25 Sobre llegar profundo... en varios sentidos
Aún no sé si me odiarán o amarán por esto pero... >///< Ya lo hice, ¡así que no hay marcha atrás! Hola a todos, aquí Coco, quien desde ya va avisando que el capítulo de hoy está bien intenso, y que necesitarán muchos pañuelos para detener las lágrimas y el sangrado nasal °///° Hoy por fin veremos el pasado de Meliodas y Eli rebelados, el último gran misterio que guardaban entre ellos y que les permitía avanzar. Ahora nuestra pequeña pareja de conejitos cachondos será imparable ^///^ (en varios sentidos). Pero no me crean aún, mejor pónganse cómodos, vayan por su ración extra de chocolate y pañuelos y, como siempre digo, ya saben qué hacer.
Posdata: advertencia de temas fuertes como prostitución, abuso sexual y aborto, más una escena controversial de sexo anal. ¡Leer con precaución!
***
Era un día hermoso. Un gentil sol de primavera brillaba sobre el jardín botánico dándole una apariencia etérea, y el joven escritor caminó, buscando algo que no sabía qué era. Una inspiración, un alivio, un consuelo para su alma. Y ahí estaba ella. Venía en dirección contraria, tan perdida en sus pensamientos que tampoco lo había visto. Levantaron la mirada del piso en un movimiento sincronizado, barriendo de abajo hacia arriba a la persona que tenían enfrente. Cuando sus ojos se encontraron y se dieron cuenta que eran un espejo del corazón del otro, ninguno pudo resistirlo. Rompieron a llorar al mismo tiempo, y se abrazaron como dos niños perdidos que por fin se han encontrado.
—Lo siento —empezó ella—. Lo siento. Lo siento tanto —No tenía porqué decirlo, pero aunque no entendía la razón de la disculpa, él igual sonrió mientras asentía—. No tenía porqué ser así, ¿cómo pudo...? ¿Cómo es posible qué...? Eras solo un bebé. No tenían... Tú no tenías qué...
Estaba tan alterada que solo podía balbucear incoherencias. Meliodas en cambio no encontró palabras. Se había quedado sin ellas, y mientras la hermosa albina optó por recurrir a lo físico para expresarse y besar cada centímetro de su rostro, él lo único que hizo fue tomar sus dos manos con fuerza. Mucha fuerza. De hecho, tanta que ella sintió que no volvería a dejarla ir nunca. Y eso era justo lo que deseaba. Unió sus bocas mezclando el sabor salado de sus lágrimas con el té dulce de girasol que habían bebido, y al separarlas para respirar, escuchó una sola palabra de boca de la primera persona a la que le permitía consolarla de verdad.
—Ídem —dijo el rubio con una voz ronca por las lágrimas contenidas y el desuso. Y Elizabeth entendió perfectamente. "Yo debería decir lo mismo sobre tí", proclamaba su elocuente locución en latín. Ella rió por su ocurrencia dada la situación y, de nuevo, se lanzó sobre él para besarlo y tocarlo, de hecho, de una forma un poco más atrevida de lo que era razonable en un lugar así—. Espera, Ellie...
—Lo sé —respondió soltándolo a medias mientras reía de su travesura—. Luego, en casa —Una cabezada para afirmar, un abrazo mutuo por la cintura y, tras poner sus frentes una contra otra, cerraron los ojos y suspiraron a la par—. Fue una estupenda recomendación la de Monspeet.
—Sí. Recuérdame llevarle un poco de ese té en agradecimiento. —Otra afirmación, un beso en su frente, y entonces por fin se separaron lo suficiente como para echarse a andar. Tenían mucho de qué hablar ahora que el ejercicio por fin había terminado. Aún recordaban cuando el buen doctor les había hecho la propuesta el viernes anterior.
*
—¿Escribir una carta?
—Sí —respondió el psicólogo, y los idénticos gestos dudosos de sus pacientes lograron sacarle una sonrisa mientras anotaba algo en su bloc de notas—. Creo que esto podría ayudar a que ambos se sientan más cómodos para abordar un tema que en otras circunstancias tal vez sería muy difícil de tratar. No sé si lo han notado pero resulta que, en su caso, ambos tienen gran habilidad verbal. —Meliodas y Elizabeth se miraron el uno al otro, y no pudieron menos que asentir pensando en lo irónica que era su situación.
Era verdad que, como profesionales, a ambos se les daba muy bien escribir. Una en forma de ensayo, otro con prosa, pero al final, los dos eran autores publicados con cierta reputación en sus respectivas áreas. Escribir una carta debía resultarles fácil. Al menos, más que hablar directamente de algo que, penosamente, habían descubierto resultaba demasiado complicado. Sabían muy bien de qué querían hablar. Un solo hecho, un solo trauma que había definido la vida de cada uno, una herida que el otro ya estaba ayudando a sanar. Sin embargo, cada que la situación se tornaba seria y se disponían a hacer su confesión, algo terminaba distrayéndolos, en especial el sexo, y eso no les estaba ayudando a avanzar.
