Capítulo 4
—Vas muy callado, Ushi, ¿en qué piensas?
Cómo quien se encuentra dormido y es sacado de su ensimismamiento por un repentino torrente de agua, Ushi llevó la mirada hacia mí con el rostro desencajado y los hombros excesivamente tiesos.
Sonrió. Seguía luciendo incómodo, pero se esforzaba por disimularlo.
—Y tú pareces, decepcionada. ¿No te han dicho que tanto arrugar la cara te dejará como una vieja? —Dio un par de toques en mi frente para tratar de hacerme relajar el entrecejo.
Una ventisca helada me hizo rodear mi costado con los brazos mientras recorría los alrededores. El viento hacía tanto ruido que parecía gritarnos, retumbando en el espacio desierto. Los últimos rayos de luz solar me permitían contactar lo que ya sabía. No había nada. Nada más que una carretera derruida con el asfalto poblado de hierbas y cardos, y cientos de vehículos abandonados aquí y allá, consumidos por el óxido y el deterioro.
Lo único vivo e interesante que se podía contemplar eran las culebras*, macos*, ciempiés y lagartos que se movían de aquí para allá, haciendo de esos antiguos medios de transportes humanos su nuevo hogar. El olor a mar había quedado varios kilómetros atrás y me dolían los pies de caminar tanto.
—Bueno... —murmuré al fin—, dijiste que lo que vería sería mejor que lo que cuentan los libros, pero...
—Es mejor a donde vamos. El trayecto es feo.
—Gracias por decírmelo cuando vamos a medio camino. Eres un excelente guía.
Ushi simuló una reverencia mientras hacía equilibrio en los restos de lo que alguna vez fue una acera. Entorné los ojos. Meneé la cabeza sin saber si pegarle o reírme de su actitud desenfadada y cómica.
Aun cuando decía una cruda verdad como esa, lo hacía parecer lo más divertido del mundo. Ese era su don. El que terminara riéndome por lo bajo al verlo cambiar de sendero cuando vio a una cacata negra y enorme transitar cerca de donde estaba él, lo demostraba.
—¿Hay alguna buena noticia en todo esto, señor guía?
—Estás haciendo un viaje largo, horrible y agotador con el chico más gracioso y divertido del mundo —agarró fuerte las asas de su mochila y anduvo casi de puntillas. Parecía receloso de encontrarse otra de sus mejores amigas de ocho patas por ahí—, ¿de verdad no ves el beneficio en ello?
Dio un enorme salto cuando deslicé mis dedos por su cuello, imitando el andar pausado y escalofriante de aquel animal. Me faltaron tripas para reírme al verlo sacudirse y dar vueltas sobre sí mismo intentando quitarse de encima un insecto inexistente.
—Es verdad, si vamos a hacer un viaje malo, lo mejor es tener buena compañía. Gracias por venir hasta aquí solo para acompañarme, hermanito.
Le sonreí con verdadera gratitud, él desvió la mirada y siguió caminando sin responder. Ushi nunca había actuado tan raro, ni guardado tanto silencio en sus veintitrés años de vida. Siempre parloteaba, hacía chistes y fingía saberlo todo. Ah, y cantaba en voz alta y mal, lo cual hacía su silencio aún más desconcertante. Ni siquiera había tocado su soundview para reproducir algo que aligerara el trayecto. Estaba en las nubes y su rostro, demasiado rojo.
—Ya va a anochecer. Mejor busquemos refugio.
—¿Dónde? —pregunté con un deje de ironía. A menos que deseara ser mordido, lamido, acariciado o estrangulado por uno de esos animales salvajes, no veía donde pretendía que pasáramos la noche.
Volvió a esbozar su sonrisa autosuficiente.
—¿De verdad no lo ves? Estamos rodeados de posibles hogares —aseguró corriendo para adelantar el paso y empezó a tirar de las puertas de los vehículos que encontraba y no parecían el nido de alguna culebra.
Al final encontró uno que, si bien lucía tan oxidado como los otros, parecía lo suficientemente sellado para no albergar alimañas. El seguro cedió ante la fuerza con que tiró de la puerta. Examinó el espacio, reclinó los asientos y luego de sacudir un poco, me dejó espacio para que pasara.
