Hoy la maté.

Ya estaba harto de que anduviera caminando por allí como si nada pasara; tan ajena a mi pensamiento de acabar con su existencia para siempre. La crié desde pequeña, nunca debió imaginarse que moriría en mis manos.

Era ella o yo.

Me acerqué con sigilo mientras la veía devorarse su último alimento, intentó alejarse cuando me vio llegar, pero ya era demasiado tarde.

Entonces agarré a la gallina antes de que huyera de mí y terminé con su vida de un solo tirón, lamento internamente lo que había hecho pero el hambre no perdona.

P.D: el caldo de gallina estaba delicioso.