—Los dos han decidido que quieren hablar de esto —dijo Monspeet mientras buscaba su confirmación—. Pero no tienen que hacerlo ya. Podrían esperar a sentirse listos.
—No —se adelantó Elizabeth, y enfatizó lo dicho tomando a Meliodas de la mano con fuerza.
—Queremos hacerlo —la apoyó el rubio—. Estamos completamente decididos a abrirle el corazón al otro.
—Y como de todas formas va a doler, queremos hacerlo lo más pronto posible. Adelante doc. Díganos qué debemos hacer.
—De acuerdo —rió el castaño, y a continuación volvió a tomar la seriedad debida mientras sacaba hojas membretadas y plumas—. Comenzarán por lo básico. Destinatario, fecha, encabezamiento, y finalmente, escribirán la frase "Lo que quiero contarte es...", seguido del hecho que quieren confesar.
—Espere doctor —se quejó el escritor—. ¿Eso es todo? ¿Así, tan simple?
—Sé que parecerá un poco burdo, pero temo que de no abordar directamente la materia ambos terminen desviándose del tema —Tenía razón, y había dado en el blanco de tal forma que la pareja no pudo evitar reír—. Ustedes ya han empezado a compartir en profundidad con el otro, con excepción del tema que ya saben. Liberarse del hecho del que no han podido hablar de una forma sencilla le quitará peso al mismo y les ayudará a dejar de evitarlo. Procuren que su misiva sea lo más concisa posible.
—¿Y tendríamos que venir a leerlas aquí en su consultorio?
—Si gustan, pero también les recomiendo encontrar una zona neutral donde ambos se sientan cómodos después de haber leído la carta. Pueden hacerlo juntos o por separado, no importa. Lo importante es que, al terminar de hacerlo, esperen cinco minutos antes de compartir lo que están sintiendo. No juzguen al otro, y no se juzguen demasiado a sí mismos mientras realizan esta actividad. Los esperaría la siguiente sesión para retroalimentar la experiencia.
—De acuerdo —dijo la pareja como uno solo—. Le informaremos los resultados de este experimento. —No era tal, pero Monspeet igual estaba entusiasmado por ver la reacción de ambos. Los vio dejar su consultorio tomados de la mano con la sensación de que, pese a lo simple que pareciera, seguramente esa actividad definiría muchas cosas sobre el futuro de ambos.
*
"Querido Meliodas", había empezado la misiva de Elizabeth cuando él finalmente eligió un sauce joven bajo el cuál sentarse a leer. "Lo que quiero contarte es... que fui abusada sexualmente". El clima era deliciosamente cálido, su estómago estaba placenteramente lleno tras el desayuno en la cafetería del jardín botánico. Nada lo preparó para el frío y vacío que experimentó tras esas palabras, y siguió leyendo con la sensación de que estaba rodeado de un invierno que duró varios años dentro de ella.
"Ahora sé que así es como se le llama a lo que pasó, aunque en su momento no lo parecía. Ocurrió cuando comencé la preparatoria e, irónicamente, fue por la persona a la que consideré mi primer amor". Siguió leyendo descripciones de la escuela a donde fue, cómo lo conoció y se enamoró, y por primera vez en su vida, el escritor maldijo su imaginación, pues todo cuanto narraba parecía estar pasando ante sus ojos. "En aquel entonces era muy ingenua, y absurdamente romántica, pues quería vivir lo que habían vivido mis padres. Sí, sé que suena irónico considerando cómo soy ahora, pero en aquel entonces quería un romance como el de las princesas de cuentos de hadas, y uno creería que era más probable encontrar un príncipe así en una escuela privada, pero no. Era un criminal. Y yo no lo entendí hasta que fue demasiado tarde".
¿Por qué súbitamente el jardín estaba silencioso? Hasta las aves parecían haber callado. Después de tragar en seco varias veces, finalmente pudo seguir. "Él solía llevarme a muchas fiestas, y yo creía que era porque no quería separarse de mí. La verdad es que sólo quería presumir, y yo terminaría por convertirme en su trofeo de una forma en que no esperaba". Las uñas le estaban dejando dolorosas marcas sobre sus palmas, pero él apenas las notó. "Pasó la fiesta después de ganar un campeonato. Yo había bebido demasiado y como en aquella época casi no lo hacía, me pegó bastante. Mentiría si dijera que fue malo. Prácticamente no recuerdo nada, sólo que me alcanzó en la habitación de huéspedes donde me había acostado, y que me lo hizo, incluso cuando yo dije 'no'. No fue la forma más romántica de tener mi primera vez, ¿cierto?".