El cielo se había teñido de naranja y amarillo. Ushi se introdujo en el auto luego de que yo entrara y cerró la puerta con rapidez. No diré que aquel lugar olía a flores pero, acostumbrada como estaba a los hedores del mar, no me quejé.
El asiento en el que estaba, por otro lado, era mullido y cómodo. Sin muelles salidos, ni chinches. Parecía haber sido resguardado allí solo para nosotros. Me recosté en él, dejándome engullir por la sensación placentera de estar sobre algo que recordaba a la antigua comodidad que existía antes de que todo colapsara.
—¿Y? ¿Qué te parece?
—Es el lugar más cómodo en el que he dormido desde que murió el abuelo.
—¿Lo extrañas? —Ushi dejó su expresión burlona por una llena de pesar. Quise fingir que aquello era un tema superado, pero...
—Mucho.... Aún no puedo creer que se perdiera en el mar. Mi abuelo...
—Lo sé... —Extendió la mano y acarició mi mejilla. Había cedido al llanto, abrumada por todo lo que pasaba.
Separarme de mi familia. Irme a vivir a un sitio nuevo y desconocido; no entender qué estaba pasando con las letras; aún no acostumbrarme a la ausencia del abuelo.
Ushi se incorporó como si quisiera abrazarme, pero en vez de eso, retrajo la mano que aún se deslizaba por mi rostro, soltó un suspiro y se recostó boca arriba en el asiento.
Parecía intentar ver algo a través del cristal agrietado y lleno de polvo. Las primeras estrellas ya brillaban en el firmamento.
—A veces sueño con que un día regresa y me dice que todo fue una pesadilla —añadí. Ushi asintió y cerró los ojos. Su rostro volvió a mostrar esa seriedad que lo hacía parecer una versión más adulta y cansada del chico con el que me había criado.
—Lo mismo me pasa con mis padres en ocasiones.
—Nunca me has hablado de ellos.
—Eso es porque no los recuerdo bien. Pero sé que eran buenos. De verdad se interesaban por las personas.
—La gente buena se va primero.
—Eso parece.
—No te vayas, Ushi —solicité acongojada. Giré sobre mí misma al darme cuenta de que volvería a ponerme a llorar. Me volví un ovillo y entonces me abrazó.
La respiración de Ushi en mi cuello. La calidez de sus brazos rodeándome y un diminuto beso colocado en mi espalda. Envuelta en hipidos y alivio, conseguí quedarme dormida al fin.
Los intensos rayos del sol de la mañana nos sacaron del letargo, indicándonos que había llegado la hora de reemprender el camino.
Decir que era toda una travesía, no alcanzaría a describir el esfuerzo que implicaba trasladarse de un sitio a otro actualmente. Mi abuelo decía que, antes de que el petróleo se terminara, se podía viajar incluso millones de kilómetros en solo un par de días. Llegar al campo, según me explicó Ushi, se tomaba una semana completa, un mes, si ibas todo el camino a pie.
Por fortuna, luego de caminar y dormir entre restos oxidados de los antiguos medios de transporte, ahora olvidados en medio de las carreteras desechas y edificios erosionados, llegamos a unas escaleras enormes que llevaban a un conducto bajo tierra. Solo escuchaba el silbido del viento, exagerado y frío para ser apenas las cinco de la tarde.
Ushi me dijo que desde allí podríamos abordar el metro, un enorme tren subterráneo que aún funcionaba, gracias a que se alimentaba de electricidad, producida a su vez por miles de paneles distribuidos en lo que quedaba de la ciudad.
Clavé mis pies en el suelo, reacia a bajar las escaleras. Ushi soltó una carcajada, me tomó de la mano y me llevó a la carrera por los escalones de concreto.
Allá abajo todo estaba oscuro. Las luces parpadeaban, olía muy feo y no había muchas personas, Ushi me dijo que era un transporte muy caro, que las personas usaban muy rara vez, aunque aseguró que estaría cada vez más lleno a medida que nos acercáramos al campo.
Cuando nos aproximamos al vagón de abordaje, nos detuvieron los drones para escanear nuestro equipaje. Como en todos los lugares por los que pasamos, había guardias humanos monitoreando la zona junto con ellos. Eran soldados mundiales, enviados para asegurarse de que nadie quebrantara las reglas y llevara más alimento que el de su cuota diaria.
