¿Puedo...? —Antes de terminar la frase ella le había puesto un condón ante los ojos, y él la miró extrañado, pensando en si quería usarlo a pesar de su dispositivo—. Es para el otro agujero, cariño. Es más fácil con lubricante. —¿Él había creído alguna vez en la vida que palabras así pudieran tener sentido para él? Antes no. Antes, hubiera resultado imposible. Ahora era una realidad que estaba invadiendo el apretado anillo de la mujer que amaba, y le dio con tanta ferocidad que la hizo correrse también—. Cariño, de nuevo te me adelantaste.

—Niña mala, ¡niña mala! —se regañó riendo la albina—. Acuéstate amor mío. Te voy a bailar una vez más. —Así lo hizo él, tendido boca arriba en la lujosa alfombra persa. Acto seguido ella se le sentó encima, y se empaló hasta el fondo empezando una sensual cabalgada sobre él.

«Es el amor de mi vida», pensaron a la vez mientras se miraban a los ojos en pleno frenesí. «Es la persona con la que quiero pasar el resto de mis días», pensaron, uno sintiendo felicidad y la otra, miedo.

—¡Te amo! —dijeron en voz alta a la vez. Y la sesión de baile terminó con una tremenda venida, un grito, y el sonido de una risita que se alejaba por el pasillo tras dejarles en la puerta una botella de champaña.


*

Había sido un fin de semana maravilloso. Meliodas caminaba por los pasillos del edificio de oficinas de Editorial Susuki, tan contento y ufano que las personas no podían evitar voltear a verlo. Estaba seguro. El manuscrito que tenía en las manos era un rotundo éxito, y a Mael se le iban a caer los calzoncillos de la impresión, tan seguro estaba de su aprobación. Llegó a la oficina que tan bien conocía, tocó tres veces como demandaba su TOC, y apenas escuchó su voz invitándolo, pasó con la barbilla en alto y una enorme sonrisa. Una que se fue disolviendo al ver que estaba acompañado.

—Justo a tiempo, eres como un reloj inglés. Te uso para poner el mío a la hora, ¡jaja! —bromeó de buen humor el CEO mientras estrechaba su mano—. Lo sé amigo mío, lo veo en tu cara. Tenemos el best seller del próximo año, ¿no es así?

—Ahhh... Uhm...

—Vamos, no seas tímido —se burló el albino mientras miraba de reojo a su compañía—. No puedes desinflarte cuando lo que quiero es vender tu trabajo a esta señorita. Permítanme presentarlos. Meliodas, ella es Liz Danafor, nuestra publicista prodigio, que llega tras un año sabático para llevar tu maravillosa obra hasta el estrellato. Querida Liz, este es Meliodas Demon.

—No hace falta más presentación que esa. Ya lo conozco por su trabajo, señor —proclamó la pelirroja mientras le extendía la mano para saludar—. Soy una gran admiradora, y déjeme decirle que consideraré un honor poder trabajar con usted.

—Mucho... gu-gusto —dijo él, y se puso rojo hasta las orejas mientras con la otra mano sujetaba una botella de gel antibacterial que ocultaba en su bolsillo.

«¿Es en serio?», pensó Liz mientras lo veía soltarla con rapidez y ponerse a jugar con un mechón de cabello. «¿Este es el hombre que Ross quiere que seduzca?» Sonrió mientras lo veía subir sus lentes y abrazarse a su escrito. «¡Pero si es un nerd!Esto será demasiado fácil. Lo siento cariño, pero corriste con mala suerte. Ahora eres parte de esta apuesta, y me temo que no puedo perder».


***

¡Buajajaja! *0* ¡Un nuevo personaje entra a escena! ¿Será héroe? ¿Será villano? ¡¿Será que Coco quiere matarnos de un infarto?! ¡BUAJAJAJAJAJA! Coff coff [le da tos por reír tanto, y vuelve hasta que se calma] Ya me calmé, disculpen el arrebato 7u7 Pues nada, que por fin apareció la figura misteriosa que venía anunciándoles incluso desde antes de que mandara esta obra a hiatus. Tengo unos buenos planes para Liz, más retos pensados para Ellie y Meliodas, pero como aún no ha pasado nada y de momento no hay nada que temer me despido de ustedes con un beso, un abrazo y la promesa de que, si las diosas lo quieren, nos veremos la próxima semana para más ❤



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