Meliodas tuvo que detenerse y respirar, se obligó a sí mismo a dejar de apretar los dientes y, cuando por fin recuperó el control, siguió leyendo la tragedia que no había podido evitar. "Después de eso, a él se le hizo fácil reclamarme donde fuera. Debía parecerle romántico ser tan espontáneo en el sexo, pero para mi, era un estrés estar esperando que me tomara. Me gustaría defenderlo diciendo que fue por apasionado, y que simplemente era muy inmaduro para interpretar mis reacciones, pero creo que sería mentir. Él era dos años mayor que yo, y por aquella época ya sabía de todo sobre el asunto".
«De todo, excepto que era ilegal», pensó el rubio con furia, y se preguntó si aún podía ponerle a aquel tipo una demanda por abuso a un menor antes de continuar leyendo. "Entonces un día por fin se me ocurrió enfrentarlo, y el príncipe azul se acabó. Estaba furioso. Herí su orgullo y me hizo creer que todo lo que había pasado fue mi culpa. Que yo lo provocaba con mis coqueteos, que él solo lo había hecho por amor, que de seguro en el fondo me gustaba, y aseguraba que mi indecisión era sólo un ataque de puritanismo por la mala influencia de mis hermanas. Solían pensar en nosotras como unas santurronas, y yo hice mi mejor esfuerzo por convencerme a mí misma de que él tenía razón, y que no quería ser igual que ellas".
«No, Elizabeth», le dijo Meliodas a su amada mentalmente, y como había demasiadas cosas que negar como para detenerse en todas, siguió leyendo. "La cosa continuó así por un tiempo. Tuvimos buenos momentos, no lo niego. Él era perturbadoramente apuesto, y yo estaba muy enamorada. Me hizo creer que así era con todas las parejas, y que con el tiempo me acostumbraría y me gustaría. Por supuesto, eso no ocurrió, y sólo me di cuenta de lo mucho que lo odiaba cuando por fin cometió el crimen que colmó el vaso".
«No. No por favor», proclamó el escritor sin saber si lo había dicho mentalmente o en voz alta, pero la tortura seguía por media página más, así que reunió lo que le quedaba de coraje para terminarla. "Fue en un karaoke, o al menos, eso es lo que él dijo que era para que aceptara ir. La verdad es que parecía más un antro, y uno creería que un chico rico buscaría un lugar más lujoso para pagar por sexo y drogas, pero no. Consiguió una estancia solo para los dos. Me folló encima de su regazo. Y entonces, dejó entrar a sus amigos para que nos vieran". La letra de Elizabeth se había ido volviendo temblorosa e irregular, y se vio que había tenido que detenerse antes del siguiente párrafo, pues la línea que seguía ya era firme y estética.
"Salí de ahí tan rápido como pude, y fue fácil, porque él estaba muy intoxicado para seguirme, y sus amigos estaban demasiado ocupados riendo. Recuerdo haber salido por la puerta de atrás, una que daba a un horrible y mugroso callejón. El piso estaba lleno de colillas y condones, y aún recuerdo el aroma, tabaco, sexo sucio y miseria humana. Yo estaba sin pantaletas y hecha un desastre, y fue verdaderamente difícil conseguir un taxi, porque además estaba lloviendo. Ese fue el día en que mi papá se enteró de todo. Y a mí pudo haberme dejado castigada el resto del ciclo escolar, pero a mi exnovio logró meterlo en la cárcel".
«Tengo que agradecérselo», se dijo Meliodas recordando al gentil caballero que había conocido en la boda, y terminó de leer aquel relato, inseguro de si aquello podía considerarse un final feliz. "Lo que pasó después fue, según mi anterior psicólogo, parte de mi proceso de sanación. Pasé el resto de la escuela superior buscando a mi 'príncipe azul', aunque en vano, pues fue una decepción amorosa tras otra. Tal vez tiene que ver con la mala reputación que me hicieron sus amigos, tal vez con un subconsciente deseo mío de humillar a los hombres, no lo sé. Lo cierto es que lo intenté tantas veces que dejé de creer en el amor, me gané reputación de zorra, y me decidí a cambiar mi vida apenas entrara a la universidad. No iba a permitir que un mal inicio me marcara, o que un hombre definiera lo que iba a hacer con mi sexualidad. Me propuse redefinir el sexo en mis propios términos, comprender en profundidad lo que es verdadero erotismo, y convertir lo que fue oscuridad y dolor en algo luminoso y placentero".