Nos dejaron pasar al comprobar que solo llevábamos un arenque asado para los dos y unas pocas cerezas que habíamos encontrado en el trayecto, el setenta porciento de las cuales habíamos dejado en el chequeo anterior, tal y como decía la ley.
Ushi, apenas me sostenía la punta de los dedos. Llevaba el ceño fruncido y parecía morderse los carrillos para no decir algo que pudiera lamentar. Cuando los guardias comprobaron que todo estaba en orden, nos dejaron esperar el metro junto con otras personas. El rostro de Ushi se había transfigurado, ni siquiera lo reconocía.
Pareció percatarse de mi escrutinio y sonrió. Me apretó la nariz con dos de sus dedos. Me sacudí y le golpeé el pecho hasta que me soltó. Su pecho era muy duro... ¿desde cuándo Ushi tenía músculos?
El colosal aparato donde la gente yacía apiñada tras sus puertas de cristal se detuvo, agitándonos la ropa y elevando una estela de polvo que me hizo toser. Miré a Ushi con terror. Estaba segura de que no había espacio para nosotros, pero él tiró de mi mano y me hizo entrar. El olor allí era mucho peor y la gente no dejaba de empujarse. Las puertas se cerraron y quedamos aún más apretados.
Dios, ¿y es que allí nadie se bañaba?
El arranque repentino de aquel enorme gusano de metal me tomó por sorpresa. Terminé impactando contra el pecho de Ushi. Sintiendo las líneas de un pecho bien formado contra mi mejilla.
Él me sostuvo de los hombros para evitar que cayera, su corazón latía muy rápido, más de lo común. Tal vez también le asustaba aquella máquina. Estar bajo tierra, rodeado de tantas personas desconocidas y aquel intenso calor... era una situación aterradora, sobre todo, porque cuando las luces parpadearon, la cantidad de pasajeros se redujo provocándome un sobresalto.
—¿Pasa algo malo, Mela?
—Hay menos personas.
—Claro, es lo que pasa al llegar a una parada.
—Pero no hemos llegado a ninguna parada. El metro no se ha detenido.
Ushi se separó de mí y deslizó la mirada a nuestro alrededor. Estábamos menos apretados y había huecos entre las personas que antes parecían estar unas sobre otras. Ambos llevamos la mirada a nuestros soundview casi por inercia. Cierto, ambos los habíamos puesto en silencio antes de salir de casa para conservar energía. Ushi desplegó la pantalla y dio un comando de pensamiento para que se reprodujeran las noticias. Estaba en los titulares de último minuto.
—Medios internacionales nos reportan que la letra H ha desaparecido apenas una semana después de que desapareció la F. El cuerpo de científicos aún no ha dado con la raíz del problema.
—¡¿F?! ¿Cuándo desapareció la F? —pregunté al borde de la histeria. Ushi se sostuvo la barbilla y luego abrió los ojos a máxima capacidad.
—Creo que fue el día en que nos fuimos de Bayahíbe. Le hablé de las fresas a tu madre, pero no las recordaba.
—No puedes ser. —Retrocedí al tiempo que me llevaba la mano a la boca. Hice que un hombre perdiera el equilibrio y me gritara, pero estaba demasiado aturdida para pedirle perdón. Lo tomé del brazo, obstaculizando la proyección de su soundview. Veía una pelea de gallos en esos momentos—. Señor, ¿usted también lo notó? Las letras de verdad están desapareciendo. Todos vamos a morir.
—Perdónela. Es la primera vez que se sube al metro. Está nerviosa. —Ushi me tomó de los hombros y me obligó a girarme en su dirección. Me abrazó al darse cuenta de que estaba llorando.
—Estamos encerrados bajo tierra con todas estas personas. No es un buen lugar para provocar el pánico, Pam —susurró contra mi oído, apretándome más fuerte. Ushi acariciaba mi espalda intentando tranquilizarme, pero no podía dejar de temblar y llorar—. Solo... trata de estar calmada hasta que salgamos. Encontraremos una solución.
Asentí y le pedí que no me soltara. Tenía miedo de que desapareciera también, dejándome sola en aquel horrible lugar.
***
Glosario
*Culebra: Serpiente.
*Macos: Sapos.
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