«Eres mi heroína», pensó él mientras lo susurraba, y por primera vez en ese largo rato, sonrió. "Me propuse disfrutarlo siempre, en cada vez, en lugar de temerlo y verlo como algo sucio. Y además, me juré ayudar a otras personas a verlo de esa forma. El sexo no es algo malo, cariño. Pero las personas puede que sí. Fuera de sus prácticas o preferencias sexuales, lo que hace perverso un acto es que tan sucios tienen la mente y el corazón. Bien, esa es mi confesión. Espero que lo que has leído hoy no cambie tu opinión de mí, y si lo hace, sea para bien. No es fácil mezclar letras y sexo cuando uno está tan herido, pero creo que tú mejor que nadie puede comprenderlo. Te espero cuando estés listo. Tuya, Elizabeth".
«Sí, mía», rezó Meliodas con la mente y con los labios, y abrazó la carta a su pecho tratando de contener el llanto. «Y yo tuyo», pensó mientras se levantaba y echaba a andar. Necesitaba caminar si quería dejar atrás el pasado, y percibió con claridad como así era con cada paso que daba sobre el caminito de piedras.
*
"Mi adorada Elizabeth", comenzó a leer la doctora, y tuvo que contener su sonrisa, pues las mariposas en su estómago amenazaban con salirse de control y hacerla flotar hasta donde estaba él. Cruzó la pierna mientras se acomodaba en la banca disponiéndose a calmarse para leer con seriedad, y supo que había hecho bien cuando leyó lo siguiente. "Lo que quiero contarte es... que mi mamá era prostituta".
«¡¿Cómo?!», preguntó ella enderezándose, y la siguiente declaración le confirmó que no había leído mal. "Es probable que ahí esté el origen de mi TOC y mi aversión al sexo, aunque no la culpo por ello, la verdad. Era una estupenda madre, y la vida simplemente la había puesto en un mal momento y lugar cuando me concibió. No lo eligió (ni la prostitución, ni la maternidad), y creo que eso por sí sólo ya la disculpa por todas las malas decisiones que pudo haber tomado. La primera fue enamorarse de mi padre cuando era sólo una sirvienta. La siguiente fue negarse a abortarnos a mi hermano y a mí".
«No...», se dijo Elizabeth tratando de asimilar las últimas palabras sin llorar. ¿Cómo podía decir algo tan triste? ¿Cómo podía considerarlo? No soportaba la idea de un mundo donde él no existiera, ¿qué culpa tenía ese precioso niño como para que él mismo se cuestionara si había sido una buena idea existir? Un puño se instaló en su estómago mientras leía sobre la cobardía del padre al despreciar a aquella joven de clase trabajadora y negar que los gemelos fueran suyos, y después, casi se pone a rabiar al saber de su expulsión de la mansión, deshonrada, sin dinero y encomiada a desaparecer de la faz de la tierra.
"Ella no tenía parientes cercanos que la apoyaran, y sus pocos amigos desaparecieron bajo la amenaza de la poderosa familia de mi padre. Él se iba a casar con una dama de alta sociedad, y un amorío en vísperas de la boda definitivamente arruinaría sus planes. Pero estuvo bien. Pese a las carencias, te juro que los primeros años de mi vida no sentí la pobreza. Ella llenaba todos los huecos con su amor, y mi primera infancia fue muy feliz, pese a nuestra situación. Nos la pasamos de casa en casa hasta que la necesidad la llevó a tomar esa decisión. Se suponía que aquel trabajo era de escort. Luego, obviamente, no lo fue. Pero le pagaban mucho mejor que en cualquier otro de los empleos que había tenido hasta ese momento, y Zel y yo comíamos mucho, así que no lo pensó dos veces cuando le dieron una 'planta fija'. Por un tiempo todo fue bien. Luego comenzó a enfermarse, y ahí es dónde comenzaron los problemas".
«No... por favor, no», pensó llevándose la mano a la boca, y leyó con un nudo en la garganta como la hermosa flor que fue la madre de Meliodas comenzaba a marchitarse debido a las ETS. "Terminamos en un departamento tan pequeño y sucio que apenas y se llamaba casa. Ella sostenía una feroz lucha contra la suciedad y el polvo, y tal vez de ahí viene mi obsesión por la limpieza. La única forma de ayudar a mi madre era apoyarla en su eterna guerra contra gérmenes y bacterias". La albina sonrió sin poder evitarlo tras este comentario. Sí, aún lo recordaba. Cuando lo había conocido, su pequeño rubio estaba obsesionado con la limpieza y desinfección. Siempre había creído que era por una manía perfeccionista, y le sorprendió mucho saber que era para sentirse cerca de su madre.
"No podía saberlo en ese momento, pero ella estaba a punto de morir. Fue entonces cuando mi padre nos encontró. Todo indica que nos había estado buscando un buen tiempo, pero para cuando nos alcanzó, ya era demasiado tarde. Mi madre estaba muy enferma, y sólo vivió el tiempo suficiente para firmar los papeles de adopción y despedirse de nosotros. Debió ser el karma. Al final, la esposa aristocrática de mi padre resultó ser estéril, y tuvieron que buscarnos para que la familia no se quedara sin herederos. Mi madrastra no era mala. Era amable, inteligente y muy limpia. Se encargó de nosotros y de que los últimos días de mamá fueran pacíficos. Al parecer odiaba a mi padre tanto como yo, y creo que fue por eso que nos llevamos tan bien".
Eso no era un final feliz, pensó Elizabeth, pero igual sintió un profundo alivio al saber que, al final, al menos la señora tuvo oportunidad de despedirse y ver que el futuro de sus hijos estuviera asegurado. "Mi padre me dio educación, sustento y casa. Pero igual, nunca pude perdonarlo. Apenas terminé la universidad corté todo lazo con él, y aunque me duele un poco haber alejado a Zel con esto, sé que ambos están bien. No me necesitan, y yo estoy bien sólo, escribiendo en mi pequeño y esterilizado rincón del mundo. O así era, hasta que llegaste tú". Esta afirmación dio un vuelco al corazón de Elizabeth, quien bebió las siguientes palabras como si quisiera calmar su sed tras caminar por un desierto.
"Al conocerte, mi mundo cambió por completo, y todas las cosas que me dolían sobre mí mismo comenzaron a sanar. Comencé a cuestionarme cosas, a romper paradigmas y a aceptar todo tipo de sentimientos y sensaciones que estaban ocultas en mí. Supongo que en el fondo siempre lo desee. Llevaba años escribiendo de romance pese a ser un solterón, y ahora sé que era porque buscaba ese final feliz que mamá no tuvo y que siempre deseó para mí. Me ayudaste a enfrentar mis miedos, a ser ese niño valiente en el que ella creyó y que merecía encontrar a alguien con quien compartirlo todo. Gracias a tí, quiero cambiar, gracias a tí soy un hombre diferente, y quiero seguir avanzando permaneciendo a tu lado por mucho tiempo más. Te estaré esperando. Con amor, Meliodas".
Era mala idea correr, era una mala idea llamar su nombre a gritos, pero igual eso fue lo que deseó hacer. Elizabeth hizo su mejor esfuerzo en controlarse y seguir las instrucciones del doctor de esperar cinco minutos antes de buscarlo, y cuando por fin pudo mantener el equilibrio en sus tacones sin necesidad de sujetarse a nada, echó a andar con la sensación de urgencia de quien recibe a alguien en el aeropuerto.
Cuando finalmente se encontraron, hablaron hasta que el atardecer tiñó las tarde con tonos naranjas y dorados, y cuando el jardín botánico por fin cerró sus puertas, siguieron haciéndolo en el auto, en el sofá de su casa y en la cama que habían estado compartiendo. Solo los dos y las estrellas, solo él, ella y varias cajas de té de girasol. Habían sobrevivido a la experiencia de mostrarse sus heridas más profundas el uno al otro. Y ahora, deseaban llegar mucho, mucho más allá. Hicieron el amor hasta desvanecerse la línea entre la luz y la oscuridad, y cuando llegó el siguiente día, aquella experiencia se convertiría en la primera medalla de oro de todas las batallas que librarían como una pareja de verdad.
[Ahora se viene la parte picante, fufufu 7u7]
*
—E-esto... Ellie, no estoy seguro. —La preciosa albina rió quedito mientras miraba a su novio de arriba a abajo, y mandaba su cabello hacia atrás con un movimiento del hombro. Había pasado justo una semana desde que tuvieron aquella experiencia casi espiritual y, decidida a tener ahora una experiencia carnal, la seductora doctora se había plantado ante él con decisión, lista para cobrar la deuda que él había adquirido el día de la boda de su amiga.
—Lamento decirte esto, pero no hay opción, cielo —le dijo levantando una ceja y deslizando un dedo por la orilla de la caja de regalo en la que venía el traje que le compró—. Lo prometiste, y una promesa es una promesa. No me estarás diciendo que retiras tu palabra, ¿o sí?
—No, claro que no. Pero esto... —la cuestionó el rubio sujetando aquel disfraz para desplegarlo ante sus ojos, y ella no pudo contener la risa, en parte humor y en parte excitación. Lo que Meliodas había sacado de la elegante caja era un disfraz color negro de cuatro piezas. Un gato. El premio que Elizabeth había solicitado era hacer el amor con él usando una versión erótica de traje de gato, y eso, más el hecho de que quería que lo hiciera tomando cierta parte de ella que no se había atrevido a tomar, lo tenía al borde del pánico y la vergüenza.
—Vamos —Cambió de táctica mientras pestañeaba de manera coqueta y le ponía los brazos alrededor del cuello—. Tú ya eres mi lindo gatito. ¿No quieres complacerme y que luego te complazca? —Claro que quería. El rubio la miró de arriba a abajo de la misma forma apreciativa que había hecho ella, luego de nuevo a las orejitas puntiagudas y, tras suspirar, le sonrió a la ansiosa dama que esperaba por su respuesta.
—De acuerdo.
—¡Sí!
—Pero creo que tendrás que guiarme. Nunca he actuado y... esto... tampoco he... ay, diosas.
—Eso no es del todo cierto —le refutó ella mientras una sonrisa lasciva se iba extendiendo por sus labios. Sabía exactamente a qué se refería, pero igual, el placer que sentía al verlo irse poniéndo rojo era tan grande que decidió que no iba a detenerse—. Ya otras veces te he puesto tapón anal. Esto no sería diferente.
—Claro que sí. Mira —Tenía su parte de razón, después de todo. La linda pieza de metal destelló con un guiño travieso igual a otras veces que la había visto pero, en vez de tener una sutil manija para tirar de ella, lo que tenía era una larga y peluda colita de color negro que le llegaba a media pantorrilla. La sola idea de meterle aquella perla y luego sacarla de un tirón mientras le eyaculaba encima la excitó de tal manera que, pese a que se había prometido ir lento, se lanzó sobre él para besarlo apasionadamente.
—Mmm... —gimió mientras acunaba sus testículos en la mano, y al sentir cómo él impulsaba las caderas hacia delante para tener más de sus caricias, lo supo: él no estaba tan reacio como quería hacerle creer, y pese a la aversión que debía haber sentido su momento ante la idea de tocar una zona tan sucia, seguramente a esas alturas sí lo deseaba—. Meliodas...
—Llevo preparándome mentalmente toda la semana —gimió contra su boca mientras la tomaba por la cintura—. No, de hecho, desde que hicimos esa apuesta. No me será fácil pero, por tí...
«Oh, mi chico valiente», pensó conmovida mientras acariciaba su largura por encima de la tela.
—Hagamoslo. Estoy listo. Sólo... bueno, usemos mucho lubricante, ¿sí? Y-y también, no te rías con mi actuación de gato, ¿vale?
—Oh, pero no tendrás que hacerlo sólo. Mira —le sonrió traviesa mientras iba hacia un lugar secreto en el armario. Cuando sacó una caja idéntica a la suya y le mostró lo que había dentro, supo de inmediato que definitivamente iban a divertirse. Sus labios se abrieron formando una "o", sus pupilas se dilataron, y la tela de su pantalón se puso más tirante y abultada mientras veía la sensual lencería felina que ella había sacado—. Ve a cambiarte. Y cuando vuelvas, recuerda que esto se trata de darte placer. Muchísimo.
—De... ¡de acuerdo! —gritó en esa forma tan adorable que él usaba cuando se ponía nervioso y, totalmente complacida por el resultado, la albina se fue al lado contrario de la habitación para hacer su parte.
Cintas de color rosa, lindos cascabeles que tintineaban al pasar. Se echó en la cama adoptando una de sus poses más sensuales para sorprenderlo, y al verlo entrar con el atuendo puesto, la que terminó sorprendida fue ella. No le avergonzaba reconocer que en esta ocasión su novio había ganado. ¿Por qué era tan erótico verlo en antifaz? ¿Por qué ese collar lo volvía tan apetecible? ¿Y cómo era posible que la lencería negra volviera aún más apetitosa su parte de abajo?—. Esto... ¿miau? —preguntó él con una sonrisa de lado. Y ella le saltó encima como si en lugar de gato fuera ratón.
—Oh cariño. Estas tan sexy —Morder su cuello, encajar las uñas en la curva de su nalga, pegarse a su creciente erección. La vida definitivamente le estaba compensando todo lo que había sufrido, y él debía pensar igual, porque comenzó su actuación de esa noche soltando un tierno y potente ronroneo. Se restregaron uno en el otro, acariciando con parsimonia cada pedazo de piel visible, y cuando los dedos de ella pasaron de su glúteo hacia su espalda baja, notó que le faltaba una pieza clave del disfraz—. ¿No te animaste a ponerte la cola?
—N... no —dijo avergonzado, pero antes de que ella pudiera sentirse decepcionada, él soltó una breve palabra que encerraba la grandeza de lo que hacía—. Aún. Quiero que me lo hagas tú. —Lo amaba. Lo amaba demasiado, y cada paso que daba por ella le recordaba los muchos que ya habían dado juntos. Se separó de él lo suficiente para ver su rostro, se deleitó con el color verde que brillaba tras el cuero y, con un suave pero firme empujón, lo hizo tenderse sobre la cama con sábanas color rosa.
—De acuerdo. Primero consentiré a mi minino, y entonces, los dos podremos jugar.
—Sí. Aaaaah... —Le encantaba marcarlo de esa forma. Sus labios se imprimieron sobre la primera de sus zonas erógenas dejándole un chupetón bien visible en la delicada piel detrás de la oreja. Bajó dejando un reguero de besos por todo su cuello y, justo cuando él parecía estarse relajando, lo despertó de nuevo dando un pequeño pellizco a su rosado y erecto pezón—. ¡Aaaaah!
—Cómo me gusta sacarle partido a esto. Es una zona tan infravalorada en los hombres. Igual que esta.
—¡Gyaaah! —gritó el pobre cuando sintió como uno de sus dígitos le rondaba la zona del ano.
—No, aún no gatito. Quiero que esto sea tan placentero para ti como para mí. Primero te tengo que preparar, así que cierra los ojos y simplemente disfruta.
—No —respondió él en un tono tan firme que la hizo levantar la cara. Lo que encontró fue una mirada lasciva llena de determinación—. No los cerraré. Quiero verte. Quiero verte mientras me lo haces.
Jamás creyó, en todos sus años como sexóloga, haber escuchado algo tan tierno y erótico. Se metió su pezón a la boca mientras le acariciaba las piernas, y se deleitó en su actuación que mezclaba maullidos y gemidos mientras iba avanzando hacia abajo. Lamer su abdomen, su ombligo, su cadera. Deliberadamente se saltó los genitales para seguir por el interior de su muslo, y tras dejar marcadas sus ingles con chupetones y sellos de su labial, finalmente se apiadó de él y le bajó su única prenda de ropa. Era glorioso, verlo ahí con sus piernas abiertas ante ella jadeando y suplicando por más. Besó la punta de su miembro con auténtica adoración y, acto seguido, se puso a lamerlo aquí y allá como si fuera la paleta más deliciosa.
—Eli... ¡Eli! ¡Por los cielos! —gritó cuando comenzó a chuparselo, y los cascabeles en el collar de ella comenzaron a tintinear rítmicamente mientras subía y bajaba por su carne cada vez más caliente y dura.
«Debería detenerme», pensó, pero sin dejar de saborear su largura. «Debería dejarlo descansar y colocarle el resto del disfraz», pero él había empezado a balancear las caderas, y acunó su cabeza con una mano pidiendo más. «Me encantaría cariño, pero es muy pronto. Aún no te he llevado tan lejos como podría».
—¡Puah! —exclamó triunfal mientras lo soltaba y retrocedía limpiándose la boca. Acto seguido sacó una botellita de lubricante y se preparó para meter el pequeño tapón con el que le pondría la cola a su felino—. ¿Estás listo? —La cara completamente roja, los ojos brillantes, la mirada perdida. El rubio asintió de forma lenta ya medio adormecido por el trance erótico, y se arqueó de forma elegante cuando ella presionó el balín que su cuerpo absorbió con ferocidad mientras gemía con fuerza—. Oh cariño, eres tan hermoso. —Pero él no respondió. Se incorporó en la cama, se puso de rodillas frente a ella, y la besó con tanto ímpetu que casi la tira del colchón.
Sus lenguas se enredaron en una competencia por ver quién demostraba más deseo por el otro, y resultó que él iba ganando, decidido a devolverle todo cuanto estaba sintiendo a la dueña de su corazón. Sus garras se aferraron a sus pechos, amasándolos, y frotó su erección contra su cuerpo dejando una brillante línea de líquido preseminal por cada lugar que iba tocando. ¿Cómo podía ser tan gentil y tan salvaje a la vez? Era una maravilla sentir sus manos a través de la tela y, cuando además le hizo un chupetón justo en medio de sus senos, decidió que el brasier era la primera prenda que no necesitaría más.
—¿Mi gatito quiere leche? —le preguntó desatándolo. No pasó un segundo desde que vio sus rosados botones que se lanzó sobre ellos, y no fue lo único que tocó sino que, por primera vez esa noche, se lanzó a cumplir su promesa y acariciar aquella parte prohibida y pecaminosa con la que había sido tan reacio. Su boca succionaba con fuerza la erecta piel del pezón mientras sus dígitos buscaban a tientas el apretado orificio que ella le había suplicado invadir y, cuando finalmente lo encontró, comenzó a trazar círculos con la yema de su índice, tal y como su doctora le había enseñado—. Sí. Así. ¡Más!
Pero fue el turno de él para contenerse. Quería que aquella experiencia durara lo más posible, así que se dedicó a apretar su trasero y dar toque traviesos al punto más oscuro de su existencia sin llegar más lejos aún. «Amo cada parte de ti, incluso ésta», pensó el sensual minino. «Es por eso que quiero prepararte igual de bien». Arriba, abajo, luego en círculos, luego una cruz y al final pequeños toques como si fuera un interruptor. Elizabeth sentía las contracciones dentro de ella aproximarse al punto de no retorno, y cuando supo que su dilatación y ritmo eran perfectos, se separó de él y le puso la botellita de lubricante justo frente a los ojos. Fue un deleite para él negar lentamente con la cabeza mientras la veía derretirse.
—Aún no, Eli —Todo había sido por encima de la tela, todo con una barrera de seguridad que le impedía tocar directamente aquel área desconocida. Entonces, él le desató los lazos que dejaba caer la parte de abajo del traje. Y repitió exactamente lo mismo que había hecho su dedo con la punta de la lengua.
—¡Aaah! ¡Aaaaaaaaah! —gritó ella entre convulsiones, pues mientras la lamía una mano friccionaba furiosamente su clítoris, y la otra se dedicaba a apretar su pecho con su rosado botón entre los dedos índice y anular. ¿Cuándo se había vuelto tan bueno en eso? ¿Cuándo su adorable y tímido paciente se había vuelto un maestro del sexo? Ella no lo sabía. Lo único que supo es que estaba desfalleciendo por él cuando la liberó de todas sus atenciones y, al verlo encima con una mirada llena de lujuria y una sonrisa dulcísima, no pudo evitar pensar que tal vez era algo genético.
Tal vez aquella belleza era de su madre, y su sensualidad natural era algo que le heredó y de lo cual no se había dado cuenta hasta que fue mayor. «No lo sé», se dijo cerrando los ojos. «Pero lo amo, lo amo, ¡lo amo! Vamos, ángel mío, ven». Y el gatito obedeció a su mandato silencioso tomándola por las caderas, volteándola boca abajo, y tirando de ella hasta que la puso de rodillas. Vertió el líquido lubricante directamente sobre la superficie que se disponía a penetrar y, con un movimiento tan gentil como firme, metió la punta al prohibido, oscuro y delicioso agujero que su TOC le había impedido tomar antes.
—¡Ngh! Está tan apretado —pujó mientras iba metiendo más y más de él en su rosado ano—. No va a caber todo, ¡Eli!
—Claro que sí —gimió mientras proyectaba el trasero para atrás—. Lo siento, siento cómo me abro para tí. No tengas miedo de lastimarme, estoy lista, ¡dámelo todo!
—¡Elizabeth! —Y entonces tocó fondo, y ambos se quedaron paralizados apreciando la belleza de ese momento. No era la primera vez que ella tenía sexo anal, no era la primera vez que jugaba a juego de rol. Igual, la albina se sintió como si de alguna manera esa fuera su primera vez, y al recordar que sí que era la primera de él, sintió tanto gozo que casi rompió a llorar—. ¡Perdón! ¿Te...? ¿Te estoy lastimando?
—No. Me estás haciendo la mujer más feliz del mundo.
—Bueno... será la gatita más feliz del mundo, ¿no? —rió juguetón, pero la risa hizo que el interior de ambos se contrajera involuntariamente y, nuevamente dominado por las sensaciones, Meliodas se lanzó a embestirla con fiereza. No paró, no se detuvo hasta sentir que ambos ardían, y cuando fue claro que estaba a punto de llegar y que estaba por catapultarlo al éxtasis, la traviesa doctora dio un pequeño tirón a su cola animal y liberó con un "pop" el tapón anal del él. Ambos se corrieron de forma explosiva mientras gritaban tan fuerte como el otro, y cuando todos los maullidos, gemidos y jadeos que tenían por fin se les acabaron, se abrazaron con fuerza para dormir mirando la luna desde su ventana. "Profundo" nunca había sido una palabra tan especial y placentera como lo era para ellos ahora.
***
Uff, hace calor, ¿o qué? >///< Creo que me pasé con el té de girasol, resultó un afrodisíaco más poderoso de lo que calculaba, y ahora, este par de "mininos" quedó exhausto tras la pequeña fiesta ❤ Pero pasando a temas más serios, ¿qué opinan de sus respectivos pasados? Les confieso que para mi es una cosa muy personal, ya que está basado en ciertos testimonios mezclados de experiencias de personas que he conocido U_U Lo sé, es horrible, pero algo que a mi me consta es que una persona con mucha luz solo puede formarse tras vivir mucha oscuridad. De cualquier forma, esto es un arco de redención, así que espero que lo hayan disfrutado tanto como yo lo hice escribiendo.
¡Eso sería todo por ahora chicos! Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más ❤
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